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Inteligencia artificial, poder y democracia

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A fines de agosto, el City Journal publica un artículo de Samuel Hammond que analiza “la fusión del populismo conservador con la derecha tecnológica”, que según el autor podría “remodelar la gobernanza estadounidense”. El mismo Hammond que en marzo de este año analizó el desarrollo de “Ley de Inteligencia Artificial (IA)”, que fue recientemente aprobada en la Unión Europea (UE) para “garantizar una IA segura y centrada en el ser humano”.

El autor realiza críticas por los errores en que esta incurre. Sobre todo en la evaluación de los riesgos a los que se aplicaría la regulación. Para Hammond, la ley debería concentrarse en regular los riesgos verdaderamente catastróficos y acuerda imponer la mayor y más severa “supervisión” y fiscalización a los laboratorios de AGI (Estado de Inteligencia Artificial General), poderosos sistemas de ChatGPT que exhiben capacidades generales de lenguaje, visión y razonamiento que “pronto podrían acercarse a la AGI”.

El autor acuerda con la disposición de la UE que se hace eco de la “Orden Ejecutiva de la Casa Blanca” sobre la IA (que supervisa y vigila los laboratorios de AGI) y que cree que Estados Unidos “haría bien en codificar en ley”.

Más allá de los resultados de las elecciones de noviembre en EEUU, la elección de Donald Trump de JD Vance como compañero de fórmula es para Hammond un posible camino de cambio en la estructura de poder del Partido Republicano. “La decisión fue más que estratégica; anuncia el surgimiento de una nueva contraélite experta en tecnología que tiende un puente entre el espíritu de innovación de Silicon Valley y los intereses de la clase trabajadora”.

Esta vez “es diferente”: en los últimos cuatro años “se consolidó un creciente centro de poder en la política estadounidense, respaldado por una élite emergente y la nueva riqueza de la era de internet. La fusión del populismo conservador con la derecha tecnológica podría remodelar la gobernanza estadounidense”. “Si algo une a la derecha tecnológica y a los votantes de Trump, es el reconocimiento de que el viejo sistema −los medios de comunicación, la academia y la burocracia federal heredado− está profundamente roto”.

Estos análisis ponen en evidencia la imperiosa y urgente necesidad de incluir en nuestra agenda política, y en un primerísimo lugar, el indispensable control democrático de los temas centrales de la inteligencia artificial.

Esto abre una oportunidad para que los emprendedores y empresarios altamente capaces puedan evitar el sistema heredado y se encuentren más libres de regulaciones que dificulten en algo sus ganancias y su poder.

Estos análisis ponen en evidencia la imperiosa y urgente necesidad de incluir en nuestra agenda política, y en un primerísimo lugar, el indispensable control democrático de los temas centrales de la IA y de la AGI.

Esto es un tema global, y tiene que ver con la libertad y la soberanía. La Unión Europea y las Órdenes Ejecutivas de EEUU señalan la urgencia política y democrática del tema. El vertiginoso desarrollo de la IA y el inminente y cercano desafío de la AGI imponen una nueva política, que tiene que lograr que nuestro país participe de estas discusiones y las decisiones que se están tomando en los grandes centros de poder del mundo. Las élites tecnológicas, los gigantescos capitales transnacionales, el complejo militar industrial y las grandes transnacionales de muchos rubros generan una concentración de poder que tiene que tener respuestas de los estados nacionales y sobre todo respuestas multinacionales estatales que regulen a nivel global las maneras del desarrollo de la IA y sobre todo de la AGI.

La reconfiguración del orden mundial genera ámbitos propicios para que las grandes naciones que pugnan por mantener o imponer hegemonías, en su confrontación lleven el mismo ritmo vertiginoso de la tecnología y el resto del mundo quede de lado y sea irrelevante en cualquier decisión que involucre la libertad y la soberanía.

Las preocupaciones públicamente expresadas son predominantemente miradas hacia las consecuencias sobre la educación y el mundo del trabajo, pero hasta ahora, en nuestro país y en el continente estamos lejos de analizar (como sí lo hacen en Estados Unidos, China y la Unión Europea) los impactos primordiales de nuestra condición como seres humanos, de nuestros valores, de la libertad y de la soberanía.

Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.

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