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Aprendiendo política desde México

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Pasan los días, las semanas, los años, y el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), continúa con un apoyo mayoritario. Cuenta con una imagen positiva alta y estable a lo largo de todo su mandato. Y no importa qué encuesta consultes. Todas coinciden en el mismo veredicto: dos tercios de la población está con AMLO.

La esencia es básica, pero no por ello sencilla: hacer política. Sí, política. Esta palabra, maldita para muchos, que AMLO pone en valor a contracorriente de quienes la consideran una reminiscencia del pasado.

Para el presidente mexicano, la política es un arte noble. Esto es algo que dice constantemente y, lo que es aún mejor, se esmera en ponerlo en práctica de múltiples maneras.

En primer lugar, parte de convicciones; sin ellas, no se puede hacer política. Esto no significa ser dogmático, pero tampoco moderado ni fanático del centro. Todo lo contrario, defiende ideas, valores y principios. Y esta matriz ideológica le sirve como ancla sólida cada vez que tiene que lidiar con una coyuntura compleja. Así se mueve tácticamente. Lo necesario, pero sin dejar de avanzar en lo definido previamente como estratégico.

Esto, además, tiene un correlato inmediato: le permite fijar el adversario político sin ambigüedades. Esta es una cuestión fundamental para evitar confusiones entre la ciudadanía cada vez que hay que tomar partido, sea a la hora de votar o, sencillamente, en la cotidianidad de una discusión familiar.

En segundo lugar, no subestimó la importancia que tiene la gestión para que su palabra tenga credibilidad. El actual gobierno de la Cuarta Transformación (4T) –así se autodefine– ha tenido logros muy notorios en lo social y lo económico. La mejora en el bienestar social vino acompañada por la bonanza macroeconómica. Por ejemplo, hoy su moneda, el peso mexicano, es la moneda que más se apreció en estos años en toda América Latina.

Otro buen ejemplo es el de la llamada “austeridad republicana”, que consiguió implementar gracias a la siguiente ecuación: aumentar la recaudación sin modificar la matriz tributaria. ¿Cómo lo hizo? Eliminando la mayoría del gasto tributario innecesario, por injusto e ineficaz. También redujo mucho el grado de evasión y eliminó gastos superfluos de la clase política (AMLO sigue viajando en avión comercial después de cinco años y medio de gobierno –y no cambió de parecer a los cuatro meses–).

En tercer lugar, comunica sin frivolidad. No le hizo caso a ninguno de esos manuales modernos de comunicación política que siempre abusan de infinitos lugares comunes y que provocan que la política se vacíe de política. AMLO habla a diario (a través de las "mañaneras") y responde a todo; en cada explicación combina lecciones históricas con datos actuales, no le huye a ninguna controversia, hace pedagogía en cada asunto e instala agenda. Y, además, si considera que necesita más de una hora para contestar en detalle una pregunta difícil, lo hace. Y, así y todo, es indudablemente uno de los principales youtubers de América Latina por cantidad de reproducciones.

AMLO no le hizo caso a ninguno de esos manuales modernos de comunicación política que siempre abusan de infinitos lugares comunes y que provocan que la política se vacíe de política.

En cuarto lugar, entiende que lo electoral se resuelve en la arena de la política. Es decir, llega el período de campaña y lo primero que hace es acudir al Congreso para plantear una reforma constitucional para recuperar el espíritu de 1917, planteando cambios estructurales muy notables para el futuro del país (salarios, soberanía, salud, educación, pensiones, etcétera).

En quinto lugar, sabe que sin batalla cultural es imposible sostener un proceso de transformación hacia adelante. Su base está en el humanismo mexicano. Desde ahí resignifica viejos símbolos y crea otros nuevos. El orgullo de ser mexicano es, seguramente, uno de sus principales estandartes.

En sexto lugar, ejerció un pragmatismo inteligente. Ello no implica renunciar a soñar; tampoco vivir haciendo genuflexiones. En otras palabras: no se puede hacer política desconociendo la realidad. Por ejemplo, no se puede desconocer que México tiene una frontera enorme con Estados Unidos. AMLO jamás se hizo el miope frente a esa obviedad y, por eso, tuvo que hacer política exterior teniendo en cuenta esa dificultad. Seguramente, en algunos asuntos tuvo que ceder, pero jamás cedió la soberanía. Y, gracias a eso, logró ser aún más autónomo en su política exterior para con América Latina (véanse ejemplos como los del rescate a Evo, el desconocimiento de Dina Boluarte como presidenta de Perú o el asilo a los perseguidos políticos de Ecuador).

En séptimo lugar, le dio máxima prioridad a crear un “movimiento” capaz de generar tensiones creativas (como diría Álvaro García Linera). Actualmente, Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) está en la centralidad de la política en México. Tiene una militancia altamente formada, organizada y muy activa. Esto es crucial para una cita electoral, pero fundamentalmente para hacer política en el territorio, en el mundo académico, en las redes, etcétera.

Por estas y otras razones, el tan cacareado “avance de la derecha global” no tiene cabida en México. A pesar del enorme poder mediático opositor, a pesar del Poder Judicial jugando en contra, a pesar del poder económico apostando por otro modelo; a pesar de estos típicos argumentos que en otras latitudes se utilizan para explicar la llegada de lo inevitable, en el país azteca esto no sucede.

Disculpen el spoiler: las alternativas conservadoras y neoliberales (se llame Xóchitl Gálvez o Jorge Álvarez Máynez) no lograrán vencer a la candidata de Morena en las elecciones presidenciales del 2 de junio. Claudia Sheinbaum será la próxima presidenta de México por todo lo descrito anteriormente y también porque es una mujer altamente formada y capacitada, técnica y políticamente, con mucha trayectoria y experiencia verificada (gobernó la Ciudad de México) y con lealtad de sobra demostrada, tanto a AMLO como al marco ideológico del espacio político al que pertenece.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.

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