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Hacia un modelo de ministerio de las culturas, las artes y los patrimonios

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El fermental trabajo de construcción del programa del Frente Amplio, conducido por el doctor Ricardo Ehrlich y el contador Álvaro García, sintetiza valiosas ideas aportadas desde la Unidad Temática y la Comisión Nacional de Cultura.

Rediseñar la institucionalidad cultural desde la diversidad, el respeto y el diálogo con diversos actores y agentes culturales, creadores, disidencias, movimientos, etcétera, para construir una sociedad más libre, justa y solidaria es la premisa. Puede ser una forma de promover y salvaguardar el patrimonio cultural, apoyando lo artístico creativo, junto a los sectores culturales dinámicos y la sociedad civil, para afrontar los retos de nuestro tiempo, como lo son, entre otros, la desigualdad, el cambio climático, la brecha digital, las emergencias y los diferentes conflictos que complejizan la trama social y cultural.

Rediseño del MEC

El rediseño del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) hacia el concepto de Ministerio de las Culturas, las Artes y los Patrimonios que propone la Comisión Nacional de Cultura (CNC) implica un cambio paradigmático que apunta a resolver las asimetrías entre el desarrollo estético-artístico, el arte comunitario, la formación de ciudadanías y las economías creativas, buscando consolidar la democracia y la justicia cultural en todos los niveles de gobernanza y en sinergia con la sociedad civil.

Inicialmente se propone un rediseño con los mismos costos y plantea un incremento presupuestal gradual que fortalezca esa institucionalidad. Desde la Comisión Nacional de Cultura y desde diferentes ámbitos de la cultura se aspira a que tienda, dentro de las posibilidades, al 1% del PIB. Todo ello instrumentado a través de la creación de un Sistema Nacional de Cultura (SNC) apoyado en un plan y una ley nacional de Cultura, idea ya postulada por Gonzalo Carámbula en los años 90. Figuras institucionales similares existen en países como Brasil, Colombia o Chile, y pueden ser de inspiración para nuestro contexto.

La vieja idea de concebir educación y cultura en un mismo anclaje estatal debe ser revisada acorde a las nuevas centralidades que ocupa la cultura para el desarrollo sostenible. Asimismo, se debe articular un Programa Nacional de Educación Artística que integre la cultura en la educación formal, informal y no formal, respetando la necesaria autonomía que es patrimonio e identidad del sistema educativo.

También habrá que trabajar transversalmente por una justicia cultural que promueva y garantice los derechos culturales y la libertad creativa, contemplando la diversidad de territorios, de clases sociales, de género, buscando erradicar la cultura patriarcal que sustenta la violencia contra la mujer y las infancias, profundizando la lucha antirracista y librando una batalla cultural contra la pobreza en todas sus dimensiones.

El desafío de una nueva institucionalidad, que también implica riesgo, provocación e imaginación, posiciona al ecosistema cultural ante una nueva perspectiva política para la acción colectiva, animando a las organizaciones culturales públicas y las de la sociedad civil a considerar no sólo su contribución al desarrollo sostenible, sino que además representan y suponen la oportunidad de un cambio profundo y duradero.

La izquierda: las culturas, las artes y los patrimonios

Concebir desde un pensamiento de izquierda a las culturas, las artes y los patrimonios como motor de cambio y construcción social significa que temas como la soberanía, las identidades, los derechos, la pobreza, la accesibilidad, el desarrollo artístico-expresivo, la diversidad, la ecología y la lucha por la igualdad sean puestos en contexto histórico, sosteniendo un proyecto progresista para el país. Para ello debemos ponerlos al mismo nivel que la educación, la justicia, la tecnología, la economía, el trabajo, la vivienda o la salud.

Es momento de materializar un profundo compromiso con el ecosistema cultural, considerando para ello el patrimonio material y el vivo inmaterial, los museos y los espacios culturales formales e informales, en diálogo horizontal con la cultura independiente, con el arte comunitario, con las prácticas tradicionales y con las formas del arte contemporáneo. Serán varios los horizontes a recorrer, todos relevantes y conectados a complejas dinámicas en la sociedad, donde la cultura debe fortalecer nuevos entramados sociales cada vez más integradores y democráticos.

