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Foto: Ramiro Alonso

El futuro de la izquierda

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El primer centenario uruguayo permanece aún en el imaginario nacional como un momento pujante de un país modelo. Tenemos que pensar, diseñar, anticipar el Uruguay del segundo centenario. Las preguntas son tres: ¿en qué medida ha cambiado en las últimas décadas el vínculo de la izquierda con el futuro y con los horizontes utópicos?; ¿cuáles serían en este momento las utopías de la izquierda, cuáles sus modelos de sociedad deseados?; ¿la socialdemocracia es lo máximo a lo que podría aspirarse, en qué medida puede sostenerse el socialismo/comunismo como horizonte y con qué contenidos y orientaciones?

1. Es un lugar común constatar que el vínculo de la izquierda con el futuro y con los horizontes utópicos se ha desdibujado en las últimas décadas. La izquierda se constituye asumiendo la herencia de la modernidad y de la ilustración. La crítica a la realidad existente, la razón como herramienta para la elaboración de un saber orientador y emancipatorio, prerrequisito y anticipo de la propia emancipación individual y colectiva. Un proyecto de sociedad acorde con ese ideal emancipatorio, la utopía en la que se daría el despliegue de todas las potencialidades humanas y la idea del progreso ínsita en la marcha de la historia hacia ese ideal. Para hacer posible todo eso, la izquierda jerarquizará el valor de la igualdad: la libertad será posible si todos pueden acceder a una igual libertad.

El socialismo sumará la crítica al capitalismo y la superación de la propiedad privada de los medios de producción, y el marxismo querrá fundamentar en la ciencia el inevitable colapso del capitalismo y el acceso a una nueva sociedad.

La salida del capitalismo a la crisis de 1973 pasa por la tercera revolución industrial y, en el plano de las superestructuras, por el pensamiento posmoderno, que pone en tela de juicio todo lo anterior, especialmente a las cosmovisiones omniabarcativas y a la inevitabilidad del progreso en la historia.

A esto se suma que por medio de un proceso complejo implosionaron las sociedades del llamado socialismo real. En rigor, no habían llegado al socialismo, sino que, como fruto de sus contradicciones, estaban trabadas en la transición del capitalismo al socialismo. La principal de ellas oponía el dominio de la burocracia reinante con las amplias masas de trabajadores. Esto frenaba el desarrollo de las fuerzas productivas, dificultaba el acceso a la tercera revolución industrial, ahogaba a la democracia y, en definitiva, llevó al colapso del modelo.

La caída del socialismo real es el fracaso de una vía autoritaria de construcción del socialismo y deja la lección de que sin democracia no hay socialismo.

Fracasa también un modelo que se propone la desaparición del mercado y la concentración de la propiedad en el Estado. Y fracasa también el marxismo-leninismo en tanto construcción ideológica que justificaba el dominio y las políticas de la burocracia.

A mi juicio, el colapso de estas sociedades, cuya realidad era invocada como la prueba de la validez científica de estas concepciones, no significa el fracaso del marxismo ni del ideal socialista. Pero era el paradigma ideológico más extendido en la izquierda mundial, lleno de certezas, coherente, compacto, omniabarcativo, con supuestas respuestas para todas las cuestiones, que idealizaba lo propio, ponía todo lo malo afuera, promovía en forma inconsciente la autocensura.

Su caída dejó un gran vacío en el lugar de la utopía y del proyecto, y esto se agravó por varias razones.

Hubo que enfrentar inmediatamente la ofensiva ideológica del neoliberalismo, y eso hizo pasar a segundo plano la crítica a fondo del socialismo real, asumir plenamente su fracaso y las causas de este; todo esto imprescindible para seguir construyendo y avanzando.

Por otra parte, el socialismo democrático tampoco pudo elaborar una alternativa al mundo de la globalización neoliberal. Ante este debilitamiento –también presente en nuestra izquierda y una de las causas de su menor capacidad de entusiasmar y convocar– debemos reconstruir el proyecto y la utopía.

Sin el proyecto –con la mera referencia a la gestión– se pierden los sentidos del accionar propuestas que tengan la suficiente fuerza convocante para ser colocadas en el lugar del ideal de todos los integrantes colectivos que así se identifican entre sí y con el proyecto colectivo.

