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El nudo gordiano del retorno progresista: crecimiento y distribución en tiempos inciertos

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La historia es más o menos así. Un oráculo declaró que el próximo que entrara a la ciudad de Frigia con una carreta se transformaría en el rey de la ciudad. Eso le ocurrió al modesto campesino Gordius. Pasó el tiempo y, dada la importancia de aquel vehículo, Midas, el hijo de Gordius, ató la carreta al templo de Zeus con un intrincado conjunto de nudos. La curiosidad llamó a muchos a intentar desarmarlos, pero nadie pudo.

Así fue como se acuñó el concepto de nudo gordiano que utilizamos algunas veces para referirnos a problemas que tienen una difícil resolución o cuando establecemos conexiones entre asuntos que podrían ser pensados por separado. Algo de esto me parece que ha ocurrido últimamente con el progresismo uruguayo. Desde diferentes discursos se ha establecido un nudo tan fuerte entre dos conceptos que no necesariamente tendrían que estar tan rígidamente entrelazados. Me refiero a la relación entre el crecimiento económico y la distribución de la riqueza o del ingreso. Durante la campaña, el candidato a la presidencia Yamandú Orsi y su futuro ministro de Economía, Gabriel Oddone, insistieron permanentemente en que ambas cosas eran necesarias e interdependientes.

Estos temas parecen asociados al ámbito especializado de los economistas, pero sus implicancias claramente los trascienden. Del resultado de esa articulación depende cumplir con las expectativas de las mayorías que votaron al Frente Amplio (FA). Por más que suene un planteo restringido a lo técnico, no lo es. En un momento de crisis del pensamiento de izquierda, esta es la única idea modesta que emerge como esperanza en un páramo donde para los progresistas parece muy difícil pensar futuros diferentes al orden neoliberal. En este nudo quedamos todos atados.

Esta conexión entre ambos conceptos tiene una larga historia, pero la manera de interrelacionarlos también muestra diferencias. En 1966, Enrique Iglesias, en su libro Uruguay: una propuesta de cambio, resumía los resultados de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico, y sugería que el capital y el trabajo tenían una “responsabilidad conjunta [que] se refiere no sólo a los problemas de la producción sino también a los de la equidad en la distribución del ingreso que generan conjuntamente”. En esta visión, el proceso de crecimiento económico estaba asociado con mecanismos regulatorios vinculados a una mejora general del bienestar.

Las recetas liberales que se promovieron desde fines de los 50 y que se consolidaron en la dictadura propusieron otra aproximación. En un influyente libro llamado Política económica y distribución del ingreso en el Uruguay, Alberto Bensión y Jorge Caumont plantearon que la dinámica del crecimiento económico podía generar una concentración de la riqueza. Las medidas liberalizadoras que eliminaban todas las formas de regulación sobre los precios o los salarios tenían un impacto redistributivo regresivo, pero alentarían el crecimiento económico. De todas maneras se aspiraba a que en el largo plazo el crecimiento económico podría llevar a una mejora de los ingresos en términos absolutos de los sectores populares. Para responder a los impactos más duros sobre los sectores más pobres se podría desarrollar una atención focalizada por medio de una política fiscal que los atendiera. En este modelo, el crecimiento y la distribución iban por caminos separados. En un panel de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, en 1980, posterior a la publicación del libro, Bensión era explícito al decir que “con abstracción de la política fiscal entendemos que no hay formas de conciliar, desde nuestra posición como economistas, crecimiento y distribución”.

Este libro fue publicado en 1979, en plena dictadura, pero Bensión y Caumont expresaban a un conjunto de economistas que trascendían a aquellos alineados públicamente con el régimen. Ambos tuvieron un compromiso político con los gobiernos democráticos de la siguiente década. Más allá del interregno de la transición democrática, donde estas ideas fueron interpeladas con una “primavera regulacionista” con planteos como los de fijar una canasta de precios controlados, que no se concretó, o la del retorno de los consejos de salarios, que sí tuvo existencia hasta fines de los 80, volvieron a tener un creciente espacio entre varios sectores de la política durante los 90.

