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Retrato de una impunidad

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El 2 de febrero de 1976, con 20 años de edad, fui secuestrado una madrugada cuando había llegado de cantar y apenas dormido en mi casa de Salto. Luego lo ya sabido, días de plantón, interrogatorios, picanas y amenazas constantes.

Después de unos meses en el cuartel de Salto me trasladaron al llamado Penal de Libertad.

En los interrogatorios en Salto participaban la totalidad de los oficiales, unos más visibles que otros, desde alféreces, aprendices que habían cursado la Escuela de las Américas (SOA) en Panamá, dependiente de Estados Unidos, donde se les enseñaba a torturar a tenientes, capitanes, mayores, suboficiales de tropa y los de particular, que eran los seguidores por las calles.

La responsabilidad de las torturas e interrogatorios la tenía el jefe del S2. En este caso un capitán en aquel momento, que llegó a ser coronel. El servicio S2 del Ejército Nacional tenía a su cargo las persecuciones, el interrogatorio y las torturas.

Se identificaba su voz. Aún hoy en mi memoria y en la de muchos persiste, porque los sentidos estuvieron alertas y lo guardaron en ella como si todo se estuviese viendo claramente, aunque fuera con los ojos vendados y encima de la venda la capucha que encerraba toda la cabeza.

El jefe del S2 en Salto se esmeraba para no hacerse sentir demasiado, pero se lo identificaba y su presencia era constante. Se llamaba Franklin Fernández.

Murió impune hace más de un año. Su nombre figura en las denuncias hechas por ex presos políticos en el expediente de Salto, que es el mismo en el que está incluida la pieza del caso del médico Ricardo Revetria, sobre el que testifiqué el pasado año. Al ser testigo de esta causa lo mencioné nuevamente.

Varios meses antes de eso pensaba que aún estaba vivo, pero me dijeron que era imposible, porque siendo el mayor responsable de las torturas por ser el jefe, tenía que haber sido citado. Confirmé su muerte hace un año.

Al recordar cuánta gente fue dañada física y moralmente, cuánta barbarie fue cometida con ellos, imprimí en un trabajo para la escuela elemental de cine una denuncia no típica al respecto. Lo recuerdo con todo el pelo, sus bigotitos, sus lentes de aviador negros, y cuando estaba sin ellos, sus ojos inyectados de sangre.

El pedido de justicia no es venganza, la venganza está en la voluntad del oligarca y del nostálgico por pretender aplastar moral y físicamente una llama histórica invulnerable.

Antes del mencionado trabajo, también el año pasado, escribí este texto. No es un poema:

Gran jefe
Me resulta imposible escribirlo con metáforas
con figuras, con musicalidad
No me sale ni la busco
tampoco lo merece
no lo siento ni lo quiero hacer.
Sí lo merecerían y merecen Héctor, Tilo
Nardo, o tantos otros
y tantas otras a quienes intentaría cantarles
o escribirles con colores y esmeros de poemas.
No tendría que perder un segundo
porque me aburre
porque me cansa
porque es oscuro
y subterráneo.
Enterrado en fosas inexistentes de barro putrefacto bajo ladrillos de piedra.
Pero me libera
y lo hago por el recuerdo y memoria
de tantos valientes y
porque la justicia no llegó en el tiempo
que debería haber llegado.
Al enterarme de tu muerte me pregunto
¿A cuántos de tus torturados has sobrevivido?
Tal vez no demasiado, a los más viejos
Tal vez meses a los de tu edad
y nada a los más jóvenes
esos que más temías y temiste siempre.
Sin embargo, ahora estás en el tránsito al polvo
como cualquiera.
En la calle, lejos de las capuchas y las vendas
me hacías sonrisas simpáticas
pero mirabas detrás de tu espalda hasta que
finalizara yo de pasar junto a mi apatía
en los escasos encuentros imprevistos
Cree el ladrón...
Y aunque mi indiferencia seguía su paso
en ello tuve la certeza de que viviste con miedo
como es seguro que les aconteció y acontece
a tus cobardes inmediatos
esos que te llamaban “gran jefe”.
No me importaste nunca
pero al enterarme de tu muerte pensé en aquellas
tus víctimas
En tu doble vida
Una con la máscara del buen vecino
y buen etcétera
y la otra con los ojos surcados de venas rojas
comandando y ejerciendo el tormento
interrogando con voz suave y amenazante.
Poco te hacías notar, quizá pensando en tu futuro
Pero los encapuchados
te veían con sus oídos, olían el tabaco Richmond y escuchaban tu presencia.
Cierto es que pudiste llegar a coronel
a viejo y a morirte
un poco antes que la más que lenta
e injusta justicia arribara a tu puerta.
Lo hiciste impune
Pero hay una cosa que dentro de tu vida y tu muerte no se podrá eliminar
y menos de la historia, que tarde o temprano juzga
y esa cosa se llama verdad
la realidad que golpea fuerte en la vida y en la muerte
y ante ella no podrás darte vuelta y mirar detrás de tu espalda, Franklin.

La impunidad agazapada pega el salto con nueva fuerza. Los violadores de los derechos humanos, los criminales de lesa humanidad pasarán a sus cómodos hogares a cumplir prisión domiciliaria, mientras que muchos otros continúan libres y sin juzgar. Como si fuera poco, se votó una nueva y segunda reparación económica a varios de sus familiares ya reparados en su momento.

Hay una razón histórica en el pedido de justicia, existe una razón vital de futuro para que ella se exprese en el presente.

El pedido de justicia no es venganza, como se empecinan en afirmar Julio María Sanguinetti y Guido Manini Ríos, la venganza está en la voluntad del oligarca y del nostálgico por pretender aplastar moral y físicamente una llama histórica invulnerable que siempre y hasta el cansancio ha demostrado ser indestructible.

Andrés Stagnaro es cantautor.

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