Claudia Sheinbaum será la primera mujer en presidir México. Su victoria no sólo fortalece a la izquierda, sino que expresa la crisis del Partido Revolucionario Institucional, la otrora hegemónica fuerza política del país.
El triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales de México marca un parteaguas en la historia del país, fortalece a la izquierda latinoamericana y se contrapone a los avances que las extremas derechas han tenido en la región durante los últimos años.
Los resultados contradicen la gastada premisa de que uno de los efectos de la pospandemia de covid-19 es la derrota asegurada de los oficialismos, sin distinción ideológica. A diferencia de lo ocurrido en Brasil o Argentina, el presidente Andrés Manuel López Obrador logró garantizar la continuidad del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Lo hizo de la mano de Sheinbaum, la científica de 61 años que el próximo 1º de octubre, después de arrasar en las elecciones del domingo 2 de junio con casi 60% de los votos, se convertirá en la primera presidenta en la historia de México. Ese solo hecho, en un país y un continente caracterizados por una evidente cultura política machista, se erige como una de las facetas más trascendentales de la jornada electoral. Antes que Sheinbaum, lo intentaron, por izquierda y por derecha, Rosario Ibarra de Piedra, Cecilia Soto, Marcela Lombardo, Patricia Mercado, Josefina Vázquez Mota y Margarita Zavala.
Este año, a esa lista de pioneras se sumaron Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, la opositora que, más allá de sus escaramuzas mediáticas, jamás logró posicionarse como una rival competitiva. De cualquier manera, no se puede sucumbir a frecuentes espejismos. Aunque parezca una obviedad, hay que recordar que una mujer en el poder no es garantía de feminismo. Durante la campaña, Sheinbaum incluyó en sus promesas temas como los cuidados y repitió el lema: “No llego sola, llegamos todas”, pero, en realidad, a lo largo de su trayectoria política no ha abrazado las luchas feministas de manera contundente. Todavía están latentes las tensiones y contradicciones con el movimiento de mujeres que arrastra desde su paso por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, así que habrá que esperar para saber si su llegada al poder se sustancia en políticas de ampliación de derechos.
Por otra parte, el triunfo de Sheinbaum representa un paso más en la debacle del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la omnipresente fuerza política que, en el siglo pasado, gobernó México durante siete décadas consecutivas hasta que, en el año 2000, por fin comenzó la ansiada alternancia. Desde entonces, la derecha gobernó dos períodos, con Vicente Fox y Felipe Calderón. Luego regresó el PRI, con Enrique Peña Nieto. La izquierda que representa López Obrador ganó en 2018 y la victoria de Sheinbaum le asegura su permanencia en el poder hasta 2030.
Las raíces históricas de los y las líderes de izquierda son, sin embargo, múltiples. Si López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas nacieron políticamente en el PRI, a Sheinbaum nadie podrá reclamarle ese pasado. Ella siempre militó en la izquierda y ha mantenido la congruencia como una de sus principales banderas políticas. Por eso representa un cambio de género, pero también generacional en términos políticos.
Este proceso electoral no sólo ha conducido al triunfo de Sheinbaum y de Morena, sino que ha dejado al PRI en una crisis y, según algunas voces, al borde de la extinción. Su alianza con el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), otrora rivales, evidenció que su única vocación era ofrecer una oposición visceral y clasista a López Obrador. La campaña del PRI se centró, de hecho, en el miedo, tal como lo demostraron las constantes declaraciones de ese partido de que, de ganar Sheinbaum, México se “transformaría en Venezuela”, se desarrollaría una “dictadura” y el país sería gobernado por “el comunismo”. La estrategia del PRI se tradujo en la errática y, en ocasiones, bochornosa campaña de Gálvez y tendió a profundizar la crisis que el partido vive desde hace casi dos décadas. Lejos de ser positiva para relanzar al PRI, la alianza con partidos con los que anteriormente confrontaba lo llevó a licuar su identidad y a quedar en una posición crítica.
La oposición enfrentaba, además, a un presidente que controla la conversación pública y marca la agenda política a través de sus cotidianas conferencias de prensa –conocidas como “mañaneras”– y que, en la recta final de su gobierno, goza de una popularidad récord de 60%. López Obrador entregará su puesto a Sheinbaum dejándole las cuentas macroeconómicas en buen estado. En México hay, hoy, un peso fortalecido, mejores condiciones salariales que en el pasado, menos pobreza y una batería de programas sociales destinados a los más desfavorecidos. Es probable que Sheinbaum continúe, además, con la retórica obradorista ligada al “humanismo” y la “justicia social” y con las políticas que le permitieron a López Obrador desplazar, en apenas una década, a la triada PRI-PAN-PRD y convertir a Morena en el partido más importante del país. Ese desplazamiento y la preeminencia de Morena se han traducido, de hecho, en la suba de escaños obtenida en el domingo en la Cámara de Diputados y en el Senado.
