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Construir viviendas en la periferia de la ciudad, ¿por qué no?

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Las epidemias han dejado huellas en las ciudades y en las viviendas, por lo general avances en la higiene y salubridad tanto para las construcciones como las infraestructuras. En esta pandemia que estamos transitando emerge la relevancia de los centros de cercanía y la calidad de los espacios públicos como forma de sobrellevar el distanciamiento físico.

En declaraciones de prensa, algunos actores vinculados al gobierno y voceros de los inversores plantean la intención de construir viviendas en zonas alejadas del centro. ¿Qué significa vivir en la periferia?

La vivienda es un derecho, y desde el enfoque de derechos se vincula con el derecho a la ciudad. ¿Qué significa este enfoque? La vivienda sola, el techo y las paredes, no es suficiente para la vida de una familia. La vivienda debe estar asociada a un conjunto de servicios, relaciones y símbolos que constituyen y representan la ciudad: redes de infraestructura, vialidad, saneamiento, drenaje, energía eléctrica, agua potable y comunicaciones, equipamientos de educación, salud, cultura, ocio, recreación, comercio y deporte. Sin los servicios y equipamientos, la vivienda no es más que una construcción donde refugiarse. Sin las redes sociales que se tejen en ese espacio físico, la ciudad no es nada más que edificios y calles.

Vivir en la periferia es vivir lejos de las centralidades y lejos de las oportunidades.

¿Por qué la tierra alejada del centro es más barata?

Las familias destinan buena parte de su ingreso a vivienda y transporte. Cuanto más alejado del centro, más gasto en transporte, menos en vivienda. El precio del suelo es inversamente proporcional a la distancia al centro. Este último representa oportunidades de todo tipo: empleo, educación, cultura, recreación y servicios.

Este fenómeno nos permite explicar, en parte, el proceso de expansión de la ciudad por sus corredores (rutas 1, 5, 6-7, 8 e interbalnearia). En los corredores viales, debido a la construcción de mejores vías y a la evolución de la movilidad automotriz, la distancia accesible para una familia “se aleja” del centro y presiona la urbanización para localizar viviendas en zonas más distantes.

Los corredores metropolitanos de Montevideo son un ejemplo de ese proceso: cuando mejora el tiempo de traslado la mancha urbana se extiende hasta alcanzar otras localidades del área metropolitana.

¿Qué es la segregación socioterritorial?

Hoy somos muy conscientes de la “diferencia” entre un barrio y otro desde el punto de vista del bienestar, y del nivel socioeconómico de sus habitantes. Las necesidades básicas insatisfechas (NBI) de vivienda dan cuenta, con datos, de las brechas evidentes entre Casavalle y Carrasco, por ejemplo. Mientras que en el primero se acumulan 20% de hogares con NBI en vivienda, en Carrasco no llegan a 1%.

El proceso de segregación tiene muchos componentes: algunos son de carácter global, otros del mercado inmobiliario, otros vinculados a las crisis económicas mundiales y regionales, y –algo no menor– están los vinculados a la precarización del empleo y la pobreza.

La segregación espacial también se profundizó a partir de la acción del Estado, en particular en las últimas décadas del siglo XX, cuando se construyeron “conjuntos” o barrios para familias de bajos ingresos. Con las mejores intenciones, se consolidaron situaciones de vulnerabilidad social.

Hoy, en el siglo XXI, persisten esas diferencias: los más pobres se concentran en algunos barrios y los más ricos en otros. Esta segregación social y espacial no se ha revertido pese a las políticas públicas desarrolladas en los últimos años. Tanto técnicos como investigadores son perfectamente conscientes de la situación desde hace años, y aun cuando se desarrollaron políticas específicas de integración, no ha sido posible revertir estos procesos.

No es razonable construir viviendas alejadas de los servicios y de las áreas centrales, mientras existe suelo vacante y los instrumentos necesarios para ponerlo a disposición de los organismos vinculados a la vivienda.

Los asentamientos informales son sectores donde se concentra la pobreza más que en ninguna zona de Montevideo. Sin embargo, en los asentamientos no todo es pobreza. Tal como lo afirman los estudios sobre esta temática, y como un hecho no evidente, hay cuantitativamente más pobreza fuera de los asentamientos que dentro de ellos. Los asentamientos son un síntoma de segregación espacial, aunque la pobreza no esté solamente allí. Son un emergente de la dificultad de acceder al suelo urbanizado, no solamente de la pobreza.

La exclusión social y económica desde luego merece políticas integrales que no tienen que ver solamente con la vivienda. La situación del empleo, la precariedad del empleo y el nivel de ingreso, el ingreso desigual según género, la jefatura de hogar femenina, los adultos mayores en un contexto de envejecimiento de población, los factores raciales, las migraciones, son múltiples factores que impiden a las familias “permanecer” o sostener su permanencia en la vivienda formal.

Durante las tres administraciones pasadas la política pública tuvo como uno de los objetivos revertir los complejos procesos de segregación. Se promovió la cohesión socioterritorial y las políticas urbanas integradas e integradoras, mediante la localización de edificios de vivienda en las áreas centrales, con la intención expresa de intervenir en las zonas con servicios y localizar viviendas en forma integrada a la ciudad existente, así como complementar el acompañamiento a las familias con otros apoyos.

¿Qué nos depara el futuro para Montevideo?

Hay cierto consenso en que no se prevén grandes cambios poblacionales en Montevideo para 2050. La hipótesis más probable es que el país llegará a cuatro millones –según cálculos optimistas– y la capital tendrá un crecimiento prácticamente nulo de población, esperando que se mantenga en el orden de 1,4 millones de habitantes.

Cuando algunos actores vinculados a la nueva administración de gobierno y voceros de los inversores plantean la intención de construir viviendas en zonas alejadas para resolver los problemas habitacionales, nos preguntamos: ¿no hemos aprendido que, aunque los costos de la tierra puedan ser baratos, llevar los servicios, ampliar recorridos de transporte, construir escuelas, policlínicas y extender saneamiento, agua, luz y fibra óptica cuesta mucho dinero? Lo que parece barato hoy será caro mañana.

Si construir en las periferias es más ventajoso porque la tierra es más barata, la pregunta que sigue es la clásica: ¿quién paga la fiesta?

La extensión de servicios no la haría el inversor que “resuelve” el problema de las viviendas construyendo en terrenos alejados. La inversión la pagaría la sociedad en su conjunto, todos nosotros. Como en otros casos y sectores de la economía, esto se describe como “apropiarse de las ganancias y socializar las pérdidas”.

Si tu casa tuviera cuartos libres, ¿invertirías en una ampliación? El desafío para Montevideo es localizar vivienda en el suelo urbano que está allí, en forma de viviendas vacías, industrias vacantes, predios baldíos y grandes extensiones sin urbanizar. Si fuera necesario, los instrumentos de planificación definieron en el Plan Montevideo zonas que podrían ser transformadas en suelo urbano con servicios.

El suelo disponible en diversas formas es más que suficiente para absorber el déficit actual y futuro. No es razonable construir viviendas alejadas de los servicios y de las áreas centrales, mientras existe suelo vacante y los instrumentos necesarios para ponerlo a disposición de los organismos vinculados a la vivienda.

¿Ampliarías tu casa? Tal vez no.

Alicia Artigas es arquitecta y máster en Ordenamiento Territorial.

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