Sanguinetti explicaba esta idea a través de la metáfora de la torta. La riqueza es una torta que es necesario ampliar para asegurar una mejor redistribución. Si no se asegura el crecimiento, muy poca cosa se puede hacer. En los 90, en el contexto de la globalización, el “fin de la historia”, el “pensamiento único” y el “triunfo” del encuentro entre mercado y democracia liberal, estos enfoques se fortalecieron.

El FA en la oposición siempre cuestionó esa manera de plantear el problema durante el siglo XX. Cuando triunfó en el siglo XXI, el escenario de crecimiento económico lo posicionó en un lugar diferente. El boom de las commodities habilitó una coyuntura de crecimiento que tuvo mucho que ver con su éxito y el de los progresismos en toda la región.

Los gobiernos del FA hicieron algo que no había ocurrido en las décadas anteriores. Los momentos de crecimiento económico efectivamente estuvieron acompañados por políticas redistributivas que tuvieron que ver con regulaciones (consejos de salarios), sistemas de transferencias y cambios en la política fiscal (IRPF). Esto tuvo un impacto real en la reducción de la desigualdad y la pobreza y el aumento del salario real. Cuando el crecimiento económico se redujo, la capacidad redistributiva del FA también decreció. En el tercer gobierno esto se tradujo en una suerte de parálisis política, ya que si el nudo crecimiento/distribución no funcionaba articuladamente, poco se podía hacer. El final es conocido: la derrota electoral de 2019.

En la campaña de 2024, el FA propuso una mirada que nuevamente se sostenía en ese nudo que había sido exitoso en la primera década del siglo. Pero ahora el énfasis venía dado por la necesidad del crecimiento. En el libro El despegue, un largo diálogo entre el periodista Nicolás Batalla y Oddone, el crecimiento es el concepto central. Oddone comparte la idea de la sostenibilidad social y ambiental del crecimiento que estaba planteada en las bases programáticas del FA. Pero estos aspectos tienen un escaso desarrollo. En materia ambiental realiza consideraciones generales. En materia social insiste en el fortalecimiento de las transferencias vinculadas a la pobreza infantil. Su principal preocupación es diseñar una estrategia que asegure el crecimiento. Su perspectiva es liberal. Son los actores privados los responsables del “despegue”. La tarea del Estado es racionalizar y promover una gestión más eficiente de los sectores no transables (servicios públicos, infraestructura, comunicación, etcétera) para abaratar los costos de los actores privados que se dedican al crecimiento de los bienes transables.

A diferencia de experiencias previas, en las que el Estado orientaba el crecimiento (en modalidades variadas), aquí no se explicitan áreas de la economía que podrían ser promovidas. Se asigna una confianza total a la capacidad del sector privado. Oddone insertaba la búsqueda de un crecimiento sostenido en la liberalización y la apertura de la economía, que tenía como punto de partida la política iniciada en la década del 70 y continuidades en democracia.

El texto del actual ministro de Economía expresó una idea particular de crecimiento sobre la que quedaban anudadas las posibilidades de distribución. Pero hoy, en el inicio de un nuevo gobierno marcado por un contexto internacional no tan favorable como el de 2005, resulta plausible preguntarse qué pasa si no se logran los niveles de crecimiento a los que se aspiran. ¿Es posible distribuir con bajo crecimiento?

Existieron momentos de mayor redistribución que estuvieron asociados a coyunturas de encuentro entre crecimiento económico y propuestas reformistas en lo social (neobatllismo en el siglo XX y progresismo en el siglo XXI). Existieron momentos de crecimiento asociado a experiencias políticas autoritarias y/o conservadoras (dictadura, primera mitad de los 90) que generaron procesos de redistribución regresiva.

Pero los datos que nos brinda la experiencia histórica del último siglo y el actual es que los momentos de crecimiento no fueron el resultado único de procesos endógenos y estuvieron muy condicionados por circunstancias internacionales. La experiencia uruguaya no difirió de la región. Incluso los momentos de redistribución progresiva, aunque con escala e intensidades diferentes, también fueron simultáneos en toda la región.

