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Marine Le Pen y Jordan Bardella, del partido francés Rassemblement National, el 7 de mayo, durante un acto en Saint-Avold, Francia.

Foto: Jean-Christophe Verhaegen, AFP

La ultraderecha francesa crece a expensas de la izquierda

6 minutos de lectura
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Los trabajadores franceses votan al ultraderechista Rassemblement National en mayor medida que a otros partidos, pero lo más frecuente es que ni siquiera voten. Marine Le Pen ha sabido explotar el vacío dejado por el declive de las organizaciones obreras.

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Durante décadas, la izquierda francesa estuvo dominada por el Partido Comunista Francés (PCF), una organización que construyó fuertes redes en la Francia obrera a lo largo del siglo XX. Sin embargo, a partir de la década de 1980, esta poderosa organización decayó, dejando un vacío que llenar. Front National –el partido de extrema derecha, dirigido por Marine Le Pen, que se convirtió en la Rassemblement National (RN) en 2018– fue uno de los principales beneficiarios de aquella crisis.

El declive del PCF está estrechamente ligado a la destrucción de las condiciones sociales y organizativas que habían sostenido durante mucho tiempo la participación de los trabajadores en la vida política francesa. Este cambio brindó a los grupos sociales y activistas alejados de la clase obrera la oportunidad de hablar políticamente en su nombre. La Rassemblement National de Le Pen no tiene una base militante real en los barrios obreros ni en los talleres. Pese a ello, hoy puede presentarse como el “partido de los trabajadores”.

Las transformaciones en la producción y en las condiciones de la clase obrera seguramente jugaron en contra del PCF. Pero las políticas aplicadas por sus dirigentes también alimentaron la desafección hacia el partido. Para muchos hogares obreros, el PCF está asociado al desmantelamiento de la industria por su papel en los gobiernos franceses de 1981-1984 y 1997-2002. La crisis de la siderurgia en el este de Francia se agravó cuando la izquierda llegó al poder en 1981. En 1997, el llamado gobierno de “izquierda plural”, que incluía a ministros del PCF, lanzó una oleada de privatizaciones. La decepción con el gobierno dirigido por el Partido Socialista también afectó al PCF, sobre todo porque había estado asociado a este partido –una fuerza socialdemócrata moderada– en la gestión de los ayuntamientos desde la década de 1970.

El movimiento sindical perdió peso en la formación del grupo dirigente del PCF. En su lugar, los titulares de cargos políticos adquirieron mayor influencia: creció la proporción de representantes electos, directores de proyectos, agregados parlamentarios y otras figuras de las autoridades locales en la dirección del PCF. La relación entre el PCF y las poblaciones locales dependía cada vez más del papel de los gestores, los representantes electos locales o los funcionarios, y cada vez menos de la actividad de los militantes del partido. Mantener las bases en el gobierno local se convirtió en un objetivo central, y la posesión de recursos educativos o habilidades directivas se consideraba ahora una ventaja para unirse al PCF y escalar en su jerarquía interna.

La extrema derecha y la estructura de clases sociales

Fue en este contexto de debilitamiento del arraigo del PCF en la Francia obrera que el partido de extrema derecha inició su crecimiento. Aunque el Front National disfrutó de un importante apoyo electoral de la clase obrera a partir de mediados de los 80, su lugar en la estructura de clases sociales no era el mismo que el del PCF. El PCF se basaba en una alianza entre sindicalistas obreros y miembros de la pequeña burguesía cultural (profesores, trabajadores sociales y de la cultura). El partido de Le Pen es diferente: sus redes se construyen casi siempre en torno a convergencias entre una pequeña burguesía independiente (comerciantes, artesanos) y los asalariados de la producción artesanal y las pequeñas empresas. Estos últimos suelen estar atrapados en relaciones de proximidad y dependencia personal con sus jefes.

El partido también cuenta con el apoyo de los directivos y de las profesiones intermedias del sector minorista, un grupo socioprofesional en crecimiento, que está en el centro de las recientes transformaciones del sector privado. Por tanto, sería simplista ver el auge de las ideas de Rassemblement National únicamente en términos de desindustrialización. También se nutre de la remodelación del mundo del trabajo y del mantenimiento del empleo industrial bajo formas específicas, por ejemplo, en torno a la industria agroalimentaria. Rassemblement National no está necesariamente impulsado por categorías independientes en declive y empobrecidas. De hecho, el giro de la población hacia el voto a la ultraderecha puede estar arraigado en la movilidad profesional ascendente, a menudo unida a la propiedad de la vivienda en las zonas rurales.

Electoralismo sin militancia

Si el partido de extrema derecha tomó como modelo al PCF en los 90, está lejos de estructurarse siguiendo las mismas líneas que los comunistas, con su presencia organizativa en localidades y lugares de trabajo. En las zonas obreras, la Rassemblement National sigue estando mal organizada: sus redes son frágiles, su poder municipal es relativamente limitado y su apoyo en las asociaciones locales, débil.

