Conversando con distintos actores de la sociedad israelí, Sylvain Cypel expone los múltiples sentimientos que existen. La negación de las atrocidades que suceden en Gaza, en un clima de depresión generalizada, convive con el avance de un belicoso mesianismo, de un gran temor a una guerra con Hezbolá y hasta con la sensación de que Israel podría desaparecer.

En Tel Aviv o en Jerusalén occidental, las galerías de los cafés siguen colmadas como siempre. La gente saborea un expreso con una medialuna de almendras. Por la noche, se cena una pasta sciutta. ¿La guerra? Ah, sí, la guerra... Se habla de eso, por supuesto. Se vuelve una y otra vez al shock de ese maldito 7 de octubre de 2023, a esa estupefacción de ver cómo un ejército tan poderoso era, de pronto, impotente. Pero con rapidez se retoman otras preocupaciones. ¿Por qué hablar de guerra? Gaza está tan lejos (a 70 km de Tel Aviv...) y la guerra es tan deprimente. “Lo que más me alucina es la velocidad de adaptación de nuestra sociedad. En los cafés, nada cambió”, dice el cineasta Erez Pery, que fue director del Departamento de Cine de la Universidad de Sderot, a dos pasos del lugar. Sin embargo, “muchas personas oscilaron entre un estado de frustración profunda o de furia enloquecida. La exasperación colectiva está en su cenit”. Nathan Thrall, que recibió recientemente el premio Pulitzer1, lo sintetiza así: “¿Los cafés están repletos? Sí. Es fácil ‘invisibilizar’ a los palestinos mientras se vive confortablemente. Pero, al mismo tiempo, se ve una depresión general dentro de la población israelí”.

Un callejón sin salida

¿Qué está pasando? No entre los palestinos –eso, como sabemos, es aterrador–, sino entre quienes los aplastan. Los debates en los canales de noticias dan la impresión de una gigantesca confusión y de una población que se mira el ombligo. Gritos y ataques son moneda corriente en los estudios televisivos. ¿Qué se espera del día de mañana? No se sabe bien, pero hay muchas ganas de que los palestinos desaparezcan del campo visual. David Shulman, profesor de renombre mundial en el área del sánscrito, dice las cosas con sencillez: “La opinión pública tiene la sensación de estar frente a un callejón sin salida. Y eso refleja una realidad: Israel está en un callejón sin salida. –Y agrega–: Hannah Arendt lo había previsto todo”. Hace referencia a la evolución del sionismo y del Estado de Israel hacia su peor forma, lo que la filósofa temía desde 1948.

Los israelíes navegan entre el deseo de venganza, que llevó a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) a investigar un genocidio en Gaza, y una actitud, muy mayoritaria, que la genetista israelí Eva Jablonka define como “ignorancia voluntaria, una espantosa ceguera respecto de lo que hacemos a los palestinos”. Agrega: “Sí, hay un lavado de cerebro organizado por los dirigentes políticos, pero es bien recibido”. Estos dirigentes machacan un discurso que niega, o en la mayor parte de los casos oculta, los crímenes que se cometen en Gaza. Este discurso es ampliamente aceptado porque corresponde a la imagen con la que quieren investirse los israelíes: ellos son las víctimas, las únicas víctimas, y no pueden ser otra cosa. Sin embargo, para Adam Raz, un joven historiador que creó Akevot (“Huellas”, en hebreo), una asociación que se dedica a la puesta al día del pasado israelí, esta negación de lo real también es portadora de angustia. Después del 7 de octubre de 2023, “pregonando el uso exclusivo de la fuerza, Netanyahu nos convirtió en criminales, yo incluido. Vamos a vivir décadas con las matanzas de las decenas de miles de palestinos que cometimos en nuestras espaldas”.

