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Ilustración: Federico Murro

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“Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos?”. Así dice la canción “Queso ruso”, de los Redonditos de Ricota y lanzada en 1991. Alude al impacto social transitorio de la cobertura sobre la Guerra del Golfo que había terminado ese año, con nuevos recursos tecnológicos y la cadena estadounidense CNN en un papel de vanguardia.

En cierta medida Gaza también ha “pasado de moda”, al final de este 2025, en la agenda de los medios de comunicación y de las movilizaciones sociales, después de que Donald Trump realizó un aparatoso anuncio de cese del fuego a mediados de octubre. Sin embargo, la situación en esa franja y en el resto del territorio palestino dista mucho de la paz o del avance hacia un Estado que reconocen formalmente más del 80% de los estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas, incluyendo a cuatro de los cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad.

El cese del fuego ha sido violado cientos de veces desde el día siguiente a su proclamación, y la segunda fase prevista parece lejos de concretarse. En teoría, incluirá la retirada total de las tropas israelíes (que aún ocupan la mitad de la franja), el despliegue de una fuerza de paz multinacional, el desarme de Hamas y de otros grupos armados gazatíes, la instalación de un gobierno de transición bajo tutela y una “reconstrucción” en cuyas decisiones no participará la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

La ayuda humanitaria internacional le llega a una población con graves carencias de vivienda e infraestructura, ahora muy vulnerable al frío y los temporales del invierno.

Mientras tanto, en Cisjordania va en aumento la violencia del colonialismo israelí, que ha fragmentado el territorio y reducido aún más las potestades de la ANP. El gobierno de Israel ni siquiera le reconoce su nombre a ese territorio palestino, al que llama “Judea y Samaria” con la obvia intención de identificarlo como parte de un “gran Israel” ancestral a restaurar.

Benjamin Netanyahu tiene cuentas pendientes con la Justicia internacional y con la israelí, pero también con el juicio de la historia. En su caso, el concepto de “crímenes contra la humanidad” tiene una profundidad inusual que abarca lo ideológico, y la responsabilidad se extiende a quienes lo sostienen dentro y fuera de su país. También a quienes se ven beneficiados por contar con un enemigo así, que plantea el conflicto en términos inconciliables y abona el terreno para una guerra total y despiadada.

Masacre de la esperanza

El odio al pueblo judío es una peste mundial con muchos siglos de antigüedad, y ahora hay quienes afirman que las protestas y condenas ante la matanza de la población palestina son sólo expresiones de ese odio. Resulta evidente que se da también, en gran medida, la secuencia inversa: la política criminal del gobierno de Netanyahu ha estimulado el repudio ilegítimo a “los judíos” en general, e incluso fortaleció las posiciones contrarias a la existencia del Estado de Israel, que habían estado en retirada durante décadas.

Esto ha sucedido incluso en Estados Unidos, donde terminó el tiempo de los alineamientos automáticos con cualquier gobierno israelí y este año se produjo la elección de Zohran Mamdani, un musulmán que acusa al gobierno actual de apartheid y genocidio, como alcalde de Nueva York, bastión tradicional de la comunidad judía estadounidense.

Otro relato propagado en el intento de justificar el colonialismo y las matanzas sostiene que históricamente no hubo un pueblo palestino, pero los debates al respecto son hoy más irrelevantes que nunca. Del mismo modo en que el Holocausto resignificó la identidad judía, creando condiciones internacionales para el triunfo de las posiciones sionistas y la fundación del Estado de Israel, décadas de sufrimiento han forjado la identidad palestina contemporánea, en el territorio y en la opinión pública mundial.

El extremismo ideológico de Netanyahu y sus aliados, su terrorismo de Estado y sus matanzas constituyen el punto más alto de ese proceso paradójico. El apoyo israelí a la gestación de Hamas para debilitar a la ANP y la política de tierra arrasada en Gaza han trasladado el corazón de Palestina, desde la corrupción y la inoperancia de la ANP hasta el centro de la desolación gazatí. Allí donde persiste Hamas y puede ser reemplazado por algo peor; allí donde el clamor de venganza se impone al de justicia.

La doctrina que equipara la supervivencia de Israel a su expansión y su capacidad de infundir miedo ha instalado el temor en el centro de la sociedad israelí. El desprecio agresivo hacia el Poder Judicial y las voces disidentes ha socavado la justificación de Israel como defensa fronteriza de la democracia occidental, y hoy lo convierte en un baluarte de la ley de la selva contra el derecho internacional, cada vez más parecido a sus enemigos.

No sólo Gaza es ruinas y miseria. Urge una reconstrucción moral de dos pueblos, para que no pase de moda el sueño de dos estados democráticos, capaces de convivir en paz.

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