“¿Cuándo es la marcha feminista por la brutal agresión sufrida por la mujer policía en Rocha? La estamos esperando, a ver qué es lo que dicen y hacen las feministas”. La pregunta y posterior frase que encabeza este breve comentario me llegó hace algunos días, cuando causalmente estaba en Rocha leyendo uno de los últimos libros de Nuria Varela, titulado Cansadas. Una reacción feminista frente a la nueva misoginia.
Aclaro entonces que no voy a opinar sobre el caso porque sería poco serio hacerlo; sí opinaré acerca de las repercusiones que me llegan, porque de eso se tratan las interpretaciones que hacemos de los hechos.
Al principio me cuestioné por qué me llegaban esas preguntas. La realidad es que no represento a ningún movimiento feminista ni político-partidario como para dar respuesta a lo interrogado en nombre de alguien más que no sea el mío propio.
Pero, recordando aquello de que las cosas por algo llegan, me propuse hacer el ejercicio de observar qué respuestas emergían. Estas líneas intentan reflejarlas, y para toda persona que las quiera leer, bienvenido sea el intercambio.
No voy a hablar de género porque entiendo y reconozco la existencia de voces más autorizadas para ello. Lo que sí puedo decir con acierto, enfáticamente, es que “conceptualizar es política”, y por ello creo claramente que el feminismo siempre es contextual, y para debatirlo primero debemos ponernos de acuerdo en los términos que utilizamos. Por otra parte, como ciudadana sentí la necesidad de cuestionarme ‒aunque parezca idealista‒ qué forma de comunicación queremos y cómo nos comunicamos a través de las redes sociales, en ocasiones siguiendo bucles de conversaciones que no llegan a nada más que a mayor violencia.
Volviendo a lo literal de la pregunta, pareciera que les preocupa más lo que el “feminismo” (no sabemos a cuál se refieren) dice o hace acerca de un hecho de violencia ocurrido recientemente en torno a una mujer policía (pareciera no importarles la violencia ejercida hacia los hombres policías, o al menos eso se desprende de la pregunta) que el hecho de la violencia en sí.
Por otra parte, me resulta un poco decadente, quizás, utilizar un hecho de extrema violencia para salir al cruce de un movimiento social, que además ni siquiera se individualiza. Con ello me pregunto: ¿a qué se refieren con feminismo? ¿Quiénes? ¿Qué? ¿Dónde? ¿Somos todas las mujeres, o sólo algunas?
Por otra parte, se subestiman años de estudio e investigaciones sobre género. No toda violencia contra una mujer es violencia de género; así de conciso, así de simple. A eso se le suman factores estructurales de base que nos llevaría varias páginas expresar.
Si lo que se intenta es “proteger” ‒aunque más que proteger parece ser una especie de instigación o provocación‒; si lo que se desea es invertir tiempo y ganas en que este tipo de violencia no ocurra, y a la vez se prioriza ‒como creo que se debería‒ la realización de investigaciones penales con perspectiva de género desde la indagatoria preliminar,1 lo que hay que reforzar son las instancias de formación para ello, desde un derecho (penal y otros) con perspectiva de género. Doy por sentado que se hace, dado que las personas involucradas en dichos hechos de violencia ya fueron condenadas mediante procedimiento abreviado, tres de ellos con pena de prisión.
Si no se está de acuerdo con ello, es allí donde hay que argumentar y promover cambios legislativos, culturales, etcétera. Nos merecemos como sociedad un debate serio, con argumentos sólidos, y esto es imposible hacerlo en redes sociales y con límite de caracteres.
No surge tampoco del pedido de formalización ni de la condena ‒todo lo cual luce público en la web de Fiscalía‒ que existieran en la plataforma fáctica elementos o manifestaciones de odio hacia la policía por su “condición de mujer”. La perspectiva de género es transversal a todo debate; no obstante, y sin ánimo de contradecirnos, no parece observarse que las defensas hayan solicitado la inclusión de este aspecto en el debate procesal penal.
La culpa es del feminismo o la cultura del menosprecio
El desprecio, tal como lo ha señalado Portillo,2 forma parte de la cultura del menosprecio. Cuando Nancy Fraser explica la injusticia simbólica señala que está arraigada en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación, y añade que este tipo de injusticia incluye la dominación cultural, el no reconocimiento y el irrespeto. Es decir, estar sujeto a patrones culturales y hegemónicos de interpretación y comunicación completamente hostiles a los propios, hacerse invisible y ser calumniado o menospreciado habitualmente en las representaciones culturales públicas estereotipadas o en las interacciones cotidianas.
Como ha señalado Miguel Lorente,3 la violencia de género desde el punto de vista de la construcción de la identidad de las mujeres, de forma general, siguiendo los conceptos de la filosofía y la psicología social, debe ser entendida como un “menosprecio o denegación de reconocimiento”.
Parte de la tarea que tenemos como sociedad es aceptar la dificultad para hallar y afianzar la noción de violencia, dado que está sujeta a cuestiones instrumentales que responden ineludiblemente a intereses políticos y a veces a la propia violencia del Estado.
