A principios de año, los asesores de Netanyahu estaban convencidos de que la oposición al controvertido proyecto de revisión del sistema judicial –piedra angular de la voluntad de transformación de las instituciones– terminaría por languidecer y que el número de manifestantes hostiles a la reforma disminuiría con el correr de las semanas. Se equivocaban. Nunca, en su historia, Israel experimentó tantas concentraciones populares, tan numerosas, tan involucradas en el plano político y tan constantes. Cada sábado al anochecer, cientos de miles de personas salen de sus casas. Unas enarbolan la bandera nacional, otras, pancartas fabricadas para la ocasión. Todas declaman: “démokratia” [democracia en hebreo] y entonan en coro el refrán dirigido al gobierno: “Se toparon con la generación equivocada. Si no hay igualdad, derrocaremos al poder”. Para todos, esta reforma, que apunta a aumentar el poder de los representantes electos en detrimento de los jueces y de la Corte Suprema, pone en entredicho los fundamentos de la democracia israelí.

Este gran despertar de una parte de la población es canalizado por la elite laica del país. Sin embargo, ésta no dio un paso al frente, el 18 de julio de 2018, cuando Netanyahu hizo adoptar por la Knesset [parlamento] la ley que define a Israel como el Estado-nación del pueblo judío1. La Corte Suprema había entonces ratificado este texto que discrimina a los ciudadanos no judíos. La reacción no se produjo sino durante la última semana de diciembre de 2022, tras la formación del nuevo gobierno de Netanyahu, con la entrada en escena de extremistas del sionismo religioso y de herederos ideológicos de la organización fundada por el rabino racista Meir Kahane en Estados Unidos en 19682.

Dueños de empresas high-tech como el multimillonario Orni Petruschka, renombrados juristas como el abogado Gilead Sher, exgenerales como el exjefe de Estado Mayor Dan Haloutz, así como Amos Malka, exjefe de inteligencia militar, sin olvidar a economistas de primera categoría, se movilizaron para organizar una verdadera maquinaria de guerra contra la coalición de extrema derecha, mesiánica y ultraortodoxa de 64 diputados sobre 120. Estas personalidades crearon una organización sin fines de lucro llamada “Hofshim be Artzenou” [Libres en nuestra patria] para coordinar la actividad del conjunto de las organizaciones opuestas a la política gubernamental. La idea es reunirlas en un vasto movimiento prodemocrático, alejado de los partidos políticos.

Según Sher, la agrupación cuenta con un presupuesto de varios millones de shekels [moneda israelí] provenientes de un financiamiento participativo de 40.000 personas y de donantes privados, ninguno de los cuales contribuyó con más del cinco por ciento de la suma total. Hofshim be Artzenou les propone a las organizaciones no gubernamentales (ONG) financiar toda o parte de su logística y asegurar su acompañamiento jurídico y mediático. A cambio, cada beneficiario debe adherir a una plataforma común fundada sobre la no violencia y los grandes principios de la Declaración de Independencia de 1948: “la libertad, la justicia y la paz según el ideal de los profetas de Israel”; “la más completa igualdad social y política a todos sus habitantes sin distinción de religión, de raza o de sexo”; “la libertad de culto, de conciencia, de idioma, de educación y de cultura”. Hasta el momento, 130 asociaciones locales y 140 organizaciones nacionales se unieron al movimiento. Cada una conserva su especificidad, pero hace suyo ese mensaje común: es un acto de patriotismo oponerse a la coalición dirigida por Netanyahu. Se invita entonces a los manifestantes a alzar la bandera nacional y cantar la Hatikvah, el himno israelí, al final de cada concentración.

