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Vivir en la ciudad: intoxicación paulatina y acumulativa

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Casi el 60% de la humanidad que vive en ciudades se encuentra expuesta a múltiples sustancias tóxicas de origen industrial que envenenan el agua, el aire, el suelo y los alimentos. Las voces de alerta provenientes de científicos y de instituciones internacionales son cada vez más imperativas y alarmantes, pero nada ha impedido que en las últimas décadas todo siga empeorando. La situación es tal que no resulta fácil evitar la impotencia y el fatalismo. ¿Hay esperanzas? Sí, y a ellas deberíamos apostar. Pero, para esto, lo primero es lo primero: mirar los datos de frente evitando que nos abrumen; sin diagnóstico realista no puede haber salidas practicables.

Describiré aquí –sin pretensiones de exhaustividad– los principales factores tóxicos con que convivimos en la ciudad y su potencial impacto sobre nuestra salud: los alimentos procesados, los microplásticos, los neurodisruptores, los metales pesados, los automóviles y el aluminio. Luego, expondré los recursos domésticos que se han propuesto para proteger nuestra calidad de vida de amenazas cuya erradicación a corto plazo no es siquiera pensable.

Lo que comemos y tomamos

Los alimentos procesados están atiborrados de antinutrientes: colorantes, emulsionantes, acidulantes, conservantes, saborizantes, texturizantes, etcétera. Pero no basta con evitarlos; por lo pronto, todos los alimentos agroindustriales contienen pesticidas. Por ejemplo, la información pública del Programa Nacional de Residuos Biológicos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) da cuenta año tras año de la presencia en la carne vacuna del desparasitario ivermectina y de los insecticidas clorpirifós, etión, cipermetrina y fipronil –este último prohibido en la Unión Europea– en cantidades que sobrepasan límites oficiales ya de por sí bastante laxos en comparación con la normativa de otros países.

En Uruguay, los análisis del agua embotellada sólo monitorean la presencia de glifosato; por su parte, OSE no realiza análisis de plaguicidas en el agua corriente, por lo que se ignora el grado de contaminación del agua oficialmente potable.1 ¿Y cuáles son las posibles consecuencias de la acumulación de estos agrotóxicos en el organismo humano? Alzhéimer, esclerosis lateral amiotrófica (ELA), demencia, epilepsia, párkinson y otros trastornos neurológicos.2

Neurodisruptores

Las sustancias químicas denominadas “neurodisruptores” endócrinos son capaces de imitar la acción de nuestras hormonas naturales y también pueden bloquear los receptores hormonales de las células e impedir su funcionamiento normal. El plástico es la fuente principal de estas sustancias, aunque no la única: también están presentes en los plaguicidas y en las sustancias polifluoroalquiladas (PFAS), ampliamente usadas en la industria. Dada su excepcional capacidad de repeler el agua y el aceite, las PFAS se emplean ampliamente en los envasados de comida industrial, en las sartenes y ollas antiadherentes, en los productos de limpieza, en las pinturas, en la espuma contra incendios, en los sorbitos de papel... La lista completa sería muy extensa.

Otros neurodisruptores endócrinos son: el bisfenol A (BPA), los parabenos, el triclosán, las benzofenonas y los ftalatos. El BPA se utiliza para revestimiento de latas de comida y bebida, botellas y táperes de plástico. Los parabenos son utilizados en los cosméticos; el triclosán está presente en las pastas dentales, geles hidroalcohólicos y desodorantes; los maquillajes y las cremas solares contienen benzofenonas; los ftalatos son muy utilizados en cosmética, perfumes, pinturas y envases plásticos. Numerosos estudios en animales y en humanos correlacionan estos productos tóxicos con el aumento de cánceres, obesidad, infertilidad, diabetes, síndrome metabólico, asma y problemas de neurodesarrollo.3

Metales pesados

Los metales pesados utilizados por las industrias contaminan progresivamente nuestros alimentos. Todos los peces tienen mercurio, aunque los mayores niveles se encuentran en los más grandes; el cadmio está presente en los riñones y el hígado de los animales que comemos, en los hongos, en las verduras, en los mariscos, en los cereales y en el chocolate; el arroz contiene arsénico; el plomo puede encontrarse en carne, mariscos, cereales y agua.