En resumen, el rediseño institucional propuesto es una herramienta que consideramos de suma importancia, como política pública para avanzar hacia una nueva etapa y construcción cultural progresista en los diferentes niveles de gobernanza junto a la sociedad civil. Entendemos así que esto permitiría que Uruguay despliegue al máximo su rica diversidad cultural y artística, generando múltiples beneficios tanto a nivel social como económico, porque la cultura enriquece nuestras vidas de innumerables maneras, construyendo comunidades inclusivas, innovadoras, resistentes y sólidas democráticamente.

Trazar el rumbo

Si nos imagináramos poseedores de una “brújula cultural” y desde Colonia apuntáramos a Rivera pasando por Durazno, o si bien desde Bella Unión apuntáramos a Montevideo vía Flores (imagínense otros rumbos), encontraríamos lecturas y trayectos culturales tan ricos y diversos como inesperados.

Cada giro de punto de vista sería un muestreo diverso de horizontes, valores, saberes y haceres artísticos, de formas de relacionamientos y de sensibilidades uruguayas. Entonces, pensar una nueva institucionalidad cultural es también mover y sacudir a una izquierda históricamente montevideana y macrocefálica en su visión cultural de país que, la mayoría de las veces, ha estado distanciada de la posibilidad de elaborar y metabolizar esos puntos de vista, lo cual, desde nuestra perspectiva, es un escollo a resolver para avanzar en el rediseño que anhelamos.

Como partida debería considerarse el proceso de institucionalidad cultural que el país ha venido desarrollando desde el retorno a la democracia. También nutrirnos de las experiencias de nuestros gobiernos nacionales y departamentales y de su correspondiente elaboración teórica para diseñar un sistema nacional, fundamentado en un plan nacional de cultura que valore y potencie por igual las dimensiones estético-simbólicas, las económicas y las de construcción de ciudadanía.

Un SNC respaldado por un plan y una ley que deberá diseñar, desarrollar y fortalecer las políticas públicas culturales equilibradamente, en forma transversal, con otras políticas públicas y sobre todo contemplando y acompañando los haceres y saberes culturales que la población ha construido, desarrollado y sostenido históricamente para que dialoguen horizontalmente con los saberes y espacios académicos. Es así que podremos honrar el legado de las ideas de Gonzalo Carámbula sobre el ecosistema cultural. “La cultura como un bosque, como un ecosistema, abierto, flexible, dinámico, complejo. En un bosque hay especies que fagocitan a las otras, que viven del oxígeno de las otras. Donde hay vida, nacimiento, vida y muerte: no todo está bien, hay algunas especies que le quitan oxígeno a otras”, decía Carámbula en 2010, en una conferencia sobre especialización en gestión cultural realizada en Brasil.

En la elaboración y despliegue del SNC es vital no sólo ir a escuchar, sino ser y estar con y junto a la ciudadanía, involucrándonos en acciones que empoderen su participación y protagonismo activo en la implementación conceptual y territorial de la nueva institucionalidad. En definitiva, sumar a la construcción colectiva del proyecto de país que debe impulsar la izquierda al futuro.

Un saludable protagonismo cultural ciudadano

En ese sentido, el SNC, además de velar por las realidades y necesidades de los hacedores de cultura artística o de las visiones patrimoniales, debe trascenderlas, instalándose en el análisis de las otras dimensiones de la vida cultural que son vitales para la salud cultural de un país desde el punto de vista de una ciudadanía protagonista.

Será imperioso entonces conectarse con las expresiones autogestionadas de la cultura comunitaria de acción directa en los diferentes territorios,1 promover el empoderamiento expresivo y creativo de la población en los lenguajes artísticos, asumir los riesgos y beneficios de la economía creativa en un proyecto de desarrollo sostenible y así mismo diseñar estrategias en relación dialéctica con los desarrollos tecnológicos que hoy construyen también la dimensión cultural y política.

Las prácticas y saberes colectivos que emergen de las comunidades y de sus tradiciones, que están ancladas a su cotidianidad y que reflejan sus valores y creencias, deben ser protegidas, fomentadas y desarrolladas desde la gestión e inversión pública, buscando no distorsionar sus lógicas internas (muchas veces subordinadas o condicionadas al apoyo estatal por las “convocatorias de escritorio”) ya que constituyen un fértil camino para formar sentidos de pertenencia, sentidos de sociedad que fortalezcan el sentido de lo público.

Deberemos asumir claramente que la riqueza epistémica, social y estética de nuestras prácticas artísticas y culturales es hoy mucho más diversa y compleja, así como también lo son sus procesos de formación, investigación, creación, producción y gestión.