El momento actual parece bastante diferente al de aquel 2005 marcado por el boom de las commodities y la circulación de capitales buscando inversiones. Desde la crisis de 2008 se viene hablando de la reducción del ritmo de la globalización expresado en una tendencia a mayores barreras proteccionistas por razones económico-comerciales o de seguridad nacional y el aumento de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Este año, con la llegada de Donald Trump al poder, se terminó de conformar un nuevo orden internacional que es radicalmente diferente a aquel de 2005.

Se asume que un crecimiento del 3% sostenido en el tiempo es el número mágico que podría habilitar el desarrollo de políticas redistributivas y servicios públicos. Si antes de las medidas propuestas por Trump se estimaba que las tasas de crecimiento de Uruguay para los próximos dos años no llegarían a ese nivel, el escenario actual es aún más incierto.

Si no se logra la meta de crecimiento, es importante pensar cómo redistribuir en otros escenarios. Eso implica estar preparado para batallas culturales, ideológicas y políticas que serán inevitablemente necesarias.

¿Qué pasa si no llegamos a esa cifra ideal de crecimiento?¿Los votantes del FA tienen conciencia de esa situación? ¿Qué expectativas tienen en relación con el gobierno? No se necesita un focus group para intuir que la preocupación por el crecimiento no es algo particularmente movilizador para los votantes de la coalición. Sí es notorio que detrás del voto al FA hay una expectativa de redistribución progresiva. Menciones a la mejora salarial durante el período progresista y la idea de que el gobierno del FA va a ayudar a “llegar con el sueldo a fin de mes” fueron permanentes en la campaña. Esas promesas fueron asumidas por los votantes como realidades posibles.

Hay veces que se asume que los votantes evalúan todos los gobiernos de la misma manera. Eso no es cierto. Los votantes del FA aspiran a que el gobierno desarrolle más políticas redistributivas y, si no lo hace, la reacción crítica va a ser mayor que con los gobiernos de la derecha sobre los que se asume su desintéres por la cuestión social. La sociedad le va a exigir más al FA en cuestiones sociales que a la coalición republicana. Es razonable que lo haga, porque ese fue el discurso que el FA vino construyendo. Las consecuencias de no cumplir esas expectativas pueden ser enormes en un contexto de ascenso global de sectores de extrema derecha. Para muestra se pueden repasar los procesos de nuestros dos países vecinos.

Frente a estos problemas e incertidumbres, ¿se debería responder con la idea del crecimiento como norte? No tiene sentido renunciar a la aspiración de un mayor crecimiento, pero no estaría mal poner esa reflexión en un contexto más amplio. No somos los uruguayos los únicos que nos hacemos esa pregunta acerca de cómo crecer a tasas altas y que el crecimiento no sea el resultado de condiciones internacionales. Esas preguntas han estado en el centro de la reflexión política y económica de cientistas sociales latinoamericanos de diversas orientaciones (desarrollistas, dependentistas, neoliberales, neodesarrollistas, etcétera) por lo menos desde la mitad del siglo XX hasta la actualidad, y aún no han encontrado respuestas exitosas de mediano plazo y, menos aún, respuestas que articulen crecimiento con bienestar. En este sentido, la respuesta a la pregunta sobre cómo alcanzar tasas altas de crecimiento tendría un alcance enorme. No está mal ser optimista, pero también es necesario ponderar la escala de los desafíos que nos proponemos, los plazos para su logro y evaluar escenarios alternativos un poco más realistas por si las dudas.

Tampoco está de más mencionar que los actores privados en América Latina no necesariamente parecen interesados en promover modelos de crecimiento muy virtuosos. En un libro reciente, el cientista político Juan Pablo Luna señala que los ejemplos de crecimiento sostenido de la última década, luego del boom de las commodities, se limitaron a dos países: Perú y Paraguay. Lugares que no experimentaron el ciclo progresista. Allí el crecimiento estuvo sostenido por el crecimiento de la desigualdad, el aumento de la corrupción estatal, el incremento de la inseguridad y el avance de redes transnacionales de economía ilegales. No parecen antecedentes promisorios para la región.

