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El presidente de Túnez, Monsef Marzuki, previo a un encuentro con el primer ministro Ali Laridi, el viernes, en el Palacio de Cártago, Túnez.

Foto: Mohamed Messara, Efe

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Moncef Marzuki, ex opositor destacado e influyente, ahora es presidente sin poder.

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Editar

Ciertos parecidos con José Mujica pueden llamar la atención. El presidente tunecino fue preso y torturado en sus épocas de opositor, se niega a usar corbata y en sus discursos mezcla la política y la filosofía. Pero las similitudes llegan hasta ahí.

Marzuki nació hace 68 años en las afueras de Túnez, la capital de su país, y tiene seis hermanos. Su padre, Mohamed, de origen mrazig -una tribu que fue nómade y atravesó el desierto de Sahara antes de instalarse en la ciudad de Douz-, era un opositor nacionalista al presidente de la independencia tunecina, Habib Bourguiba (1957-1987), al que acusaba de haber traicionado a su pueblo al negociar con Francia, la ex potencia colonial. Debido a su militancia política, Mohamed tuvo que exiliarse junto a su familia en Marruecos, donde falleció. Por eso, Marzuki conoció el destierro a los 16 años y se recibió de bachiller en la ciudad marroquí de Tánger.

Como era un alumno brillante,
recibió una beca para estudiar en la ciudad francesa de Estrasburgo, donde se recibió de médico y ejerció esa profesión hasta que, con 34 años, volvió a su país en 1979. Allí trabajó como profesor universitario de medicina comunitaria en la ciudad de Susse.

Durante su primera estadía en Francia tuvo dos hijas -Myriam y Nadia- con una francesa de la que se divorció hace unos 15 años.

Al año de retornar, Marzuki ingresó a la Liga Tunecina de los Derechos Humanos, que lideró nueve años después, cuando Zine el Abidine Ben Alí, había reemplazado a Bourguiba como presidente (1987-2011).

En 1994 intentó -sin éxito- ser candidato a presidente por primera vez. Esto lo llevó a estar preso e incomunicado cuatro meses. Fue liberado en respuesta a la intervención del entonces presidente sudafricano, Nelson Mandela. Ese mismo año dejó la liga por entender que respondía al gobierno.

Entonces intensificó su militancia en organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos, como Amnistía Internacional. En 1998 cofundó el Consejo Nacional para las Libertades en Túnez, y en 2000 fue despedido de su cargo universitario y crecieron las presiones del gobierno en su contra.

Fue condenado a un año de prisión domiciliaria “por difundir falsas noticias” y cuando pudo salir del país, en 2002, se fue a vivir a Francia. No quiso acceder al estatus de exiliado político “para no perder el pasaporte tunecino”, de acuerdo al politólogo francés Vincent Geisser, que escribió el libro Dictadores en remisión condicional, que recoge sus entrevistas con el que aún era, en 2009, un opositor. Ese libro fue reeditado dos días después de que cayera Ben Alí a causa de protestas populares masivas en su contra, el 16 de enero de 2011.

El día anterior a la reedición del libro, Marzuki había anunciado su candidatura a la presidencia a medios europeos y regresó a su país el 18 de enero. Ese anuncio apresurado, sumado a la reedición del libro y su acercamiento a los islamistas, hacen que algunos tunecinos sospechen que es ávido de poder. En 2001, para marcar su ingreso a la vida política desde la sociedad civil, había fundado el que sigue siendo su partido, Congreso por la República (CPR), una fuerza política laica moderada, prohibida hasta la caída de Ben Alí.

Bajo sospecha

Cuando en 2011 volvió a Túnez, Marzuki había sido olvidado. Después de dedicarse a denunciar en Europa al gobierno que acababa de ser derrocado, quiso sumarse a las manifestaciones en su país, pero fue mal recibido y sus compatriotas lo vieron como un resabio del pasado. Le reprocharon su aspecto descuidado, su vestimenta obsoleta, sin corbata y con lentes de otras épocas. Además, Marzuki comenzó a dialogar con los islamistas en los años 90 y eso llevó a que los laicos lo acusaran de haber “hecho un trato con el diablo” para acceder al poder.

Aunque se define como el “primer presidente tunecino electo democráticamente” obtuvo el cargo por un acuerdo con los islamistas de Ennahda, el partido que ganó la elección de la asamblea constituyente sin alcanzar una cantidad de bancas suficiente para gobernar solo. El CPR de Marzuki fue el segundo en votos y, junto con el tercero, el socialdemócrata Etakattol, acordó integrar un gobierno de coalición.

El cargo de presidente, de acuerdo a la Constitución provisoria, tiene unas pocas potestades relacionadas a la defensa y las relaciones exteriores, pero el mayor poder recae sobre el primer ministro.