Pocos comparten esta conclusión. La gran mayoría de los israelíes cae en el pesimismo, pero por motivos muy diferentes. Se ponen furiosos ante el fracaso más espectacular que haya conocido Israel. “La sociedad está en estado de shock –explica Avraham Burg, expresidente laborista de la Kneset de 1999 a 2003–. La cuestión palestina, que en Israel se anunciaba como resuelta, volvió a surgir con violencia. Se pensaba que, con un Estado propio, estaríamos protegidos. Todo se derrumbó. Para los judíos, Israel ahora es el Estado más peligroso. Finalmente, sin los estadounidenses no habríamos podido llevar adelante esta guerra”.

En junio de 1967, el ejército israelí triunfaba en seis días sobre una coalición de tres ejércitos árabes. En ocho meses, movilizó a Gaza a más de 200.000 hombres sin llegar a “erradicar” una milicia de 30.000 combatientes dotada de medios muy inferiores... Después del 7 de octubre de 2023, se trató de “restablecer el honor nacional de Israel, basado en su potencia militar”, según el sociólogo Yagil Levy, especialista en el ejército israelí. De ahí que la humillación sea todavía más fuerte hoy en día, según él: “sin objetivos realistas ni visión del mañana”, Israel se hunde en “una guerra imposible de ganar”.

El antropólogo Yoram Bilu sintetiza las tres principales consecuencias del 7 de octubre de 2023: “Primero: la seguridad que ofrecía nuestro ejército sufrió un golpe del que le llevará tiempo recuperarse. Segundo: despertó miedos muy profundos. Y tercero: la derechización de la sociedad se acentuó todavía más”. Sin embargo, según una encuesta realizada en junio por el canal de televisión 12, sólo el 28 por ciento de los israelíes creía que el objetivo del gobierno –“erradicar a Hamas”– fuera todavía “alcanzable”. La sensación de que Netanyahu “nos va a estrellar contra una pared” no deja de crecer. Cuando Daniel Hagari, vocero del ejército, afirmó, 260 días después del 7 de octubre de 2023, que “Hamas es una ideología y [que] una ideología no se elimina”, fue una cachetada para Bibi (diminutivo de Benjamin) Netanyahu. Muchos israelíes que creían en sus dirigentes se preguntaron: “¿y todo para lograr esto?”.

Mientras tanto, Yehouda Shaul, uno de los fundadores de Breaking the Silence (“Rompiendo el silencio”, la organización no gubernamental que reúne desde hace 20 años a soldados que revelaron los crímenes de guerra cometidos por su ejército), quiere creer que el fracaso “puede tener efectos positivos a largo plazo. Si Bibi es el primer responsable de nuestra situación, y muchos piensan que lo es, entonces Hamas no es la única causa de nuestras desgracias. Podemos empezar a pensar de otra manera”. Sin embargo, para muchos israelíes su gobierno “no tuvo otra opción” más que proseguir la guerra.

Embrutecimiento generalizado

En este contexto, en caso de elecciones, las encuestas recientes dan a la coalición centrista de la oposición una corta ventaja sobre la coalición de derecha y extrema derecha que gobierna el país. La extrema derecha colonial y religiosa no progresa demasiado, pero los analistas políticos coinciden en señalar que está imponiendo su agenda. Bajo la presión de sus ministros Itamar Ben Gvir (Seguridad) y Betzalel Smotrich (Finanzas), el gobierno aprovecha la guerra para intentar establecer un régimen autoritario. En julio, la periodista Orly Noy elaboró un inventario de las medidas adoptadas en el Parlamento en los últimos ocho meses, los proyectos de ley que se debaten y las decisiones que se esperan. He aquí un breve muestrario2:

  • Aprobada la ley sobre la certificación de las Fuerzas Armadas y el Shin Beit [servicio de inteligencia y seguridad general interior] que “permite entrar en las computadoras privadas y (...) borrar, modificar y alterar documentos” sin conocimiento del propietario y sin autorización de la justicia.
  • El proyecto de ley “sobre los me gusta” penaliza el simple hecho de avalar un mensaje que “incite al terrorismo”. Traducción: un mensaje que apoye los derechos de los palestinos.
  • Por último, Noy observa el cierre de las oficinas israelíes del canal Al Jazeera, el único que ofrecía una mirada informada desde el interior de Gaza, y los cientos de detenciones de palestinos que son ciudadanos israelíes (ver páginas 13-15) por el mero hecho de haber expresado solidaridad con su pueblo.

