En la primera década del siglo XXI Bolivia había podido lograr un camino institucional de una particularidad singular y exitosa. Por primera vez en la historia, un partido político consiguió integrar a las mayorías indígenas del occidente a un proceso de afirmación democrática con la participación de la población de todo su territorio. Se celebraba entonces un proceso inclusivo que hacía del país una unidad abarcativa de las distintas etnias y les daba a las poblaciones de mayorías indígenas plenos derechos en la conducción del país.
El Movimiento al Socialismo (MAS), liderado por Evo Morales, lograba conducir al Estado hacia un reconocimiento a mayorías indígenas históricamente postergadas. Eran tiempos de la primera “ola progresista” en América del Sur. Un sindicalista era presidente en Brasil, una mujer en Chile y un indígena en Bolivia.
El gobierno de Evo Morales, con la compañía de Álvaro García Linera y con el actual presidente Luis Arce como ministro de Economía, iniciaba una época de integración social, crecimiento, distribución de la riqueza y prudencia en el manejo de las variables macroeconómicas como nunca se había experimentado.
Este proceso vivió una gravísima crisis causada por la desestabilización provocada desde Santa Cruz y el oriente boliviano, protagonizada por una oligarquía blanca y reaccionaria que resistía el proceso iniciado y pretendía recuperar su hegemonía y sus privilegios. La situación llevó a Bolivia a un estado de confrontación que hacía temer por una posible guerra de “secesión” entre el oriente blanco y el occidente indígena.
Hoy, la situación interna del MAS y la participación de grupos golpistas oportunistas, hacen que la situación sea caótica y Bolivia se encuentre desestabilizada y en serio riesgo de un retroceso histórico.
Una reunión extraordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) convocada en Chile por Michelle Bachelet logró que se aceptara la instalación en Bolivia de una comisión especial con el objetivo de evitar lo que parecía ser una guerra interna inminente. Esta misión multilateral logró uno de los éxitos diplomáticos más recordables de la historia: una distensión primero, una mesa de diálogo con el gobierno y los insurrectos, que logró culminar en un acuerdo que evitó la catástrofe inminente y dejó al país en condiciones de retomar en paz una senda de logros históricos para Bolivia.
Hoy la situación interna del MAS, con una división profunda en su seno, con Evo Morales confrontado al presidente Arce y con participación de grupos golpistas oportunistas, hace que la situación sea caótica y Bolivia se encuentre desestabilizada y en serio riesgo de un retroceso histórico.
No se cuenta con la Unasur, lamentablemente desarticulada por la derecha, pero América del Sur sí cuenta con dirigentes de estatura de estadistas que podrían intentar una distensión y una solución dentro del partido de gobierno que ponga fin a la crisis y a la inestabilidad.
Los presidentes Lula, Gustavo Petro, Gabriel Boric, el expresidente José Mujica y otras personalidades podrían y deberían intentarlo. Seguramente serían valorados y reconocidos en Bolivia, el continente y buena parte del mundo.
Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.