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Anotaciones sobre el fascismo: el caso de Italia

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Durante los últimos años, al menos desde 2013, los grupos de extrema derecha en Brasil ‒algunos abiertamente fascistas‒ han crecido. El hecho mismo nos da muchas razones para hacer lo que sea necesario para combatir el peligro. La historia muestra que con tal riesgo no se debería jugar. Claramente, la sociedad brasileña avanza hacia la derecha, como lo demuestra el asesinato de líderes populares, la destrucción de los derechos sociales y sindicales, la proliferación de grupos fascistas cada vez más agresivos y la existencia misma de un núcleo de gobierno fascista.

De que Jair Bolsonaro, y buena parte de su grupo, son fascistas, no cabe duda. Tomar una pequeña lista de ítems y comprobar si el gobierno de Bolsonaro llena algunos de ellos, para clasificarlo como fascista o no, es algo muy académico, que no funciona en la vida práctica. Las características fascistas de Bolsonaro y quienes lo rodean son elementos que facilitarían un golpe fascista en Brasil, incluso combinado con un golpe militar, un riesgo que no se toma en serio.

La experiencia internacional muestra que el movimiento fascista crece a medida que es subestimado o temido. En gran medida logra expandirse porque cuenta con el apoyo de los capitalistas, y porque sectores democráticos y populares de la sociedad fingen que “no soy yo”. Las experiencias de todo el mundo lo revelan (incluida la de Brasil en la década de 1930). Es bueno recordar el famoso poema atribuido a Bertolt Brecht (que en realidad es del pastor alemán Martin Niemoller), conocido como “Y vinieron por mí”. En Italia, cuando los fascistas comenzaron a levantar la cabeza, si el Partido Socialista, que era una organización de masas, hubiera llamado a los trabajadores a enfrentar a los fascistas, estos no se habrían acercado al poder. Pero los partidos de izquierda, en lugar de organizar a los trabajadores para prevenir el peligro, se limitaron a reaccionar con discursos en el Parlamento, que nadie conocía y que la prensa ni siquiera difundió.

Históricamente, el fascismo no es un movimiento nacido de trabajadores, aunque puede contar con el apoyo de algunos segmentos de trabajadores. Es un movimiento impulsado por la burguesía, que descarta el método tradicional de dominación, basado en la democracia parlamentaria. Es típicamente una maquinaria política organizada por la burguesía, para desmantelar las organizaciones de trabajadores y detener sus avances. El movimiento, por varias razones históricas y políticas, encuentra un fuerte apoyo en las clases medias. Pero fundamentalmente el fascismo es una organización de la burguesía, que busca instigar un movimiento de masas, en el que coloca mucho dinero, y que surge cuando la burguesía ya no es capaz de controlar los movimientos de los trabajadores por el régimen parlamentario tradicional.

Objetivamente el fascismo es un movimiento de derecha, creado por Benito Mussolini en Italia, que creció en el período de entreguerras, y que consiste en la acción colectiva basada en valores irracionales, como la superioridad racial, la afirmación nacional, etcétera. Por una serie de razones históricas, el movimiento fascista rechaza la reflexión y la profundización de los problemas políticos, económicos y sociales. Es un movimiento que apuesta todas sus fichas a la acción. Para los fascistas, no tiene sentido debatir, hay que actuar.

La experiencia internacional muestra que el movimiento fascista crece a medida que es subestimado o temido.

En 1917, Mussolini, gravemente herido en la guerra de Italia con Austria, regresó a Italia y continuó su predicación política, de carácter fuertemente nacionalista (de derecha). Organiza escuadrones de combate (Fasci di Combattimento). Estos grupos no son un partido político, sino un movimiento de base, muy enfocado en la lucha contra los políticos y la organización de los trabajadores en general. Estos grupos comienzan a atacar la sede de los partidos de izquierda y se dedican a atacar todas las iniciativas del movimiento obrero. Con las acciones violentas de Fasci, la burguesía se da cuenta de que son un instrumento importante para reprimir a los trabajadores y comienza a financiarlos. En 1920 estas organizaciones reclutaron a 17.000 personas. Cuando Mussolini tomó el poder en 1922, ya había alrededor de 300.000. El movimiento fascista no necesita tiempo para madurar sus cuadros. Estos crecen exponencialmente cuando la burguesía decide apoyarlos, sobre todo poniendo mucho dinero. La acción fascista en todo el mundo no es sólo de “media docena de locos”, es apoyada por sectores poderosos de la sociedad, como demuestran todas las experiencias.