Se podría agregar que el 11 de julio, tras fuertes presiones, el canal 13 de televisión se desprendió de su periodista de investigación más famoso, Raviv Drucker, el hombre más odiado pero también más temido por Netanyahu debido a los procesos judiciales que le esperan. Muchas otras señales apuntan a la instauración de un régimen “fuerte”. En los debates públicos, se multiplican las acusaciones contra la “quinta columna”, esos “izquierdistas” judíos, “traidores” o “idiotas útiles de Hamas”. “En los medios culturales –señala Daniel Monterescu, un joven urbanista– se instaló la autovigilancia”. La ministra de Cultura, Miki Zohar, pretende ahora apoyar sólo el cine apolítico.

Hay un término que está en boga: embrutecimiento. “Detrás de las imágenes horribles que difunden los soldados de sus abusos en Gaza, se expresa un sentimiento de castración. Lo que vimos en los últimos nueve meses fue la venganza, la revancha”, considera Thrall. La permisividad que gozan los militares impacta a la población. Los dirigentes israelíes sostienen discursos “de una violencia alarmante” contra la investigación de la CIJ, observa el periodista. Si las figuras de primera línea utilizan un lenguaje soez, ¿por qué la gente común y corriente debería comportarse de forma diferente? El descubrimiento de las torturas infligidas a los internados del campo secreto de Sdé Teiman no provocó ningún escándalo público. En la televisión, el padre de un soldado prisionero se atrevió a criticar la gestión de la guerra en Gaza, y un diputado del Likud le gritó “¡Yallah! ¡Yallah! ¡Fuera de acá!”. En otro ámbito, un profesor de secundaria fue denunciado por sus alumnos antes de ser despedido. En Ayalon, la autopista de circunvalación de Tel Aviv, se puede leer este gran cartel: “¡Expulse a los traidores!”. “En síntesis –resume el psicólogo Yohanan Youval– avanzamos a contramano de la historia con gran éxito”.

Cuando a finales de julio la Policía militar quiso arrestar a diez soldados-carceleros de la prisión de Sdé Teiman por “torturas graves” contra detenidos palestinos, la extrema derecha intentó oponerse a las detenciones entrando a la base militar con el ministro de Seguridad Interior, Itamar Ben Gvir, y representantes electos en primera fila. El jefe de Estado, el presidente Isaac Herzog, juzgó que “el odio frente a las personas acusadas de actos terroristas es comprensible y justificado”. El ministro de Justicia Yariv Levin declaró: “Se arrestó a estos soldados como si fueran criminales comunes y corrientes. Es inadmisible”. Sólo el jefe de la oposición, Yair Lapid, condenó públicamente el comportamiento sedicioso del ministro, encubierto por otros miembros del gobierno.

El avance del mesianismo

La extrema derecha aparece como la menos permeable a la depresión reinante. Sabe lo que quiere y actúa sin miramientos. El movimiento mesianista parece el único que promete a los israelíes un futuro victorioso, incluso glorioso, con la anexión de Cisjordania, de Gaza, y pronto del sur del Líbano, y un regreso a la seguridad gracias al aplastamiento total del enemigo. El rabino Eliahou Mali, jefe de la yeshivá (centro de estudios de la Torá y el Talmud) Shirat Moshé, calificó la guerra en Gaza como “un mandato religioso”3. Según su lectura de la Biblia, cuando ese es el caso, no se deja a nadie vivo, ni hombre, ni mujer, ni anciano, ni niño.

