El deporte, a partir de su desarrollo en los procesos de occidentalización del mundo, ha adquirido tal magnitud que ocupa un lugar destacado a nivel de cualquier charla, por más coloquial que sea. Todos hablan de deporte y todos saben o creen saber de deporte.
Por otra parte, y dado los rasgos del mismo proceso, a partir del deporte se han instalado diversos discursos que se repiten, se legitiman y así habilitan a la instalación de nuevas prácticas. Así, el deporte que nace de la práctica habilita a la reproducción de ideas que se instalan y terminan condicionando nuevas prácticas. Estas afirmaciones, a las que la filosofía refiere como “falsos a priori”, habilitan una suerte de giro lingüístico que, imperceptiblemente, condiciona la génesis de prácticas deportivas por venir. En definitiva: un enunciado o afirmación teórica, que nace de una práctica determinada, bajo relaciones sociales concretas, se instala y se reproduce como juicio verdadero y termina retornando sobre las prácticas pero a modo de máxima kantiana.
Como primer ejemplo de lo relatado, podemos mencionar la famosa máxima que afirma que el deporte es reproductor y constructor de valores. Esta afirmación parte de un problema filosófico: entender al deporte como un objeto “en sí”. Decir que el deporte es en sí, adjudicarle rasgos inmanentes al objeto deporte, es asignarle un potencial específico que está en el objeto y que es independiente de los sujetos y de sus relaciones.
Como contraparte, podríamos afirmar que no existe el deporte con mayúsculas, no existe un único deporte, sino que el deporte deviene dialécticamente de las relaciones sociales de los sujetos, de sus prácticas. Existirán tantos deportes como espacios sociales que los construyan. Esas relaciones de producción serán determinantes sobre sus formas, intereses y sentidos, quizá manteniendo su reglamento como único rasgo inamovible.
A su vez, es preciso aclarar que esos falsos a priori –en particular, los de los valores del deporte– nacen de la escuela deportiva inglesa de Thomas Arnold (1795-1842) del siglo XIX, cuyas intenciones no eran otras que preparar a los futuros líderes gestores de sus fábricas bajo ciertos códigos morales contenidos, incluso en las lógicas del propio reglamento.
Es decir: si vamos a hablar de los valores del deporte y de su génesis, hablemos para problematizarlos y no para reproducirlos aséptica e invisiblemente porque, dada la lógica de aquella vieja escuela, reproducir esos valores es, bajo cualquier óptica, reproducir desigualdades.
En este sentido, no es de extrañar que el discurso de los valores en el deporte nazca de sectores liberales, grupos de elite que pretenden cambiar la sociedad a partir del retorno a relaciones de clase que consideran inamovibles, por el simple hecho de que “es lo que ellos piensan”, porque en definitiva “es el ser lo que determina la conciencia y no la conciencia lo que determina el ser”.
A partir de estas reflexiones –básicas–, podemos deducir la complejidad que implica abordar al deporte a partir de sus apriorismos en la escuela, una institución con fines educativos que se debe ocupar de la circulación de los objetos culturales para su reproducción, comprensión y transformación.
La educación física escolar puede ser un espacio educativo, emancipador, con intereses diferentes a los de cualquier club deportivo.
Enseñar deporte en la escuela implica primero someterlo a un proceso crítico y reflexivo que le asigne rasgos pedagógicos, que no lo piense en abstracto, que lo ubique en la sociedad, en un momento histórico determinado, como un fenómeno concreto y en dependencia dialéctica con el resto de las prácticas que en nuestra sociedad se suceden. Simplemente porque “la verdad” se construye en lo concreto (no en la abstracción). Segundo, considerar la incidencia que esta perspectiva de formación implica a las prácticas de los docentes encargados de la enseñanza del deporte en la escuela, quienes deben proponerse procesos críticos orientados a la educación deportiva, de la práctica, del espectáculo, del consumo.
Un pequeño recorrido histórico podrá aclarar algunos puntos. En 2009 se oficializa la educación física en las escuelas, buscando desde entonces, universalizar sus objetos de enseñanza, es decir, intentar que esos recortes de la cultura de los cuales se ocupa –deporte, juego y gimnasia– sean definitivamente de todos y para todos.
Ese proceso implicó, entre otras cosas, desterrar la vieja idea de la escuela como semillero de deportistas –segundo falso a priori– y de las clases de educación física como espacio selecto de los más aptos –tercero–, los que, a su vez, deberían ser los representantes de la escuela en competencias de carácter local y hasta nacional, dejando por el camino a los “menos aptos” motrizmente, devenidos, en el mejor de los casos, meros observadores del deporte. La idea de universalización del deporte, entonces, implicó la inclusión de los históricamente relegados, habilitándolos a comprenderlo desde adentro, desde su lugar de practicantes en el espacio de la clase de educación física escolar. Esto no significó eliminar de él la competencia, uno de sus rasgos constituyentes, ni desterrar los encuentros deportivos escolares, sino que llevó a promover encuentros para todos aquellos que quisieran participar en ellos.
A su vez, a partir de la construcción de una nueva educación física escolar, en un proceso más lento y trabajoso, se ha dado inicio a una búsqueda orientada a superar la dimensión del practicante deportivo, aportando a problematizar el deporte como objeto de la cultura, comprendiendo y cuestionando el lugar del espectador y el del consumidor. En definitiva, educar al sujeto que será constructor/productor de una cultura que, indefectiblemente, consume deporte.
Este recorrido que describimos es, para nosotros, claramente superador de prácticas obsoletas que habitaron los patios escolares hace ya varios años. Demuestran que la educación física escolar puede ser un espacio educativo, emancipador, con intereses diferentes a los de cualquier club deportivo. Lo cierto es que nadie más que los docentes tienen la potentia para resistir nuevos embates que hoy se filtran por la puerta del fondo, ataques absurdos cargados no más que de falsos a priori, producto de prácticas reformistas que parecen incapaces de comprender los sentidos y las necesidades del deporte en la escuela.
José Luis Corbo es licenciado en Educación Física y magíster en Educación; Mariana Sarni es profesora de Educación Física, Deporte y Recreación, y magíster en Educación.