En el argumento de Oddone, la estrategia de crecimiento está atada a una serie de reformas. Seamos optimistas y pensemos que las reformas sugeridas logran avanzar rápidamente. ¿Cuánto demoraría en mostrar resultados esta estrategia? ¿Cómo se relacionan los tiempos político-electorales y la estrategia de crecimiento? ¿Cuál será la sensación de los votantes frenteamplistas que no ven mejoras en sus bolsillos y en su vida cotidiana en 2027 o 2028? ¿Qué pasa si los procesos de reforma de los sectores no transables tienen resistencias importantes y, peor aún, si las resistencias vienen de algunos actores que tienen vínculos profundos con el FA? ¿Qué pasa si el contexto internacional se complica aún más?

Ninguna de estas preguntas parecen tan irreales. Entonces, sería bueno pensar alternativas o intentar desarmar ese nudo que quedó atado de una manera tan estrecha. Como decíamos antes, sabemos que la puja redistributiva con bajos niveles de crecimiento es más difícil, ya que de múltiples maneras agudiza los niveles de conflicto. La experiencia histórica uruguaya da cuenta de esos momentos de puja redistributiva y los resultados no fueron muy positivos para los sectores populares. Tanto el escenario posterior a la crisis del 29 como el ciclo que se inicia en la segunda mitad de los 50 se pueden caracterizar de esta manera.

Esta idea de conciliar crecimiento y distribución puede ser entendida como un eufemismo técnico para responder a un problema político central que consiste en cómo distribuir sin generar resistencias de los sectores privilegiados. Distribuir con crecimiento no afecta el ritmo de enriquecimiento de los sectores más privilegiados, pero no ocurre lo mismo en escenarios más modestos. El desafío es generar condiciones políticas propicias para la distribución sin incrementar la polarización. Aunque ciertos niveles de conflicto serán inevitables y no está de más recordar que son intrínsecos a la democracia. La salud de la democracia tiene mucho que ver con que las mayorías encuentren en el debate civilizado caminos para mejorar su situación social.

Es cierto que para estos debates el FA no parece estar muy preparado. Los progresismos se han replegado en la discusión pública sobre la aspiración a construir sociedades más igualitarias y sobre los mecanismos necesarios para imaginarlas y promoverlas. No habría que creerse lo que dice la extrema derecha sobre el triunfo de las izquierdas en la llamada "batalla cultural". En los temas sociales y económicos hay un predominio de una subjetividad neoliberal a la que muchos sectores sociales les resulta muy difícil escapar.

La idea de ampliar lo público o lo estatal es vista con sospecha. La posibilidad de profundizar la política impositiva como una herramienta de distribución progresiva fue vista como un riesgo por el propio FA, ya que podría tener consecuencias electorales negativas. En el debate de 2024, frente a la pregunta de Álvaro Delgado, Orsi dijo: “Repito, no voy a subir los impuestos”. La frase fue leída como la cancelación del debate impositivo para el nuevo gobierno. Recientemente, el economista Mauricio Da Rosa publicó un excelente artículo en el que, además de repasar el debate entre crecimiento y distribución, muestra cómo una política impositiva moderada sobre el 1% más rico podría tener un impacto enorme en la erradicación de la pobreza infantil. Sin embargo, el gobierno no parece dispuesto a dar esos debates. Los servicios públicos (educación, salud, cuidado, seguridad, acceso a la justicia, etcétera) son poco valorados y su mejora parece condicionada por las restricciones presupuestales. Los sectores populares no parecen apostar a la organización colectiva para reclamar esos derechos. Para varios la opción es la “salida” individual a través de los servicios privados, incluso a costa de reducir sus ingresos.

