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Precariedades: dos antropólogos en Tres Ombúes

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Estamos acostumbrados a oír hablar de porcentajes de pobreza e indigencia, de tasas de ocupación y desocupación, del narcotráfico y del consumo de pasta base, del problema de la vivienda, de zonas regulares y asentamientos, de violencia y barrios o zonas “rojas”, de trabajo formal e informal, seguridad social, amparos y jubilaciones. Todo un panorama económico y social que nos mantiene informados y actualizados. Sociólogos, políticos y economistas destacan avances y retrocesos en gráficos y estadísticas.

Ocasionalmente, los medios televisivos les ponen rostro a las situaciones sociales más preocupantes a partir de hechos puntuales: incendio de una vivienda, hechos violentos, inauguración de un complejo de viviendas. Un rostro fugaz, unas palabras extraídas al apuro…

El libro Precariedades. Una etnografía sobre las formas de provisión en un barrio popular de Montevideo, de María Noel Curbelo, Gonzalo Gutiérrez Nicola y Marcelo Rossal, editado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, nos acerca, en cambio, a un micromundo barrial de la ciudad de Montevideo a través de la etnografía. Así nos salteamos las gráficas y planillas y nos sumergimos en la realidad vital de las personas que se esconden tras esos números.

En un proyecto audaz y valiente, dos de los autores del libro se van a vivir durante un año al barrio Tres Ombúes para intentar comprender las estrategias de supervivencia y provisión de las personas, muchas de ellas caídas en el “precariado”. Son fieles así a la clásica tradición etnográfica inaugurada en las primeras décadas del siglo XX, llamada “observación participante”, y al principio de “estar ahí” para conocer de primera mano. Sólo que en este caso ya no se trata de observar y describir la cultura de la sociedad de una isla del Pacífico, de la selva amazónica o la sabana africana.

La etnografía moderna habla, muchas veces, el mismo idioma y tanto investigadores como investigados están sometidos a las mismas leyes y amparados (o desamparados) por el mismo Estado. Acercamiento y distanciamiento tensionan para generar conocimiento científico sobre una realidad social.

María Noel y Gonzalo se “avecinaron” al barrio, interactuaron con los vecinos, escucharon los ruidos en la noche, sufrieron las incertidumbres de pasos por los techos. El libro ejemplifica con diversas experiencias de vida y diferentes grados de (in)estabilidad económica y social. El título del libro remite a la condición de precariedad que afecta la vida de las personas de manera individual o colectiva. El plural nos sugiere que cada uno de nosotros está sometido a diferentes grados de precariedad en los distintos aspectos de nuestra vida. Se parte del supuesto de que “la amplia mayoría de los ciudadanos vivimos en ella (en la precariedad), en sus distintos niveles, y nos relacionamos en formas cada vez más precarias”; sin embargo, hay precariedades y precariedades.

En el barrio conviven personas cuyas vidas tienen un anclaje en ciertos parámetros de seguridad y estabilidad que les permiten manejarse en sus comunidades con fluidez. Otros “están en el umbral más extremo de la precariedad, en la posibilidad cierta de quedarse sin casa, sin la libertad ambulatoria u obligados a andar y andar para obtener el sustento día a día”. Las historias de vida, cómo ellos mismos se perciben, cómo los perciben los demás y cómo interactúan unos y otros forman el tejido del libro.

La relación con el trabajo formal y el sistema educativo, la participación política o social, la salud mental y el consumo problemático de sustancias, las estructuras de contención familiares, el alcance de las políticas de amparo estatal, son factores que estructuran la vida de las personas y que, cuando fallan, generan aquella precariedad extrema que arroja al individuo por fuera de los lazos de conexión social, situación que se vuelve más irreversible a medida que el tiempo pasa y el cuerpo y la mente muestran las huellas del deterioro. El delito como estrategia de provisión comienza a jugar inevitablemente. En los testimonios se comprende cómo interactúan conflictivamente las conductas con las moralidades, cuestionando la simplificación de una sociedad dividida entre “ciudadanos honestos” y “delincuentes” que buscan el “dinero fácil”. En estas reflexiones también se evidencian las diferencias de género, lo que se espera de un varón o de una mujer, y en qué medida cada sujeto es capaz de responder a estas expectativas.