La acumulación múltiple de estas sustancias en el organismo afecta el sistema nervioso, riñones, pulmones, hígado y el aparato gastrointestinal. El cadmio puede causar daño renal, pulmonar y óseo, y también puede afectar el sistema endócrino. La exposición aguda puede causar vómitos, dolor abdominal, diarrea, entumecimiento y, en casos extremos, la muerte. El arsénico puede aumentar el riesgo de cáncer de piel, vejiga, pulmón, riñón e hígado y puede acarrear problemas cardiovasculares, neurológicos y dermatológicos. El plomo puede causar problemas de desarrollo y aprendizaje en los niños así como daños renales, cardiovasculares y reproductivos en adultos.4 La intoxicación con mercurio ha sido asociada con infartos de miocardio, autismo, fibromialgias, síndrome de fatiga crónica, lupus eritematoso sistémico, demencia, párkinson, alzhéimer, esclerosis múltiple y otros cuadros neurológicos, metabólicos, hormonales, renales y dermatológicos.5

El aire que respiramos

Los llamados “compuestos orgánicos volátiles” (COV) están presentes en el aire que respiramos en la ciudad. Estas sustancias químicas tóxicas se encuentran en pinturas, barnices, ceras, productos de limpieza, pesticidas, productos farmacéuticos, materiales de construcción, mobiliario, fotocopiadoras e impresoras, materiales gráficos, pegamentos, adhesivos, rotuladores permanentes, etcétera; su concentración es hasta diez veces mayor en interiores que al aire libre.6

Más conocido nos resulta el peligroso monóxido de carbono, cuya inhalación bloquea el oxígeno del cerebro, causa malestar, fatiga y problemas respiratorios, puede agravar enfermedades respiratorias crónicas y también puede causar daños en el sistema nervioso. Pero, además, los óxidos de nitrógeno liberados por los caños de escape reaccionan con los COV y producen ozono a nivel del suelo; este gas irrita al sistema respiratorio, provoca tos, asfixia y reducción de la capacidad pulmonar y debilita las defensas contra las infecciones.

Los automóviles a combustión –abrumadora mayoría– constituyen la principal fuente de contaminación del aire urbano. Las partículas de hollín pueden penetrar en profundidad en nuestros pulmones.

La cantidad de automóviles crece sin cesar; en mayo de este año circulaban en nuestro país tres millones de vehículos. Si su distribución fuera perfectamente equitativa, cada uruguayo mayor de 18 años tendría un primer auto más el 30% del segundo... Esta cifra demencial parecería no alarmar a nadie. Gobierno tras gobierno, año tras año, se ensanchan calles y rutas, se reducen los espacios verdes y se expande el área asfaltada u hormigonada para facilitar la circulación vehicular. Es exactamente como si, ante una plaga de langostas, les procuráramos alimentos. Si primaran la racionalidad y el sentido común, se buscaría reducir la cantidad de automóviles privados aumentando en cantidad y calidad el transporte colectivo.

Aluminio

El aluminio es un metal abundante en la corteza terrestre, libremente absorbido por las plantas; las papas, las espinacas y el té contienen los niveles más altos. En el pasado, esto nunca ha constituido un problema de salud, dado que en pequeñas cantidades lo eliminamos con facilidad. Pero en las últimas décadas se han multiplicado las evidencias científicas de su toxicidad debido a los altos niveles de presencia del metal en nuestro organismo. ¿Qué ha pasado? Muy sencillo: su empleo masivo en la industria ha excedido los límites de tolerancia humana.

