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Björn Höcke, candidato del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) para las elecciones regionales de Turingia, y Katja Wolf, candidata del nuevo partido populista de izquierda Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), durante un debate en Erfurt, este de Alemania.

Foto: Joerg Carstensen, AFP

El desafío ultra que sacude la política alemana

9 minutos de lectura
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Las elecciones en Turingia y Sajonia han mostrado el crecimiento de la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania, pero también el auge de nuevos partidos populistas como el liderado por Sahra Wagenknecht.

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Las elecciones en los estados de Turingia y Sajonia no sólo alteraron la política alemana, marcada por la creciente impopularidad del gobierno de coalición, sino que ocuparon los titulares de la prensa europea y global: los ultras de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) se quedaron por primera vez con el primer lugar en un Parlamento regional, en Turingia, y en un ajustado segundo lugar en Sajonia, ambos ubicados en la ex República Democrática Alemana, donde el rechazo a los partidos tradicionales ha sido persistente en estos años.

En Turingia AfD obtuvo 32,8% de los votos y en Sajonia 30,6%, apenas detrás de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU), que consiguió 31,9%. Para los tres partidos que forman parte del gobierno en el nivel federal, el resultado del domingo fue una clara derrota. El SPD sólo obtuvo 6,1% en Turingia, mientras que en Sajonia conquistó 7,3%. Los Verdes llegaron a 5,1% en Sajonia, pero en Turingia, con 3,2%, quedaron fuera del Parlamento. Los liberales no consiguieron superar el umbral de 5% para tener representación en los parlamentos regionales.

Los resultados de estas dos elecciones estaduales reflejan ciertamente el descontento con la “coalición semáforo” que funciona en el nivel nacional. De hecho, 82% de los votantes de Turingia y 81% de los votantes de Sajonia indicaron en una encuesta que estaban descontentos con el gobierno federal.

En estos resultados influyeron, también, algunos acontecimientos recientes. Una semana antes de las elecciones, un refugiado cometió un atentado con un arma blanca en la ciudad de Solingen, en el estado occidental de Renania del Norte-Westfalia, que dejó tres muertos. Aunque el gobierno de Olaf Scholz trató de reaccionar de manera rápida y con medidas contundentes, no pudo aventar la impresión de que las políticas migratorias fracasaron y de que las medidas adoptadas de un tiempo a esta parte no han servido para proteger a la ciudadanía. En un contexto como este, los discursos de “mano dura” ganaron terreno, y las cuestiones de seguridad e inmigración volvieron a ocupar el centro de la escena.

Coalición sin consenso

Para entender si el resultado en favor de los ultras es un anticipo del posible futuro político alemán, hay que analizar el contexto. Después de las elecciones europeas de junio de 2024, ya era evidente una diferencia muy marcada entre los estados del este y del oeste del país. En el este, AfD fue el partido más votado con 28% de los votos, lo que pone de relieve la división política entre los estados que, durante la Guerra Fría, formaban parte de la República Democrática Alemana y los que integraban la República Federal de Alemania.

Pero hay otros elementos en juego. Sin mayorías claras, el sistema político alemán ha requerido de coaliciones para formar gobierno, y de hecho esta “cultura coalicional” es más fuerte que en países vecinos.

Desde diciembre de 2021 gobierna en el nivel federal una coalición de tres partidos liderada por el socialdemócrata Olaf Scholz. La coalición recibe el nombre de “semáforo” por los colores de los partidos que la integran, que en las elecciones federales de 2021 sumaron 52% de los votos: 25,7% el Partido Socialdemócrata (SPD por sus siglas en alemán), 14,8% Los Verdes y 11,5% los liberales del Partido Democrático Libre (FDP).

En la actualidad, la coalición gobernante está perdiendo popularidad. Y las razones para ello son múltiples. Entre ellas, se destaca la ausencia de un consenso sobre una agenda política común entre partidos ideológicamente muy diferentes. La coalición está atravesada por diferencias internas que obstaculizan cualquier decisión, y esto llega en los últimos tiempos a expresarse en los debates sobre el presupuesto del gobierno federal.

Según las encuestas, la aprobación de los tres partidos en el nivel federal cayó a 31% (SPD 15%, Los Verdes 11% y Liberales 5%) a fines de agosto de 2024. El copresidente de Los Verdes, Omid Nouripour, declaró incluso que el gobierno actual es “de transición”, después de 16 años de la canciller Angela Merkel. Su comentario refleja la sensación de una coalición de gobierno sin futuro, que tiene sólo el objetivo de transitar entre una época y otra. Pero si se tratase de una transición, cabría preguntarse: ¿una transición hacia dónde? Si las elecciones en Sajonia y Turingia del domingo fueran una tendencia para el futuro de Alemania, podríamos concluir que la tendencia es extremadamente preocupante y alarmante.