El movimiento mesianista se desarrolló de forma considerable en estas últimas décadas. Sus figuras principales son lo que en Israel se conoce como los khardelim, anagrama de una palabra compuesta: Khar por kharedi (“los que temen a Dios”, religiosos ultraortodoxos), y D-L por dati leoumi, religioso nacional. Desde hace una generación ambos movimientos se acercaron para hacer florecer un judaísmo hipernacionalista y mesiánico. La población que adhiere a sus discursos quiere creer que la reconstrucción del Templo (en el emplazamiento de la mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar santo del islam) está en agenda.

Feroz opositor a estos mesianistas, Shlomo (quiso permanecer en el anonimato), médico que reside cerca de Haifa, observa que ellos consideran el 7 de octubre de 2023 como un ness Elohim, un milagro divino –“creen que hemos vuelto a la época de Yehoshua Bin Nun”, el Josué de la Biblia, que conquistó por la fuerza la Tierra de Canaán– y apunta una expresión que a los khardelim les fascina: “A veces hay que ayudar a Dios a actuar”. Los khardelim consideran a los palestinos monstruos y subhumanos, en línea con lo que se enseña en sus escuelas militares talmúdicas. Ahora hay 33 de estas escuelas. Proporcionan la flor y nata de las unidades más asesinas del ejército, como el batallón Netzah Yehuda (“Eternidad de Judá”).

Hoy, señala Yaïr Leybl, joven investigador del think tank (usina de pensamiento) Molad, catalogado como de centro izquierda, “la facción mesianista construyó un aparato enormemente poderoso. Domina tanto el campo del pensamiento como el de la comunicación”. Y su porvenir se anuncia radiante: el 54 por ciento de los alumnos de primaria son hijos de Khardelim, indica Adam Raz, un joven historiador (los religiosos tienen más del doble de hijos que el promedio). Según el cineasta Erez Pery, “el enfrentamiento entre laicos y religiosos determinará el futuro más que cualquier otra cuestión. Si ganan los laicos, aún será posible una apertura en otros campos, empezando por la cuestión palestina, la más importante de todas. Si ganan los mesianistas, será el fin”.

Incipiente resistencia

¿El fin de Israel? Parece inconcebible. Pero entonces, ¿por qué tantos israelíes –y no solamente en la extrema izquierda– hablan de eso con tanta espontaneidad? Quienes así se manifiestan en general están entre los adversarios de Netanyahu y sus aliados. Aportan el grueso de quienes, cotidianamente, se reúnen para abuchear al primer ministro. El último 26 de junio por la noche tuvo lugar una manifestación en el bulevar Begin, en Tel Aviv, frente al Ministerio de Defensa. Fueron aproximadamente 4.000 personas. Es poco, pero era un día hábil. Algunos sábados fueron hasta casi 150.000. Corean “264 días, ya es suficiente”: es el tiempo que pasó para quienes quedaron en manos de Hamas. En sus remeras se lee “gobierno de mentirosos” y también “asesinos”. Asesinos porque prefirieron dejar morir a los rehenes, no por lo que los israelíes infligieron a los gazatíes. “La mayor parte de la gente se niega con uñas y dientes a tener en cuenta el problema palestino entre sus reivindicaciones”, se lamenta la documentalista Anat Even. En la periferia de la manifestación, unas 40 personas blandían pancartas donde se podía leer: “¡Cese del fuego ahora mismo!”; por un breve instante se levanta una bandera palestina, pero abandonan pronto la marcha.

Esta izquierda israelí anticolonialista se siente muy aislada. Representa “a lo sumo al uno por ciento de la población”, estima Yehouda Shaul, de la fundación Breaking the Silence. Sin embargo, desde hace algunos meses aparecen los inicios de una resistencia. El 13 de mayo, 900 padres de soldados enviados a Gaza firmaron una petición para que se termine una guerra “irresponsable”4. En junio, 42 reservistas, entre ellos oficiales, firmaron una carta abierta proclamando que no regresarían a Gaza si volvían a ser convocados5. El historiador Raz tiene dos hijos: “No tengo la menor intención de que mis hijos estén luchando todavía en Gaza dentro de diez años para saciar los intereses del mesianismo judío”, dice. Este malestar se instala en los márgenes de la sociedad, pero mucho más allá de los círculos anticolonialistas.

