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Parir en la marginalidad y habitarla desde el primer respiro

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Este fin de semana, una mujer de 27 años que está en situación de calle parió en plena vía pública en Casabó. Personas que pasaban por el lugar la escucharon gritar desesperada de dolor y llamaron a la Policía.

El embarazo llevaba 32 semanas de gestación. El parto fue asistido por dos policías. Axel pesó poco menos de dos kilos. Tras el nacimiento, ambos fueron trasladados a un centro de salud. Después, quién sabe, volverán a la calle o los cubrirá por un tiempo alguna política pública; ya no serán noticia.

Todo lo que tiene que ver con el acompañamiento a la gestación a nivel de salud y la importancia de apoyar la gestión de un embarazo a nivel integral, con los controles necesarios en cada etapa, no es el motivo central de esta columna, aunque sea algo más que evidente y que debe ser dicho. Tampoco lo es la clara necesidad de la promoción del acceso oportuno y voluntario a métodos anticonceptivos acordes a las realidades de las distintas personas.

El foco de esta columna apunta a lo que significa parir en los márgenes. Por fuera del sistema. Sin llegar a un centro de salud. No por elección, como quien decide parir en su casa, sino por las barreras en el acceso, por la exclusión, por habitar en la marginalidad de un sistema que no está llegando a tiempo.

Hay personas que están pariendo asistidas por policías. Hay policías que están asistiendo partos. Sin posibilidades de elegir. Sin doulas, parteras, especialistas en ginecología ni personal de salud. Sin instalaciones acordes. Tal como dice uno de los policías que asistieron uno de los últimos partos en un video institucional publicado por la cartera, no cuentan con las herramientas para hacerlo. Como comenta, para cortar el cordón umbilical, lo ataron con guantes de látex. Para quienes participaron, el resultado fue emocionante: la bebé y la mujer que la gestó sobrevivieron.

Pero hay que tener claro que estos partos domiciliarios –y menos aún el que ocurrió en la calle– no son una cuestión de elección. Lejos de ser noticias auspiciosas, y más allá de las emociones que seguro inundan a quienes atraviesan de un lado y del otro por esos momentos, estas situaciones deben encender todas las alarmas, y no deben ser parte de una respuesta que se instale para suplantar a un sistema que no llega a tiempo y a veces ni siquiera llega.

Estas son situaciones de emergencia absoluta, en las que quienes actúan [policías] tienen poco margen de maniobra. Es una situación de estrés, en las que hay riesgo de muerte, en las que hay riesgo de no llegar siquiera a nacer vivo.

Sin contar el parto en la calle en Casabó la semana pasada, el Ministerio del Interior comunicó y brindó reconocimiento en la misma semana a policías que actuaron en dos partos más.

Uno de los policías, que ingresó recientemente a la institución, ya lleva dos partos asistidos en el último mes. Recibió la formación básica sobre este tema que forma parte de la currícula y, sumando esto a sus capacidades humanas, ha logrado acompañar estos momentos determinantes. Pero, evidentemente, cuando entró a la Policía seguramente no lo haya hecho pensando en que iba a asistir partos.

Acá no está en cuestión el “milagro de la vida” ni el accionar de la Policía, que claramente ha logrado en estos casos atender con altura estas situaciones de emergencia. Acá de lo que estamos hablando es de miseria.

Es llamativo que tomemos conocimiento de esta realidad a través de una política institucional de comunicación del Ministerio del Interior, que suele celebrar estos acontecimientos en las redes sociales con imágenes de las parturientas junto a los recién nacidos y los policías que participan en estos procedimientos. Se está construyendo una política comunicacional de celebración a partir de lo que debería ser una alerta.

Sin embargo, y a pesar de comunicar explícitamente estas situaciones por las redes sociales, la cartera rechazó dar respuesta a un pedido de acceso a la información pública realizado por la diaria para saber cuántos partos fueron asistidos por policías en los últimos años y en qué condiciones. Consultamos específicamente cuántos de estos procedimientos fueron en domicilio y cuántos durante el traslado a un centro de salud, también pedimos el detalle sobre en qué departamentos ocurrieron y, en el caso de Montevideo, pedimos conocer qué seccionales o direcciones policiales actuaron.

Además de no lograr acceder a la información solicitada, tomamos conocimiento de que no hay un relevamiento de datos que permita analizar esta realidad y reconocer que estamos ante un problema. Según la resolución emitida por el Ministerio del Interior, la negativa surge de la asesoría letrada del ministro del Interior, Luis Alberto Heber, que sugirió “denegar” la solicitud, “dada la inexistencia de datos en poder del organismo respecto de la información solicitada”.

En la respuesta se planteó que el Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad de Uruguay no cuenta con la información solicitada y que dicha información está dentro del Sistema de Gestión de Seguridad Pública, contenida en la narración de la denuncia o el parte policial, por lo que se infiere que el sistema no tiene una categoría específica para dar cuenta de estas situaciones y, por ende, no puede brindar información al respecto, tal como plantea la resolución en la que se rechazó la solicitud de la diaria.

Es decir, no sólo no podemos saber al respecto, sino que no se jerarquiza la sistematización de estos datos; parece que no importa dónde y cómo comienza la vida de quienes habitan los márgenes, tampoco saber más sobre la exposición de los policías a esta responsabilidad.

Acá no está en cuestión el “milagro de la vida” ni el accionar de la Policía, que claramente ha logrado en estos casos atender con altura estas situaciones de emergencia. Acá de lo que estamos hablando es de miseria. De las barreras en el acceso a los servicios de salud y al sistema en general en su máximo esplendor.

También, una vez más, de la Policía cargando con una responsabilidad que no le corresponde. Como gran parte de las problemáticas sociales que no se logran resolver y terminan recayendo sobre la Policía, que ahora, a pesar de la sobrecarga y las precarias condiciones de trabajo, asume que además de sus funciones, ya de por sí estresantes, asistir partos podría no ser excepción sino parte de una rutina posible a la que los policías deben enfrentarse. Porque llegan antes, porque el sistema de salud no llega a tiempo.

Más allá de reconocer la labor de quienes participan en estos procedimientos, ¿podemos celebrar tamaña exclusión? ¿Cómo se construye el antidestino cuando se nace con tal marginación? ¿Quién se hace cargo cuando la vida empieza con tanto rezago?

Esta es una alerta que hoy vemos camuflada en selfies emocionantes y en una elección institucional de hacer de esto una política comunicacional próspera. Pero nacer en la marginalidad y habitarla desde el primer respiro no puede ser nunca una buena noticia.

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