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Pobres, frágiles y ricos: el país de las medianías que no somos

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Hace unas semanas fui a ver Madre Coraje y sus hijos, una adaptación uruguaya de la célebre obra de Bertolt Brecht, y un diálogo me quedó resonando. En un momento un personaje le dice a otro: “Yo no tolero la injusticia”, y recibe como respuesta: “Sí, pero ¿por cuánto tiempo no la tolera? ¿Por una hora? ¿Por dos? Ni usted mismo lo sabe y, sin embargo, eso es lo más importante cuando, encerrados en un calabozo, nos damos cuenta de que la injusticia ya no nos subleva más”.

A veces siento que el realismo capitalista nos ha ganado al punto de que hemos desarrollado altísimos umbrales de tolerancia a lo injusto; tomamos conocimiento de que uno de cada cinco menores de seis años es pobre y la vida sigue como si nada. La pobreza, que es tan sólo una de las tantas caras de la desigualdad, no es un problema de los pobres, es de la sociedad toda que valida distribuciones desiguales de los recursos comunes y del poder, y sufre de una forma u otra sus consecuencias y efectos.

Atendiendo que la pobreza es palpable y visible mientras que la desigualdad no tanto, estamos convocados a hacerla tangible, a construirla como problema comunitario y a ayudarnos a quienes no tenemos el blindaje de los privilegios a pensarnos en relación con nuestras fragilidades. La energía que empeñemos en erradicar estos males sociales hablará más de las personas “integradas” que de las vulneradas.

A las grandes mayorías nos unen los problemas, y no hay artificio politológico que pueda dividirnos según intención de voto cuando en lo concreto compartimos los mismos dolores y angustias. Tenemos entonces el imperativo ético de desarticular la trampa del Uruguay de las mitades, tan cultivante de la frivolización de la política como infértil para encontrar soluciones a los problemas reales.

Una política transformadora adaptada al tiempo que vivimos está obligada a interpretar los malestares populares, a politizar y ofrecer los mástiles que porten las banderas de las causas justas del presente y del futuro.

En tiempos de dirigentes coléricos que convocan a la violencia contra enemigos de cartón, en tiempos de irritación social, cuando los primeros han animado la batalla de los penúltimos contra los últimos, hay que reconducir las miradas hacia quienes detentan el poder real. Estoy convencido de que llegó el momento de incorporar, en línea con el planteo de Fernando Esponda,1 nuevos indicadores que complejicen nuestros problemas y que nos ayuden a achicar la brecha entre nuestras posiciones sociales reales y las percibidas.

Así como lo sabemos todo sobre los pobres, necesitamos conocer al escurridizo grupo de privilegiados que se ha apropiado de la riqueza que generamos entre todas y todos.

Es altamente probable que mientras exista una única línea de corte (la de la pobreza) prevalezca la fantasía de que tenemos amplísimos sectores medios que por el solo hecho de no considerarse pobres comienzan a mirarse en el distorsionado espejo de los de arriba. Es necesario construir efectivamente una línea de riqueza en Uruguay determinada por el plus de satisfactores para sus necesidades, por su capacidad de ahorro, entre otros, para avanzar en objetivarla.

Así como lo sabemos todo sobre los pobres, necesitamos conocer al escurridizo grupo de privilegiados que se ha apropiado de la riqueza que generamos entre todas y todos. Al finalizar este período de gobierno la economía habrá crecido en el entorno de 6%,2 pero la participación de la masa salarial en el producto interno bruto (PIB) habrá disminuido respecto de 2019. Es decir, los actores vinculados al capital nos habrán confiscado al menos 3% del PIB de nuestro crecimiento. Esto no fue accidental, no puede justificarse por la pandemia ni por otra razón que no sea que el gobierno diseñó una estrategia deliberada para hacer cambios estructurales en la economía transfiriendo durante los primeros tres años recursos desde las grandes mayorías a los ricos, pero garantizando que en el año electoral las primeras pudieran volver a sus condiciones de 2019.

Podemos debatir mucho sobre las categorías que utilizamos para analizar la realidad, pero lo cierto es que en este rinconcito del sur del mundo la puja distributiva la venimos perdiendo las y los laburantes: mientras las grandes mayorías vamos a ir a votar con los pies en las condiciones de 2019, unos pocos lo harán con los pies en 2024, evidenciando que el derecho al futuro hoy es un privilegio de clase.

En línea con comprender mejor la configuración social y poder construir identificaciones más ajustadas a la realidad, que eviten distorsiones en la autopercepción, considero fundamental avanzar en otro indicador: la línea de fragilidad. Esta herramienta nos permitiría dimensionar el conjunto de compatriotas propensos a caer debajo de la línea de pobreza por la precarización de sus derechos. ¿Cuántas familias pasarían a considerarse pobres si se incorpora un nuevo integrante al hogar? ¿Cuántas familias pasarían a considerarse pobres si el ingreso de alguno de sus miembros se viera afectado por un accidente discapacitante? ¿Cuántos pasarían a considerarse pobres si se separaran de sus parejas? Si no manejamos este dato no podremos diseñar políticas lo suficientemente robustas y preventivas que superen la focalización a la que estamos habituados.

En un mundo que nos incita a la autosuficiencia y al hiperrendimiento, en el que se nos convoca a “manifestar” un futuro deseado más allá de nuestras condiciones objetivas, quizás corresponda aplicar el principio de realidad y reconocernos en nuestras fragilidades. Somos frágiles, sí; quienes no tenemos el blindaje del dinero que compra derechos somos propensos a caer, y la pandemia ya nos lo demostró. Somos pobres en potencia si no hacemos transformaciones estructurales en un país que ya está saturado de medidas cosméticas.

Es tiempo de reconocernos en nuestra fragilidad, de dimensionar los riesgos que supone seguir como estamos, de convocarnos a las urnas para sostenernos y evitar que una minoría social se disfrace de mayoría electoral y nos siga amputando nuestras potencialidades. Otro Uruguay es posible y está germinando.

Nicolás Lasa es edil y candidato a diputado por el Partido Socialista, Frente Amplio.

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