El 21 de enero, 110.000 personas se reunieron en Tel Aviv frente al teatro Habima antes de desfilar por la calle Kaplan. Concentraciones idénticas se llevaron a cabo al mismo tiempo en 150 localidades, del norte al sur de Israel, en particular en Jerusalén, Haifa y Beerseba. Desde entonces, las protestan nunca cesaron. La nueva organización “Hermanos y hermanas en armas” es especialmente activa. Reúne a miles de reservistas del ejército que hicieron el siguiente juramento: “defender nuestra patria, de ser necesario con nuestra vida, y no servir a otra dictadura en Medio Oriente”3. De semana en semana el movimiento fue cobrando amplitud, alcanzando, el 25 de febrero, los 300.000 manifestantes en todo el país, tras la adopción en primera lectura por parte de la Knesset de la ley de revisión del sistema judicial.

Un tema espinoso

¿Qué dicen los manifestantes acerca del conflicto con los palestinos cuando los llamados a la anexión de Cisjordania se multiplican dentro de la coalición gobernante? El comité organizador de la principal concentración que se lleva a cabo, los sábados por la noche, en la calle Kaplan en Tel Aviv, se asegura de mantener el tema a raya. Roy Neuman, uno de los responsables explica: “Desde el principio, decidimos no introducir esta cuestión política. Cuando oradores de derecha quieren hablar de ello, nosotros nos negamos. Queremos crear algo nuevo: la lucha por la democracia, contra la dictadura, pero cuando sucede algo grave, hablamos de ello”. En realidad, se trata de atraer elementos de la derecha moderada, incómoda con la política gubernamental. Para Avner Gvaryahu, copresidente de “Breaking the silence” [Rompiendo el silencio], una organización de veteranos del ejército israelí que lucha contra la ocupación de los territorios palestinos, esta decisión es un error: “Cerrarle la puerta a la izquierda y abrírsela a la derecha no es una estrategia muy inteligente. Es no comprender que el bando anexionista ya no necesita de los centristas. Además, la derecha moderada aún quiere mantener el control sobre los palestinos”.

Sin embargo, todos los sábados a la noche, varios miles de militantes pertenecientes a una treintena de asociaciones de izquierda que se oponen a la ocupación se ubican en una esquina de la calle Kaplan. Algunos llevan la bandera palestina. A pesar de no mantener ningún contacto con los organizadores de la principal convocatoria, constataron, con el pasar de los meses, un cambio de actitud hacia ellos por parte de un segmento importante del público. Guy Hirschfeld, presidente de la pequeña organización “Looking the occupation in the eye” [Mirando a la ocupación a los ojos] señala: “A menudo hay una verdadera empatía hacia nosotros. La gente viene a comprar las remeras con nuestros eslóganes y se las ponen cuando manifiestan. ¡Vendimos 12.000!”.

En Jerusalén, la situación es distinta. Desde que se creó, en enero, el comité organizador de la manifestación del sábado a la noche frente a la residencia del primer ministro decidió dirigirse a un amplio abanico de audiencias. La asociación se llama “Cuidemos la casa común” y reúne a una decena de organizaciones de izquierda de Jerusalén, entre las cuales “Free Jerusalem” [Jerusalén libre] que lucha contra la ocupación. Guy Schwartz, uno de los responsables, describe este enfoque pluralista: “Invitamos a oradores provenientes de diversos horizontes. Puede ser un colono en desacuerdo con la reforma del sistema judicial, el director de una escuela religiosa de Jerusalén, personalidades árabe-israelíes o activistas palestinos”. Un número no menor de judíos practicantes asiste de manera regular a esta concentración.

El ejército, que no escapa a las críticas de los colonos debido a su supuesta indulgencia respecto de los palestinos, también se ve afectado por el movimiento de protesta contra la política de Netanyahu. Así, miles de reservistas suspendieron su servicio militar voluntario. La Fuerza Aérea se ve afectada en especial, ya que cerca del 60 por ciento de los pilotos, del personal de tripulación y de oficiales de las salas de operaciones, son voluntarios y más de la mitad de ellos se unió al movimiento contra la dictadura. Pilotos de escuadrones de caza cesaron de entrenarse con regularidad y con el tiempo ya no podrán volar. Algunos ya declararon que no participarán en un eventual ataque contra las instalaciones nucleares de Irán. En la escuela de aviación, los veteranos ya no garantizan ni la formación ni la instrucción de los alumnos pilotos.

