Se nos ha informado bastante sobre las peculiaridades del personaje Donald Trump, verdaderamente muy excepcionales en la historia de Estados Unidos, así como sobre sus actitudes escandalosas respecto de la pandemia, pero se ha informado muy poco sobre el hecho de que retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, que se refiere al compromiso de reducir las emanaciones que comprometen el futuro de la humanidad. La fragmentación de la información, por un lado, y la admisión de que “política” y “economía” son dos esferas separadas, influyen en estos enfoques. Hacen suponer que la “política” interna de Estados Unidos se resolverá sólo dentro de fronteras, ya sea con la continuidad de la vigencia del sistema constitucional vigente, ya sea con algún artilugio jurídico (demagógico) que disimule un golpe de Estado eventual.
Hace pocos días, Noam Chomsky, a través de un reportaje de TV Ciudad, alertó sobre la trascendencia que tendría, para todo el planeta, que en los cuatro años próximos siguiera al frente del gobierno de la potencia occidental más poderosa, con la mitad del armamento del mundo, este gobernante que decidió no aplicar el mencionado Acuerdo.
Comúnmente se admite que los gobiernos, aunque son presionados por las élites de las corporaciones, responden en definitiva a la composición surgida del electorado. Creo que hay alguna evidencia de que las cosas no son así. El actual presidente de Estados Unidos no es un personaje presentable, pero es funcional al sistema económico imperante. Entonces, cabe prever que, en el caso de que pierda las elecciones, un eventual “golpe de Estado disimulado” depende más de esas dirigencias económicas (combinadas con el Pentágono) que de las tradiciones jurídico-políticas.
La continuidad en el poder político del actual presidente, que implicaría la continuidad de esa política económica actual de no reducir la irradiación de gases a la atmósfera, afecta a toda la humanidad.
Hay muchas evidencias de que esas dirigencias de Estados Unidos constituyen, junto a otras dirigencias de conglomerados económicos de otros grandes países industriales, una especie de “gobierno mundial paralelo”, que tiene algún discreto escaparate como el Club de Bildelberg, donde acaudalados dirigentes reunidos con prominentes políticos de los principales países de Occidente analizan las perspectivas del futuro. No pretendo que estén dirigiendo, sino sólo “orientando” el confuso y conflictivo acontecer internacional que observamos.
El Acuerdo de París al que aludí llama a la reflexión. Ahí no solamente Estados Unidos se comprometía a reducir significativamente los efectos nocivos que produce su industria, sino que asumía una parte importante de los apoyos financieros que se destinaban a otros países para que pudieran hacer lo propio. De modo que su retiro multiplicó los efectos negativos. Por eso, la continuidad en el poder político del actual presidente, que implicaría la continuidad de esa política económica actual de no reducir la irradiación de gases a la atmósfera, afecta a toda la humanidad. Entre los dirigentes del Club de Bilderberg, sin duda, es posible que haya dos posturas: una (la más retrógrada) confiar en que algún milagro aportado por la ciencia provea en muy corto plazo una solución al calentamiento global, que está conduciendo a la desaparición de la plaza San Marcos de Venecia, además de algunas islas y de muchas viviendas al borde de los mares, y también al riesgo, muy probable, de guerra (que puede ser atómica y por tanto final) por materias primas escasas. Y otra postura, más atenta a los conocimientos científicos de que disponemos, que admita la urgencia de cambios en el sistema productivo y aunque procure seguir usufructuando las ventajas que les proporciona el capitalismo, intente mantenerlas mediante adecuaciones racionales que preserven cierto liberalismo político. Creo que es en ese círculo donde se decidiría la hipótesis formulada en el título.