Tengo tan nítido el Brasil que puede ser, que debe ser, que me duele el Brasil que es. Darcy Ribeiro
Brasil atraviesa un momento oscuro en su historia. Se mire donde se mire hay destrucción, sufrimiento, crisis, retroceso y agravamiento de los problemas estructurales de la sociedad. El país está siendo víctima del saqueo y el parasitismo flagrante por parte de las élites económicas. Los activos económicos del pueblo brasileño se venden por valores degradados, como las reservas de petróleo del presal, las empresas públicas, etcétera.
Están derrumbando y bastardeando el Estado nacional y sus instituciones, provocando la pérdida de varias políticas públicas exitosas con resultados positivos en la vida de los brasileños.
Ataques constantes a los derechos sociales ya reconocidos e institucionalizados, aumento vertiginoso de la destrucción del medioambiente, de nuestros bosques, de la Amazonia, del Pantanal. La tolerancia hacia el monopolio del agua que detenta el agronegocio está dejando en varias regiones del país a muchas poblaciones rurales del interior sin acceso satisfactorio a este bien esencial para la vida. Contaminación acelerada del medioambiente, de las personas y de los ríos, por el uso indiscriminado de plaguicidas y la minería con uso de mercurio.
Guerra híbrida
Brasil está experimentando cómo se están produciendo golpes de Estado en el mundo de hoy. Los llaman guerra híbrida, lawfare, crímenes contra la patria, contra el pueblo y contra la democracia, cometidos en contravención de la ley. Los militares no parecen ser los responsables del proceso antidemocrático, a pesar de que más de 8.000 militares ocupan cargos en el actual gobierno, más que durante la dictadura militar.
Esta dolorosa experiencia política ha causado un gran sufrimiento a todo el pueblo brasileño. El hambre, que había sido extirpada de la realidad brasileña, volvió, y hoy millones de familias pasan hambre, y muchas están sin trabajo y viviendo en la miseria, viviendo en las calles. Una encuesta de 2020 señaló que hay 19 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria severa (hambre) y, en total, 117 millones con diferentes tipos de inseguridad alimentaria (55,2% de los brasileños). Datafolha publicó una encuesta reciente que arrojó que 25% de las familias de Brasil pasa hambre.
La tragedia de la pandemia en Brasil, con su elevado número de muertos y contagios, es resultado del negacionismo contra el conocimiento y la ciencia.
La cultura, la ciencia, el conocimiento, la razón, la inteligencia y la creatividad están entre las víctimas de un fundamentalismo oscurantista predicado por neoliberales autoritarios y mercaderes de la fe, con la participación activa del actual gobierno.
Bolsonaro y el Gobierno Federal han declarado la guerra a la cultura y las artes y están destruyendo la estructura pública construida a lo largo de nuestra historia para apoyar y fomentar el desarrollo cultural del país.
Están inviabilizando las instituciones culturales, las políticas, programas y servicios públicos, incluido el sistema de desarrollo y financiación de la cultura y las artes.
Están usando amenazas e intimidación contra artistas, intelectuales y creadores para intentar restablecer la censura y reprimir el protagonismo cultural de la propia sociedad.
La ruptura del proceso democrático sin fundamento legal, a través del juicio político a la presidenta Dilma Rousseff, comenzó a fraguarse en 2003, cuando Lula fue elegido por primera vez. El golpe contó con el apoyo de los grandes medios de comunicación, que manipularon la opinión pública, con la complicidad de partidos de derecha y centroderecha y con la participación de la Justicia y otras instituciones que, paradójicamente, se encargan de la defensa y el buen funcionamiento de la República.
Las limitaciones cognitivas de la clase media y la ignorancia y primacía política de segmentos de nuestra población permitieron a los golpistas lograr sus objetivos a corto plazo: destituir a la presidenta Dilma, demonizar y encarcelar a Lula para sacarlo de la disputa electoral y elegir a Bolsonaro, un tonto dispuesto a hacer el trabajo sucio.
Guerra cultural y disputa de valores
Los neoliberales y toda la derecha quieren hacer de Brasil un país sin soberanía, atado a la geopolítica estadounidense y a los intereses del capital financiero mundial y sometido a la usura y a la mezquindad histórica de nuestras élites. Un país sin derechos, sin ciudadanía, sin la mínima distribución de la riqueza producida, sin cultura, sin ciencia, sin ejercicio de la crítica, sin democracia, que funcione como un simple almacén comercial o una gran hacienda.
No es casualidad que la barbarie de derecha haya estado atacando la cultura y el conocimiento.
Hace muchos años la Unesco comenzó a incluir la cultura como una agenda estratégica para las sociedades humanas que aspiran a alcanzar un nivel económicamente fuerte, socialmente justo y ambientalmente equilibrado.
