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¿Sumisión o insurrección? Las izquierdas latinoamericanas en cuestión

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El poder de los ricos agobia y paraliza. La ultraderecha se expande y la izquierda duerme una larga siesta. En Europa, las formaciones políticas inspiradas o fundadas en un neonazismo, neofascismo o lo que se prefiera para identificarlas, han emergido hace mucho y cada vez con más fuerza. En Estados Unidos, el regreso de Trump de la mano de los milmillonarios le hace la guerra a la humanidad, mientras que acá cerca, Milei despliega su programa de la “libertad avanza”, expresión sublime del despojo al pueblo.

Entretanto, las izquierdas duermen la siesta larga. Apenas algunos líderes latinoamericanos alzan su voz y despliegan políticas públicas emparentadas con la vieja socialdemocracia, lo cual no es poca cosa en este atribulado tiempo del planeta. Cada gobierno está preocupado por sus desafíos domésticos –cosa lógica, desde luego– sin comprender cabalmente la dimensión ontológica de la política. Los ámbitos institucionalizados de coordinación de las izquierdas no aparecen con claridad estratégica en el plano continental, mientras que las derechas se mueven con fuerte protagonismo.

El reparto del botín y la expoliación de los recursos naturales es explícito y se ejecuta sin pudor o disimulo; la guerra en Ucrania podría detenerse siempre que sea funcional a los intereses del capital, la matanza en Palestina se justifica por derecho divino y en el Congo las viejas potencias coloniales se apresuran a sacar provecho. La ética en la política se evapora por anacrónica y superflua, los derechos humanos se apolillan en las vitrinas de la ONU, mientras los pueblos observan la vorágine sangrienta y la guerra de aranceles.

La hiperconcentración de la riqueza se naturaliza y se aplaude. Una narrativa profundamente dogmática se expande por el mundo: el libre mercado hará “libres” a los seres humanos. Las élites de la izquierda vernácula se sienten conformes con sus modestos logros y las victorias electorales en regímenes democráticos se festejan (con razón, sin duda); las élites intelectuales se disputan el protagonismo en la carrera por el estrellato mediático y, mientras tanto, las élites económicas se regocijan apilando sus ganancias.

¿Cuántas generaciones tendrán que esperar el día del bienestar universal? ¿Cuántas generaciones verán pasar sus existencias entre la condescendencia y la pasividad? ¿Cuántas generaciones tendrán que pasar hasta que la justicia social arribe a las puertas de los cantegriles (hoy denominados asentamientos precarios)?

El poder de los ricos agobia y paraliza. La ultraderecha se expande y la izquierda duerme una larga siesta.

La sumisión y el conformismo parecen las únicas opciones: los sectores medios disfrutan consumiendo, los pobres sobreviven soñando alcanzarlos y los más ricos disfrutan sus lujos a plena luz. Tal parece que la resignación a vivir juntos, pero esencialmente separados, es la normalidad del presente.

¿Existe otra alternativa a la sumisión? Efectivamente, sí; la insurrección de la plebe. El levantamiento popular de los comunes innominados, la rebelión de los mortales. Las revoluciones siempre implican disrupciones, cambios sustantivos en las relaciones de poder y, finalmente, suponen dar un paso significativo en la mejora de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Más allá de retrocesos y fracasos, la historia de la humanidad nos ilustra acerca de la fuerza transformadora de la plebe.

La insurrección de la plebe puede expresarse como una suerte de furia desatada y caótica, combinada con la fuerza organizada de los movimientos sociales. La rebelión de los comunes puede manifestarse en multitudes en las calles, también con intervenciones sistemáticas y planificadas de boicot.

Las revoluciones en el siglo XXI podrán ser cibernéticas y convocadas desde las plataformas digitales, utilizando el hackeo o inundando las redes virtuales en la web transnacional. La rebelión de la plebe se corporiza en las plazas y avenidas, en huelgas prolongadas o amplificando los gritos en los medios de comunicación masivos. En América Latina, los recursos disponibles no serán las armas de fuego, sino las palabras cargadas con precisión, estrategias convergentes y movilización de las multitudes con sentido transformador.

La insurrección de la plebe podrá ser espontánea o planificada; más tarde o más temprano, el hartazgo se convertirá en acción, en ira desatada. La responsabilidad política de la izquierda es enorme, siempre que asuma los legados y acumulaciones de la rica historia latinoamericana y siempre que ideológicamente no confunda la gestión del conflicto con modestos y tibios arreglos. El riesgo de que aquel hartazgo sea canalizado por la ultraderecha es plausible en Argentina y Brasil. Las lecciones deben ser aprendidas y parece claro que las frustraciones de los sectores populares han sabido ser interpretadas y manipuladas por las fuerzas reaccionarias, en Estados Unidos, en Europa y también en América Latina. Es tiempo, pues, de que las izquierdas, aquí y en la región, se despierten del letargo.

Christian Adel Mirza es profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales.

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