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Karin Herrera y Bernardo Arévalo, durante una conferencia de prensa en Ciudad de Guatemala el 1º de setiembre de 2023.

Foto: Johan Ordonez, AFP

Cómo la reacción guatemalteca busca debilitar la victoria progresista

7 minutos de lectura
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La victoria de Bernardo Arévalo, con 61% de los votos, enfrenta los coletazos del llamado “pacto de corruptos”. La suspensión “provisional” del Movimiento Semilla se propone erosionar la base política del nuevo mandatario progresista y anticorrupción. Y su investidura, prevista para el 14 de enero próximo, deberá enfrentar las acciones político-judiciales de los grupos de poder derrotados en las urnas.

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Leído por Mathías Buela.
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Las elecciones generales del 25 de junio dejaron resultados completamente inesperados en Guatemala. En un contexto de regresión autoritaria en el que se preveía una reducción importante de la participación electoral, 60,5% del padrón asistió a las urnas y dejó los mejores resultados para el progresismo desde el retorno de la democracia en 1985. En un contexto de fragmentación electoral, alrededor de 655.000 personas (15% de los votos) decidieron convertir al Movimiento Semilla, un partido que surgió de la crisis política de 2015, en la tercera fuerza legislativa (23 diputados) y en el binomio presidencial que, el pasado 20 de agosto, disputó el balotaje frente a la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), un partido que desde 2019 abandonó la socialdemocracia para girar hacia la derecha.

Este fenómeno no fue proyectado por ningún centro de análisis –ni las encuestadoras ni las empresas que se dedican a medir preferencias– posiblemente porque ignoraron, a pesar de reconocer a priori su potencial, el papel de las redes sociales en el proceso electoral. Al no hacer análisis comparado, no identificaron que una falla central de las encuestas de la región durante el último tiempo había sido que su diseño tradicional no ha conseguido registrar ni medir el sentimiento “antisistema”, menos cuando este surge y se articula en el mundo digital.

Ningún think tank, encuestadora o empresa que siguió de cerca las elecciones guatemaltecas se interesó por indagar en las motivaciones del voto nulo o de las actitudes de la gente frente a la exclusión de los candidatos y hacia otras posturas de las instituciones que debían dotar de credibilidad al proceso electoral; tampoco en buscar dónde se estaban concentrando los públicos y ampliando las audiencias que rechazaban el statu quo o la deriva que estaba adoptando el proceso electoral.

Eso hizo que muchas dinámicas quedaran fuera de los radares. Por ejemplo, cuando fue evidente que TikTok había impulsado a Carlos Pineda, un outsider atrapalotodo al estilo Nayib Bukele con poco interés en las instituciones democráticas, hacia el primer lugar de las encuestas. Pineda se había caracterizado por explotar exitosamente la polémica, la espontaneidad y la chabacanería, y que fue excluido arbitrariamente por la Corte de Constitucionalidad a un mes de las elecciones, aduciendo una anomalía administrativa en la asamblea partidaria en la que fue postulado. Otro ejemplo: cuando decenas de influencers o usuarios que estaban incursionando en ese espacio digital incipiente, incluidas cuentas de grupos juveniles de información electoral, comenzaron directa e indirectamente a darles notoriedad a candidatos del Movimiento Semilla –una fuerza firmemente opositora al gobierno de Alejandro Giammattei– como al propio Bernardo Arévalo, que se transformó en el “tío Bernie”.

Nadie midió el hartazgo hacia el “sistema” –conocido en Guatemala como el “pacto de corruptos”– y el deseo de votar por las candidaturas que representaban los valores contrarios. Y, por tanto, nadie le prestó atención a que de forma genuina y por iniciativa propia, centenares de personas iban a decidir divulgar la propuesta que más confianza les generaba, particularmente durante las 48 horas previas a la primera vuelta electoral, como puede observarse en las puntuaciones más altas de las métricas principales de las redes sociales de Bernardo Arévalo. Se creó contenido vinculado a su framing de campaña, se organizaron conversatorios virtuales, se filmaron videos que lo presentaban como la mejor opción. El aspecto genuino de los candidatos de Semilla y una campaña que desde el comienzo buscó que sus postulantes se transformaran en auténticos influencers le concedieron al partido progresista una clara ventaja.

Lo digital condujo, entonces, un amplio sentimiento inconformista hacia las urnas que se concentró en el voto nulo y en Semilla. He aquí la transición entre el factor TikTok y el factor Semilla: la audiencia encontró su marca.

El factor Semilla

Con el pasaje de Semilla a la segunda vuelta electoral, el “sistema” reaccionó con una operación política y psicológica basada en la persecución judicial y en la desinformación para infundir miedo en la población y minar la ilusión desatada tras los resultados de la primera vuelta. La operación política tuvo el objetivo de plantear la segunda vuelta como una elección entre el “menos peor”, buscando convencer a la población de que Semilla se había formado ilegalmente y, por tanto, también era un partido corrupto; al punto de que en un primer momento, liderados por el Ministerio Público de Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, trataron de suspender su personería jurídica para dejarlos fuera de la contienda. La operación psicológica, usando de telón de fondo el marco discursivo de la nueva extrema derecha (críticas al globalismo y a la ideología de género, tradicionalismo), consistió en crear un ecosistema de desinformación para difundir y consolidar la idea de que un gobierno de Semilla conllevaría la perversión moral de las familias guatemaltecas. La principal vocera de este ecosistema fue la propia Sandra Torres aupada por un batallón de bots y netcenters.

