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Ilustración: Ramiro Alonso

De la nube a la tierra II: las nuevas contradicciones sociales*

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¿Qué determina un cambio de época? ¿La pandemia ha profundizado las nuevas dinámicas sociales? ¿Cómo influyen los cambios de la estructura productiva en la sociedad? ¿Qué cambios se pueden observar en la estructura social? ¿Hay una redefinición de los conflictos? ¿Hay lugar para el cambio?

Uruguay viene cambiando a alta velocidad. Probablemente la globalización sea el principal factor de esas transformaciones. La pandemia, por su parte, parece haber acelerado la integración del país a las dinámicas globales. Estos movimientos plantean una serie de desafíos de comprensión de la realidad y nuevas lógicas para generar cambios. Varios teóricos han planteado que desde hace un tiempo la humanidad se encuentra en una especie de bisagra entre épocas. Uno de ellos es Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico.

Uno de los aportes más importantes y vigentes del marxismo es la idea sobre el condicionamiento que genera la economía hacia la estructura de la sociedad. Esta idea es relevante para comprender el punto de partida del análisis. El sistema capitalista ha mutado, y esto se ha dado con una clara orientación hacia la desconcentración y globalización de la producción. Uruguay ya es un eslabón de esas cadenas, por ejemplo, en la producción de papel.

Las cadenas productivas han perdido verticalidad, se han flexibilizado y se han expandido por el mundo. Un producto en su elaboración y distribución puede involucrar varias empresas independientes entre sí. Ese producto puede ser pensado en un país, sus piezas fabricadas en varios países diferentes, su ensamblado puede darse en otro país distinto al resto y su comercialización realizarse en incontable cantidad de mercados. Ese cambio sobre las viejas estructuras productivas, esa circulación, la internacionalización y la diversidad de asociaciones empresariales aceleraron sustantivamente el proceso globalizador a nivel infraestructural. La tecnología, la información e internet apretaron aún más el acelerador.

Estas modificaciones en la estructura productiva del sistema económico mundial, sumadas a las políticas impulsadas por el modelo de desarrollo y administración neoliberal, produjeron cambios profundos en las relaciones sociales. A esta fecha, es cada vez más razonable pensar en la reestructuración de la sociedad uruguaya por fuera de la lógica de “clases”. La fragmentación productiva, la globalización de los procesos económicos y la modificación legal de las relaciones entre empleados y empleadores han generado también una diversificación de la estructura social, que diluye la capacidad explicativa de la idea original de clases sociales.

La fragmentación de la producción y la creciente demanda de conocimiento generan estratificación en los sectores de la población que trabajan por un salario (erosiona económicamente la clase). A su vez, la obligación del movimiento1 que establece la globalización, el avance de la tecnología y la atomización de elementos disponibles al consumo generan distintos niveles de vida, de administraciones del tiempo y de agrupación de las personas a partir de identidades que no necesariamente están determinadas por las posiciones económicas. Por lo tanto, se ha debilitado la idea de que los asalariados tienen intereses comunes y vidas más o menos parecidas. Esto plantea la necesidad de entender la estructura social a partir de esa fragmentación, de una estratificación complejizada y de un proceso de reestructuración que probablemente se dirija hacia una lógica de grupos relativamente pequeños.

La sociedad se organiza en grupos que comparten nivel de vida. Los amigos del Carrasco Lawn Tennis, donde unos son estancieros, supermercadistas, hoteleros (propietarios), anestésico-quirúrgicos, gerentes bancarios e ingenieros (asalariados) se reconocen entre sí como pares a partir de los elementos subjetivos y simbólicos a los que acceden por su nivel de ingreso. Al igual que los padres del baby fútbol en Rincón del Cerro, donde unos son almaceneros, feriantes, chacreros (propietarios), albañiles, policías y repartidores (asalariados). La posesión o no de medios productivos no determina nada en estos casos.

Estos procesos de flexibilización económica han roto la rigidez de las dinámicas de vida que venían constituidas desde la expansión del capitalismo moderno. La globalización y lo maleable (las tercerizaciones o las franquicias personales)2 de las formas del empleo generaron una agilidad que produjo una dinámica de cambio constante. Pasamos de una forma de vida basada en la certeza, en la planificación y en la previsibilidad de los cambios a una existencia que convive con la incertidumbre como elemento constitutivo. Esto produce choques constantes y genera exclusiones, quizá, por no identificar el problema de fondo.

La bisagra cierra lo que se llamó la modernidad y abre paso a una nueva etapa histórica. Este nuevo tiempo ha sido denominado posmodernidad, primera o segunda modernidad, entre otros nombres; sin embargo, el crecimiento de la confianza en las religiones (evangelistas, pentecostales, etcétera), el descreimiento en la ciencia (antivacunas, terraplanistas, etcétera), la profundización de las guerras santas (los sionistas o los talibanes, entre otros), el relego de la racionalidad frente al sensacionalismo (Bolsonaro/Vox/Trump y las grandes operaciones mediáticas, posverdad, fake news, etcétera) y el desplazamiento relativo de las grandes corrientes de ideas3 del ámbito público-popular (expresión de las grandes mayorías) dan una idea más parecida a etapas previas a la modernidad que a estadíos de superación.

Si el sistema económico cambia a tal punto de modificar la estructura social y estos cambios producen una transformación de las formas de vida, es lógico preguntarse: ¿qué sucede con las contradicciones sociales? ¿qué las define? ¿cómo se modifican? Aquí puede resultar útil la metáfora “viajeros y vagabundos” acuñada por Bauman en 1999. Esta etapa histórica está determinada por cambios que aceleraron la globalización, lo que impuso una dinámica de movimiento frenético y sin pausa. Más allá de lo planteado en este texto, la descripción anterior puede derivarse de la teoría de Bauman.