Entrevistado por el diario francés Le Journal du Dimanche, Marzuki declaró: “La gente me advierte: ‘Cuidado, la función te va a cambiar’. Pero tengo la pretensión de ser yo quien transforme la función”. Según afirma, es necesario que el presidente ya no tenga tanto poder como Ben Alí.

Sin embargo, las dos fuerzas de izquierda en el gobierno son acusadas de “tragar demasiadas culebras” de Ennahda y de estar sólo para figurar. También se le reprocha a Marzuki que viva en el mismo palacio que Ben Alí, el sueldo que recibe y el alto presupuesto asignado a la presidencia.

Punto medio

Desde hace años Marzuki aboga por el consenso y critica los extremos, islamistas o laicos. Sus discursos son apreciados en Europa porque su sintonía con esa cultura le permite explicar la realidad de su país.

A fines de los años 90 había dicho que el siglo XXI sería “el siglo de la revolución árabe”. Basado en ese aparente acierto suele presentarse como profeta y pensador sobre su región. Para él, cuanto más sufra un pueblo, más oprimido esté, mayor será el impulso que le permitirá salir de esa situación y en eso se basa su confianza en el futuro de Túnez.

En el libro Dictadores en remisión condicional, además de reiterar su profecía sobre la caída de las “dictaduras árabes” a manos del pueblo, predice la llegada al poder de los partidos islamistas, a los que define como “los conservadores del mundo árabe”, y destaca como sus cualidades el compromiso, la cohesión y la disciplina. Pero también señala sus defectos: autoritarismo, falta de creatividad, repetición “de los mismos errores desde hace 15 años” e intención de reformar bajo el principio de justicia, valor clave del Islam, dejando de lado la libertad.

El 6 de febrero de este año, el asesinato del opositor y abogado defensor de los derechos humanos Chokri Belaïd marcó un quiebre en el gobierno y alimentó el resentimiento de la población contra sus nuevos dirigentes. Reprochan a los jerarcas de izquierda su tolerancia ante los islamistas que “dominan” el Ejecutivo y que dejan que ocurran este tipo de actos de intimidación, atribuidos a islamistas radicales, contra actores democráticos.

Todo bajo control

Cuando murió Belaïd, Marzuki estaba en Estrasburgo, su ciudad francesa de adopción, para hablar ante el Parlamento Europeo. Antes de volver de apuro a Túnez por lo ocurrido, le arrancó lágrimas a los parlamentarios de todas las tendencias políticas (ver http://ladiaria.com.uy/UC8, en francés). En esa instancia defendió su gestión y explicó la situación de su país. Reiteró que no fueron él ni el resto de los demócratas laicos los que se “vendieron al diablo”, sino los “islamistas que se convirtieron a la democracia”. Agregó: “¿Son sinceros o lo hacen por cálculo? Nada mejor que el tiempo para decirlo”. Marzuki dice que hay que dejar gobernar a los extremistas y a los dictadores porque tarde o temprano el pueblo los echa.

Ante los europeos, admitió que su gobierno, que trabaja desde hace meses en un proyecto de Constitución en medio de las divisiones, tiene “disfunciones” por “conflictos personales y políticos” inherentes a una coalición. Pidió paciencia porque “no se cambian comportamientos y actitudes de más de 50 años en dos años” y aseguró que velará por los valores que siempre defendió. También se refirió a la muerte de Belaïd, un “amigo de larga data” y calificó el hecho de “asesinato odioso”, mientras se le quebraba la voz.

Ante el Parlamento Europeo,
dijo que su país es el “laboratorio de una gran transición con vocación al éxito” y aprovechó para defender su idea de corte constitucional supranacional, un organismo que podría expedirse sobre la validez de elecciones y sobre la coincidencia de las constituciones nacionales con los tratados y la legislación internacionales. Cuando terminó con el típico saludo árabe, salam alikum, que tradujo como “que la paz esté sobre ustedes”, los legisladores lo aplaudieron de pie.

Aunque Marzuki argumenta que la economía tunecina crece y que las reformas sociales demoran, y aunque ratifique que a pesar de su carácter conciliador no dejará que se vulneren los derechos humanos , el politólogo Geisser estimó que “ya sacrificaron a Marzuki” al ponerlo en el cargo que ocupa.

Las encuestas muestran que en el correr de 2012 el apoyo al gobierno se redujo a la mitad, de 60% a 30%. Parece difícil que Marzuki pueda ser el verdadero primer presidente electo democráticamente en los comicios previstos para este año si se logra aprobar una Constitución. Las palabras del dirigente ya no seducen en Túnez.

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