El desarrollo de una nación está directamente asociado con la idealización de un modelo de civilización, y todo desarrollo material corresponde a un determinado desarrollo intelectual. La cultura y el conocimiento son bases esenciales del desarrollo nacional. El concepto de desarrollo sostenible es, en sí mismo, una crítica a un desarrollo dirigido únicamente a la acumulación capitalista.
En definitiva, la calidad de vida que todos anhelan dependerá siempre de las ideas predominantes sobre el valor de la vida y la forma en que la sociedad se organiza para satisfacer las necesidades y demandas humanas, de la sensibilidad desarrollada para reconocer e institucionalizar los derechos sociales.
La cultura es central para el desarrollo del país, es parte inseparable del proyecto de nuestra nación. La disputa de valores es necesaria y fundamento de la democracia y del proceso emancipatorio capaz de superponer los intereses del pueblo brasileño a este proyecto mezquino, antipopular, antidemocrático y contrario a nuestra soberanía, y destinado únicamente a atender la usura y los intereses del gran capital.
La cultura también es relevante porque genera una de las economías más prósperas del planeta. Una economía compleja, caracterizada por una fuerte asociación con el conocimiento, impulsada por la creatividad y las ideas, con capilaridad en prácticamente todas las dimensiones de la vida humana, impulsada por un vertiginoso desarrollo tecnológico.
El asombroso desarrollo de los medios de comunicación y las tecnologías digitales, desde la segunda mitad del siglo pasado, ha ido modificando los procesos culturales y sentando las bases para un nuevo ciclo de planetarización e intercambio cultural entre las naciones y culturas del mundo, a cuyas consecuencias todavía hoy nos estamos adaptando.
Bolsonaro y el Gobierno Federal han declarado la guerra a la cultura y las artes y están destruyendo la estructura pública construida a lo largo de nuestra historia para apoyar y fomentar el desarrollo cultural del país.
En este mundo cada vez más pequeño e integrado, sólo la cultura puede distinguirnos y es un activo poderoso para nuestro desarrollo, para la vida democrática, para la justicia social, para el desarrollo económico y para la sostenibilidad.
Vista desde otro lado, la cultura en su diversidad es la argamasa que une y sustenta la cohesión social de nuestra sociedad y es la base de la identidad del pueblo brasileño. Es el cimiento sobre el que se asienta el sentimiento de pertenencia a una misma nación. Debemos considerar que la cultura es una instancia, una dimensión de la vida social y un derecho reconocido como uno de los principales derechos de toda la humanidad en la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
La cultura cualifica las relaciones sociales, da sentido y razón a la vida colectiva y establece vínculos entre el pasado, el presente y el futuro, satisface necesidades subjetivas y forma parte de las necesidades para la plena realización de la condición humana.
La cultura es policéntrica, multifacética y pluridimensional, y necesita ser considerada en su amplitud y complejidad, como dimensión simbólica del país, como derecho de todos y como economía.
Destrucción de valores y racismo
Esta extrema derecha representa las energías cáusticas y destructivas que emergen con fuerza en diversas partes del mundo a principios del siglo XXI, como consecuencia de la crisis y los impasses del capitalismo, incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad. Esta extrema derecha muestra una aversión por las libertades conquistadas y las nuevas emancipaciones demandadas por la humanidad.
En Brasil, esta extrema derecha manifiesta un racismo atávico y una tendencia a aceptar como natural la desigualdad social heredada del largo período de esclavitud. Repudian y rechazan todo el rico aporte cultural proveniente de África, con los africanos que llegaron aquí en las bodegas de los barcos negreros como esclavos. Y también rechazan y repelen la importancia de los aportes de los pueblos originarios, aportes igualmente básicos y fundamentales, sin los cuales Brasil no existe como nación ni como pueblo.
Estos legados seminales fueron modificados, mezclados y amalgamados en la vivencia del día a día en todo el territorio, desde los primeros momentos de la formación de Brasil. Estas contribuciones están presentes en todas las dimensiones de la vida brasileña, en todo el territorio, de muchas maneras y con diferentes intensidades. Están presentes y se manifiestan en la forma de ser, en la sensibilidad, en el comportamiento, se manifiestan en la alegría corporal, en la sensualidad, en la creatividad, en la religiosidad de las personas, en la gastronomía, en prácticamente todas las culturas de este país de dimensiones continentales y en las artes brasileñas, incluidas las artes y creaciones contemporáneas.
Es esta riqueza y complejidad lo que llamamos diversidad cultural brasileña.
