Semanas atrás, la decana de la Facultad de Ciencias, la doctora Mónica Marín, señalaba que un asunto crucial de la facultad es la inserción laboral de los egresados. El problema no es nuevo, y fue uno de los principales desvelos de su predecesor, el virólogo Juan Cristina.
La formación científica en Uruguay posee un alto nivel, que evidencia la facilidad de inserción de sus egresados en el exterior. Desde hace décadas el país invierte en la formación de recursos humanos altamente especializados para bombear el desarrollo científico de Uruguay. Pero con la inserción de los investigadores ocurre lo mismo que con una rambla en la que uno viene circulando a 60 km/h y de pronto el límite de velocidad es de 45: la cosa se tranca. El cuello de botella se produce al final de las diferentes etapas de la formación, porque ni la Universidad de la República ni los demás centros donde se hace investigación científica crecen a tal ritmo como para absorber a los académicos. Eso provoca que mucha gente que se forma en Uruguay deba emigrar para conseguir trabajo y poder pagar sus facturas a fin de mes. No hablemos de un salario digno. Uruguay necesita desesperadamente una solución a este problema. Como país, no podemos darnos el lujo de haber invertido en la formación de científicos de alto nivel para que luego deban radicarse en otro lugar por falta de oportunidades. Sería un muy mal negocio.
Antes de que a alguien se le ocurra restringir la salida, como hizo la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) imponiendo un compromiso de permanencia a los becarios de posgrado, voy a proponer una solución bastante mejor: crear oportunidades.
Utilizando como modelo el Consejo Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia, Bernardo Houssay, el primer premio Nobel argentino, fundó en 1958 el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ambos organismos cumplen varias funciones que en nuestro país cumple la ANII, pero tienen una faceta más, que en Uruguay no existe aún y que se necesita desesperadamente: financiar y gestionar la Carrera de Investigador. Comentaré aquí dos de los pilares fundamentales de ambos sistemas.
Dar prioridad al talento, no a algún área en particular
Houssay argumentaba que todas las áreas de la ciencia y de la técnica estaban atrasadas en el país. Además, sostenía que no se puede forzar a la gente a que le guste un campo dado del saber, ya que sin inclinación ni entusiasmo no hay buen trabajo. La tendencia a forzar la investigación en las llamadas “áreas estratégicas” ha obligado a muchos colegas a diseñar proyectos de calidad muy inferior a la que serían capaces de lograr en sus áreas de interés. Venimos atrasados.
Charles Babbage, el padre de la computación, aunque contó con un apoyo generoso, no pudo producir su máquina aritmética. Su idea era lo suficientemente original, pero los costos de construcción y mantenimiento eran demasiado grandes. Pocos discuten hoy la utilidad de una computadora, y existen gracias a que Babbage pudo dedicarse a su idea. Nadie sabe cuántas ideas iguales o mejores no recibieron financiación y fueron abandonadas. La investigación científica es uno de los caminos al progreso, la libertad y la prosperidad de un país. Habiendo conocimiento, las aplicaciones surgen con la inspiración y la necesidad. Sin conocimiento nuevo, sólo llega el atraso y la dependencia.
Dar subsidios a investigadores, no a institutos ni a universidades
Según Houssay, la responsabilidad por la administración de los fondos, como toda responsabilidad, es personal y no puede diluirse; por otra parte, hay que estimular la calidad, no la mera cantidad. Este punto, a mi modo de ver, fortalece a quienes producen con calidad, independientemente de la etapa de su carrera en que se encuentren, y fomenta la eficiencia del sistema.
En Argentina existe desde 1961 la Carrera de Investigador Científico, que Houssay promovió y que provee a los investigadores de un puesto estable para poder dedicarse a tiempo completo a la investigación. La existencia de una Carrera de Investigador es esencial para el desarrollo de conocimiento original en todas la áreas, pero sobre todo en aquellas más desfavorecidas y menos representadas, que no ofrecen como opción la práctica liberal de la profesión. Es, por supuesto, el caso de las ciencias naturales y exactas. Pero no tengo duda de que áreas que pueden producir conocimiento de indiscutible importancia para el país, al menos a mediano plazo, pueden estar perdiendo personas muy valiosas porque no pueden dedicarse a tiempo completo a la investigación. Pensemos en una investigación en derecho comparado, que nos permita identificar leyes o cláusulas que hacen ventajoso un sistema legal respecto de otros. La consideración de tales aspectos a la hora de legislar puede proporcionarnos ventajas económicas y sociales.
La implementación de la Carrera de Investigador requiere un sistema académico de evaluaciones para el ingreso, permanencia y promoción, como el que ya tiene nuestro Sistema Nacional de Investigadores. La diferencia es que en lugar de proporcionar un incentivo de menos de 8.000 pesos a quienes tienen un doctorado, hacen investigación activa en Uruguay y cumplen con los requisitos de ingreso, debe cubrir un salario y aportes a la seguridad social. A cambio, el desarrollo nacional de la investigación nos reportará beneficios en las áreas imaginables y en muchas que ni siquiera se nos han ocurrido.
El filósofo Mario Bunge postulaba: “Es redundante exhortar a los científicos a que produzcan conocimientos aplicables: no pueden dejar de hacerlo. Es cosa de los técnicos emplear el conocimiento científico con fines prácticos, y los políticos son los responsables de que la ciencia y la tecnología se empleen en beneficio de la humanidad”.
Este año mucha gente inteligente está pensando propuestas de gobierno, de cara a las próximas elecciones. Ojalá todas esas propuestas consideren estas pequeñas ideas.
Daniel Prieto es investigador posdoctoral del Departamento de Biología del Neurodesarrollo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.