El autoritarismo se extiende como reguero de pólvora por América y también por Europa, donde aparece como la mayor amenaza desde el fin del nazismo hace 80 años. La respuesta puede ser un nuevo comienzo para las izquierdas. Así será si logran combinar resistencia y democratización.
Resistir a las derechas extremas es algo que las izquierdas a menudo han mostrado que saben hacer. Cuando el ascenso de Adolf Hitler, superando querellas sectarias y sin mengua de profundas diferencias ideológicas, construyeron frentes populares. Con algunos logros y no pocas frustraciones, marcaron rumbos que siguen abiertos. Hace pocos meses, cuando la extrema derecha emergió triunfadora en la primera vuelta de las elecciones francesas, la inmediata consigna “hacer frente popular” logró bloquear temporariamente el avance reaccionario.
Sólo confluencias muy grandes, que incluyan a diversos progresismos y vayan bastante más allá, podrán revertir el retroceso generalizado que encarnan el presidente estadounidense Donald Trump y el argentino Javier Milei. Pero ello no se logrará sin protagonismos renovados de las izquierdas.
En Europa, las derechas tradicionales retroceden paso a paso en cuestiones ambientales y migratorias; se dibuja así una convergencia reaccionaria en la que la primacía puede volver a estar en manos de los extremistas, como sucedió en el Viejo Continente durante las décadas de 1920 y 1930.
En Estados Unidos, el Partido Demócrata trastabilla frente al avance del trumpismo, pero una pequeña izquierda marca rumbos. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez convocan a no poca gente en torno a una doble tarea: resistir a quienes horadan el estado de derecho y vulneran las libertades públicas, democratizar la sociedad mediante reformas que mejoren la calidad de vida de los de abajo.
En el Oeste de los países ricos, sectores populares postergados e incluso despreciados por las élites liberales brindan fuertes apoyos a las nuevas derechas. Estas no serán derrotadas si tales apoyos no se revierten. Eso no sucederá si las izquierdas no reconstruyen sus vínculos con la gente desfavorecida. La dinámica profunda del capitalismo durante el último medio siglo ha resquebrajado esos vínculos. También ha afirmado el poder del empresariado. Hacen falta propuestas distintas de las usuales. En las regiones más prósperas del planeta las izquierdas afrontan un desafío existencial.
El autoritarismo se extiende como reguero de pólvora por América y también por Europa. La respuesta puede ser un nuevo comienzo para las izquierdas. Así será si logran combinar resistencia y democratización.
Las derechas extremas han cobrado gran fuerza en el debate de ideas. Su eje es un individualismo exacerbado. Se nutren de las limitaciones, grandes o muy grandes, de las políticas públicas. Alimentan el rechazo a los esfuerzos colectivos en pro de la diversidad, la igualdad y la inclusión. Confluyen con la reacción patriarcal y la reivindicación de la familia tradicional. También con el nacionalismo en versión chovinista. Justifican hasta la violencia contra inmigrantes y diferentes en general. Avanzan hacia el autoritarismo. En el camino favorecen la desregulación del capitalismo. Consiguen así fuertes apoyos entre los sectores privilegiados. Exacerban los conflictos. Hacen aún más oscuro el futuro ambiental de la Humanidad. Pero en el presente movilizan mucha gente.
A lo largo de la historia contemporánea, las derechas se han apoyado ante todo en los poderes fácticos y las izquierdas más bien en el potencial inspirador de las ideas. Cuando se desvanecieron las expectativas de transformación social, ese potencial se debilitó, el progresismo quedó ideológicamente a la defensiva y sus políticas tendieron a concentrarse en la redistribución. En tiempos de Trump eso ya no basta para afrontar a las derechas extremas. Parece necesario volver a las fuentes de las ideas de izquierda, reformularlas a tono con los tiempos para recuperar la iniciativa y construir propuestas tales que los sectores postergados sean los principales protagonistas de los cambios deseables.
Uruguay es un lugar potencialmente fecundo para trabajar, teórica y prácticamente, en una problemática como la antes esbozada. Viejas y nuevas agendas de derechos cuentan aquí con significativo respaldo ciudadano. Ciertos sectores populares de vocación progresista tienen niveles de organización altos en la comparación internacional. Gobierna el más exitoso de todos los frentes populares, el que supo resolver en condiciones harto difíciles el problema crucial de la identidad propia como fuerza política unificada. En su primer ciclo gubernamental, el Frente Amplio tuvo el mejor desempeño del giro a la izquierda de América Latina. Combinó el afianzamiento de la democracia con impulsos reformadores. Hoy se encuentra con una intrincada mezcla de problemas antiguos con otros bastante nuevos. Pero la situación del país es considerablemente menos difícil que la de muchos otros. Por ahora, el vendaval reaccionario no nos quita el aliento. Se podría, mirando a la vez a la comarca y al mundo, reconstruir proyectos progresistas de largo alcance y buscar insertarlos en estrategias nuevas para enfrentar a las derechas extremas que sacuden al mundo. Sería una tarea digna de la vocación internacionalista con la que nacieron las izquierdas uruguayas.
Rodrigo Arocena es doctor en Matemática y en Estudios del Desarrollo; fue rector de la Universidad de la República.