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Ilustración: Ramiro Alonso

Las feministas y el sandinismo: una relación compleja

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Dora María Téllez
de 22 años
menuda y pálida
de botas, boina negra
el uniforme de guardia
muy holgado.

Tras la baranda
yo la miraba hablar a los muchachos
bajo la boina la nuca
blanca
y el pelo recién cortado.
(Antes de salir, nos abrazamos)

Dora María
la aguerrida muchacha
que hizo temblar de furia
el corazón del tirano.

Daysi Zamora

Joven estudiante de medicina, Dora María Téllez se integró al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Nombrada comandante del Frente Occidental, dirigió con Edén Pastora y Hugo Torres la Operación Chanchera, que en agosto de 1978 tomó el Palacio Nacional de Managua, sede del Parlamento nicaragüense. Luego de mediaciones, el gobierno de Anastasio Somoza, viejo dictador nicaragüense, liberó 50 sandinistas presos. En 1979, al retorno de un corto exilio, encabezó la toma de León, primera ciudad que cayó en manos insurgentes. Después de la derrota del somocismo, el 19 de julio de ese año, fue vicepresidenta del Consejo de Estado, ministra de Salud y diputada.

Días atrás, junto con su compañero de armas Hugo Torres y otros luchadores democráticos, ha sido arrestada por el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, anterior comandante sandinista y coordinador de la primera junta de gobierno en 1979.

Para muchos historiadores y activistas políticos de mi generación, después de los golpes de 1973 y subsiguientes dictaduras en Uruguay y Chile, y del trágico final de la primavera camporista y el golpe argentino de 1976, y de los problemas que afloraban en la revolución cubana, la revolución sandinista de julio de 1979 fue providencial. Protagonizada por jóvenes de ambos sexos, en lo principal libres de algunas rigideces de los pensamientos y partidos de la época, encarnaba lo más próximo a una utopía en vías de realización. Colmaba las esperanzas de muchos y muchas que querían ir a vivir o apoyar de alguna manera a Nicaragua, tierra prometida para la diáspora latinoamericana, exiliada o no.1

Con el retorno de la democracia en gran parte del Cono Sur, pudimos solidarizarnos desde 1985 con la revolución nicaragüense. Sorprendió su derrota en las elecciones de 1990: ¿cómo un pueblo podía equivocarse de esa manera? Pese a la agresión externa y el desabastecimiento, se confiaba en que el sandinismo mantendría su rumbo. Fueron necesarias otras noticias más fuertes, más directas, que interpelaron las conciencias progresistas, entre ellas la piñata (de bienes públicos apropiados por altos dirigentes del FSLN), después de las elecciones de 1990, y la denuncia de abuso sexual de Zoila América Narváez, hijastra de Ortega, en 1998, desencadenantes de una profunda desilusión sobre el sandinismo.

Desde mi oficio de historiadora feminista, en este artículo exploro brevemente la articulación compleja y tensa de las sandinistas feministas con el sandinismo.

Un poco de historia

La sociedad nicaragüense tradicional era profundamente patriarcal, con la mayoría de ciudadanos varones que no ejercían sus funciones de padres. La violencia doméstica era endémica y, según un estudio, una de cada dos mujeres nicaragüenses ha sido víctima de agresiones conyugales, y una de cada cuatro abusada sexualmente antes de los 18 años. La juventud del país no fue ajena a las influencias de los movimientos juveniles globales de los años 60 y 70. Muchos conocieron las drogas, el amor libre, y algunos proyectaban que la liberación sexual de las mujeres y el feminismo formarían parte del mismo proyecto social emancipador.

Fundado en 1961 contra una de las tiranías más sangrientas y corruptas de América Central, la de Anastasio Somoza, el FSLN se consideraba heredero de Augusto César Sandino, líder nacionalista que luchó contra los infantes de marina de Estados Unidos entre 1927 y 1934. Fue traicionado y asesinado por la dinastía Somoza, que se mantuvo en el poder hasta que fue derrocada en julio de 1979 por la insurgencia generalizada acaudillada por el sandinismo.

Además de la guerra civil, en 1972 un terrible terremoto destruyó la capital de Nicaragua y dejó 20.000 muertos y otros tantos heridos en una población de 400.000 personas. La ayuda internacional que llegó a Nicaragua fue dilapidada y robada a las víctimas, lo que también sumó al desgaste interno de Somoza.