La contextualización histórica no está ausente en el texto y tampoco faltan los testimonios con la percepción subjetiva de un pasado fabril cargado de cierta nostalgia. Los aspectos negativos de la vida como trabajadores fabriles (trabajo infantil, malas condiciones sanitarias, contaminación ambiental) quedan opacados por el valor de lo colectivo y la formalización en el mundo industrial y su correspondiente actividad sindical.

La moralidad heredada y la solidaridad de clase son valores que permanecen como referencias, pero que han perdido valor en las generaciones más jóvenes, empujadas a la informalidad y la búsqueda de salidas individuales.

La reflexión moral sobre las acciones propias o ajenas está siempre presente en los discursos de las personas, generando tensiones inter e intrapersonales: “Dejar de lado una forma digna de sustentarse para hacerlo en algo que no se considera digno debe elaborarse simbólicamente, se deben encontrar las formas de procesarlo y justificarlo frente a uno mismo y frente a los demás”.

“Ganarse la vida” se dice de quien trabaja para mantenerse, cuando las personas pierden una y otra vez, el futuro se reduce a lo inmediato y la precariedad ocupa todo el espacio vital. La relación con el Estado y, particularmente, la dependencia de las prestaciones asistenciales resulta conflictiva, ya sea por las dificultades de acceso digital, por la planificación centralizada que no conoce el territorio y por la percepción de injusticia que sienten quienes “entienden que le daban al que no había que darle y no le daban al que había que darle”. El estigma que acompaña al beneficiario contribuye a ampliar la frontera entre los que se ganan la vida y los que quedan “aparte” (así titulaba Mario Handler en 2002 un documental sobre la vida de una familia de un asentamiento). Los partidarios de la renta básica universal insisten sobre el aspecto discriminatorio y el alto costo burocrático de las prestaciones asistenciales.

Al terminar de leer el libro uno se queda con ganas de husmear en los diarios de campo porque se imagina que las historias de vida relatadas son apenas una muestra de las recopiladas por los investigadores. Estas historias ayudan a comprender las trayectorias de aquellos que no quisiéramos ver en nuestras veredas. Ahora que el censo nos dice que somos pocos y envejecidos, quizás sea un buen momento para pensar cómo evitar que una parte de nuestra población joven se aleje hacia “precariedades más totales, que abarcan todos los planos de la vida del sujeto, especialmente cuando el sujeto vive al día la experiencia del desgarro de sus relaciones personales: cuando hombres y mujeres quedan desacreditados ante sus colectivos”.

Un par de citas ilustran la percepción desde el barrio de lo que ocurre con muchos de estos jóvenes. “A la mayoría de ellos los vieron crecer y, en muchos casos, vieron un ciclo que se repite y que comienza con el abandono educativo, el consumo de sustancias, alternando con algunas experiencias de trabajo precario y eventualmente en la incursión en la venta de drogas, o en la perpetración de hurtos, arrebatos e incluso rapiñas y el encarcelamiento”.

“Muchos de estos jóvenes dejan de ser visibles sólo para el barrio y pasan a ser visibles en otros barrios cuando se desplazan a zonas céntricas para vivir en la calle o pernoctar en un refugio. Así, se da un desplazamiento de ser el hijo de fulana o de fulano a ser un “persona en situación de calle”, a volverse un “ocupante del espacio público”, a ocasionar “problemas de convivencia”, a ser o no –según la valoración externa– capaz de decidir por sí mismo en qué lugar quiere estar”.

En resumen, se trata de un libro que nos recuerda que no basta con diseñar políticas sociales para “reducir” los números rojos de las estadísticas; que hace falta repensarnos socialmente para que nadie quede afuera.

Este trabajo se inscribe en una línea de investigación que ya lleva más de una década a cargo de Marcelo Rossal. En 2009 se editó Si tocás pito te dan cumbia, de Rossal y Ricardo Fraima, y en 2020 La pobreza urbana en Montevideo, de varios autores coordinados por Rossal. Entre uno y otro, se han editado varias publicaciones en formato libro o artículos enfocados en la pobreza, la exclusión urbana y en las personas en situación de calle consumidoras de pasta base.

Rafael Katzenstein es licenciado en Antropología Social y es profesor de Literatura jubilado.

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