No necesitamos un Ministerio del Interior gobernado por oficiales retirados ni políticos disfrazados de policías. Necesitamos audacia en la política, capacidad de imaginar escenarios distintos y voluntad transformadora.
No podemos seguir disimulando que albergamos campos de exterminio. Para ser consecuentes con ello, la cárcel debe dejar de pensarse como una isla, como un problema inevitable al que hay que acostumbrarse.
Sorprendentemente, las ciencias sociales uruguayas no le han prestado suficiente atención a la Policía, y tampoco al Ejército, dos instituciones que comparten un rasgo común: el monopolio de la coacción física legítima.
Asistimos a un cambio de paradigma de seguridad, y por ende a la forma de entender el delito y sus protagonistas. Se trata de un retorno a la seguridad pública, en el que convergen varias tendencias.