La industria química lo emplea sin limitación alguna; desde larga data usamos papel y utensilios de dicho metal, pero también lo contienen todos los jabones, los productos de belleza y los de limpieza de origen industrial. Asimismo, el sulfato de aluminio se utiliza en el tratamiento de agua potable para eliminar sólidos suspendidos, compuestos orgánicos y microorganismos.

La intoxicación atribuible a la agroindustria, a los metales pesados, a la industria alimentaria, al aire que respiramos en la ciudad, al plástico y demás derivados del petróleo es lenta y profunda.

Tomados de uno en uno, ninguno de estos usos corrientes representaría un problema, pero su acumulación transformó progresivamente una sustancia inocua en un peligro para la salud. ¿Y cuáles son realmente los problemas que puede acarrearnos? Numerosas investigaciones han asociado la exposición excesiva al aluminio con daños al sistema nervioso central, enfermedades respiratorias y óseas, alzhéimer y otras enfermedades neurodegenerativas.7 Prescindir por completo del aluminio sería hoy virtualmente imposible, pero sí podemos limitar considerablemente la exposición adicional al metal al despedirnos del papel aluminio, ollas y demás utensilios corrientes.

Depuración natural

No estamos completamente indefensos frente a todos estos compuestos tóxicos: la evolución nos ha diseñado para eliminarlos naturalmente. Sin embargo, no todas las personas estamos biológicamente dotadas de igual manera para hacer frente a tantas sustancias nocivas.

El gen MTHFR es el principal responsable del trabajo de desintoxicación. Si dicho gen no ha sufrido mutaciones, sus portadores pueden eliminar prácticamente la totalidad de las toxinas invasoras. Pero las personas que se benefician de un gen MTHFR completamente funcional son poco numerosas: algo menos de una de cada ocho. Del resto de la población mundial, casi la mitad es portadora de una mutación que reduce su funcionalidad; estas personas sólo pueden eliminar parte de las toxinas que ingresaron al organismo, dado que su metabolismo carece de la velocidad suficiente como para una depuración completa. Pero hay una mutación peor de ese gen que está presente en un tercio de la humanidad y que bloquea hasta en el 75% la tarea de desintoxicación. Considerando ambas mutaciones, tenemos que más de las tres cuartas partes de la población mundial experimenta dificultades para vivir saludablemente en un planeta saturado de basura química.8

Las principales consecuencias de la intoxicación química de diversa procedencia son las enfermedades autoinmunes, el cáncer, la esclerosis múltiple y el hipotiroidismo. Las estadísticas señalan que estas enfermedades, antes detectables sobre todo en mayores de 60, hoy están cada vez más presentes en personas de 40, de 30 y aun de menor edad.

¿Qué podemos hacer?

La intoxicación atribuible a la agroindustria, a los metales pesados, a la industria alimentaria, al aire que respiramos en la ciudad, al plástico y demás derivados del petróleo es lenta y profunda. La industria química no cesará gentilmente de producir todas estas sustancias que, lejos de disminuir o estabilizarse en volumen, no han hecho más que crecer en las últimas décadas.

¿Cómo reaccionar ante este cuadro tan oscuro? Ante todo, debemos evitar la desazón; el estrés y la paranoia son tanto o más tóxicos que las toxinas ingeridas contra nuestra voluntad.

Nuestra salud no depende únicamente de la exposición a los venenos aquí enumerados, sino también –y sobre todo– de nuestro estilo de vida, de nuestra dieta, de la actividad física y del abandono de hábitos nocivos como el tabaco y el alcohol. Unas cuantas pequeñas intervenciones en nuestra cotidianidad pueden reducir sensiblemente las intoxicaciones:

