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Liviandad autoritaria: acto de campaña frente a la Casa de la Cultura en Maldonado

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¿Se imaginan un acto de campaña en la puerta del Teatro Solís o del Auditorio Nacional del SODRE en el que no se haga ni una sola mención a la cultura? Confieso que yo no. Quizás una semana en Brasil, por temas laborales, me generó el impacto de la barbarie que significa un gobierno como el encabezado por Jair Bolsonaro, y tal vez eso me haya hecho valorar los acuerdos, los pactos que sostienen a Uruguay y que se cristalizan en nuestra tantas veces sobreidealizada estabilidad institucional. Claro, el recorte de 30% de los presupuestos de las universidades públicas; el congelamiento de las becas de posgrado; el exhorto a los estudiantes a filmar y denunciar a profesores que tengan ideas “marxistas”; el levantamiento de radares de control de la velocidad en las rutas nacionales en nombre de la libertad; y el descabellado decreto pro armas es demasiado para una semana. Por supuesto que Brasil es mucho más que eso, y por eso la tristeza y la impotencia conviven con la esperanza, que, según dicen, es lo último que se pierde.

Pero esa valorización de Uruguay que había sentido sufrió su primer impacto apenas arribé y comenzaron a llegarme mensajes con fotografías que mostraban el emplazamiento de un gran escenario con potentes luces y extraordinarios equipos de sonido en la puerta de la Casa de la Cultura de Maldonado, esquina cruzada con el Instituto de Formación Docente. No se trataba de un montaje para un concierto en el marco de alguna actividad cultural promovida por el gobierno departamental, se trataba de un acto partidario promovido por quienes conducen actualmente la Intendencia de Maldonado. A una cuadra de ahí se encuentra uno de los muchos locales del Partido Nacional (PN) que promueven la precandidatura a la presidencia del intendente Enrique Antía, que, dicho sea de paso, a diferencia de otros intendentes que aspiran a la candidatura única de su partido, no renunció a su cargo.

Pues bien, la cuadra elegida fue la de la Casa de la Cultura, y el escenario fue colocado exactamente frente a su principal puerta de entrada. Se preguntarán qué es lo relevante de esto, o me dirán que cada uno dispone de su casa –o estancia– como le da en gana y al que no le guste que se embrome, no mire o se vaya. Pueden ser respuestas válidas, pero quiero compartir algunas apreciaciones que tienen que ver con la democracia, en términos simbólicos, en términos concretos, y que no deberíamos descuidar si queremos que nuestro país hoy sea más Uruguay y menos Brasil, no por patriotismo barato, sino por demócratas.

La Casa de la Cultura representa un espacio de encuentro de la comunidad que no admite otra apropiación que la colectiva. De esos valores tenemos que hablar, no de los que impone la doble moral como los expresados, en la misma semana, en el Museo Mazzoni. Allí Sara Winter, una activista y funcionaria de la administración Bolsonaro, dio una charla contra la legalización del aborto en la que sostuvo que la homosexualidad es una patología y atacó no sólo la legislación vigente en su país sino las opiniones disidentes con la complicidad y patoterismo de los organizadores de la actividad. A esto se sumó el desentendimiento de las autoridades del museo –o sea, la Dirección de Cultura de la Intendencia– y el silencio de los medios de comunicación locales. Los movimientos feministas organizados por medio de las redes denunciaron esta situación.

No se trata de la falsa dicotomía entre censura y libertad de opinión, no se trata de que todas las voces son válidas, no se trata de objetividad y subjetividad, menos cuando nos referimos a la gestión de las instituciones públicas. No hay posiciones neutrales cuando se gobierna: por acción u omisión, se está comunicando. Cuando se habilita una actividad en un espacio público y cuando se lleva a cabo un acto en determinado espacio público se están transmitiendo cosas, se está legitimando un discurso, se está tomando postura. Cuando habla Antía, habla el intendente de Maldonado y, como tal, representa a los y las habitantes del departamento y debe gobernar para todos y todas, rindiendo las correspondientes cuentas. Es el intendente porque ganó las elecciones, no es el dueño del departamento, y debemos todos, estemos donde estemos, defender los espacios que reflejan los acuerdos que como sociedad tenemos y que son nuestra mayor defensa contra las tentaciones autoritarias.

Señalar esto, discutirlo y problematizarlo es también parte de la democracia, que no es sólo votar, cambiar de figurines o poner el voto al mejor postor. La democracia es el derecho y el deber de comprometerse con la vida comunitaria, en este caso defendiendo los espacios públicos que deben seguir siendo los lugares de encuentro de todos y todas.

La defensa de la laicidad, reconociéndola como parte de nuestro pacto de convivencia nacional, no implica generar pensamiento único ni censurar legítimas creencias. Sí implica no darles la bienvenida a las “bancadas da bala” ni a las “bancadas evangelistas” que con sus propuestas incitan al odio, como en el caso de la orquestada campaña antitrans. También implica rechazar que iglesias evangélicas –con mucho poder económico transnacional– indiquen apoyos a tal o cual precandidato presidencial. Que el discurso del PN mencione “agenda de derechos con nuevas conquistas”, políticas de género, políticas sociales o “batalla cultural” puede ser parte de la retórica de campaña, pero es pura hipocresía si no se acompaña por acciones en concordancia. Esas palabras representan un pensar, decir y actuar que la mayoría de los uruguayos y las uruguayas hemos respaldado en los últimos 15 años. En este momento electoral sería necio y soberbio decir que el PN no tiene chances de obtener el gobierno nacional, algo que de concretarse no debería implicar retrocesos en una sociedad profundamente democrática.

La hora exige representantes partidarios que tengan seriedad, responsabilidad y respeto de nuestros acuerdos como país, que van más allá de una elección. Ni el PN ni el país merecen esta liviandad de propuesta combinada con una ya incontenible vocación autoritaria.

Federico Sequeira es docente en investigador en políticas culturales en el Centro Universitario de la Región Este.

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