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Desafíos del bicentenario: dos siglos de historia y un horizonte por construir

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Este mes, nuestro país conmemora el bicentenario de su independencia. Ante una fecha de tal magnitud, no sólo es oportuno repasar los acontecimientos que forjaron nuestra identidad, sino también reflexionar sobre los desafíos que tenemos por delante. Desde jóvenes hemos abrazado la convicción de que un pueblo que no proyecta su futuro termina hipotecando su horizonte. Por ello, es fundamental impulsar el diálogo y el intercambio entre todas las visiones políticas, para encontrar acuerdos que nos permitan avanzar hacia un desarrollo sostenido, acompañado de una mejora sustancial en la calidad de vida de las y los uruguayos.

El balance de dos siglos de avances y retrocesos

El primer siglo de independencia estuvo marcado por intensas disputas de modelos, que derivaron en guerras civiles y forjaron identidades partidarias. Con el tiempo, se consolidaron transformaciones que colocaron a Uruguay a la vanguardia en derechos sociales y políticos, bajo el impulso del batllismo. Como señalaba Pepe Mujica, el proyecto político del Frente Amplio se ubica incluso “a la derecha de las transformaciones del batllismo de don Pepe”.

En el segundo siglo, Uruguay pasó de ser un faro regional a sufrir interrupciones de su democracia por modelos autoritarios que persiguieron y silenciaron disidencias. Recuperada la democracia, políticas como los Consejos de Salarios, el Sistema Nacional Integrado de Salud, el Plan Ceibal y el Plan Ibirapitá devolvieron a la ciudadanía herramientas de desarrollo y bienestar.

Hoy, más que nunca, es momento de proyectar el futuro. Frente a un mundo en constante cambio, necesitamos definir con claridad nuestras prioridades nacionales y trazar políticas estratégicas que nos devuelvan a la vanguardia.

Desigualdad

Hoy el mundo —y nuestro país en particular— enfrenta una desigualdad estructural que persiste más allá de los ciclos de gestión gubernamental. Según el Banco Mundial, en su Panorama General hacia 2025, “persisten importantes disparidades, explicadas por limitaciones estructurales que dificultan el cierre de las brechas de desarrollo. Actualmente, se estima que el 6% de la población vive en situación de pobreza, utilizando la línea internacional de 6,85 dólares por persona por día. Sin embargo, entre los niños, adolescentes y la población afrodescendiente, esta tasa se duplica”.

Ante este panorama, es urgente diseñar nuevas políticas públicas, aplicar plenamente las leyes vigentes para la infancia y abrir un debate profundo —entre sistema político y sociedad civil— sobre cómo atender las necesidades laborales, educativas, sanitarias y económicas de los sectores más vulnerables.

Ese diálogo debe traducirse en acciones concretas y contemplar, sin ingenuidad, su financiamiento. El actual Diálogo Social representa una oportunidad histórica para sentar bases sólidas hacia un país más equitativo.

Crecimiento económico

La viabilidad económica de un país pequeño como el nuestro no puede reducirse a discutir cómo crecer más: requiere una revisión profunda de la política tributaria. Hoy, este debate vuelve al centro de la agenda con propuestas que apuntan a gravar con mayor justicia a los sectores de mayores ingresos.

La independencia, lejos de agotarse en un acto fundacional o en la iconografía patria, constituye un proceso histórico y cultural en permanente resignificación.

En línea con el legado artiguista de que los más desprotegidos sean los más beneficiados, urge considerar medidas como un IVA diferencial —planteado por investigadores del CINVE como Gustavo Viñales— y la revisión de regímenes impositivos vigentes, incluido el impuesto al patrimonio. Este no es un asunto para mayorías o minorías: debe involucrar a toda la sociedad, con realismo sobre nuestras diferencias y compromiso por construir consensos.

Pero no basta con debatir la política económica nacional. El escenario internacional condiciona nuestras decisiones, por lo que Uruguay debe posicionarse como una voz de diálogo y amplitud, capaz de defender con firmeza sus intereses políticos y económicos.

Nuevo mundo del trabajo

El escenario internacional nos desafía a adaptarnos a un mundo laboral en constante transformación, impulsado por la tecnología. Ampliar la soberanía ya no implica sólo proteger recursos o fronteras, sino también garantizar conocimientos técnicos mediante planificación, inversión y visión de largo plazo.

La inteligencia artificial no debe verse como una amenaza que sustituirá empleos, sino como una herramienta para potenciar nuestra producción y servicios. Ya lo demostramos a comienzos del siglo XXI con políticas como el Plan Ceibal, la fibra óptica y las oportunidades que generaron, logrando que jóvenes uruguayos fueran premiados internacionalmente en programación, robótica y tecnología.

No obstante, aún persisten desafíos educativos señalados por organismos como el Banco Mundial. Para que el acceso al conocimiento sea verdaderamente equitativo, debemos redoblar esfuerzos y asegurar que estas políticas alcancen a todos los sectores. El mayor acto de soberanía es formar una sociedad crítica, preparada y empoderada.

Soberanía e integración regional

La independencia, lejos de agotarse en un acto fundacional o en la iconografía patria, constituye un proceso histórico y cultural en permanente resignificación. Es la afirmación de una identidad colectiva forjada en la emancipación del dominio imperial, en la búsqueda de integración y en las confrontaciones que modelaron nuestras instituciones y nuestra conciencia política. En el presente, la noción de soberanía excede el culto a los símbolos para situarse en la capacidad efectiva de un Estado de autodeterminarse, proteger a sus sectores más vulnerables y garantizar una ciudadanía plena.

Asumir el ideario oriental hoy supone vincular el trabajo digno, la justicia social y la gestión sostenible de los recursos naturales como ejes indisolubles de la política nacional. La conmemoración del bicentenario no puede reducirse a una efeméride: debe constituir un ejercicio crítico sobre el lugar que Uruguay ocupará en la arquitectura internacional del siglo XXI, consciente de que sin equidad, inclusión y dignidad no hay soberanía sustantiva.

Ser uruguayo es llevar en el alma la dignidad de un pueblo chico con sueños inmensos; es reconocer en Artigas no sólo un prócer de la integración, sino el latido persistente de la justicia y la igualdad. Es emocionarse con cada mate compartido, con la bandera flameando al viento, con la memoria viva de quienes lucharon por un país mejor. Es creer, aun en las dificultades, que siempre se puede. Reivindiquemos nuestras patrias cotidianas: el aula donde se aprende, la olla que se comparte, la plaza donde se sueña o la marcha donde se reclama. Y en este bicentenario no sólo celebremos la historia: abracemos la esperanza de seguir construyendo un país más justo, más libre y más profundamente humano para nuestros hijos y nietos.

Gastón Castillo es diputado suplente por Alternativa Frenteamplista, Espacio 609.

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