Para las feministas, la lucha por la igualdad sustantiva que se expresa o tiene su correlato en la igualdad de resultados no es nueva; es parte de una historia cargada sobre los hombros, los cuerpos y las vidas de cientos de miles de mujeres.
¿Es posible un mundo donde las diferencias no devengan en desigualdades? No buscamos ser idénticas a los varones ni entre nosotras, porque nos sabemos atravesadas por discriminaciones de clase, étnico-raciales, por orientaciones sexuales distintas, por discapacidades, por etapas diferentes en los ciclos de vida, y porque habitamos diferentes territorios; desde las diferencias, queremos que se reconozca que valemos lo mismo. Es la idea de equivalencia humana la que orienta nuestro sentido de justicia.
Si las discriminaciones son el resultado de la carga valorativa distinta que tienen las diferencias, parece claro que lo que estamos disputando es lo simbólico y cómo se expresa en lo político esta disputa.
El principio de igualdad interpela las estructuras de dominación y es preciso recuperar su sentido impugnador.
Porque la paridad importa
Las mujeres frenteamplistas también hemos atravesado el río y ya no somos las mismas. Luchas de largo aliento se expresaron con organización desde la Unidad Temática de los Derechos de las Ciudadanas del Frente Amplio, en aquel maravilloso encuentro de Rocha, y generaron que el anterior congreso se definiera como antipatriarcal y antirracista; pero como hoy somos muchas más las que tenemos conciencia de los poderosos mecanismos del poder patriarcal, colocamos la paridad en el debate hacia el Congreso.
Es que el patriarcado es un sistema que sostiene un conjunto de relaciones sociales entre los varones, que también tienen en su colectivo jerarquías y asimetrías de poder, pero que establecen vínculos de interdependencia y solidaridad entre ellos para dominar a las mujeres. El dominio, por tanto, lo ejercen los varones como genérico sobre el colectivo de las mujeres. No se trata de ver si todos los varones lo hacen, y si son o no conscientes del poderío construido históricamente sobre las mujeres. Es un sistema de dominación internalizado en prácticas, formas de ejercicio del poder y representaciones simbólicas conscientes e inconscientes que tienen y ejercen quienes lo detentan.
Desde dónde se habla también nos define
Uno de los mecanismos de ejercicio de poder abusivo es el que determina qué es lo que se puede poner en debate y qué se deja por fuera. No comparto lo expresado por Óscar Bottinelli de que el centro de discusión hacia el Congreso sobre la paridad sea lo que desplace lo que realmente importa y que esto sea expresión sólo de las capas medias y medias altas. Las marchas de cientos de miles en marzo algo dicen de los cambios en las disputas de género, y allí dejamos hace rato de ser un núcleo pequeño. Y lo hicimos desde lugares diferentes, y ahí está la riqueza de este movimiento plural y diverso al que pertenecemos.
Unas, aportando a la conceptualización de la pobreza multidimensional, a la vinculación entre las desigualdades en general y la división sexual del trabajo doméstico como determinante. Otras, desde las luchas por los derechos humanos, horadando los límites entre lo público y lo privado, acompañando a las mujeres en situación de violencia basada en género como parte de las violaciones a los derechos humanos de las mujeres. Otras, aportando al cuestionamiento de las relaciones de poder en las relaciones de pareja, en las familias, en los lugares de trabajo, en las instituciones y en todos los espacios públicos. Pero también en las organizaciones estudiantiles, en los sindicatos, hoy en las ollas populares, enfrentando ayer las dictaduras con las caceroleadas, sobreviviendo al terrorismo de Estado, en las marchas del silencio, en la academia; y cuestionando a los abusadores cotidianos en lo doméstico, a los acosadores en las calles, en los espacios culturales, en los lugares de trabajo o de estudio y en la política.