Eso forzó al Movimiento Semilla a realizar un corrimiento ideológico táctico para defenderse y neutralizar (no enfrentar ni desarticular) los ataques desinformacionales. Durante la segunda vuelta llevó adelante una comunicación política y digital basada en la posibilidad real de derrotar a “los mismos de siempre” y en la esperanza de tener un gobierno que lucharía decididamente contra la corrupción para que los recursos públicos generaran oportunidades para todas y todos. Estos elementos discursivos en una audiencia digital volcada a Semilla y con un Bernardo Arévalo reforzado en su perfil y sus habilidades de gobernante fueron fundamentales para continuar capitalizando el entusiasmo y la energía de los guatemaltecos.

Si en la primera vuelta electoral se había reflejado en la generación y viralización de contenido de forma genuina y espontánea, durante la segunda se reflejó en las numerosas y pequeñas donaciones monetarias que llegaron a las cuentas del partido con mensajes que expresaban sus emociones, haciendo énfasis incluso en que estaban donando los pocos quetzales que les quedaban del mes. También se reflejó el domingo 20 de agosto en la noche, tras confirmarse la victoria de Bernardo Arévalo con el 58% de los votos y una participación de 45,1%, cuando miles de personas se autoconvocaron en el Obelisco de la ciudad de Guatemala, enfrente del hotel donde miembros del Movimiento Semilla presenciaron el conteo de los votos y en los parques centrales de los diferentes departamentos, con el propósito de celebrar al segundo presidente más votado desde 1985. Son escenas habituales cuando se trata de un campeonato de fútbol o una victoria importante de la selección nacional, como mencionó el presidente electo en su discurso de celebración, pero realmente inusuales cuando se trata de política partidaria. Particularmente en un país desafectado con la política, sin bases partidarias, desmovilizado socialmente y con un sentimiento antisistema sin orientación ideológica.

Los desafíos de Semilla

En términos políticos e institucionales, la segunda vuelta electoral consistió en un plebiscito entre democracia y autoritarismo. En ese contexto nacional, aunque la victoria de Bernardo Arévalo también ha significado la defensa elemental de la democracia guatemalteca en medio de la regresión autoritaria, no puede dejarse de lado que en la misma elección que abrió la oportunidad de un tiempo político nuevo, Carlos Pineda podría haber ganado de no haber sido excluido arbitrariamente.

Esto revela, además de la contradicción de que la defensa de la democracia esté acompañada de un vaciamiento ideológico, que los actores autoritarios y las instituciones capturadas inmersas dentro del “pacto de corruptos” continuarán operando ilegal o ilegítimamente en detrimento de sus adversarios, de la estabilidad política y del orden institucional y constitucional del país. Una prueba de ello han sido las acciones del 22 y 23 de agosto del Ministerio Público dirigidas a amedrentar y perseguir a los ciudadanos miembros de las Juntas Receptoras de Votos y de las Juntas Electorales Departamentales, los digitadores y los magistrados del Tribunal Supremo Electoral a través de la solicitud de datos e informaciones sensibles con el propósito de fabricar un caso que “pruebe” que simpatizantes y afiliados de Semilla estuvieron a cargo del proceso y que con su apoyo se organizó un fraude electoral.

En ese sentido, el gobierno de Bernardo Arévalo y Karin Herrera se enfrenta a tres grandes desafíos de gobernabilidad. En primer lugar, a la persecución judicial en contra de los afiliados al Movimiento Semilla, los candidatos electos y los posibles funcionarios designados. En segundo lugar, a garantizar la toma de posesión del binomio presidencial y de los diputados en el Congreso de la República el 14 de enero de 2024, así como mantener la integridad, la coherencia interna y una dirección política común frente a posibles escenarios en los cuales sus adversarios podrían buscar neutralizar al Movimiento Semilla (al ser cancelada la personería legal de un partido político, sus diputados se convierten en independientes), infiltrar el gabinete de ministros e intentar aislar a la vicepresidenta para minar la legitimidad y el margen de maniobra del gobierno. En tercer lugar, a modificar la correlación de fuerzas en el Congreso de la República para aspirar a avanzar en una agenda reformista y de ampliación de derechos más allá del Ejecutivo, ya que la alta fragmentación parlamentaria coloca actualmente a Semilla en dificultades para articular junto con otras bancadas la mayoría de 81 votos que se requiere para la aprobación de reformas y leyes ordinarias (a priori, sumaría entre 60 y 70 bancas), quedando supeditado así a la agenda inmovilista y posiblemente clientelar de los dos principales partidos de oposición (Vamos y UNE).

Para enfrentar los desafíos del nuevo gobierno, será particularmente estratégica la experiencia del presidente electo, un sociólogo y diplomático –e hijo de Juan José Arévalo, el primer presidente popularmente electo en Guatemala tras la Revolución de 1944– que antes de hacer política dedicó su vida profesional a la resolución de conflictos. Su disposición a escuchar a la diversidad de actores sociales, sus habilidades en la dirección de diálogos amplios y su capacidad para alcanzar consensos desde las diferencias serán valiosas y podrían hacer la diferencia en un contexto en que la democracia guatemalteca se encuentra bajo asedio.

Pero además de ello, el Movimiento Semilla no puede olvidar que son los movimientos y no las audiencias ni las élites sin conexión con las mayorías sociales quienes conquistan el cambio político. Tampoco puede perder de vista que cuando no se orienta el sentimiento “antisistema” en clave progresista, este termina siendo conducido por la extrema derecha. Ahí están los casos de Donald Trump en Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil y, recientemente, de Javier Milei en Argentina.

Luis G Velásquez Pérez es politólogo, fue asesor en el Congreso de Guatemala e integra el consejo editorial de la revista Relato. Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad .

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