El proceso de cambio encarado por López Obrador jugó en favor de Sheinbaum, que logró capitalizar los logros de la gestión presidencial gracias al apoyo del propio mandatario. Sheinbaum prometió continuar con la “Cuarta Transformación” o “4T”, como bautizó el presidente su gestión para dotarla de un aura épica, al equipararla con la Independencia de 1810, la Guerra de Reforma del siglo XIX y la Revolución de 1910. En las primeras horas del lunes, ya con su triunfo confirmado, Sheinbaum demostró una vez más su lealtad y definió al presidente como “un hombre excepcional que ha transformado para bien la historia de nuestro país”.
A su vez, en su primer mensaje poselectoral, López Obrador reiteró su “afecto y respeto” a Sheinbaum. “Confieso que estoy muy contento, orgulloso de ser el presidente de un pueblo ejemplar, el pueblo de México. La jornada electoral del día de hoy demostró que es un pueblo, el nuestro, muy politizado”, celebró al subrayar que en 200 años de historia jamás había gobernado una mujer.
El intercambio de elogios coronó una relación política que comenzó hace 24 años, cuando López Obrador ganó el gobierno de la capital e invitó a la entonces científica y académica Claudia Sheinbaum a sumarse a su gabinete como secretaria de Medio Ambiente. Desde entonces, nunca se separaron. Ella luego fungió como vocera en la primera campaña de López Obrador (2006) y fue una de las fundadoras y operadoras políticas de Morena. Con el respaldo de su mentor, en 2015 ganó la Alcaldía de Tlalpan y, algunos años más tarde, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. El 1º de diciembre de 2018, López Obrador juró como presidente y cinco días después Sheinbaum lo hizo como alcaldesa de la capital del país. Seis años más tarde, él le traspasará la Presidencia, lo que los consolida como la dupla política más exitosa del México contemporáneo.
La herencia que recibirá Sheinbaum también incluye saldos negativos. Entre ellos se destaca el de la incesante violencia que asola al país. Este deberá ser, así como la relación y la reparación para las familias de las víctimas, un asunto de suma prioridad. Esa violencia, que es múltiple y se expresa en distintos niveles y en distintas orientaciones, se cobró la vida de 30 candidatos durante esta misma campaña electoral. Aunque el presidente López Obrador intentó minimizar los hechos y presentó las elecciones como las “más limpias y pacíficas de la historia”, los datos muestran que numerosos ciudadanos decidieron “votar” por alguna de las más de 100.000 personas desaparecidas y escribieron sus nombres en las boletas electorales para visibilizar una tragedia de la que la dirigencia política, empezando por el presidente, se ocupa poco y nada. La agenda de derechos humanos es urgente, pero la desconfianza de numerosas organizaciones y colectivos de familiares de víctimas hacia la nueva presidenta es más que evidente. La cercanía de Sheinbaum con Omar García Harfuch, un policía y ex-secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, resulta, para esos organismos, preocupante. La razón es evidente: García Harfuch fue señalado por familiares de los estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa desaparecidos en 2014 como parte de quienes construyeron el “relato oficial” sobre un caso de clara violación de los derechos humanos. Ese hecho lleva a los organismos a mostrar algunas reservas con Sheinbaum, en tanto García Harfuch no sólo forma parte del equipo de asesores de la nueva presidenta, sino que incluso suena como parte del próximo gabinete. Habrá que ver en qué medida se imponen “las contradicciones inevitables pero necesarias”, el eufemismo utilizado por quienes justifican cualquier tipo de alianza.
En el plano externo, las elecciones mexicanas equilibran el reparto de poder en una América Latina en la que se había difundido la falsa idea de una inevitable derechización. El sábado 1º de junio, sólo un día antes de la elección de Sheinbaum, el presidente de Argentina, Javier Milei, y el de El Salvador, Nayib Bukele, se abrazaban sonrientes, intentando mostrar a un extrema derecha que avanza a paso firme a escala global. Pero al día siguiente el triunfo de Morena en México atrajo los reflectores nuevamente hacia la diversa izquierda democrática en la que conviven Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Gustavo Petro (Colombia), Luis Arce (Bolivia) y Gabriel Boric (Chile), el selecto grupo de presidentes del que, dentro de cuatro meses, Sheinbaum formará parte.
Como sucede con casi todas las mujeres que alcanzan altos cargos, Sheinbaum enfrenta múltiples prejuicios. Al haber sido impulsada por López Obrador, ha sido acusada por sus opositores políticos y mediáticos de ser simplemente un “títere” del todavía presidente. De hecho, esos mismos opositores sostienen que será el fundador de Morena –que ya ha anunciado su próximo retiro de la política– quien seguirá gobernando tras bambalinas. Sheinbaum tiene ahora el desafío de demostrar su autonomía política sin que ello implique deslealtad. Ese será uno de los principales desafíos de la nueva presidenta.
En ese proceso, no está sola. Otro hito que deja la elección es que la capital del país también será gobernada por una mujer. Se trata de Clara Brugada, la exalcaldesa de Iztapalapa que proviene de las luchas territoriales, que sí se define como feminista y que en cuanto asuma se convertirá automáticamente en precandidata presidencial y posible sucesora de Sheinbaum en 2030. Pero esa ya será otra historia.
Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.