Mussolini tomó el poder a través del sistema electoral en 1922. Fue un golpe de Estado sin Fuerzas Armadas, sin cerrar el Congreso, todo “dentro de la ley” (ya vimos esta película). El gobierno con plenos poderes fue aprobado por la mayoría de los parlamentarios. Incluso se formó un ministerio con todos los partidos en Italia, excepto el Partido Socialista, que era el partido obrero más grande en ese momento. Mussolini se convirtió en un dictador con poderes absolutos, manteniendo la apariencia de constitucionalidad. El proceso se disfrazó e incluso atrajo a una parte de la izquierda colaboracionista. Fue un proceso parlamentario que luego se convirtió en una dictadura fascista, el régimen más sanguinario hasta ese momento de la historia.

Antes de que Mussolini asumiera el poder, y más aún, los fascistas mataron a muchas personas a través de palizas, quemaron casas, golpearon a familias y obligaron a la gente a tomar aceite de ricino. Asesinaron a miembros de los sindicatos en las puertas de sus casas, frente a sus familias. Fue un movimiento sumamente decidido y radicalizado, que habría que haber afrontado con igual determinación. El Partido Socialista, que tenía voto y penetración entre los trabajadores, por varias razones, no reaccionó ante el crecimiento del fascismo, limitándose a hacer una oposición parlamentaria.

El 29 de octubre de 1922, el rey pidió oficialmente al jefe del Partido Nacional Fascista que formara el nuevo gobierno. Paulatinamente, hasta 1926, el nuevo jefe de gobierno intentaría fortalecer su poder e instalar el horror en Italia, eliminando en gran número a opositores, e incluso a aliados que no estuvieran de acuerdo con él. El 8 de noviembre de 1926, la Policía italiana arrestó a Antonio Gramsci (que pertenecía al Partido Comunista de Italia), quien luego fue condenado a cinco años de reclusión en la isla de Ústica. En 1927 fue condenado a 20 años de prisión en Turi, cerca de Bari, la capital de Apulia. En 1934, con su salud gravemente dañada, obtuvo la libertad condicional después de haber pasado por varios hospitales. Prácticamente todo su trabajo fue escrito en la cárcel. Murió a los 46 años, poco tiempo después de ser liberado.

En 1943, después de cuatro años de sucesivos fracasos militares y penurias y sufrimiento por los bombardeos, Italia fue invadida por tropas aliadas. Mussolini fue destituido y arrestado por el rey y por los miembros del Gran Consejo Fascista (que él mismo había creado). Los alemanes ocuparon el país, liberaron a Mussolini y lo llevaron al norte de Italia, donde intentó reconstituir su gobierno. Pero era una medida completamente insostenible, el avance aliado lo dejaba cada vez más atrapado.

Capturado por las fuerzas de resistencia de Italia, el 28 de abril de 1945, fue trasladado a Mezzagra, aldea de Dongo, donde sería ejecutado el mismo día. El 28 de abril, el cadáver de Il Duce, el de su novia Clara Petacci y los cuerpos de tres compinches más, capturados con él, fueron colgados boca abajo en una gasolinera de la ciudad de Milán. La escena está inmortalizada en una fotografía: Mussolini, su novia y otros tres fascistas colgados de las piernas en esta gasolinera de Milán y, alrededor de ellos, una multitud que quiere hacer picadillo los cadáveres.

El capitalismo se encuentra en un largo período de crisis. La línea de desarrollo del sistema apunta a una crisis creciente. Un sistema como este, en una trayectoria de decadencia, comienza a producir fenómenos como el del fascismo. Ni el miedo ni la relajación, en un momento como este, son buenos consejeros.

José Álvaro de Lima Cardoso es economista y doctor en Ciencias Humanas. Esta columna fue publicada originalmente en portugués en Outras Palavras.

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