El viernes 12 se fue Andrés Abt. Sus amigos de toda la vida lo llamábamos el Hormiga. Pero no era sólo una cuestión de aspecto. Con el paso de los años nos dimos cuenta de que Andrés era una hormiga, un insecto que se caracteriza por su hipersocialidad y por vivir en comunidad. Según las descripciones sobre el comportamiento de las hormigas, la mayoría de ellas se muestran agresivas con los miembros de otras colonias y forman colonias simples. Sin embargo, en algunas especies las obreras se mezclan con las de otros hormigueros formando supercolonias, sin exponerse a la agresión mutua aunque sus poblaciones se encuentren en áreas alejadas. Andrés Abt era una hormiguita obrera que desde la alcaldía del Municipio Ch quería transformar su comunidad, su ciudad y su país en supercolonias.
Al ser elegido alcalde en 2015 por el Partido de la Concertación, lo primero que se propuso fue consolidar un gran grupo humano del municipio que encarnara el desafío y privilegio que supone la función pública y trabajar para el bien común. “Yo sé que si todo el funcionariado logra trabajar como trabajaron los del municipio, es imposible que no tengamos una ciudad mucho mejor. Me puedo imaginar que todos los municipios lo logren y creo que esa es una fuerza poderosa, que es el lugar de la descentralización, pero más aún es el ámbito de la capacidad ciudadana de transformar sus condiciones de vida”, decían el Hormiga y su equipo en sus reflexiones después de los primeros cuatro años de gestión en el Ch. Andrés se reunió y escuchó a todos los funcionarios, y los motivaba diariamente a trabajar juntos más allá de las banderas políticas. Por eso, Leticia Karina, una funcionaria del Ch, escribía en Facebook: “Hoy perdí más que un jefe, hoy perdí a una persona que me hizo crecer, que sabía que yo amaba lo que hacía y, por eso, jamás dudó en depositar toda su confianza en mí”.
Quienes tuvimos la suerte de conocerlo e intercambiar ideas con él sabemos que no se creía ni por un segundo el rey del hormiguero. Consultaba a los vecinos, a los funcionarios, a los amigos, a sus compañeros del Partido Nacional y a sus adversarios políticos para nutrirse de opiniones diversas. “¿De qué me sirve rodearme de alcahuetes que me digan todo el tiempo que sí?”, decía cuando le tiraban un dardo. Buscaba constantemente otros puntos de vista, los agradecía y los absorbía como una esponja. Como escribieron sus amigos para despedirlo, “Andrés nunca era él, siempre su él eran varios ‘grupos de distintos nosotros’, la mayor cantidad posible. Nunca habíamos visto a alguien hacer eso con tanta naturalidad”.
Con la sonrisa pintada y un optimismo crónico, el Hormiga le ponía el cuerpo a la política. Era un abanderado de una revolución de gestos cotidianos pequeños, medianos y grandes.
Desde el municipio entendía que las políticas debían estar cerca de la gente, le preocupaba que algunos políticos estuviesen alejados de la problemática real y que su actitud conceptual e institucionalmente defensiva los alejara aún más. El Hormiga creía que su generación debía cambiar la forma de hacer política, sin conformarse con el estatus quo muchos trataban de imponer desde adentro y desde afuera. Hace algunos años le escribió una carta a una dirigente del Frente Amplio: “Me parece que tanto tú como yo pertenecemos a una generación que lo único que nos debe preocupar es cómo mejorar la calidad de vida de la gente. Imagino un Uruguay con otro tipo de diálogo donde la discusión de los temas no resulte tan afectada por cálculos justificativos de gestión. Me imagino una generación política que pueda dar cuenta de las dificultades y limitaciones de una gestión y una ciudadanía capaz de entender la complejidad de los asuntos”.
Con la sonrisa pintada y un optimismo crónico, el Hormiga le ponía el cuerpo a la política. Era un abanderado de una revolución de gestos cotidianos pequeños, medianos y grandes (la GVC –Gestualidad Vecinal Constructiva– para sus íntimos) para impulsar un cambio cultural en la relación que tenemos con nuestro entorno y, particularmente, con nuestros conciudadanos. Pero no sólo se ocupaba de quienes lo rodeaban, siempre estaba buscando colaborar con todos los otros, aportando con acciones y proyectos concretos.
Su equipo firmó convenios con personas privadas de libertad y liberadas con el fin de darles un espacio real de integración e inserción social en distintos proyectos, brindándoles oportunidades reales de trabajo en el municipio; promovió acuerdos con universidades para integrar la academia a la gestión; implementó la Escuela de Liderazgo Juvenil; fomentó el vínculo con empresas privadas, con otros sectores del gobierno, con organizaciones no gubernamentales y con fundaciones. Articulaba con quien fuera: con el Ministerio del Interior de Eduardo Bonomi y el de Jorge Larrañaga; con la intendencia de Daniel Martínez primero y la de Carolina Cosse después; con otras alcaldías, con sus compañeros del Partido Nacional y con sus adversarios.
Por eso, cuando Federico Graña, director nacional de Promoción Sociocultural de la Intendencia de Montevideo, se enteró de su muerte escribió en Twitter: “En estos meses conocí en Andrés Abt un adversario inteligente, trabajador y que siempre me desafiaba a pensar”. Por eso, Jaime Saavedra –ex director nacional de Apoyo al Liberado– le dedicó estas palabras para abrir un hilo en el que enumeraba todos los proyectos en los que habían trabajado juntos: Andrés era “absolutamente solidario con la suerte de los más desfavorecidos. Sin estridencias, con sencillez y eficiencia, al lado del pobrerío. Mi más sentido homenaje, mi eterno recuerdo”, y cerraba: “Un MPP y un Herrerista. Tomá pa’ vos”.
A fines del año pasado, el Hormiga tomó una decisión poco comprendida por el entorno político. “Hoy presenté la renuncia a la Cámara de Diputados cumpliendo con los vecinos del Municipio Ch, que depositaron la confianza en mí para ser reelecto alcalde, para seguir construyendo Ciudad cerca de la gente”, escribió en ese momento en Twitter. El Hormiga creía en su proyecto y tomaba las decisiones en función de sus convicciones. A pesar de los golpes internos y externos –y aunque a veces se lo reclamaban–, era incapaz de destruir a hormigas propias y de otras especies.
El Hormiga estaba construyendo un proyecto colectivo, donde cada acción fuese una oportunidad de transmitir y proponer un modo de relacionamiento en el que la convivencia, el aporte y la inclusión del otro sean siempre centrales. Andrés Abt nos hacía creer y soñar con la posibilidad de construir supercolonias. Faltan muchas hormigas en nuestro sistema político, pero confiamos en que muchos líderes de todos los colores políticos continúen su legado con la misma entrega, amor, respeto y humildad que nuestra hormiguita política. Como decimos sus amigos, “él se lo merece y también lo merecen las diversas comunidades que habitamos en este territorio”.
Decía Andrés: “Si vecino a vecino, cada uno en su manzana, intenta buscar un gesto que aporte, una ciudad se transforma. Sólo se necesita confiar en los plazos y enamorarse de un proyecto para todos. Nuestro programa está basado en una secuencia de tiempos lógicos, propios de cualquier reforma que pretenda una transformación real de un colectivo. La semilla y el cuidado del árbol serán dos etapas igualmente clave, pero que sólo siguen a continuación de la primera: preparar la tierra. Quizás no nos toque recoger los frutos a nosotros, pero no hay política si no hay un cierto espíritu de trascendencia”.
Elisa Lieber es periodista y productora audiovisual. Con aportes de los amigos de Andrés Hormiga Abt.