Como ha señalado Judith Butler en su reciente libro La fuerza de la no violencia: “Argumentar a favor o en contra de la no violencia exige que establezcamos la diferencia entre violencia y no violencia, si es que podemos. Pero, cuando tan a menudo se abusa de la distinción entre ambas para encubrir y extender los objetivos y prácticas violentas, no existe un camino corto para llegar a una distinción semántica estable. En otras palabras, no podemos precipitarnos al fenómeno en sí sin pasar por los esquemas conceptuales que deciden el uso del término en varias direcciones y sin un análisis de cómo operan esas decisiones”.
Lo que debería conectarse es la lucha por la igualdad social ‒sin falacias‒ amalgamada con una ética de la no violencia. Ambos extremos perfectamente compatibles con la perspectiva de género.
En términos legales, la normativa nacional e internacional vigente es muy clara en cuanto a recoger la perspectiva de género en sus postulados. Ahora bien, el carácter vinculante de esas normas requiere e instituye la necesidad de su aplicación práctica en el día a día.
Esta situación podría ser la típica situación de resolución de conflictos a la que nos enfrentamos las abogadas y los abogados todos los días. Ante ello, además de la norma, se confía en el lenguaje como tal, que contiene dentro de sí la posibilidad constitutiva de traducibilidad no sólo de lenguajes sino también de posiciones conflictivas dentro de un mismo lenguaje ‒aunque esto parezca un juego de palabras‒.
En este caso puntual, lo violento no es la ley, ya que sobrados ejemplos tenemos de cómo brinda garantías formales para garantizar derechos a las mujeres en todas sus manifestaciones, inclusive frente a la violencia simbólica.
La figura del golpe físico no alcanza para describir todo el espectro de la violencia; en verdad, ninguna representación alcanza. No alcanzan las tipologías, cuando avanza este tipo de discursos encubiertos en inocentes preguntas provocativas. Es más, este tipo de preguntas pretenden borrar los tipos de violencia, lo que refuerza que toda manifestación de violencia es y opera como un ataque a la estructura del ser y ello no puede sino movilizarnos en contra de la violencia estructural e institucional.
Por su parte, refuerzo lo antedicho citando el artículo 6, literal G, de la ley nacional 19.580. Allí encontramos el concepto normativo de violencia simbólica: “Es la ejercida a través de mensajes, valores, símbolos, íconos, imágenes, signos e imposiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de creencias religiosas que transmiten, reproducen y consolidan relaciones de dominación, exclusión, desigualdad y discriminación, que contribuyen a naturalizar la subordinación de las mujeres”. A lo cual me atrevo a agregar humildemente: y a ningunear toda manifestación que provenga de las mujeres.
Como ha expresado Nuria Varela, esto se vuelve “un bucle perverso, la violencia de género es la máxima expresión de la desigualdad entre mujeres y hombres, es la consecuencia de esa desigualdad, pero, al mismo tiempo, es gracias a la violencia (en todas sus formas, incluida la simbólica) por lo que se mantienen las profundas diferencias entre hombres y mujeres. La sumisión histórica de las mujeres nunca se habría conseguido sin el uso continuado de la violencia, especialmente frente a las mujeres que alzan su voz (desde la quema de brujas a Malala, desde Olimpia de Gouges a Ana Orantes)”.
Finalmente respondo: Lo que se necesita es más educación con perspectiva de género para construir desde una base ya no tan violenta como la que nos hemos acostumbrado a ver.
Agradezco la pregunta, puesto que lo que logran es poner sobre la mesa un tema que aún no tenemos saldado como sociedad, esto es: la violencia instalada a niveles exagerados.
Asimismo, es hora de empezar a llamar las cosas por su nombre. No se trata de ideología, no se trata de percepciones, se trata de manifestaciones de violencia. El feminismo empieza en la educación, en la educación en género sin mitos ni estereotipos, en igualdad sustancial y respeto.
En todo caso, sea que se recurra a marchas o no, lo que debería conectarse es la lucha por la igualdad social ‒sin falacias‒ amalgamada con una ética de la no violencia. Ambos extremos perfectamente compatibles con la perspectiva de género tal cual la concebimos.
Existe quizás resistencia a lo nuevo o una ceguera respecto de los avances alcanzados. La perspectiva de género necesita permear, transversalizar los discursos, corriendo el velo del “cuco” que le han generado en todas las disciplinas, y actuando como lo que es: una herramienta. Una herramienta que no se refiere con exclusividad a las mujeres. Sino a hombres, mujeres y disidencias todas.
En la medida en que logremos acercarnos sin provocaciones, sin burlas ni polémicas impostadas, habremos avanzado en la consolidación de una sociedad más justa e igualitaria para todas y todos.
Lucía Fernández Ramírez es abogada.
Referencias
Chimamanda Ngozi Adichie. Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. Literatura Random House, Buenos Aires, 2017.
Nuria Varela. Cansadas. Una reacción feminista frente a la nueva misoginia. Ediciones B, Madrid, 2017.
Judith Butler. La fuerza de la no violencia. Paidós, 2020.
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Es decir, el desarrollo de investigaciones policiales, completas y eficaces; desprovistas de lo que se ha denominado “máximas de experiencias machistas”. ↩
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Citado por Nuria Varela en Cansadas…, página 147. ↩
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Miguel Lorente, “¡Me alegro de reconocerte! Juventud, identidad y violencia de género”, Revista de Estudios de Juventud, Nº 86, 2009, páginas 23-24. ↩