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Fuegos de oktubre

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Chile arde y la Ceci Morel aconseja a su amiga que se prepare, que racione alimentos y que piense en que van a tener que compartir alguito, algunos privilegios aunque sea, porque estos alienígenas que están invadiéndolo todo llegan muertos de hambre. La cosa se va a poner fea, dice, y no aclara fea para quién. Lo que sabemos hasta el momento es que está fea para las madres, los hijos y los amigos de los asesinados, cuyo número todavía es incierto pero algunos ya están identificados, como José Miguel Uribe, de 25 años, asesinado por arma de fuego disparada por militares, o Kevin Gómez Morgado, de 24 años, misma causa, mismo perpetrador, o Alex Andrés Núñez, de 39 años, asesinado por múltiples heridas de perdigones disparados por carabineros, o Valeska Carmona López, de 33 años, asesinada por arma de fuego empuñada por un militar, o Romario Veloz Cortés, de 26 años, también muerto por arma de fuego a manos de un militar, o Manuel Alejandro Rebolledo, de 23 años, asesinado mediante atropello también por militares. La lista está lejos de ser exhaustiva, lamentablemente. Hay más muertos, hay cientos de heridos, muchos de ellos gravísimos, con lesiones que dejarán secuelas permanentes. Pero hay también imágenes de las fuerzas del orden prendiendo fuego contenedores, sacudiendo y volteando semáforos, saqueando comercios, vandalizando y destrozando todo a su paso para dar luego la idea de que, en efecto, están en guerra. Pero claro que no están en guerra, porque lo que hay del otro lado es el pueblo protestando, que es lo mismo que decir ejerciendo un derecho. No están en guerra de verdad, pero –y este es el detalle siniestro– están en guerra en verdad, porque el milico (no quiero ofender a nadie; uso una expresión que todos entendemos y que agrupa a las fuerzas represivas en general, sin distinguir mandos ni instituciones), el milico que sale a un operativo sale siempre a la guerra. No hay otra forma, para él, de entender la acción. Actúa combatiendo en tiempos de guerra o colaborando en momentos de catástrofe, y no pocas veces la catástrofe fue provocada por él mismo. Como sea, actúa obedeciendo a un mando que concibe el territorio siempre ya como escenario de combate. Los que visitamos cuarteles alguna vez teníamos un dicho para la ajetreada vida del soldado acuartelado: lo que se mueve se saluda y lo que no, se pinta de blanco. Muros, columnas de luz y hasta troncos de árboles lucen, en los cuarteles, pintura blanca hasta una altura de más o menos metro y medio. Pero a veces el milico sale del cuartel. A veces, su tranquila vida de fajina y mate se ve alterada por algún disturbio que lo saca a la calle. Y claro, con el mismo empeño con que arrancó malezas y fregó suelos, con que pintó árboles y emparejó el pedregullo de los caminitos, procede a poner orden afuera, en el mundo de los civiles, esos indefensos diminutos que dos por tres se sublevan y parecen la marabunta avanzando sobre los privilegios de unos pocos.

La demagogia punitiva no es muy distinta de las otras demagogias: promete soluciones mágicas en las que terminan creyendo los que están más lejos de la política, los que por falta de tiempo o de educación no pueden hilar fino entre la maraña de bravuconadas con las que algunos líderes quieren mostrarse en posición de autoridad

Todos los estados tienen una gran norma jurídica que los define, establece sus límites, fija su sistema de gobierno y enuncia, a grandes rasgos, los derechos y deberes fundamentales de los que viven bajo su regencia. Para los detalles están los códigos: las leyes que ordenan la vida cotidiana en sus aspectos más diversos, desde la familia hasta el comercio, las conductas punibles, las relaciones laborales y un sinfín de aspectos de la convivencia que no tendría sentido incluir en la Constitución, porque pueden y deben ser revisados cada vez que sea necesario. La Constitución uruguaya, por ejemplo, establece: “El hogar es un sagrado inviolable. De noche nadie podrá entrar en él sin consentimiento de su jefe, y de día, sólo de orden expresa de Juez competente, por escrito y en los casos determinados por la ley”. La reforma constitucional impulsada por el senador Jorge Larrañaga aspira a modificar esa condición sagrada del domicilio de las personas, con la excusa de que hay hogares que sirven como expendio de drogas y la prohibición de allanarlos de noche complica la acción policial. Cualquiera que lo piense un minuto puede darse cuenta de que esa modificación no apunta a la seguridad de la población, sino al disciplinamiento de los pobres, porque los ricos que venden droga no necesitan moverla en su casa. E incluso si un hogar fuera una boca, es dudoso que lo que ocurre bajo su techo pueda afectar la seguridad de nadie puertas afuera, y si hubiera peligro adentro la Policía ya está facultada para ingresar. Es, por lo tanto, una de las tantas formas en que se manifiesta la demagogia punitiva: la implantación de una medida que no suma protección pero recorta derechos. Y la demagogia punitiva no es muy distinta de las otras demagogias: promete soluciones mágicas en las que terminan creyendo los que están más lejos de la política, los que por falta de tiempo o de educación no pueden hilar fino entre la maraña de bravuconadas con las que algunos líderes quieren mostrarse en posición de autoridad.

Rechazar la reforma de la Constitución, entonces, es rechazar un montón de medidas ineficaces (como esta), innecesarias (como la que propone poner a los militares en funciones policiales cuando ya existe en el país una fuerza policial de elite con todos los chiches para disolver manifestaciones, tirar abajo asentamientos o reducir desacatados de todo pelo y color), inmorales (como la que propone terminar con la reducción de penas, ignorando que la única justificación de la privación de libertad es la reconversión del delincuente en una persona capaz de integrarse cuanto antes a la vida en sociedad) o regresivas (como la que instala la prisión perpetua revisable, una forma de penalización que sustituiría a las penas máximas que establece nuestro Código Penal para los delitos gravísimos: 30 años de penitenciaría más 15 de medidas de seguridad). Pero es, sobre todo, rechazar la tutela de las fuerzas de seguridad legitimada mediante el marco constitucional. Porque hasta ahora hemos visto que hay criminales capaces de cometer crímenes violentos con saña terrible, pero de la única institución de la que podemos decir que cometió todo tipo de delitos, incluyendo algunos, como la desaparición forzada, que todavía se están cometiendo; la única institución que probada y sistemáticamente secuestró, torturó, violó, mutiló y asesinó personas, dañó y sustrajo propiedad privada, robó niños y mintió durante décadas para mantener la impunidad; la única con todos estos galardones es la que componen las Fuerzas Armadas.

El domingo hay que ir a las urnas con dos cosas en mente: la primera, que no podemos poner en manos de esta gente nuestra seguridad ni nuestra paz de espíritu; la segunda, que quien se instale en el gobierno el 1º de marzo de 2020 tendrá ya un montón de herramientas legales e institucionales para inclinar las cosas para un lado o para otro, y tanto sea para acompañar sus decisiones como para rechazarlas es bueno calcular quién queremos que sea.

Y el lunes, el martes y todos los días que vengan después del domingo tendremos que hacer lo que siempre hemos debido hacer: pensar cómo vamos a salir de este sistema de mierda en el que la presión sobre los de abajo se vuelve tan insoportable que sólo se alivia un poco cuando revienta y corre la sangre. Su sangre. Nuestra sangre.

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