El FA no ha avanzado en estas discusiones en los últimos años y no ha contribuido a ir construyendo un sentido común alternativo al de la derecha. En los debates públicos participan los académicos, los movimientos sociales, pero los partidos políticos no tienen un rol destacado. Los partidos de izquierda, además de ganar votos y gobernar tradicionalmente, tuvieron un rol pedagógico que Antonio Gramsci señaló hace un siglo. Ahora que la derecha lo empezó a entender, el progresismo parece haberlo olvidado.

Si no se logra la meta de crecimiento, es importante pensar cómo redistribuir en otros escenarios. Eso implica estar preparado para batallas culturales, ideológicas y políticas que serán inevitablemente necesarias para la supervivencia del progresismo y del país tal como lo conocemos. Las élites uruguayas (conservadoras y progresistas) tienden a reproducir una visión autocomplaciente del país sostenida en algunos logros históricos lejanos y recientes, pero que también opacan situaciones de las últimas décadas que son preocupantes y urgentes.

Tenemos un índice de homicidios mayor al de Argentina y Chile. La mayor tasa de encarcelamiento en América del Sur y el décimo lugar en el mundo. Las condiciones de vida de esas personas son violatorias de cualquier noción de derechos humanos y dificultan cualquier posibilidad de reinserción. Una parte importante de los liberados termina viviendo, literalmente, en las calles. Todo este cuadro se da en un escenario de penetración del narcotráfico en los sectores populares y en las élites; para muestra basta Conexión Ganadera, que erosiona la legitimidad del Estado en múltiples áreas.

Este cuadro complejo se vincula con un cuadro social que también se ha subestimado. La reciente actualización del índice de pobreza por ingreso a partir de una nueva metodología establecida en 2017 nos da una fotografía más amarga que el indicador oscilante entre 8% y 10% desarrollado con la metodología previa. La nueva estimación calcula que el 17% de la población está bajo la línea de pobreza. El dato guarda relación con el índice de pobreza multidimensional: 18%, publicado el año pasado. Alrededor de uno de cada cinco uruguayos es pobre. Pero además de ello tenemos sectores con salarios muy decaídos y múltiples modalidades de trabajo precarizado. ¿Qué respuestas se dará a estos problemas y a estas personas cuyas soluciones están atadas inevitablemente a diversas maneras de redistribución?

La pregunta de cómo desatar o al menos aligerar este nudo no es de fácil respuesta, pero parece necesario hacérsela. Si el crecimiento viene, no tendremos mayores problemas, pero si no se necesitará pensar nuevas estrategias para enfrentar un mundo nuevo e incierto que interpela las recetas técnicas acerca de lo que es el crecimiento y cuál es su relación con la distribución.

Fue después de la Segunda Guerra Mundial que el indicador de producto interno bruto quedó asociado a la idea de crecimiento y se transformó en un ordenador económico del mundo. Fue en la globalización liberal de los 90 que se articuló una particular manera de pensar la relación entre distribución y crecimiento que fue predominante hasta la actualidad. El orden de posguerra y su adecuación neoliberal de fin de siglo parecen estar en cuestión en este nuevo tiempo histórico.

Un tiempo después de que Gordius ató la preciada carreta al templo de Zeus, Alejandro Magno invadió Frigia cuando se dirigía a conquistar Persia. Alejandro fue desafiado a desatar el nudo. Un oráculo del templo había dicho que quien lo desatara sería el próximo emperador de Asia. Alejandro, luego de meditarlo y constatar lo imposible de la tarea, tomó un hacha, cortó la cuerda y dijo: “No hace la diferencia cómo se desata”. Esa misma noche la región fue cubierta por una poderosa tormenta eléctrica que Alejandro interpretó como un designio de los dioses. Luego conquistó Egipto y avanzó en Asia. Este tiempo incierto aunque angustioso tal vez abra posibilidades políticas e intelectuales para repensar este nudo gordiano y recurrir a algunas hachas heterodoxas para desatarlo.

Aldo Marchesi es historiador y docente en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

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