Nuevos partidos

AfD es un partido populista y conservador de extrema derecha. En las campañas actuales en Turingia y Sajonia hizo eje en un discurso antiinmigración.

Se formó en 2013 con una fuerte crítica neoliberal hacia la política fiscal del gobierno alemán que, en el marco de la crisis financiera que golpeaba fuertemente a Grecia, había tomado la decisión de “salvar” la moneda común.

En sus comienzos, AfD se posicionó contra la intervención estatal y contra el desarrollo de un mecanismo de créditos para Grecia, entonces altamente endeudada. Poco después, cuando Alemania recibió alrededor de 1,64 millones de migrantes entre 2015 y 2016, AfD cambió su enfoque y se radicalizó con un discurso nacionalista y xenófobo.

Durante esa época, la canciller Merkel respondió al reto del recibimiento y la inclusión planteado por la ola de migración, con palabras destinadas a sembrar confianza: “Wir schaffen das” (“Podemos hacerlo”). Pero esta actitud encontró rechazos en diversas partes del país y se convirtió en tierra fértil para los eslóganes racistas e islamófobos de movimientos como Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), que operaban principalmente en el este del país.

Desde 2017, AfD tiene representación en el Parlamento federal. En las últimas elecciones federales, que se celebraron en 2021, obtuvo 10,4% de los votos. Aunque el partido tiene presencia en todos los Länder de Alemania, su popularidad es mucho más alta en los estados federados que fueron parte de la ex República Democrática Alemana. Ya en las elecciones federales de 2021 fue el partido más votado en Sajonia y Turingia.

Por sus tendencias antidemocráticas y su discurso etnonacionalista, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, una agencia del servicio de inteligencia, tiene bajo observación a las distintas agrupaciones y entidades del partido. Una de las conclusiones ha sido que la rama juvenil del partido, llamada Junge Alternative (Alternativa Joven), es extremista y está decididamente en contra del orden democrático liberal.

En las elecciones europeas de junio, se dio a conocer un dato alarmante: 82% de los votantes de AfD dijeron en un estudio de opinión que no les importaba si el partido es considerado de extrema derecha, y afirmaron que coinciden con sus posiciones y su agenda. Björn Höcke, uno de los ideólogos más influyentes de AfD y diputado en Turingia, ha sido condenado por usar lemas nazis en sus discursos públicos.

Hace tiempo que AfD aparecía como el partido con mayor proyección electoral tanto en Turingia como en Sajonia. Pero en enero de este año un nuevo actor ingresó al escenario: la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), una escisión del partido La Izquierda (Die Linke). El nombre de la organización es el mismo que el de su fundadora, una figura icónica y muy carismática de la política alemana desde la década de 1990.

Pese a provenir del campo de la izquierda, Wagenknecht también atrae votos del espectro de AfD. BSW es un partido populista con posiciones de izquierda en cuestiones sociales y económicas (redistribución, impuestos, ayudas sociales), y de derecha en temáticas como la migración y el cambio climático. En relación con la guerra en Ucrania, sostiene una perspectiva contraria al apoyo con armamento al país invadido, con el argumento de que, de ese modo, Rusia podría ver a Alemania como parte integrante del conflicto bélico. Además, sostiene un discurso crítico hacia las “perspectivas de género”, al tiempo que hace uso de una retórica antielitista.

El partido debutó en las últimas elecciones europeas y consiguió 6,2% de los votos, un resultado extraordinario teniendo en cuenta que había sido creado sólo cinco meses antes de la celebración de esos comicios. Los resultados electorales en Turingia y Sajonia demuestran el instinto político de la fundadora. Logró posicionar al partido en tercer lugar, con 11,8% en Sajonia y 15,8% en Turingia, y dejar en un lugar secundario a La Izquierda, que viene atravesando una severa crisis y un marcado declive electoral.

¿Por qué vota diferente el este alemán?

En el lenguaje coloquial, los cinco estados federales que formaban la Alemania socialista (Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Brandemburgo, Sajonia-Anhalt, Turingia y Sajonia) se denominan “el Este”. La reunificación de Alemania fue en realidad una incorporación de estos cinco estados a la República Federal de Alemania, es decir, la Alemania occidental, aceptando las normativas e instituciones que se presentaron en su momento. Hay que recordar que, por las circunstancias y las decisiones políticas de los aliados de la Segunda Guerra Mundial, la reunificación no se produjo a través de un proceso constituyente.