Reducir la desigualdad hoy tiene que ver con dotar a las personas de posibilidades económicas para elegir qué hacer, y la única manera es generando una renta básica universal.

La metáfora refiere a la relación que tienen las personas con ese movimiento que establece la globalización. Los conceptos clave son el movimiento y la libertad. El movimiento es la constante, porque así lo determina la globalización, pero la variable es la libertad, y esa idea es la que define las contradicciones en las sociedades occidentales de esta época. ¿Libertad en cuanto a qué? En cuanto a la utilización del tiempo. Claramente la libertad de decidir a qué actividades (el movimiento) dedicar tiempo está determinada por el poder adquisitivo, un claro ejemplo de la vigencia de buena parte de la estructura del pensamiento marxista.

También es importante apuntar que en Uruguay y en la región la idea de época bisagra tiene sustantiva relevancia, porque los ritmos del progreso y la integración a los procesos globales son marginales. También porque conviven visiblemente formas y dinámicas típicamente asociadas a la época de la rigidez y lo sólido, pero también a la etapa de la flexibilidad y lo líquido, como planteara Bauman. Y, además, es relevante apuntar que el movimiento generado por la globalización tiene como centro el conocimiento y la información. Quienes quedan por fuera de esto representan un tercer nivel de contradicción: son quienes el sistema ha descartado.

Ejemplo de la contradicción planteada: una persona que puede dedicar diez o 12 años a formarse como profesional sin trabajar. En la era del conocimiento esa decisión perpetúa desigualdades.

Como se ha dicho, en Uruguay la pandemia ha agudizado el proceso globalizador que ya venía sucediendo. Se han introducido nuevas variantes a las formas del trabajo (teletrabajo/mixto). Se ha profundizado la lógica de grupos y debilitado aún más la idea de clases sociales. Las personas se reúnen por aficiones o sentimientos y no por cuestiones laborales. El teletrabajo erosionó los grupos y las asociaciones de colegas. La necesidad de adaptar la vida a las “nuevas normalidades” obligó a todos a moverse, no quedó nadie sin cambiar algo en su vida. Luego se dio el movimiento inverso, de nuevo a la “vieja” normalidad, con resultado híbrido, que demuestra todas las etapas del movimiento. Es posible pensar que la sociedad uruguaya ha adoptado buena parte de las características de una sociedad globalizada y a esta altura, probablemente, sean las que la rigen en términos generales.

“Viajeros y vagabundos” es igual que decir ganadores y perdedores de la globalización. Los estados nación están en un brete, porque las lógicas de poder de la globalización les atan las manos, les vendan los ojos y les tapan la boca. Si respiran fuerte o se mueven en defensa de los intereses de sus ciudadanos, las corporaciones transnacionales los embargan por miles y miles de millones, pero todavía existen y tienen responsabilidades sobre sus naciones.4 Esto siempre es peor cuanto menos desarrollado sea el Estado.

Los gobiernos prosistema, los que están a favor del statu quo y los que no tienen perspectiva de cambio estructural, no hacen más que intentar defender los intereses de los grupos que los han llevado al gobierno.

En Uruguay una fuerza política que se proponga cambiar las relaciones sociales tiene necesariamente que analizar el cambio de estas lógicas. Buscar en las determinantes posibles ventajas. Hay que buscar oportunidades porque contra la globalización no se puede ir. No se puede romper, ni forzar, ni someter, ni obligar. Tal vez sí se pueda incentivar, hacer que al otro le convenga. Quizá sea tiempo de un giro lógico.

Si el sistema demanda conocimiento y no genera puestos de trabajo para los no calificados, hay un argumento superior para radicalizar el presupuesto de la educación pública y para dar lugar a una reconversión laboral masiva. Que se pueda estudiar sin trabajar y vivir dignamente. Si el mercado no genera los puestos de trabajo que se necesitan, el Estado debe habilitar condiciones para que la gente se adapte a la demanda. La gente no estudia porque tiene que elegir si estudiar o trabajar. Reducir la desigualdad hoy tiene que ver con dotar a las personas de posibilidades económicas para elegir qué hacer y la única manera es generando una renta básica universal. Porque es la forma de debilitar la mezquindad de las reglas del mercado y brindar protección social ante la incertidumbre e inseguridad que genera en la población el proceso globalizador determinado por la lógica del darwinismo de mercado.

En el siguiente capítulo se hará una reflexión sobre los problemas de la sociedad uruguaya y las oportunidades que tiene el país en el contexto planteado.

Juan Andrés Erosa es militante de Rumbo de Izquierda y estudiante de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

(*) Movimiento como dinámica. Movimiento físico e intelectual. La globalización obliga a la constante actualización de conocimientos, a la constante producción y a la constante actividad. La vorágine de la economía global, la sociedad del conocimiento y la información y la masividad del entretenimiento sumado a lo efímero (24 horas en una historia de una red social) de los hechos obligan al movimiento permanente.


  1. Agentes inmobiliarios de Re-Max, vendedores de Herbalife y demás estructuras piramidales de explotación desestructurada. 

  2. Desalineación del eje izquierda-derecha. Desaparición de las organizaciones políticas como canales de ideas y trascendentes a los individuos. 

  3. Nación entendida como sociedad, como población con una identidad común. 

  4. Este artículo es el segundo de un ciclo de columnas titulado “De la nube a la tierra”. 

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