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El mejor infarto

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Hernán Casciari hizo de su historia de un infarto de miocardio un magnífico relato que provoca emoción y risa. Pero si se analiza en profundidad, a los que hemos dedicado partes de nuestras vidas a la medicina nos provoca vergüenza. Esta historia, aunque tiene un final feliz, fue empedrada de decisiones relacionadas con la medicina que aterran.

Un señor, trabajador de una empresa internacional, debía viajar varias veces en el año a Madrid para rendir cuentas de su accionar. Tomó el avión en Montevideo, amaneció en la capital española y se dirigió a la sede de la empresa. Relató que se le había diagnosticado una insuficiencia renal, que debía someterse a hemodiálisis tres veces por semana durante cuatro horas cada vez, y los patrones le expresaron que no había inconvenientes, le disminuyeron los destinos de los viajes, y Javier, tal el nombre del dueño de casa, voló de regreso a Montevideo. Al llegar a su destino, conectó el celular y en un Whatsapp le comunicaron que estaba despedido. ¡El capitalismo en su más cruda realidad!

A la angustia de la insuficiencia renal se sumó que se queda sin trabajo. Con su esposa, luego de varias charlas, deciden que una casa que tienen en el terreno detrás de la suya la ofrecerán, por una aplicación, en alquiler.

A esa casa llegarían Hernán Casciari y su compañera. Casciari se había separado poco tiempo antes de quien fuera su pareja y madre de su hija. Al día siguiente de estar en la casa de alquiler, Hernán tiene un gran dolor en el pecho, está sudoroso, pálido; no tenía seguro médico ni ningún conocido a quien recurrir.

La dueña de casa lo sube a su auto y lo lleva a un hospital. Allí lo reciben, le hacen los estudios preliminares, le confirman que es un infarto, que necesita un stent y que debe abonar 25.000 dólares para tal procedimiento. Casciari no tiene ese dinero y los médicos de ese establecimiento, pese a la gravedad del diagnóstico, deciden que se traslade a un hospital público, en ese caso el más cercano al sanatorio de ricos que le niega la asistencia.

En el Hospital de Clínicas le confirman el diagnóstico, le dicen que debe firmar un conforme por el cual se hace cargo de los 5.000 dólares que deberá abonar en algún momento. Le colocan el stent y le dicen que “cuatro minutos más tarde no contaba el cuento”.

La alegría de que Casciari hubiera superado ese escollo dramático, en un país que no era el suyo, lo llenó de satisfacción y sobre todo la actitud de los caseros, que lo llevaron y lo cuidaron hasta el alta.

Cada vez toleramos y callamos más frente a atropellos que traducen el alejamiento de las conductas éticas con respecto al dinero en medicina.

Pero ¿qué opinamos de la medicina de nuestra época que pone en riesgo la vida de una persona porque no tiene el dinero suficiente en el momento dado? ¿Qué distinto tienen los prestadores, que el hospital universitario exige 5.000 dólares a pagar como se pueda y el sanatorio pide 25.000 dólares seguros ya? A Casciari, el Hospital de Clínicas le salvó la vida. En este mundo capitalista hay que preguntarse, por la diferencia de precios, ¿qué le habría proporcionado el sanatorio?

Amén de ello, me llegó de manos de un paciente en quien deposito extrema confianza una receta expedida por un médico dermatólogo indicando una crema, en una receta que tengo en mi poder, que tiene como fondo la propaganda de un laboratorio de productos médicos, casualmente, de productos para la piel. Esto no tendría nada extraño si la consulta fuera privada (en realidad sí tendría objeciones éticas), pero sí es muy extraño ya que la consulta se realizó en una institución de asistencia médica.

Cada vez toleramos y callamos más frente a atropellos que traducen el alejamiento de las conductas éticas con respecto al dinero en medicina. A quienes se van a colocar una prótesis, cualquiera sea, en procedimientos que están financiados por el Fondo Nacional de Recursos, se les ofrece “una de mejor calidad” abonando X cantidad de dólares. ¿Cómo, no es que los financia el Fondo Nacional de Recursos? ¿Quién recibe esos honorarios? ¿Cuáles son los fundamentos científicos de tal opinión?

Las operaciones de cataratas siguen siendo un calvario para los que no están cubiertos por el Hospital José Martí. En instituciones de asistencia médica que reciben las cápitas del Fonasa por sus asociados, se han instalado centros de diversas especialidades en forma privada (oftalmología, cardiología), que atienden en poco tiempo, lo que al asociado común y sin posibilidades económicas le lleva meses.

Dice Martín Caparrós en su libro El mundo entonces: “Hacer dinero era la meta: casi todas las actividades eran un medio para llegar a ella. Desde la agricultura hasta el turismo, la extracción de petróleo o la fabricación de microchips, la medicina o el transporte o el deporte, todo tenía ese fin”.

Los futuros ministra y subsecretario tienen muchas cosas que hacer para enderezar el rumbo del Sistema Nacional Integrado de Salud, pero no se olviden de estas, pues cuando se desconfía de la honestidad del equipo médico, la medicina entra en una caída sin fin.

Jorge Quian fue profesor agregado de Pediatría, director del Programa de Salud de la Niñez del Ministerio de Salud Pública y subsecretario de Salud de esa cartera.

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