Incluso si las críticas sobre los crímenes israelíes en el mundo despiertan un rechazo espontáneo dentro de la población –“todos antisemitas”–, la degradación constante de la imagen de Israel se vuelve gravosa. Es cierto que ningún país árabe rompió con Israel. Pero, observa Nathan Thrall, cuando desde abril de 2024 Elizabeth Warren, política estadounidense de primer rango, habló de genocidio en Gaza, “fue un cambio muy importante”. Empezó a florecer el término “Estado paria”. El Ministerio de Relaciones Exteriores, en su sitio web, recomienda a los ciudadanos israelíes que estén de viaje por Europa que no hablen hebreo en el metro y que no lleven ostensiblemente una estrella de David en el pecho. Es un principio de precaución, por supuesto, pero antes, estando en el exterior, nadie tenía miedo de ser tratado de criminal. “Cada vez más las empresas israelíes enmascaran su identidad para comercializar sus productos”, agrega Thrall.

También están los que se van. ¿Cuántos? Se habla de 100.000 durante los seis primeros meses de la guerra. Nadie conoce la cifra exacta. Es un secreto de defensa... Pero en Tel Aviv, súbitamente, se liberaron vacantes en las guarderías... “El número de intelectuales, científicos y artistas que se fueron en los últimos ocho meses es absolutamente inédito”, asegura Eva Jablonka. ¿Y adónde se van? A Grecia o a Chipre, a una hora de avión. El antropólogo Yoram Bilu cuenta que en Atenas un chofer de taxi le dijo: “Ahora casi todos mis clientes son rusos o israelíes”. ¿Y cuántos se van “para siempre porque no aceptan vivir con lo que está pasando acá”?, se pregunta Adam Raz. Tienen entre 35 y 45 años y se van a Estados Unidos o a Alemania porque tienen los medios financieros o un bagaje profesional que les permitirá insertarse. Otros se quedan, pero ya no pueden más. Raz, de 41 años, dice encarnar “el dilema de los que ya no soportan este país, pero no quieren o no se pueden ir”. Jablonka, 30 años mayor que él, es más explícita: “Mi hijo es sociólogo en la Universidad de Nueva York y estoy muy contenta por eso. Mi hermano se fue a Londres. En cuanto a mí, amo y odio este país. Es mi lengua y mis paisajes. Pero después de lo que hicimos, será muy difícil reconstruir una sociedad digna. Espero más bien una caída en picada hacia el fascismo”. Como ella, un número creciente de israelíes expresa profundas preocupaciones. “Nuestra élite está tomada por locos. Ben Gvir y Smotrich ni siquiera podrían ser ministros en Corea del Norte”, dice Bilu. “Nunca la gente sintió que este país estuviera tan cerca del colapso como ahora”, considera Pery.

El temor a la guerra con Hezbolá

En las conversaciones vuelven una y otra vez dos razones principales para este declive. En primer lugar, la economía. La compañía financiera Moody's rebajó la calificación crediticia de Israel. Intel, que proyectaba invertir 15.000 millones de dólares para desarrollar sus instalaciones en Israel, suspendió su proyecto en junio. Catastrofistas, dos economistas israelíes de renombre, Eugene Kandell (asesor económico de Netanyahu) y Ron Tzur, consideran que si el 10 por ciento de los 200.000 israelíes que mueven los engranajes clave del país lo abandonan, “ya no será posible preservar el Estado a largo plazo”6.

Sin embargo, el mayor miedo sigue siendo el de una guerra con Hezbolá. A fines de julio, cuando se terminó este artículo, todavía no había estallado la “Guerra del Norte”. Y la opinión israelí seguía muy dividida. Por un lado, el humillado Estado Mayor israelí quería restablecer su reputación, según el politólogo Menahem Klein, de la Universidad Bar Ilan. Una de las frases más escuchadas en Israel en junio era: “Si no lo hacemos ahora, nunca más podremos volver a hacerlo”. Y los 70.000 evacuados del norte de Israel condicionaron su regreso a casa a la ocupación permanente por parte de Israel de una zona de seguridad de 30 kilómetros al sur del Líbano. Una exigencia que muchos israelíes temen que pueda ser el preludio de una guerra total.