Al asumir el gobierno en 1979 el sandinismo era para el mundo un símbolo de cambios sociales, justicia y democracia. Promovió una economía mixta con elecciones libres y democracia parlamentaria. Adoptó una de las constituciones políticas más progresistas y, lo más importante, fue también el símbolo de la igualdad de género. Se abrieron espacios a la participación de las mujeres, consolidados mediante una serie de reformas legales. Los primeros años de la revolución fueron constructivos y alentadores, incluyendo brigadas de enseñanza, vacunaciones masivas y reformas agraria y sanitaria. Al terminar el gobierno de Jimmy Carter, en 1981, el nuevo presidente estadounidense, Ronald Reagan, comenzó a apoyar fuertemente a los llamados “contras”, exrevolucionarios nicaragüenses, contrarios al sandinismo. Sus incursiones desde la frontera con Honduras sumieron a Nicaragua en una emergencia nacional militar. Diversas trabas de Estados Unidos generaron desabastecimiento de alimentos y medicinas, y la situación empeoró a todo nivel.

Las mujeres y el sandinismo

Muchas jóvenes mujeres se incorporaron a las filas sandinistas durante los años 60 y 70, militando en varios niveles, incluyendo las acciones armadas. Entre ellas se encontraban Nora Astorga, Mónica Baltodano y Dora María Téllez. También tuvieron éxito algunos movimientos de mujeres en apoyo al sandinismo. Así, en 1977 se fundó, en pleno somocismo, la Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional (Ampronac), que organizó marchas, denuncias y varios tipos de protestas contra la dictadura.

Los nueve comandantes del gobierno revolucionario, dirigentes estatales del sandinismo, y los cuadros oficiales gubernamentales eran todos hombres. Algunas autoras sostienen que los sandinistas no fallaron en desarrollar una agenda feminista sino que nunca la buscaron, porque sus líderes tuvieron un discurso contrario que desplegaron a partir de 1982, no por la guerra de los contras, la escasez de alimentos o la polarización nacional, sino porque marginalizaron los derechos sexuales y reproductivos de la lucha revolucionaria. Por su lado, las feministas sandinistas se comprometieron en prácticas de autodisciplinamiento y autocensura, debatiéndose entre la fidelidad al FSLN y la defensa de sus derechos de género. La agenda feminista no fue pospuesta sino eliminada del proyecto revolucionario, pues aparecía incompatible con la identidad revolucionaria.

El discurso retórico sandinista era entonces de justicia social, de igualdad y de emancipación de la mujer, con organizaciones oficiales sandinistas que nucleaban a las mujeres. Después del triunfo, Ampronac se convirtió en la Asociación de Mujeres Nicaragüense Luisa Amanda Espinoza (Amnlae). Esta organización propuso una serie de reformas como la paridad en la legislación familiar, el reconocimiento de uniones de facto, y la ley de alimentos que obligaba a los padres a mantener a sus hijos. También se expandían los límites del aborto terapéutico. Esta agenda encontró fuerte resistencia entre la dirigencia, que argumentaba que dichas leyes eran para las feministas y no para todas las mujeres nicaragüenses.

Amnlae se convirtió en un campo de batalla entre el grupo que demandaba que se priorizara una agenda sobre sexualidad, derecho de abortar y violencia contra la mujer, y otro que quería movilizar a las mujeres en apoyo de la revolución. Hubo purgas internas y una de las acusaciones era la de lesbianismo y de promover la homosexualidad femenina. En 1985 se creó un grupo de personas gay, inspirado por la visita de un grupo de gays y lesbianas solidarios que llegaron a traer ayuda a Managua; pero sus reuniones eran casi clandestinas, y en 1986 la sede fue allanada y sus principales líderes llevados a prisión.

Algunos grupos siguieron trabajando, se ocuparon de la problemática del VIH y en 1987 tuvieron el apoyo y el respeto por su trabajo de parte del Ministerio de Salud dirigido por Dora María Téllez. Uno de los caminos para desarrollar las conciencias feministas fue el encuentro de 1987 en México, donde la ideas, la experiencia personal, o la posibilidad de declararse lesbiana sin sentir vergüenza ni traicionar la revolución fue fundamental en sus aprendizajes.

La caída del gobierno del FSLN en 1990

Este desarrollo organizativo derivado de las contradicciones internas del sandinismo fue fortaleciéndose después de la derrota de 1990 y un movimiento feminista autónomo apareció en 1992. Tuvo lugar una primera escisión fuerte del FSLN, el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), con la finalidad de crear una nueva fuerza política que reivindicara “los auténticos valores del sandinismo, la democracia y la justicia social”.

El golpe de gracia para que las feministas se desvincularan del partido fue la denuncia de Zoila América Narváez, hijastra de Ortega, contra este por violencia sexual ejercida desde que ella tenía diez años. Faltaban dos meses para la realización del segundo congreso ordinario del FSLN cuando Narváez publicó un largo testimonio sobre su abuso sexual, en marzo de 1998. Todas las conductas de Daniel Ortega eran punibles bajo el régimen de protección del menor de Nicaragua. El escándalo fue obviamente mayúsculo. Narváez fue acusada de casi todo por los cuadros tradicionales del sandinismo, desde trastornada mental hasta agente político del imperialismo, en una demostración evidente de la corrupción y contaminación de la revolución.

