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La lucha contra el cambio climático: un movimiento imparable

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En la víspera de la Cumbre sobre la Acción Climática de las Naciones Unidas, celebrada en setiembre, millones de jóvenes se movilizaron y transmitieron el siguiente mensaje a los dirigentes del mundo: “Nos están fallando”.

Tienen razón.

Las emisiones globales van en aumento, al igual que las temperaturas. Las consecuencias, ya de por sí funestas, que eso conlleva para los océanos, los bosques, las condiciones meteorológicas, la biodiversidad, la producción de alimentos, el agua, los puestos de trabajo y en última instancia, la vida misma, irán empeorando.

La ciencia no engaña, pero en muchos lugares la gente no necesita mapas o gráficos para entender lo que está pasando; les basta con asomarse a la ventana.

El caos climático se vive en tiempo real en California y en el Caribe, en África y en el Ártico, y en muchos lugares más. Los que menos han contribuido al problema son los que se más están sufriendo.

Lo he visto con mis propios ojos en Mozambique, devastado por un ciclón; en las Bahamas, arrasadas por un huracán; y en el Pacífico Sur, donde el nivel del mar sigue subiendo.

Convoqué la Cumbre sobre la Acción Climática para que fuera el punto de partida del camino que debemos recorrer si queremos cumplir los plazos cruciales de 2020 que se fijaron en el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Muchos dirigentes de diferentes países y sectores acudieron al encuentro.

Gobiernos y jóvenes, empresas, ciudades, inversionistas y miembros de la sociedad civil se unieron para adoptar las medidas que el mundo tanto necesita a fin de evitar una catástrofe climática.

Más de 70 países se comprometieron a alcanzar un volumen neto de emisiones de carbono igual a cero, a más tardar, en 2050, aunque los principales emisores no lo hayan hecho todavía. Más de 100 ciudades, entre ellas varias de las más grandes del planeta, siguieron su ejemplo.

Al menos 70 países anunciaron su intención de impulsar la aplicación de los planes nacionales derivados del Acuerdo de París, a más tardar, en 2020.

Unidos, los pequeños estados insulares se comprometieron a alcanzar la neutralidad en carbono y utilizar sólo energías renovables, a más tardar, en 2030.

Distintos países, de Pakistán a Guatemala, pasando por Colombia, Nigeria, Nueva Zelanda y Barbados, prometieron plantar más de 11.000 millones de árboles.

Más de 100 dirigentes del sector privado se comprometieron a acelerar su transición a una economía verde.

Algunos de los mayores propietarios de activos del mundo, responsables de gestionar fondos de un valor de más de dos billones de dólares, se comprometieron a transformar sus carteras y hacer inversiones neutras en carbono, a más tardar, en 2050.

Todo esto se suma al llamado hecho recientemente por un grupo de gestores de activos que representan casi la mitad del capital invertido del mundo (unos 34 billones de dólares) para que se ponga un precio significativo al carbono y se eliminen gradualmente los subsidios a los combustibles fósiles y la energía térmica a base de carbón.

El Club Internacional de Instituciones Financieras para el Desarrollo se comprometió a movilizar un billón de dólares para financiar el uso de las energías limpias, a más tardar, en 2025, en 20 de los países menos desarrollados.

Un tercio del sector bancario mundial se comprometió a armonizar sus prácticas con los objetivos del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

En la cumbre también se explicó cómo las ciudades y algunos sectores, como el del transporte, pueden reducir las emisiones de forma considerable. También se destacaron distintas iniciativas para proteger los bosques y salvaguardar los recursos hídricos.

Todas estas medidas son importantes pero no suficientes.

Desde un principio, la cumbre se concibió como un medio para abrirle los ojos al mundo y acelerar la toma de medidas a mayor escala. El encuentro sirvió para presentar una dura realidad y señalar a quienes están tomado medidas y a los que no lo están haciendo. Los negacionistas o los grandes emisores no tienen dónde esconderse.

Seguiré alentando a todos a hacer mucho más en sus países y promoviendo las soluciones económicas verdes alrededor del mundo.

Necesitamos tomar medidas a una escala verdaderamente planetaria. No es algo que podamos conseguir de la noche a la mañana o sin la plena participación de quienes más contribuyen a esta crisis.

Si queremos alejarnos del precipicio climático, hará falta hacer bastante más para responder al llamado de la ciencia y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en 45%, a más tardar, en 2030; conseguir la neutralidad en carbono, a más tardar, en 2050; y limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados hacia finales de siglo. Así es como podremos garantizar el futuro del planeta.

Parece que a demasiados países les cuesta romper su dependencia al carbón, pese a que ya existen alternativas más baratas y limpias. Debemos avanzar mucho más en la fijación del precio del carbono asegurando que no se abran más plantas de carbón después de 2020 y dejando de desperdiciar el dinero que los contribuyentes ganan con el sudor de su frente y que suma billones de dólares en la moribunda industria de los combustibles fósiles, que no hace más que aumentar los huracanes, propagar las enfermedades tropicales e intensificar los conflictos.

Al mismo tiempo, los países desarrollados deben cumplir su compromiso de aportar 100.000 millones de dólares al año procedentes de fuentes públicas y privadas, a más tardar en 2020, para fines de mitigación y adaptación en los países en desarrollo.

Me aseguraré de que los países, el sector privado y las autoridades locales respondan a los compromisos que han adquirido y lo haré a partir de diciembre durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima que tendrá lugar en Santiago de Chile. Las Naciones Unidas apoyan unánimemente el cumplimiento de tales iniciativas.

El cambio climático será lo que defina nuestra época.

La ciencia nos dice que, de seguir por este camino, el sobrecalentamiento global habrá aumentado como mínimo 3º C a finales de siglo. Yo ya no estaré en este mundo, pero mis nietas sí.

Me niego a ser cómplice de la destrucción del único hogar que tienen.

La juventud, las Naciones Unidas y un número cada vez mayor de dirigentes del mundo empresarial y financiero, el sector público, la sociedad civil y, en suma, muchos de nosotros, nos estamos movilizando y tomando medidas.

Sin embargo, necesitamos que muchas más personas se sumen a nuestra lucha para poder triunfar.

Tenemos un largo camino por recorrer, pero ya hemos dado el primer paso.

António Guterres es el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas.

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