En Uruguay hay 543 mujeres privadas de libertad: 37% están procesadas por delitos asociados al comercio de estupefacientes; son 204 mujeres procesadas por esta causa, una de ellas es Carol.
Carol tiene cáncer terminal. Un tumor invade uno de sus senos; tiene metástasis ósea y hepática. El cáncer ya tomó gran parte de su columna. Los dolores son extremos y apenas se alivian con dosis diarias de morfina. Su enfermedad no le permite moverse demasiado sola, no puede caminar mucho y precisa asistencia para realizar ciertas actividades básicas de la vida diaria.
Carol tiene 38 años, es mamá de cinco hijos: su hija tiene 21 años y sus hijos tienen 16, 11, seis y cuatro años. Pronto será abuela; su primera nieta, a la que ansía poder conocer, llegará en unos meses.
Lejos están del imaginario colectivo las mujeres que cometen este tipo de delitos. No encarnan la imagen que muchos imaginan o que muchos pretenden construir. Salvo alguna excepción, las mujeres no lideran las bandas armadas que generan la violencia que provoca el narcotráfico en distintas áreas. Por el contrario, las mujeres son, como tanto se dice, el eslabón más débil de la cadena del tráfico. Se dedican al microtráfico, es decir, venden pequeñas dosis de sustancias al por menor, y en general, lo hacen en sus casas, como forma de supervivencia.
Son jefas de hogar que sostienen a sus familias como pueden. Son mujeres, como Carol, que atraviesan durante años el derrotero de la informalidad, porque la ilegalidad no aparece solamente en forma en delito, es un continuo de trabajo no formal en el caso de muchas mujeres. Carol tuvo muchos trabajos, pero siempre estuvo en la informalidad. Supo trabajar en una fábrica de bandejas de plástico, supo pasar mucho tiempo empaquetando pescado, supo poner el cuerpo para trabajar de lo que se podía, y no de lo que se quería. La precarización laboral determina muchas de estas trayectorias y la imposibilidad de acceder a cualquier tipo de beneficio social.
Carol llegó a la cárcel de mujeres el 8 de abril de este año. Al otro día, desde la unidad se planteó a la Justicia la inconveniencia de su presencia en la cárcel dada su enfermedad.
La conocimos a dos semanas de su llegada, en nuestro primer día en la cárcel de mujeres. Fue la primera en llegar a los talleres de “Nada crece a la sombra”. Entró con la sonrisa que la caracteriza a pesar del dolor, una sonrisa que toma su cara, que tiene más fuerza que el cáncer que tomó gran parte de su cuerpo.
Había cuatro bancos vacíos y se sentó a mi lado. “Soy Carol y mientras pueda, voy a venir a todos los talleres”. A los días nos enteramos de su padecimiento y entendimos que ese “mientras pueda” era profundamente literal.
A un mes de estar en la cárcel, en uno de sus picos de dolor, nos pidió que la acompañáramos a la policlínica. Allí, delante de nosotros, una enfermera le dijo: “A vos acá no te vamos a atender por la publicación que hiciste en Facebook”.
La publicación en cuestión, que poco importa y que ni siquiera fue realizada por ella, plantea un reclamo evidente: una persona con cáncer terminal no puede estar en una cárcel.
Al otro día volví a ver a Carol. No recuerdo haber visto a alguien llorar así; acongojada, contó que la noche anterior la enfermera había ido hasta el piso donde está alojada y entre múltiples provocaciones llegó a decirle que “mejor si dejaba la medicación, así se moría más rápido”. Esta provocación la llevó a renunciar al tratamiento. Tras una denuncia formal, fue trasladada a un hospital para recibir mejores cuidados y la enfermera fue alejada de su lugar de trabajo.
Hace semanas Carol está internada en un hospital. Tiene grilletes que envuelven sus tobillos y la lastiman. “Me lastiman, por eso me los tapan con gasas, pero me lastiman igual. Dada mi condición, tengo dificultades para caminar, para moverme, para todo. Doy pasitos cortitos y tengo miedo de tropezar y caerme, y si me caigo me puedo hacer una fractura por cómo estoy. Me gustaría que me saquen los grilletes”.
En este caso no hay dos lecturas posibles: Carol no debe estar en una cárcel. Así lo plantea el Instituto Nacional de Rehabilitación en los múltiples esfuerzos que ha hecho por cambiar esta realidad. Así lo plantean todos los equipos de salud que la han visto. Su estadía en el hospital es tan sólo un mientras tanto, porque tampoco es conveniente para ella estar institucionalizada ahí.
La respuesta la tiene la Justicia, que debe decidir si Carol puede terminar su reclusión –y su vida– en su casa, bajo un régimen de prisión domiciliaria.
Las reglas de Bangkok, a las que Uruguay adhiere, son propuestas por Naciones Unidas. Tienen el mismo rango que las reglas Mandela; incorporan la perspectiva de género al tratamiento de las mujeres privadas de libertad, ordenan a la Justicia que privilegie la aplicación de medidas alternativas al encarcelamiento. Son exigibles, y este caso configura un claro ejemplo en el que se las debería aplicar.
Juezas y jueces locales ya han aplicado en sus fallos las reglas Mandela; la no aplicación de las reglas de Bangkok son una discriminación inaceptable en lo que respecta a la incorporación de la perspectiva de género en materia carcelaria.
Carol sabe que se va a morir, y el tiempo que le queda quiere pasarlo con sus hijos: “Lo que me están quitando es tiempo de estar con mis hijos. Quiero pasar tiempo con ellos, lo mucho o lo poco que me queda quiero pasarlo con ellos. Tomo mucha medicación y tengo cuidados paliativos. Por la etapa en la que me encuentro, en la que ya no queda mucho por hacer, lo único que quiero es estar con mis hijos”.
Según el análisis de riesgo que se aplica dentro del sistema carcelario, sus posibilidades de reincidencia son escasas o nulas. En ese registro, se consulta a la persona si cree que volverá a cometer un delito. Carol responde que no, y cuando le piden que argumente, con la claridad que la caracteriza en medio de tanto dolor, dice: “Porque me estoy muriendo”.
Es así, Carol se está muriendo y su salud no deja de ser vulnerada. Carol no significa un riesgo para la sociedad. A Carol le están quitando el poco tiempo que le queda para estar con sus hijos.