Steffen Mau, autor del ensayo Ungleich geeint: Warum der Osten anders bleibt [Unidos desigualmente: por qué el Este sigue siendo diferente], explica la importancia de las muy diferentes culturas políticas, en particular durante la transición democrática. Después de experiencias de “empoderamiento”, de las manifestaciones pacíficas contra el régimen del Partido Socialista Unificado de Alemania y la caída del Muro de Berlín en 1989, se produjo un “desempoderamiento” ciudadano como consecuencia del rápido proceso de unificación.

La decisión de incorporar los estados del este en las estructuras existentes de la República Federal implicó retrocesos para los experimentos democráticos de base y para las nuevas formas de participación política. Mau destaca que existía temor, en el oeste, a las estructuras autónomas que se habían construido en el este, en medio de la crisis terminal de la República Democrática Alemana.

Hay que recordar que la incorporación del este incluyó la privatización masiva de empresas estatales, un fuerte aumento del desempleo y la sensación de los alemanes orientales de ser ciudadanos de segunda en la nueva Alemania unificada. Una vez acordada la unificación, esta se desarrolló según los términos de la República Federal y no como parte de un compromiso más amplio que tomara en cuenta las experiencias y opiniones de los alemanes del este. La participación de los alemanes orientales en el nuevo diseño se consideró incluso indeseable, lo que bloqueó el potencial democratizador que emergía en el este.

Por ello, Mau interpreta la transición de la revolución pacífica a la unidad alemana como una “democratización interrumpida”. Sin duda, es un elemento que puede servir para explicar por qué el escenario político es tan diferente en el este del país. Aunque ya pasaron 34 años –bastante tiempo también en comparación con la corta vida de la República Democrática Alemana, 41 años (1949-1990)–, persisten diferencias en la cultura política y en la situación social y económica entre el este y el oeste. Un menor arraigo de los partidos tradicionales y un mayor rechazo a las élites hicieron posible que 45% de los votantes en Turingia y 40% de los votantes en Sajonia eligieran partidos que hace una década no existían –aun cuando sus líderes ya eran conocidos, como es el caso de Wagenknecht– y que tienen fuertes rasgos populistas.

A esto hay que añadir que la historia política reciente de los dos estados está marcada por diferentes personajes. Desde 2020, en Turingia gobierna Bodo Ramelow, el único primer ministro estatal de La Izquierda. Lo hace en una coalición con el SPD y Los Verdes, y no cuenta con la mayoría de los votos en el Parlamento regional.

Su gobierno surgió después de un escándalo que podría repetirse: la fallida formación de un gobierno de la CDU con los liberales del FDP, con el apoyo de AfD (el partido quedó entonces en segundo lugar, con 23,4% de los votos). La formación de este tipo de gobierno generaba tanto rechazo en su momento –también en el nivel federal– que el primer ministro estadual, el liberal Thomas Kemmerich, tuvo que retirarse después de 24 horas en el poder. Hasta el momento, AfD no forma parte de ninguna coalición de gobierno estadual.

En el caso de Sajonia, el domingo el agitado triunfo fue para el primer ministro estadual, Michael Kretschmer (demócrata cristiano), quien actualmente gobierna con una coalición integrada por la CDU, el SPD y Los Verdes –dejando afuera también a AfD, que logró 27,5% en su momento–. Existe un consenso llamado “cordón sanitario” de los partidos democráticos de excluir a AfD de cualquier coalición de gobierno en todos los estados.

En las próximas semanas, el debate se centrará en la aritmética de la formación de las coaliciones, con el desafío de respetar el consenso del “cordón sanitario”. El reto estará en encontrar agendas comunes entre partidos democráticos –conservadores y de izquierda– con proyectos muy diferentes, e incluso opuestos, y tratar de encontrar una forma de mantener la gobernabilidad. En Turingia parece posible una coalición de la CDU, los liberales y la BSW, con el apoyo implícito de La Izquierda.

Aunque el resultado del domingo señala una tendencia hacia la derecha, un ascenso de la BSW y una derrota para los partidos tradicionales de la “coalición semáforo”, hay que tener en cuenta que las elecciones en Turingia y Sajonia no son representativas del conjunto de Alemania. En relación con el resto del país, los dos estados suman sólo 7,3% de la población total.

Sin embargo, ignorar los resultados podría acelerar todavía más la creciente ola populista que se manifiesta en contra de los partidos tradicionales. Si se excluye a AfD de cualquier coalición de gobierno, los ciudadanos del este podrían tener la impresión de que en la democracia su voz y su voto no cuentan. Pero incluir a fuerzas antidemocráticas también entrañaría riesgos.

Este dilema no sólo afecta la política local, sino que tiene consecuencias para la democracia alemana en su conjunto. Lo que suceda en los próximos meses mostrará si es posible resolverlo o no.

Ingrid Ross es directora de la revista Nueva Sociedad. Ha sido representante de la Fundación Friedrich Ebert en América Central y en Jerusalén Este. Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad.

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