El horizonte paritario en la política de la fuerza más grande de este país tal vez esté más cerca si seguimos entrelazándolo con las luchas por más democracia. Será seguro en paz, aunque no será posible sin conflicto.
Hablando de iniciativas
¿Es posible saber con cuántas miles de mujeres hablamos en la juntada de firmas para que haya referéndum? Lo hicimos cientos de mujeres frenteamplistas, del movimiento sindical y de la Intersocial Feminista, encontrando las claves de llegada y de intercambio, encontrando la articulación entre un debate técnico que también parecía alejado de sus vidas, y lo pudimos hacer y nos dejó muchos aprendizajes a tener presentes.
¿Quiénes saben lo que realmente nos importa a las mujeres? No nos arrogamos la representación de todas, no creemos que eso exista, pero tampoco que se hable de nosotras sólo cuando de la disputa del poder se trata.
Cuando trabajábamos con mujeres que se desmayaban en las fábricas porque habían estirado su jornada de trabajo no remunerado hasta que todo estuviera pronto en sus casas para ellos, y al mismo tiempo peleábamos el salario, contribuíamos también a desenmascarar las desigualdades en lo doméstico y fomentar lo que hoy definimos como corresponsabilidad, cómo se distribuye de manera paritaria la limpieza del baño, la cocina, los tiempos de descanso, pero también el poder hacer ejercicio, jugar un deporte; allí también se peleaba por el pequeño poder cotidiano del derecho al descanso y al disfrute.
Cuando trabajamos como artífices de las respuestas al hambre en las ollas, en los merenderos, no separamos la lucha cotidiana por dignificar las vidas del tema del poder y de la democracia cotidiana. Juntamos firmas por el referéndum para que la ciudadanía defina porque creemos en los mecanismos que profundicen la democracia en el país y en nuestras casas.
Hemos vivenciado con miles de mujeres cómo la disputa de género atraviesa todas esas dimensiones; no son cuestiones separadas. La desigualdad de género y el racismo son estructurales, y tal vez eso sea lo que más cueste entender a quienes no sufren sus efectos y el daño que generan.
Lo discursivo no es novedoso
Lo que ocurre hoy en lo discursivo, con muchos compañeros que abrazan nuestras causas y nos dicen cómo deberíamos hacer las cosas las mujeres, es el intento de desplazamiento de la centralidad de la paridad. Esto lo hacen muchos compañeros de lucha y no es un mecanismo novedoso.
Cuando empezamos en el sindicato de la pesca a realizar asambleas de mujeres, también se nos decía que eso iba a dividir la clase y que desplazaba lo que importa; no sólo no ocurrió eso, sino que las mujeres se afiliaron masivamente al sindicato porque “el diario hablaba de mí y de ti”. Cuando construimos las políticas públicas de igualdad en el primer gobierno nacional del Frente Amplio lo hicimos recorriendo el país entero con participación de miles en cada ciudad, en cada pueblo. Era con un documento programático denso y de inmediato se generaba la lectura, el intercambio, con mujeres de las más distintas procedencias. No hablamos por ellas, trabajamos con ellas en su diversidad y tratando de encontrar los caminos para articular la demanda concreta con la propuesta emancipadora.
Liderazgos en construcción
Los liderazgos se construyen y necesitan de circunstancias que los habiliten y los promuevan, requieren generar condiciones distintas de oportunidad y también decisiones de las personas. Y para las mujeres esto supone un ejercicio muy fuerte contra la adversidad. Sabemos que la igualdad es un principio organizador de las relaciones sociales y es una construcción siempre incompleta; por eso seguimos luchando. El horizonte paritario en la política de la fuerza más grande de este país tal vez esté más cerca si seguimos entrelazándolo con las luchas por más democracia. Será seguro en paz, aunque no será posible sin conflicto; pero contará con nuevos liderazgos que tengan capacidad transformadora y que sean tan diversos como entrañables.
Carmen Beramendi es feminista, frenteamplista e integrante de La Amplia.