2. La utopía es la democracia, la radicalización de la democracia, que se afirma en lo político y se expande gradualmente a lo económico-social de tal manera que las cuestiones que hacen a la vida cotidiana de las personas no queden libradas al azar o al caos del mercado, sino que sean fruto de las opciones asumidas conscientemente por la voluntad democrática. Esto supone un largo tránsito que nunca concluye y descarta llegar a una sociedad o a un ser humano transparente, sin contradicciones y conflictos. Es una utopía ambiciosa, a la vez que abierta y en tanto proceso, supone utopías más realistas, más cercanas a nuestro presente, que son a su vez mojones en ese trayecto siempre abierto e inconcluso. Así, la utopía se encarna en lo que Immanuel Wallerstein llamaba utopística: partiendo de la realidad, avanzar experimentando caminos y diseños posibles:

  • La profundización y extensión de la democracia, la articulación de la democracia representativa y participativa, de la descentralización y desarrollo de los poderes locales.
  • La programación democrática, en un régimen de economía mixta, de fuerte peso orientador del Estado y progresiva difusión de las empresas autogestionadas.
  • El desarrollo tecnológico y de las fuerzas productivas, respetuoso del medioambiente, del empleo y de las opciones ético-políticas de los ciudadanos.
  • La reducción progresiva de las desigualdades, en la dirección de la renta básica universal y las propuestas de Anthony Atkinson y Rutger Bregman.
  • La educación y formación permanente para las nuevas ocupaciones y tecnologías. La difusión de un nuevo consenso cultural acerca de las bases de la vida social. La igualdad de género, el respeto a la diversidad y la superación del modelo patriarcal.

Todo esto es en su horizonte incompatible con el capitalismo. Se trata de superarlo no desde un solo centro autoritario y concentrador de todos los poderes, sino horadándolo desde arriba y desde abajo, en una suerte de reformismo revolucionario, que prioriza a la política sobre la economía, la democracia sobre el mercado y la ley sobre el contrato.

Si pensamos en la esfera internacional, el equivalente de todo lo anterior es la progresiva construcción de la gobernanza mundial democrática, superando la crisis mundial civilizatoria por una globalización con reglas democráticas, en la línea de las teorizaciones de Robert Cox y David Held. Y si pensamos en el Uruguay del segundo centenario y en la perspectiva de los próximos gobiernos de la izquierda, es la propuesta al país de un nuevo pacto que pasa por una nueva constitución, un proyecto de nuevo desarrollo que apunte a áreas específicas de nuestra economía potenciando valor agregado, tecnología y empleo calificado, y que se articule con una profunda reforma educativa, una nueva matriz universal de protección social para todos los habitantes, con independencia de su ingreso u ocupación, la erradicación de la pobreza y el combate a las desigualdades.

Una profunda y robustecida democracia, que apele a una ciudadanía ampliada, que recoja la voz de los sindicatos y de todos los sectores y movimientos sociales, pero que a su vez en su síntesis republicana trascienda las visiones corporativas y sectoriales. Todo esto va a implicar el debate, la lucha, el conflicto entre diferentes visiones e intereses presentes en la sociedad.

Sigo pensando que el proceso de gestación de una nueva constitución por intermedio de la Asamblea Constituyente, al comenzar la próxima década, puede ser el ámbito institucional, político y simbólico para forjar ese nuevo contrato hacia el bicentenario.

3. El término “socialdemocracia” tiene cierta ambigüedad. Puede referirse a la asociación de democracia y socialismo, o a una serie de partidos, sobre todo europeos, y a sus trayectorias concretas o a una concepción que apuesta a reformas sin plantearse la superación del capitalismo. En lo personal, pienso que socialismo y democracia son inseparables y entiendo imprescindible la superación del capitalismo por razones éticas y valorativas y por ser incompatible con la vida misma de la humanidad. Y en lo que respecta a los partidos y sus experiencias, me siento muy crítico con muchos de ellos, al mismo tiempo que reconozco que la experiencia concreta de los países escandinavos ha sido la más aproximada conjunción de libertad e igualdad de la historia.

Prefiero definirme simplemente como socialista, pero si hay que precisar o caracterizar más mi posición me autodenomino socialista democrático y no socialdemócrata, constatando al mismo tiempo que la izquierda uruguaya, cuya labor de gobierno ha estado cerca de la socialdemocracia, al mismo tiempo ha sido discursivamente más crítica con ella que con las fallas y fracasos del socialismo real.

Si por comunismo se entiende la experiencia soviética, no se trata de que la socialdemocracia sea un escalón inferior y aquel una meta posterior y más ambiciosa.

No podemos hacer aquí un balance ponderado, con sus luces y sombras, de todas estas experiencias. Lo cierto es que al socialismo no se ha llegado ni por la vía autoritaria ni por la vía democrática, y entonces es válida la pregunta de si el socialismo es posible.

No sabemos la respuesta. Al mismo tiempo, los conflictos y contradicciones del mundo contemporáneo, la crisis civilizatoria actual, hacen imprescindibles soluciones colectivas, racionales, solidarias y democráticas, es decir, lo que llamamos socialismo.

Más que preguntarnos si es posible, se trata de hacerlo posible. Para hacerlo posible, no se trata de repetir sino de aprender de la vida y de la historia. Y para eso lo primero es volver a nombrarlo.

Como decía Walter Benjamin, sólo hay realización del deseo si hay una representación figurativa de este.

Manuel Laguarda integra el Comité Ejecutivo del Partido Socialista. Este artículo forma parte del libro del autor Ensayos socialistas (octubre de 2018).

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