La intención de estas líneas es reflexionar sobre las implicancias y consecuencias que tienen los relatos -y la ausencia de estos- en las subjetividades de quienes intentamos, todavía, acercarnos al mundo a través de la prensa.
El 6 de octubre de 2023, la diaria reprodujo un texto de Le Monde Diplomatique titulado “Aires de rebelión en Israel”, que describía la crisis política y social provocada por el intento del gobierno de Benjamín Netanyahu de debilitar al poder judicial. Relataba el crecimiento de las protestas —la primera el 21 de enero, con 110.000 personas en Tel Aviv—, las divisiones incluso en el ejército y las profundas grietas que atravesaba la sociedad israelí. Mostraba así, la heterogeneidad de esa sociedad que, lejos de ser una unidad, es muy compleja y diversa.
Este artículo fue publicado el día antes del acontecimiento más terrible para la sociedad israelí desde la creación del Estado de Israel. Sin embargo, a partir del 7 de octubre, para una parte de la prensa uruguaya la sociedad israelí se emparentó con su gobierno, sus políticas militares y su religión. De pronto, todo era una misma voz, una estructura cerrada sin singularidades ni pensamientos alternativos. Irónicamente, esta idea se alineó perfectamente con la que pregonaba el gobierno de Netanyahu, porque fortalecía el nacionalismo y contribuía a justificar la guerra.
Tuvo que pasar un año, setiembre de 2024, para que la diaria volviera a publicar un artículo que tratara sobre la diversidad a la interna de la sociedad israelí. Bajo el título “La sociedad israelí frente a Gaza”, se describió la mezcla de frustración profunda, furia desenfrenada y polarización interna de la sociedad israelí frente a lo sucedido en Gaza, el dolor por las pérdidas humanas, la sensación de inseguridad constante y el cuestionamiento a las decisiones del gobierno.
Es evidente que el discurso polarizado se instaló o se hizo más visible a la hora de tomar postura en relación a palestinos e israelíes. Mientras algunos colocan a Israel en el papel de verdugo, otros lo defienden bajo el argumento de la legítima defensa. Unos subrayan que Hamas irrumpió en los kibutzim (colonias agrícolas), asesinó a civiles mientras dormían, violó mujeres y secuestró niños; otros enfatizan que Israel mantiene una ocupación ilegítima sobre territorio palestino. Hay quienes recuerdan que Gaza fue devuelta a los palestinos y que, desde entonces, el poder está en manos de Hamás, cuya carta fundacional promueve la eliminación del pueblo judío. Al mismo tiempo, algunos argumentan que Netanyahu fortaleció a los extremistas para bloquear cualquier proceso de paz.
En esa espiral de causas y consecuencias, la realidad se vuelve más difícil de comprender, atrapada entre versiones que se enfrentan, se superponen y terminan diluyendo el sentido de los hechos. Sin embargo, se elige no ver esta complejidad. Se elige tomar “un bando” y justificarse.
A partir del 7 de octubre, para una parte de la prensa uruguaya la sociedad israelí se emparentó con su gobierno, sus políticas militares y su religión. De pronto, todo era una misma voz.
Lamentablemente, la mayor parte de los textos publicados por la prensa1 también reducen a Palestina e Israel a unidades homogéneas y contrapuestas, simplificando en exceso la complejidad de las relaciones humanas. El lenguaje y la mayor parte de los relatos creados en prensa, en redes sociales, en comunicados de organizaciones y partidos políticos, en lugar de ayudar a problematizar este conflicto ya de por sí muy candente, lo avivaron. Tal como plantea la intelectual francesa-israelí de izquierda Eva Illouz, en lugar de acercar a los sectores palestinos e israelíes que buscan la paz, o de ofrecer una alternativa al lenguaje de la guerra -a través, por ejemplo, de la visibilización de otras realidades en el interior de cada comunidad-, repitieron esa misma lógica de enfrentamiento. Trataron esta difícil y larga situación como si el mundo se dividiese entre “buenos” y “malos”; léase palestinos e israelíes/judíos (casi indistintamente). Y refirieron a ello con una superioridad moral de la que carece la mayor parte de las personas atravesadas por este dolor.
Las consecuencias concretas de estos relatos sesgados, parciales y violentos se vieron reflejadas en acciones muy dolorosas para los judíos de la diáspora: desde la persecución de profesores y estudiantes judíos en universidades, primero de Estados Unidos y Europa y luego en estas latitudes, hasta atentados a instituciones y personas judías. Al mismo tiempo, la simplificación del conflicto invisibilizó la diversidad dentro del pueblo palestino, reduciendo su representación a la de Hamás. Así, bajo un discurso moral, se provocó un encubrimiento y escalamiento de odio.
Es claro que las acciones del gobierno israelí no ayudaron. Pero, ¿acaso se puede justificar el odio a un pueblo -en este caso, al judío- por las acciones de un gobierno, por más terribles o cómo se quiera adjetivarlas, que sean? ¿Y no cabría hacerse la misma pregunta en relación con los palestinos, muchas veces reducidos a las decisiones o actos de Hamas?
Es tiempo de visibilizar otras voces y de crear relatos fraternos. De aceptar miradas constructivas que propongan soluciones que contemplen a todos y todas. Existen diversos movimientos que trabajan incansablemente por la paz: israelíes y palestinos, que viven en el terreno y entienden que solo de forma conjunta se puede lograr.
Women Wage Peace (Mujeres Activan por la Paz) junto a Woman of the Sun (Mujeres del Sol), Peace Now (Paz Ahora), The Parents Circle (Foro de Familias), Standing Together (Juntos) son algunos ejemplos.
Bienvenidos los formadores de opinión que las apoyen y alienten a alcanzar sus objetivos: conseguir un Estado Palestino y garantizar que los judíos no tengan que justificar la existencia de Israel.
Andrea Waiter es socióloga y Claudia Hoffnung es licenciada en Psicología y Psicopedagogía, ambas integran la Casa Cultura Mordejai Anilevich; Irene Weisz es profesora de Educación Física.
-
Illouz, E (2025, 7 de octubre). Las consecuencias del 7 de octubre. El País de Madrid. ↩