Acciones y reacciones hacia una política de Estado

Se debe aspirar a un horizonte de políticas culturales de Estado, que como tal no dependan de intereses partidarios. Para ello tendremos que contraponernos con la ética y valores que surgen desde una concepción de libertad como la del “zorro en el gallinero” o del “hacé la tuya”, proponiendo que el Estado es un “costo a abatir”, fundamento constante que se maneja desde la derecha hoy gobernante, y esta es la batalla cultural que plantean.

Como alternativa dialéctica hacia ese discurso que se ha vuelto hegemónico desde la lógica cultural neoliberal2 imperante hay que esforzarse en crear colectivamente canales de participación y protagonismo ciudadano que permitan elaborar, desarrollar y metabolizar en la acción política las expectativas de cada colectivo y cada región cultural, buscando ofrecer alternativas y respuestas, cuidando que la ciudadanía las reivindique como propias.

Es necesario promover y construir ciudadanía que se empodere con herramientas conceptuales y sensibles para intentar abandonar el maltrato y distorsión que les genera la lógica del mercado a los procesos culturales, reduciendo sus prácticas únicamente al “entretenimiento” y, además, educando sistemáticamente para el consumo compulsivo y acrítico de bienes e información que produce consumidores desmovilizados políticamente.

Es necesario promover y construir ciudadanía que se empodere con herramientas conceptuales y sensibles para intentar abandonar el maltrato y distorsión que le genera la lógica del mercado a los procesos culturales.

Debemos reivindicar el rol del Estado interactuando horizontalmente con la ciudadanía, los territorios y las comunidades, garantizando la diversidad cultural y la supervivencia misma de las identidades y los derechos ciudadanos frente a las distorsiones y las asimetrías que genera el mercado con sus modelos de “éxito y competencia” en el terreno cultural o frente a las brechas sociales y emocionales que hoy instalan en el tejido social las nuevas tecnologías.

En el mundo contemporáneo, una ciudadanía fortalecida culturalmente tendrá más herramientas para combatir las tendencias del populismo, la polarización y la posverdad que hoy amenazan las democracias.

La cultura como identidad política

La propuesta de la Comisión Nacional de Cultura del Frente Amplio es transitar hacia la nueva institucionalidad, asumiendo que los tiempos de la cultura son muy diferentes a los tiempos de la política o la educación, a sabiendas de que demandará altas dosis de paciencia, compromiso y coherencia, junto a una planificación abierta y flexible acorde a las dinámicas de estos tiempos.

Pero sobre todo, valorar que cualquier propuesta cultural que la fuerza política lleve adelante debería buscar promover esencialmente una ciudadanía capaz de expresar sus sentimientos, de elaborar sus pensamientos, de defender creativamente sus ideas y sus proyectos de vida para su desarrollo pleno como seres humanos y como comunidad.

Concebir la libertad en clave progresista, como forma de construir un mundo que nos identifique, nos involucre y nos convoque, es trabajar para lograr que la cultura sea definitivamente una justa política de Estado.

El Frente Amplio tiene en la cultura uno de los pilares de su identidad política a desplegar con fuerza y convicción en un futuro gobierno. Hay que transmitir claramente y defender que ningún desarrollo puede ser sostenible, autosustentable y profundo sin el logro de la democracia cultural.

Porque la felicidad, la creatividad y la autoestima de nuestra sociedad también son un factor indispensable para el desarrollo humano y necesitamos políticas culturales a la altura para que ello ocurra.

Julio Brum es músico, activista y gestor cultural. Es tallerista y conferencista en música y cultura a nivel nacional e internacional. Integra la Comisión Nacional de Cultura del Frente Amplio.


  1. Una tensión no resuelta que atraviesa a muchos de los procesos comunitarios tiene que ver con las tendencias “hegemonizantes y extractivistas” de la energía comunitaria por parte del Estado, que convive con la necesidad que las comunidades tienen de vincularse con los recursos públicos. Se ve como un desafío preservar las singularidades de cada proceso, sin que el paraguas político institucional ahogue los procesos comunitarios. 

  2. “Vivimos subsumidos en una cultura neoliberal que invade todos los ámbitos de lo social, que impuso una forma de vida, de pensar y sentir, apelando al interés constante en nuestros actos, al lucro de cada acción, un modelo de tipo mercantil, con sus lógicas empresariales que dominan la vida misma. La vida empresarial como modelo de la vida misma”, La reacción. Derecha e incorrección política en el Uruguay, colectivo Entre. 

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