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Soberano firulete

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La izquierda ha desarrollado herramientas teóricas y metodológicas que le permitieron orientar la acción organizada de su gente para transformar la sociedad.

Entre esa colección, hija del método marxista, se encuentra la lectura de las contradicciones existentes en la sociedad: fundamental, principal, secundarias, etcétera. El asunto es que si bien todos manifiestan su deseo de abolir la explotación del hombre por el hombre, algunos sostienen que habría etapas previas antes de llegar a ese tema. Y establecen esas etapas por relaciones de fuerza en pugna, en función del “orden” de esas contradicciones.

Es así que aparece en documentos estratégicos y discursos que “la contradicción principal es entre Imperio y Nación”. Así es para el sector político del presidente. De ahí que suena de lejos ya la idea de liberación nacional. Y no es menor tenerlo presente, porque algunas cosas pueden leerse a la luz de esta presunta orientación.

Se pueden leer en esta clave los repetidos llamados a la unidad nacional y la búsqueda de acuerdos multipartidarios. También los valiosos esfuerzos de integración regional y latinoamericana. Pero lo más palpable en términos de “alianzas de intereses” han sido los esfuerzos por incorporar dentro de los sectores de izquierda a fracciones de la burguesía nacional. Mujica ha sido un tenaz zurcidor de esta alianza con el interior rural. En concreto, la columna blanca y el actual ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca son hijos de este esfuerzo.

El supuesto tras esta lectura es que tanto empresarios como trabajadores, viéndose amenazados por los intereses externos, se unirían para enfrentarlos. Y eso que desde hace décadas en América Latina se teoriza sobre el papel de “furgón de cola” de las burguesías nacionales, y de que, en los hechos, no parece haber síntomas de esta alianza de fuerzas entrando en conflicto con intereses extranjeros. Muy por el contrario, ante la disyuntiva, las burguesías siempre se vuelcan para el lado del grandote. Si el capital transnacional hace correr la guita, la burguesía nacional va en coche. ¿Ma de qué contradicción me hablás?

En este marco, el envío al Parlamento por parte del Poder Ejecutivo de un proyecto de ley que regula la compra de tierras por parte de Estados extranjeros o empresas con participación de Estados extranjeros refleja lo pintoresca que resulta la realidad sobre este asunto del imperio y la nación. La iniciativa tiene como objeto “la preservación y defensa de la plena soberanía del Estado uruguayo en relación a los recursos naturales en general y en particular la tierra”. Digamos que no está mal, pero lo paradójico es que para alcanzar ese objetivo pone el foco en la compra de tierra por Estados extranjeros, mientras que la concentración y extranjerización de la tierra en Uruguay es explicada por la adquisición de tierras en propiedad y arrendamiento por parte de empresas transnacionales y del propio capital financiero gestionado de distintas formas.

Este asunto de la soberanía tiene que ver con la herramienta analítica que antes desarrollábamos. Es que el interés externo “deforma” al empresariado nacional, lo hace a su medida, subordinado a la inserción internacional. La teoría de la dependencia dio durante años herramientas a la izquierda latinoamericana para reconocerse en la historia como hecho a medida ajena, y para buscar rehacerse como original, “ni calco ni copia”, minimizando la dependencia para poner las capacidades productivas y creativas nacionales al servicio de la felicidad humana.

La realidad muestra una brutal alianza de intereses concreta entre el capital financiero, las transnacionales de insumos, los terratenientes y la burguesía comercial e industrial. El agronegocio representa esa alianza y ya tomó gran parte del territorio, de las cadenas agroindustriales y del comercio exterior. Al parecer, entran en el campo de alianzas de “la nación”. Por eso, todos felices con el desarrollo de las fuerzas productivas. Mientras sean privados que actúan por el lucro y no sean Estados que lo hacen para garantizar abastecerse de alimentos u otros productos de la tierra, ¡bienvenidos!

En el Uruguay de hoy, preocuparse por la soberanía, los bienes comunes y la tierra en particular exige preocuparse directamente por la dinámica del capital, no (sólo) de los Estados. Lo demás es verso. Lógicamente, si se hace propaganda para que las empresas vengan a invertir, jamás se querrá afectar ese flujo de inversión. He aquí la distancia insalvable entre el objeto de la ley y la forma en que desea hacerse realidad.

Esta interpretación de la realidad evidencia una comprensión pobre y desactualizada del funcionamiento del imperialismo, que asigna importancia (casi) exclusiva a los Estados y escasa comprensión de las formas en que se forja la dependencia. Cabe revisar estas herramientas que orientan esfuerzo militante, alianzas (reales o imaginarias), “bloques contrahegemónicos” y concertaciones (alianzas de fuerzas reales o pactos electorales).

La realidad, porfiadísima, es más rica que lo que nuestra mente puede interpretar, y la historia la hacen hombres y mujeres, sin sendas previstas donde transitar, ni contradicciones que se decreten, ni etapas cerradas, ni alianzas permanentes.

Para suavizar la sensación de vacío que queda cuando se apela a estas herramientas sin la ética transformadora a la que vienen asociadas, cabe el alivio de mirar y escuchar a la gente concreta. Tal vez ahí, sin la ceguera provocada por la ilusión transformadora del “desarrollo de las fuerzas productivas”, puedan verse los conflictos concretos realmente existentes desparramados por el campo todo, que involucran productores familiares, trabajadores rurales y pobladores. Porque algo es seguro: el mecanicismo desarrollista y la tecnocracia alucinan con el agronegocio, pero hay muchos a los que les pega. Y el golpe hace un círculo concéntrico cada vez mayor porque el capital va sumando “emprendimientos”, y el territorio, “efectos” que ya llegan a ciudades y “consumidores”. Hay que elegir de qué lado jugar porque hay una alianza de fuerza que ya existe, no pide permiso y se impone. El asunto es quiénes se suman a resistir y crear alternativas. Para eso hay que afinar la lupa, sobre todo en el lente para asuntos de soberanía.

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