Cultura y futuro
La derecha autoritaria y neoliberal entendió la importancia de la cuestión cultural al revés. Niegan la patria y quieren borrar nuestro acervo cultural y disolver las múltiples identidades que conforman nuestra diversidad cultural, nuestra forma de ser. Quieren deshacerse de la vitalidad y de esta riqueza cultural brasileña y hablan de limpiar Brasil, borrar nuestra memoria cultural y extinguir nuestra singularidad. Quieren hacer de Brasil una no-nación.
La llamada guerra cultural ha tenido un efecto devastador, naturalizando sin pudor la desigualdad social, estimulando el individualismo, el odio a lo diferente y afirmando una visión del mundo desprovista de valores, adoptando los paradigmas más reaccionarios, muchos de ellos preilustrados.
Buscan debilitar el Estado nacional y borrar, hacer que deje de existir, el sentimiento de pertenencia a una misma nación.
Están intentando, como hicieron el nazismo y el fascismo en el pasado, producir una gran inversión de valores. Donde hay vida, predican la muerte. Donde hay democracia se predican regímenes autoritarios, donde hay cariño, comprensión, diálogo, solidaridad e integración, se predica y practica el odio, la violencia y la destrucción de los valores construidos por la humanidad a lo largo de su historia.
Para ello defienden la muerte, la violencia, la restricción a la libertad de expresión. Y por eso están en contra de la ciencia, la inteligencia y el conocimiento, practican la discriminación y fomentan el individualismo y los valores más reaccionarios.
Esta extrema derecha es distópica por naturaleza y representa la pulsión de muerte. Choca con todo lo que la humanidad ha ido conquistando, quiere conquistar o valora en términos de libertad, calidad de vida, alegría, placer, paz, ternura, afecto, convivencia civilizada, comunión, etcétera.
El Brasil que queremos
Para enfrentarlos con éxito, quienes quieren un país democrático tendrán el desafío de ampliar y actualizar el concepto de política y el alcance del diálogo con la sociedad.
El proceso político de afirmación de la democracia en el país deberá adquirir una grandeza y una amplitud que no se limite sólo a una cierta distribución del ingreso y al aumento relativo del poder adquisitivo de los trabajadores más pobres.
Brasil no será históricamente exitoso, una nación democrática, socialmente justa y ambientalmente sostenible, sin un compromiso con la expansión y la igualdad de oportunidades y derechos entre todos. La política debe promover procesos de construcción de una conciencia contemporánea que sea capaz de enfrentar los grandes desafíos que nos aquejan como pueblo, y el tema cultural debe ser tratado con la importancia que tiene. Sólo así podremos empoderar a la sociedad de valores, sueños y deseos y contribuir a un gran movimiento liberador que impulse a la sociedad y a Brasil hacia las utopías humanas.
Además de este proceso cultural liberador, será necesaria una educación igualmente liberadora, calificada y contemporánea, así como una democratización de la comunicación que permita acceder a otro nivel de información.
Sin esta amplia renovación y calificación de la política, no podremos avanzar en las relaciones sociales, en la garantía de los derechos y en la inclusión de todo el pueblo brasileño para posibilitar la consolidación de la democracia entre nosotros.
Para retomar el camino de la construcción del proyecto colectivo en Brasil, tendremos que fortalecer en la vida cotidiana de la sociedad y en el imaginario popular los valores más profundos de igualdad, fraternidad, solidaridad, justicia social y afirmación de una humanidad única en medio de la diversidad. Seres humanos libres, conscientes y felices, en vez de seres humanos prisioneros de las pobres ilusiones y falsas promesas de felicidad del capitalismo, viviendo vidas mediocres como esclavos del capital, sin valores ni principios éticos y persiguiendo espejismos como la exacerbación del consumo inútil, la acumulación de riqueza material, el egoísmo, el narcisismo, la disputa y competencia con los demás.
Los movimientos socioculturales, los intelectuales, las organizaciones políticas de la sociedad, los partidos del campo democrático deben llevar las cuestiones culturales y la disputa de valores al centro de la acción política como expresión de la democracia misma y de un proyecto de felicidad para todo el pueblo brasileño.
Como imperativo histórico vamos a tener como desafío en un futuro próximo algo que, en forma embrionaria, ya está en marcha, una disputa por proyectos estratégicos para el país y la sociedad, la construcción de nuevos paradigmas, llegando al plano individual, personal, partiendo de los derechos y necesidades materiales e incorporando el derecho a la felicidad y la alegría como concepto claro de lo que sería la sociedad que queremos y que hace posible la felicidad pública y colectiva.
Juca Ferreira es sociólogo, fue ministro de Cultura de los gobiernos de Lula (2008-2010) y de Dilma Rousseff (2015-2016).