Luego de la apertura democrática, con las paredes de soporte y el grafiti como instrumento, las pintadas urbanas en Montevideo se multiplicaron. Al promediar los años 80, en esa expansión comunicacional, alguien garabateó en una parada de ómnibus de Pocitos: “Viva las empleadas domésticas del 405”.
Obviando que el mensaje no fue escrito por las aludidas, el anónimo grafiti ilustraba con mucho tino, ya en aquel entonces, signos de fragmentación en la ciudad. Este hecho quedaba evidenciado con una línea de transporte y retratado a la vista de cualquiera en el barrio Pocitos (donde, como todos sabemos, trabajan muchas empleadas domésticas que llegan y se marchan de allí justamente en el 405).
30 años después, no mucho ha cambiado. Se podría arriesgar sin temor que la brecha se ha profundizado, y la referencia en torno “al 405”, ya no sólo vinculada a las empleadas domésticas (véase cuando juega Peñarol o cuando hace de acceso a la playa), no ha dejado de existir. Esto constata una perpetuación de las diferencias.
Sin embargo, con el paso del tiempo y cada vez más, los circuitos por los que transitan las personas dentro de la ciudad se van acotando (por varios factores que no vienen al caso); esto pone en tela de juicio hasta qué punto los montevideanos son conscientes de esa mayor polarización.
Para agitar el avispero y para romper con este esquema proponemos desde este lugar una simple actividad que ayude a “desrutinizar” por un momento esos espacios por donde se movilizan cotidianamente los montevideanos, en aras de tomar una mejor dimensión, y con sus propios ojos, de la fragmentación territorial y socioeconómica en la que está inmersa la ciudad.
Justamente la línea 405 (servicio perteneciente a la cooperativa de transporte COETC), a la que hacía referencia el grafiti, es una de las pocas líneas cuyo recorrido logra abarcar prácticamente todo el espectro de barrios de la ciudad, y por eso es la más representativa para hacer un “tour de las desigualdades” en Montevideo. La línea recorre barrios tan disímiles como Punta Carretas, la Unión o Casavalle y transita por tres arterias parteaguas de la ciudad: Avenida Italia, 8 de Octubre y Aparicio Saravia.
En la primera parte del recorrido se introduce por el Montevideo “de muy buen pasar” rodeando grandes parques y clubes deportivos hasta surcar el laberinto edilicio que propone la calle Juan Benito Blanco, que permite, de tanto en tanto, contemplar el río-mar. Rápidamente sube hasta la panacea de la integración y el consumo del Montevideo Shopping, bajo la sombra del World Trade Center, hasta desembocar cuadras más adelante en Avenida Italia, que nos alberga por unos minutos hasta que el ómnibus toma la calle Comercio. Esta última da paso al Montevideo de “clase media-media baja-vulnerable”, en ese orden, comenzando por Camino Maldonado, en lo que es la continuación de 8 de Octubre. Ya cuando perfila hacia la avenida Aparicio Saravia al salir de Camino Maldonado, no sin antes transitar las calles Libia y Rafael, podemos comenzar a hablar del Montevideo más cercano a lo “pobre y excluido”, entre caballos y chapas como paisaje.
Por ello, y sin ánimo de herir susceptibilidades, considero un buen ejercicio práctico para cualquier ciudadano acercarse hasta la terminal de Parqué Rodó y tomar asiento con destino Peñarol y, en un ratito nomás, toparse con una realidad de contrastes bastante invisibilizada para muchos. Hacerse un rato y subirse a este bólido rojo es una buena manera de poner en consideración que los asuntos de la ciudad no se reducen al debate sobre el tránsito, el precio del boleto o la basura, sino que abarcan otros de igual o mayor trascendencia y que suelen quedar en segundo plano, como la persistente desigualdad que contiene Montevideo.
Y si no, vayan y vean. El 405 los espera.
Enzo Feglia es estudiante avanzado de Desarrollo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.