Este afianzamiento de las mujeres en un movimiento autónomo pero no decididamente contrario al sandinismo se orientó a las violencias masculinas, especialmente las conyugales, aunque después incorporó otras. A pesar de los discursos hostiles al feminismo de Violeta Chamorro, la presidente que sucedió a Daniel Ortega en 1990, y de las políticas conservadoras de su gobierno, la Red de Mujeres contra la Violencia supo situar el tema de las violencias intrafamiliares y sexuales en el escenario público y en el Parlamento. Apoyada por el financiamiento de la cooperación internacional, la red llegó a ser el espacio militante más mediatizado, diverso y movilizador (con 150 ONG de mujeres y 20 mujeres a título individual integradas en 2003, según la propia red de 2003). Partiendo de una agenda un poco limitada (la violencia intrafamiliar), las integrantes de la red ampliaron poco a poco su campo de acción participando en instancias de interlocución entre el Estado y la sociedad civil, contribuyendo a marchas anticorrupción y analizando la violencia de género desde un enfoque sistémico.

Sus repetidos posicionamientos a favor de Narváez dieron lugar a una doble reflexión, sobre el carácter político de las violencias sexuales y sobre la complejidad de las lealtades políticas en el movimiento de mujeres.

En 1999 se firmó un pacto entre Ortega y otro político nicaragüense tradicional, el entonces presidente Arnoldo Alemán, con fines económicos políticos y judiciales, que dividió las instituciones de control del Estado, terminando con el juego relativamente libre y plural de la competencia por el poder apenas esbozado al salir de la década de los 80. Se perdonaba la corrupción de Alemán y se perdonaba judicialmente a Ortega. La prolongación de estos “acuerdos de caballeros” (2001-2006) provocó la mayor crisis institucional y política de principios del siglo XXI. La situación de las mujeres empeoró por los acuerdos iglesia-Estado-partidos, que obstaculizaron la incidencia de sus movimientos representativos. La penalización completa del aborto terapéutico en octubre de 2006, también promovida por el FSLN, fue sintomática del dominio del magisterio eclesiástico y de su imbricación con los partidos políticos dominantes.

Como el caso de Narváez no prosperaba en Nicaragua y se había interpuesto una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 2003 se efectivizó una instancia de acuerdo amistoso con Zoila América. No se conoce bien el contenido del acuerdo, aunque Narváez, ya exiliada en Costa Rica, declaró: “Nicaragua enfrenta todos los síntomas de una persona abusada: el miedo, la intimidación y el horror de la impunidad. Hablo con gente que no sale en noticias, gente del FSLN y cargos importantes. No podemos condenar a todos los que están dentro. Hay que distinguir entre los oportunistas, los temerosos y los supervivientes. Probablemente yo pasé por uno de esos estados. Yo callé mucho tiempo por lo que yo creía que era la revolución, pero Daniel Ortega no es la revolución”.

Otra conocida feminista, Sofía Montenegro, explicó que Nicaragua, nación mestiza huérfana de padre, reemplazó al infame padre conquistador por el héroe revolucionario Sandino, padre bueno y espiritual de la nación. Los sandinistas reivindicaron esa imagen y prometieron protección, soberanía y unidad contra Somoza, el padre autoritario, insensible saqueador y corrupto. Pero ahora ese nuevo padre no asesinó realmente al padre malo de la historia nacional, sino que se convirtió en él.

Las posibles dudas de 1998 acerca de los motivos y razones de Zoila América se han disipado. Ella habló en nombre de los derechos de las mujeres contra la violencia sexual y por la dignidad. Su denuncia anticipó al Me Too y a la nueva agenda de derechos. Las feministas nicaragüenses la apoyaron desde el primer momento, aunque fuera un proceso doloroso, pues habían luchado por la revolución y amaban un movimiento al que habían entregado la mayor parte de su vida. Pero a partir de su denuncia y del pacto Alemán-Ortega, se reconoció la verdadera identidad de un patriarcado que ahora ya no obra cegando las conciencias sino que es la esencia de la represión machista y antidemocrática en Nicaragua.

En junio de 2021, la prisión de Dora María Téllez y sus compañeros y compañeras que luchan por la democracia no sorprende por anunciada. En este sombrío período de su historia sólo podemos auspiciar un futuro de democracia y libertad para todos y todas en Nicaragua.


  1. Los libros de Margaret Randall, el primero en castellano (Todas estamos despiertas, 1980), divulgaron el papel de las protagonistas femeninas de la revolución. Textos igualmente relevantes han sido elaborados por Gioconda Belli, Omar Cabezas y otros autores. 

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