Un desacuerdo explícito que los nacionalistas religiosos no aprecian en lo más mínimo. Así, Shlomo Karhi, ministro de Comunicaciones, soltó en la red X (ex Twitter): “A aquellos que se rehúsan a servir: ¡nos arreglaremos sin ustedes! ¡Váyanse al diablo!”. Con el transcurrir de los meses, los ataques contra los reservistas y los jefes del ejército se incrementaron. Se acusa a los generales y a los directivos de agencias de seguridad que no obedecen a las órdenes de la extrema derecha religiosa de encabezar “una milicia bajo las órdenes de la izquierda”. En junio pasado, Orit Strook, ministra de Asentamientos y Misiones Nacionales, incluso los comparaba con la “fuerza Wagner”, la milicia rusa. El jefe de Estado Mayor, el comandante nacional de la policía y el jefe del Shin Beth (inteligencia interna) acaban de publicar un comunicado común calificando de “terrorismo nacionalista” a los ataques antipalestinos cometidos por los colonos.

Estos cuestionamientos llevan a muchos israelíes a percibir mejor la realidad de la ocupación4. Según Tomer Persico, investigador del Instituto Shalom Hartman de Jerusalén, “se dan cuenta de que en Cisjordania hay un caos salpicado de violencia sangrienta. Los colonos también arremeten contra los militares y los guarda-fronteras, quienes, sin embargo, garantizan su seguridad. Un verdadero salvajismo se instaló en las colonias y eso pone al país en peligro. Considero que asistimos a un verdadero cambio en el seno del centro político en Israel que comienza a darse cuenta de que la ocupación constituye un verdadero problema existencial”.

Pulseadas en varios frentes

En cualquier caso, el ejército israelí, que ve su capacidad operativa reducida, sufre la crisis más grave jamás atravesada en tiempos de paz. En marzo, Yoav Galant, ministro de Defensa, decidió intervenir. Sin informar al primer ministro, hizo un llamado a la interrupción de la reforma del sistema judicial: “La fractura se amplía en el seno de nuestra sociedad e infiltra al ejército y a las agencias de seguridad. Esto representa una amenaza real, tangible e inmediata para la seguridad del Estado. ¡No quiero asociarme a eso!”. A la noche siguiente, de regreso de su viaje oficial a Londres, Netanyahu lo despidió. Al cabo de una hora, prácticamente en todas partes de Israel, inmensas multitudes descendían de manera espontánea a la calle. En Tel Aviv, 100.000 manifestantes bloquearon el periférico. En Jerusalén, miles de personas enojadas desbordaron los cordones policiales y lograron llegar hasta la entrada del edificio, en la calle Azza, en el que vive la familia Netanyahu. El movimiento tomó un aspecto casi insurreccional. Histadrout, la central sindical, proclamó la huelga general. Se cerró el aeropuerto internacional Ben Gurión. El primer ministro no tuvo opción. En una aparición televisiva, primero se mostró amenazante contra los manifestantes y luego anunció la suspensión del proceso de reforma. Aceptó entrar en negociaciones con la oposición parlamentaria para intentar llegar a un acuerdo, pero agregó que “la reforma se hará de una manera u otra”. En cuanto a Galant, sigue en funciones.

En el fondo, Netanyahu no desiste y prosigue con su política. El 23 de julio, ignorando al medio millón de israelíes que se manifiesta por todo Israel y bloquea los accesos a la Knesset, hace adoptar por el parlamento una ley llamada “constitucional” que limita los poderes de la Corte Suprema retirándole la posibilidad de juzgar según el principio de “razonabilidad”. Toda la oposición parlamentaria boicotea el voto. La más alta instancia judicial del país, ¿ratificará este texto o lo rechazará? El 12 de setiembre, en el transcurso de una audiencia histórica, los 15 jueces de la Corte escuchan los argumentos de las partes. El doctor Ilan Bombach, representante del gobierno, pone en duda la validez del texto fundador del Estado, proclamado el 14 de mayo de 1948 por David Ben Gurión: “Porque 37 personas –que no fueron votadas– firmaron de modo apresurado en determinado momento, la Declaración de Independencia, redactada con precipitación, ¿eso obliga a quienes llegaron después?”. Una alusión al principio que guía a la coalición en el poder: “Al darnos la mayoría en el Parlamento, el pueblo nos dio la legitimidad de gobernar solos, sin la interferencia de magistrados quienes, por su parte, no son votados”. El mensaje es claro: para la derecha y sus aliados mesiánicos, la ley que instauró a Israel como Estado-nación del pueblo judío es el único texto fundador.