 “Los partidarios de la guerra en el norte sufren de amnesia”, considera Klein. Olvidan los reveses del ejército entre 1982 y 2000 en el sur del Líbano y la guerra contra Hezbolá en 2006, que Israel perdió. Nadie sabe precisamente de qué armamento dispone hoy esta milicia. Con seguridad, más sofisticado y más numeroso que por aquel entonces. “La sociedad israelí se vuelve cada vez más escéptica a medida que se multiplican las informaciones sobre la capacidad de represalia de Hezbolá, el cansancio del ejército y la posibilidad de destrucción de ciudades israelíes a un nivel sin precedentes”, indica Yagil Levy, el sociólogo especializado en el ejército. Cientos de miles de israelíes habrían comprado generadores, acopiado agua y adquirido alimentos liofilizados.

El temor a una guerra devastadora para Israel en el Líbano va de la mano de una sensación muy antigua y propia de muchos israelíes: ver desaparecer su Estado. “Este país dejará de existir dentro de 30 años, o antes, es ineluctable”, dice Shlomo, el médico. “Tenemos que cambiar absolutamente de rumbo. Si eso no pasa, Israel no tendrá futuro”, afirma Yaïr Leibl, el joven investigador. Para muchos de nuestros interlocutores, el fantasma de la desaparición del Estado de Israel tomó una amplitud inédita desde el 7 de octubre de 2023. Como signo de los tiempos, el director del diario Haaretz, Aluf Benn, publicó en febrero un largo artículo titulado “La autodestrucción de Israel”7.

Algunos buscan razones para tener esperanzas. “No creo que Israel esté a punto de desaparecer”, afirma Klein. Pero el país cambió enormemente en una dirección que desaprueba. Yehouda Shaul, por su parte, cree que el cambio es posible. “Poco a poco –dice– más gente comprende que la fuerza no puede resolverlo todo. Sigue sin haber perspectiva, pero es un avance importante”. Cierro con la palabra de David Shulman: “Algunas mañanas me despierto con la idea de que en Israel se está gestando un movimiento de descolonización. Porque, aunque las personas se manifiesten formalmente por la liberación de los rehenes, de hecho están denunciando un desastre. Pero al día siguiente me despierto con la sensación de que lo que se está cometiendo es un suicidio colectivo israelí”.

Sylvain Cypel, enviado especial, periodista. Autor de L'État d'Israël contre les Juifs. Après Gaza (nueva edición aumentada), La Découverte, 2024. Traducción: Merlina Massip.

Diez meses de guerra

Ahmad Abu Amsha, profesor de música trabaja como voluntario con niños y jóvenes palestinos desplazados en campamentos, en Khan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 1º de setiembre. Foto: Bashar Taleb / AFP.

2023

  • 7 de octubre. Operación “Inundación de Al-Aqsa” de Hamas, en la que 1.163 personas son asesinadas del lado israelí y 252 tomadas como rehenes.
  • 8 de octubre. Israel declara el estado de guerra por primera vez desde la Guerra de Yom Kippur (1973). Hay bombardeos masivos sobre Gaza.
  • 9 de octubre. Tel Aviv lanza la operación “Espadas de hierro” con la movilización de 300.000 reservistas.
  • 13 de octubre. El ejército israelí da 24 horas a un millón de civiles palestinos para que evacúen el norte de Gaza.
  • 27 de octubre. Inicio de la ofensiva terrestre israelí sobre Gaza.
  • 24 de noviembre. Qatar, Estados Unidos y Egipto logran obtener una tregua. Hamas libera 110 rehenes israelíes a cambio de 210 prisioneros palestinos.
  • 8 de diciembre. Estados Unidos utiliza su derecho de veto por primera vez desde el 7 de octubre de 2023 contra una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que llamaba a un “alto el fuego humanitario inmediato” en la Franja de Gaza.
  • 29 de diciembre. Sudáfrica se presenta ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para obtener la suspensión de las acciones de Israel. Pretoria acusa al ejército israelí de genocidio y violación de la Convención de las Naciones Unidas de 1948.