Aunque los medios de comunicación suelen pintar a las clases trabajadoras como la principal base de apoyo de Rassemblement National, cabe señalar que este partido ha encontrado hasta ahora poca legitimidad entre las organizaciones obreras existentes. Sólo prospera en sus márgenes, precisamente cuando las grandes empresas –los focos de la lucha social y la organización sindical– cierran y las solidaridades obreras se desintegran o se reconstituyen al margen de los sindicatos. Los trabajadores empleados en grandes empresas, sobre todo en el sector público, donde aún existen tradiciones de lucha, apoyan mucho menos a Rassemblement National.

Así es que sería un error pensar que Rassemblement National ha ocupado el lugar que solía tener el PCF en las zonas obreras, especialmente en el campo, donde su público electoral, pese a todo, es muy fuerte.

La influencia de Rassemblement National es esencialmente electoral y le cuesta encontrar arraigo en el activismo. Los estudios realizados por sociólogos políticos muestran que las expresiones de apoyo al partido a nivel local son en gran medida informales, proporcionadas por simpatizantes no afiliados, que se reúnen, por ejemplo, en un club de pesca o en un café. Sus ideas se difunden con el telón de fondo de la desintegración de la izquierda. Es en este lado del espectro –la izquierda militante– en el que puede observarse la resistencia de la clase obrera. Pero esta tiene lugar menos a través del PCF que del movimiento sindical.

La fuerza rural de Rassemblement National

En las pequeñas ciudades rurales, donde Rassemblement National acumula un caudal de votos bastante sólido, los activistas de izquierda son cada vez más escasos. A menudo, sólo las redes sindicales permanecen activas en la defensa de los valores progresistas frente a las ideas de extrema derecha, ya sea en el lugar de trabajo o a nivel local.

Se trata de un tipo de zona en la que el voto de Rassemblement National es significativo y crece constantemente. En el pueblo de 3.000 habitantes situado en el corazón de esta zona, Le Pen ha quedado primera en las tres elecciones presidenciales a las que se ha presentado, y cada vez se ha hecho más fuerte: 22% en 2012, 30% en 2017 y 38% en 2022. En estas últimas elecciones, obtuvo un 59% en la segunda vuelta, superando claramente al actual presidente, Emmanuel Macron.

La izquierda ausente

Los sindicalistas desempeñan un papel clave para contrarrestar la influencia de la extrema derecha en las zonas obreras. Las alianzas sindicales locales permiten a los activistas reunirse fuera del lugar de trabajo. Sin embargo, en estos tiempos de intensa represión antisindical, a menudo se ven obligados a concentrarse únicamente en sus lugares de trabajo. El apoyo político al que pueden recurrir es débil.

Lejos de tratar de reforzar el sindicalismo –que sería una forma de contrarrestar a la extrema derecha–, los sucesivos gobiernos franceses, incluida la presidencia del socialista François Hollande (2012-2017) y luego la de su ministro de Economía, Emmanuel Macron, han debilitado aún más los contrapoderes de los trabajadores en el lugar de trabajo, en un contexto de creciente desestabilización de la condición obrera.

Además, el funcionamiento de los partidos de izquierda tiende a marginar a las clases trabajadoras y a sus representantes sindicales. La principal fuerza de la izquierda, La France Insoumise, se organiza en torno a la figura de Jean-Luc Mélenchon y sus candidaturas a las elecciones presidenciales francesas. Pero, por el momento, el equipo dirigente de La France Insoumise ha rechazado cualquier estructuración de la organización con miembros reales, congresos, desarrollo de agrupaciones locales, etcétera.

El resultado de aquella decisión política es una fuerza que, concebida explícitamente como un movimiento y no como un partido, debe luchar con ahínco por existir fuera de las temporadas de campaña electoral y por afianzarse en la vida de la clase trabajadora. El movimiento se apoya principalmente en sus diputados y en la movilización de las categorías sociales cultas, sin poder recurrir a las estructuras activistas de los barrios obreros y las zonas rurales.

El modelo pasado del PCF, al igual que el del Partido Socialista con sus diversas corrientes internas, es hoy uno de los que La France Insoumise rechaza expresamente. Y con razón, en relación con la falta de democracia interna del PCF. Pero puede que haya lecciones políticas que aprender de los 100 años de historia del PCF en lo que respecta a la movilización de las clases trabajadoras. Esto se garantizaba mediante diversos acuerdos colectivos que daban gran importancia a los orígenes sociales de los militantes y valoraban el papel de los sindicalistas.

Hoy en día, la organización formal es rechazada y en su lugar se propone un movimiento laxo de simpatizantes que valora a toda costa la “horizontalidad” y las estrategias individuales de personalidades de la “sociedad civil” o de parlamentarios. Sin embargo, tal estrategia parece poco adecuada para garantizar que una alternativa política al capitalismo, o incluso la lucha contra la extrema derecha, arraigue en la Francia obrera. Se trata de una lucha que no sólo tiene lugar en las urnas, sino también sobre el terreno, en los lugares donde la gente vive y trabaja cotidianamente.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Jacobin.

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