La Corte debe pronunciarse en unos meses. Sabremos entonces si Israel se sumerge en una crisis constitucional. Mientras tanto, Netanyahu persiste en su voluntad de cambiar el régimen. Le confió a Shlomo Karhi, su ministro de Comunicaciones, diputado del Likud y sionista religioso, la tarea de acallar a los medios de comunicación. Su proyecto de ley, calcado del modelo que puso en marcha el presidente Viktor Orbán en Hungría, pone a los canales de televisión y a la casi totalidad de la prensa bajo la vigilancia de un comité con amplio control del Poder Ejecutivo. El gobierno también tiene la intención de recurrir al reconocimiento facial gracias a las cámaras de vigilancia desplegadas en los lugares públicos, incluidos los lugares en donde se lleven a cabo manifestaciones. Las próximas elecciones legislativas están previstas para el 27 de octubre de 2026, ¿acaso los acontecimientos obligarán a la coalición en el poder a adelantar el escrutinio?

Charles Enderlin, enviado especial, periodista. Autor de Israël, l’agonie d’une démocratie, Seuil, París, 2023. Traducción: Micaela Houston.

Punto uy

A tono con la amplitud del movimiento que rechaza las polémicas reformas de Benjamin Netanyahu, un heterogéneo centenar de integrantes de la comunidad judía uruguaya envió una carta al primer ministro israelí rechazando ese “ataque sustantivo” a la democracia. La misiva, tramitada a través de la embajada de Israel en Montevideo a comienzos de agosto, es cuidadosa en extremo. Expresa que “los judíos de la Golá (diáspora), hemos apoyado incondicionalmente al Estado de Israel, y a sus gobiernos”, pero señala que las reformas políticas en proceso “dañan no sólo el nombre de su Gobierno, sino a Israel como Estado, como luz para para las naciones, y a los judíos del Mundo”.

La otra mirada que se menciona en el cuerpo principal del artículo de esta página, y que se sitúa de manera mucho menos tibia respecto de Netanyahu, es la de “Breaking the silence” [Rompiendo el silencio]. Esa organización de exmilitares israelíes fue conocida por el público de Montevideo a partir del trabajo del uruguayo Quique Kierszenbaum. El 8 de agosto de 2022 el fotoperiodista brindó una charla en el local de la diaria, coauspiciada por Le Monde diplomatique edición Uruguay, en la que dio cuenta de sus trabajos en Israel y Palestina. Narró su vivencia humana y profesional con Exposed [expuestos] donde 52 veteranos del ejército de Israel se pararon frente a su cámara para testimoniar, al posar para un retrato, su rechazo a la ocupación de territorios palestinos. “Los que rompen el silencio en Israel también dan la cara”, tituló El País de Madrid su artículo sobre esa muestra (13-11-2019). El diario español destacó que las obras fueron 52 en referencia al número de años que, en ese momento, se cumplían desde 1967, momento en el que se fija en inicio de la ocupación.


  1. Véase Charles Enderlin, “En Israel, la ley de la discordia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, setiembre de 2018. 

  2. Véase Charles Enderlin, “Golpe de Estado identitario en Israel” y “Viejos odres para un vino que no es tan nuevo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, febrero de 2023 y setiembre de 2022 respectivamente. 

  3. “Why are we protesting?”, Brothers and sisters in arms

  4. Dominique Vidal, “De la colonización a la anexión”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2017.