2024

  • 14 de enero. Un balance de la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirma 24.000 civiles palestinos asesinados y 90.000 heridos. 1,9 millones de palestinos se vieron desplazados. Del lado israelí, 136 rehenes están todavía en manos de Hamas, y hay 188 soldados muertos en el transcurso de las ofensivas.
  • 26 de enero. La CIJ da por válida la petición presentada un mes antes por Sudáfrica y menciona un plausible riesgo de genocidio en Palestina.
  • 25 de marzo. 14 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU votan por un alto el fuego inmediato en Gaza. Estados Unidos se abstiene, renunciando a utilizar su derecho de veto para proteger a Israel.
  • 13 de abril. Irán lanza un ataque de cerca de 300 drones y misiles contra Israel durante la noche. La casi totalidad es interceptada por la defensa antiaérea israelí con la ayuda de varios países, entre ellos Francia.
  • 20 de mayo. El procurador de la Corte Penal Internacional (CPI) Karim Khan solicita una orden de arresto contra Benjamin Netanyahu y Yoav Galant por crímenes de guerra que incluyen “la hambruna deliberada de civiles, los homicidios intencionales y los exterminios y asesinatos de civiles palestinos”. Tres dirigentes de Hamas, entre ellos Yahya Sinwar, son también acusados por “exterminio y formas de violencia sexual, toma de rehenes y crímenes de guerra”.
  • 24 de mayo. La CIJ ordena a Israel poner fin de inmediato a la invasión de Rafah.
  • 28 de mayo. España, Noruega e Irlanda reconocen oficialmente a Palestina como Estado.
  • 6 de julio. Un bombardeo sobre una escuela de la UNRWA mata a 16 palestinos y también hiere a 75 en el campo de refugiados de Nousseirat.
  • 29 de julio. Se declara oficialmente una epidemia de polio en Gaza. Desde el 7 de octubre, la UNRWA cuenta cerca de 40.000 casos de hepatitis A en el lugar.
  • 30 de julio. El conflicto se exporta de nuevo al Líbano con el asesinato del comandante de Hezbolá Fouad Chokr, muerto por un misil israelí.
  • 31 de julio. Hamas confirma la muerte de su jefe político Ismaïl Haniyeh, asesinado en Teherán por Israel. El ayatollah Ali Khamenei promete una respuesta iraní.
  • 6 de agosto. Se nombra a Yahya Sinwar a la cabeza de Hamas. Varios países, entre ellos Francia, llaman a sus ciudadanos a abandonar el Líbano “lo más rápido posible”.

Elaborada por Ivanie Legrain.


  1. Nathan Thrall, Une journée dans la vie d’Abed Salama, Gallimard, París, 2024. 

  2. Orly Noy, “Only an anti-fascist front can save us from the abyss”, +972 Magazine, 4-7-2024. 

  3. Yaffa Rabbi: “According to Jewish Law, all Yaffa residents must be killed”, middleeastmonitor.com, 9-3-2024. 

  4. “900 soldiers’s parents urge military to halt ‘deathtrap’ offensive in Gaza Rafah”, firstpost.com, 13-5-2024. 

  5. Liza Rozovsky, “Three Israeli army reservists explain why they refuse to continue serving in Gaza”, Haaretz, Jerusalén, 27-6-2024. 

  6. “Social upheaval will lead Israel to collapse in coming years”, thecradle.co, 22-5-2024. 

  7. Aluf Benn, “Israel’s Self-Destruction. Netanyahu, the Palestinians, and the Price of Neglect”, Foreign Affairs, New York, 7-2-2024.