  • No calentar la comida en recipientes de plástico. Evitar el uso de plásticos para contener o proteger alimentos; el cambio del frío al calor y viceversa traslada polímeros del plástico a los alimentos en contacto, y de ahí a nuestro organismo. Utilizar sartenes y ollas de barro, hierro fundido, roca volcánica o acero inoxidable sin revestimiento antiadherente.
  • Reducir o eliminar la ingesta de comida procesada y enlatada, limitar el consumo de productos de origen animal, preferir frutas y verduras orgánicas.
  • No usar envases plásticos ni hojas de aluminio para guardar alimentos, sino recipientes de acero inoxidable, cerámica o vidrio. Se pueden usar tapas de silicona a condición de que no estén en contacto con el alimento.
  • El arsénico contenido en el arroz es un componente hidrosoluble que se puede eliminar vertiéndolo en agua en ebullición e hirviéndolo dos a tres minutos. Luego de colado y enjuagado en agua filtrada, se cuece a voluntad.
  • La industria de productos de limpieza emplea sustancias tóxicas similares a los saborizantes que engañan nuestro cerebro (en este caso, con el aroma artificial). Optar por productos de limpieza naturales: el vinagre, el bicarbonato, el limón, la sal gruesa. Hay también un mercado de productos de limpieza ecológicos y biodegradables hechos en base a plantas.
  • Optar por cosméticos libres de parabenos, benzofenonas, triclosán y ftalatos. Existen productos sin químicos agregados que utilizan ingredientes de origen natural y orgánico.
  • Ventilar y limpiar bien los interiores del polvo, que por lo general contiene metales pesados, microplásticos y aun productos químicos.

Palabras finales

Nos agobia la sensación creciente de que las industrias sólo están movidas por una sed insaciable de lucro aun a costa de nuestro bienestar, que nos manipulan y engañan a voluntad, que los controles públicos son tardíos e insuficientes. Urgen cambios sistémicos profundos que no figuran en las agendas de gobierno.

En esta nota nos ocupamos de las principales fuentes de toxicidad urbana, así como de las acciones domésticas que pueden mitigarlas. Pero esta esfera de la vida moderna no puede verse de forma aislada: la hora de pensar globalmente y actuar localmente ha sonado hace rato.

Es posible imaginar un mundo mejor y al mismo tiempo emprender acciones a nuestro alcance que ya lo prefiguren. Las que hemos propuesto en este artículo confluyen con innumerables iniciativas dispersas en curso que no se conocen entre sí y señalizan un mundo posible por venir. Entre ellas: el fortalecimiento de lazos de empatía y solidaridad; la producción y el mercadeo de proximidad que dé la espalda a las megaeconomías de escala; las prácticas de reutilización, reparación y reciclaje; programas educativos locales que valoricen la convivencia armónica con nuestros iguales y con los demás seres vivos, que estimulen las artes y las letras, que proclamen la búsqueda de la felicidad individual y colectiva como único destino humano.

François Graña es doctor en Ciencias Sociales.


  1. Daniel Pena: “¿Comemos veneno en Uruguay?”. Semanario Brecha, 11 de octubre de 2024. 

  2. Athina-María Aloizou y otros: “Pesticidas, funciones cognitivas y demencia: una revisión”. Cartas de Toxicología, 15 de junio de 2020. 

  3. Alicia Abellán: “Disruptores endócrinos: qué son, efectos en la salud y cómo reducir la exposición”. Instituto de Salud Global, Barcelona, 11 de octubre de 2023. 

  4. Concepción Nava-Ruiz, Marisela Méndez-Armenta: “Efectos neurotóxicos de metales pesados (cadmio, plomo, arsénico y talio)”. Neurocien, México, 2011. 

  5. “Mercurio: cartilla de información”. Proyecto BANHG. Facultad de Medicina, UBA, 2007. 

  6. “¿Qué son los compuestos orgánicos volátiles COV?”. United States Environmental Protection Agency. Última actualización: febrero de 2025. 

  7. Roberto Fernández-Maestre: “Aluminio: ingestión, absorción, excreción y toxicidad”. Revista Costarricense de Salud Pública, vol. 23, n. 2. San José, jul./dic. de 2014. 

  8. Marcos Mazzuka (2024): Vivir crónicamente sanos. Alienta Editorial, Madrid. 

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