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Ilustración: Ramiro Alonso.

¿Y si no se van qué?

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La campaña electoral transcurre como un tedioso monólogo a muchas voces hasta que alguien suelta un falsete. Luis Lacalle Pou dejó colgada una afirmación que no debería extinguirse sin explicaciones. Casi textualmente, sostuvo que si el Frente Amplio (FA) gana una cuarta elección consecutiva... será una dictadura. Lo dijo bajando la voz, con gesto de confidente ilustrado que se desprende de un secreto agobiante.

Una pifia tan descomunal hace difícil embocar comentarios equivalentes, pero empuja interrogantes. Se puede asumir sin gran esfuerzo intelectual que la posibilidad de alternar partidos gobernantes es sustantiva para las democracias liberales, e incluso un deseable resguardo contra vicios del sistema. Diferente asunto es indexar como un axioma la continuidad de períodos en el gobierno con dictadura. ¿Qué noción de dictadura maneja entonces Lacalle Pou? Si encuentra equivalencia entre un régimen dictatorial y cuatro elecciones consecutivas ganadas por un mismo partido, ¿cómo calificaría la historia política uruguaya del siglo pasado? ¿Fue dictatorial la hegemonía de los colorados que gobernaron en coparticipación con los blancos durante todo el siglo pasado? ¿Qué fueron entonces los golpes de Estado de los años 30 y 70? ¿Vivimos una dictadura en Montevideo, donde el FA ganó seis elecciones sucesivas? ¿Y cómo califica el régimen político en los muchos departamentos gobernados durante décadas por los blancos o en Rivera, siempre colorado? ¿En qué pensaba Lacalle Pou cuando formuló semejante absurdo? ¿Se le escapó fuera de tiempo y contexto una alerta de campaña sobre algún hipotético peligro de venezuelización?

En verdad no interesa tanto indagar qué le pasó al candidato blanco mientras hablaba frente al Comité Central Israelita. Es asunto suyo. Más importante que su confusión es preguntarse y preguntarle sobre qué límites democráticos maneja. Puede sonar exagerado interpelar al legislador que lidera una colectividad política con su tradición democrática, pero parece prudente no eludir preguntas incómodas. Especialmente frente a los giros políticos ocurridos estos últimos años en la región y en el mundo.

Lacalle Pou está decidido a liderar el recambio político uruguayo a partir del año próximo y tiene chances de éxito. La pregunta es qué hará si fracasa y el FA conserva el gobierno. Según su criterio, Uruguay ingresará en una dictadura. ¿Cuál sería la estrategia opositora en esa circunstancia? No es una pregunta retórica, sino concreta. ¿Cómo piensan lidiar con el desencanto exaltado de las personas a quienes convenzan de que #esahora, esto no da para más, el FA está agotado y que se van, se van? ¿Tienen conciencia de lo difícil que es volver a un estado deliberativo una vez instalado el clima de pánico, enemistad y urgencia? El aprendiz de brujo siempre se entera tarde de que desató los demonios.

Las democracias contemporáneas no caen por golpes ni fracturas. Mutan mediante corrimientos, a veces impalpables, de los límites de lo tolerable y tolerado. Incorrección política de un lado y silencios culposos de otros. La tragedia brasileña muestra las consecuencias de reaccionar con pereza pedante frente a las estupideces y las bravuconadas machistas. ¿Acaso el gobierno de Bolsonaro desmiente las barbaridades que antes provocaron risa e incredulidad? Por cierto y por pena, no. En estos días, desde su entorno más próximo sostienen que la democracia es un obstáculo “para hacer lo que Brasil necesita”, y que los acuerdos internacionales relativos a medioambiente son una dictadura que afecta los intereses de ese país. Ahora nadie sonríe ni cancherea.

Cuando un líder político fuerte habla hay que tomárselo en serio. Si un candidato supedita la continuidad democrática al triunfo de su opción política, está obligado a decir también qué va a hacer si no gana. Si la gente vota que no se vayan los que según él se tienen que ir, ¿qué hará la oposición? ¿Resignarse a esperar otros cinco años o apurar el trámite mediante algún ejercicio destituyente? La salud de la democracia no depende de quién gane en buena ley las elecciones, sino de la respuesta que dé la oposición a esa pregunta que todavía nadie formula. ¿Y si no gana qué?

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