Maduro perderá. Todo lo demás es incertidumbre. Si pierde, las dos incógnitas inmediatas son la hipótesis del fraude y el reconocimiento de la victoria del opositor Edmundo González patrocinado por María Corina Machado. Pero son demasiados los intereses de clase, corporativos y los nuevos sectores emergentes tras el megaajuste estructural con dolarización de Maduro como para no sostener una transición pacífica. La hiperinflación llegó al 18.000 y 9.000 por ciento en 2018 y 2019 –año de las mayores sanciones estadounidenses– en medio de una parálisis de la inversión. El ajuste de ingresos fue brutal y el salario mínimo cayó de 500 dólares en el último año de Chávez, 2015, a 23 dólares.
La ola migratoria que tuvo su auge entre 2016 y 2021 alcanza hoy casi ocho millones en el mundo, de los cuales 6.600.000 venezolanos son migrantes en América Latina y el Caribe según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Plataforma para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V). La mayor migración interna de la historia de América del Sur.
La salida hacia la estabilización englobó el fin de los controles de cambios y de precios y la dolarización de hecho de la economía junto a la liberalización de importaciones, privatizaciones de la energía e inversión internacional con la ley antibloqueo. Los acuerdos con Estados Unidos abrieron la participación de Chevron en toda la cadena petrolera y florece una economía suntuaria y de bienes de lujo en una sociedad más desigual que antes. En junio la inflación fue del 1%, y el Fondo Monetario Internacional pronostica que Venezuela será la economía de mayor crecimiento de América Latina en 2024 y 2025. El fin de la destrucción de la economía enciende la esperanza y el deseo de removera los responsables de los sacrificios de la última década.
Maduro es un actor, pero sólo un actor. Una transición pacífica es una transición sin guerra civil, pero, desde luego, no desprovista de tensiones profundas. María Corina Machado jura que no habrá venganza. Como si fuera posible. Las Fuerzas Armadas son agentes económicos, no sólo institucionales, y tanto sectores de la burguesía prechavista como poschavista controlan los nuevos negocios.
La Asamblea Nacional, con abrumadora mayoría de 250 escaños del Partido Socialista Unidos de Venezuela en 277, cohabitará con un gobierno de Plataforma Democrática y hay dilemas del liderazgo de Machado sobre una coalición muy heterogénea y su tutela de un Edmundo González presidente.
La derecha continental buscará convertir una derrota de Maduro en un hito de cambio de ciclo histórico en América Latina, y se apoyará en Trump, aunque Trump vuelve con un programa aún más nacionalista, antichino, hostil al libre comercio y para reindustrializar Estados Unidos. Con el trumpismo cambió la derecha, que abandonó valores liberales, el dogma del libre mercado y el globalismo regresando al aislacionismo preimperial y movilizando masivo gasto público para las empresas en la pandemia. Pero nacionalismo y reindustrialización son compartidos con los demócratas dentro de la agenda posliberal económica.
Maduro perderá. Todo lo demás es incertidumbre. Si pierde, las dos incógnitas inmediatas son la hipótesis del fraude y el reconocimiento de la victoria del opositor Edmundo González.
El rápido consenso de actores demócratas en torno a Kamala Harris como reemplazo de Joe Biden abre escenarios inesperados en una elección que parecía definida a favor de Trump. Harris apelará a la movilización masiva de las mujeres y la juventud, pero tendrá que hacer un esfuerzo mayor para pelear el voto de la clase trabajadora blanca que Trump ganó en 2016, Biden recuperó en 2020 y ahora está en disputa tanto como los decisivos estados del reactivado “cinturón del óxido” industrial. El problema de Kamala es definir su identidad presidencial y evitar una sombra de Hillary II: una mujer afroamericana que, sin embargo, expresa el establishment en una política de identidades funcional al poder de los “ricos globalistas”. Imagen poco creíble, si bien se ven los apoyos de líderes corporativos globales a Trump.
Para un país pequeño como Uruguay el cierre de las economías noratlánticas y su impacto global de rebotes arancelarios y paraarancelarios no son buenas noticias. En todo caso habrá que diseñar e impulsar una nueva política industrial nacional en este contexto proteccionista mundial.
Los sindicatos ganaron un poder inédito durante el gobierno de Biden, avanzó la sindicalización de la nueva clase obrera de tecnológicas y servicios, creció la izquierda demócrata y Trump disputa por los votos de obreros blancos. Como escribe Bernie Sanders: “He aquí la cuestión fundamental de esta campaña: en un momento en que la clase multimillonaria se está haciendo mucho más rica, mientras el 60% de los estadounidenses vive apenas de un sueldo y millones trabajan por salarios de miseria, ¿qué candidatos están dispuestos a luchar por la clase trabajadora de nuestro país?”. La cuestión de clase obrera tanto en Estados Unidos como en Francia se cuela de nuevo entre la cuarta revolución tecnológica y el retorno al soberanismo posneoliberal. Además de grandes espadas demócratas, como los Clinton o los ascendentes gobernadores Gavin Newsom, de California, y Josh Shapiro, de Pensilvania, líderes del ala izquierdista del Partido Demócrata, como Elizabeth Warren o Alexandra Ocassio Cortez, y las diputadas del socialismo democrático apoyaron de inmediato a Kamala Harris con la perspectiva de un “frente popular” antitrumpista que articule clase con identidades.
El desempeño demócrata con Biden ha sido bochornoso y carente de profesionalidad básica. La “república imperial” perdió el histórico consenso en valores, el golpe de la desindustrialización hace sentir su efecto y el ascenso de China al podio global cuestiona su posición histórica global. Pero Estados Unidos sigue siendo una economía muy innovadora y la sociedad de la desigualdad es hoy impugnada por amplios sectores que levantan la idea, inédita allí, de la clase trabajadora como sujeto político en las nuevas condiciones de la cuarta revolución industrial. Una situación interesante. ¿Volverá Trump a su política radical sobre Cuba? Todo indica que sí por sus apoyos electorales cubano-venezolanos y el decisivo Florida. Una nueva victoria demócrata, ya sin la acechanza de Trump fuera de combate por una derrota y la biología, junto con una transición pacífica y alternancia pactada por la razón de los hechos en cada paso en Venezuela, puede por fin abrir un camino nuevo en Cuba. Y conjurar fantasmas del histórico malentendido entre América Latina y Estados Unidos. En nuestro siglo XXI China queda sola en el mismo papel de Inglaterra en el siglo XIX, traccionando sectores exportadores sin agregación de valor.
Ni el trumpismo ni los demócratas estaounidenses tienen un plan de globalización como el consenso keynesiano de posguerra mundial o el consenso de libre mercado posguerra fría para el mundo, ni menos un proyecto hemisférico que ofrecer a América Latina. El destino está ahora entero en nuestras manos.
América Latina, contra todo lo pensado, afirma democratizaciones con alternancias. Como en Brasil, cuando pese al intento de golpe de Estado de Jair Bolsonaro triunfó la democracia. Sobre la cornisa. Como ahora en Venezuela. El Frente Amplio de Uruguay tiene la oportunidad de afirmar su respaldo pleno a la transición en Venezuela dentro del respeto de la alternancia y los derechos democráticos, a la orden para apoyar a todos los partidos venezolanos en una transición factible.
Eduardo de León es sociólogo.