“Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. [...] Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades”. Discurso pronunciado por Luis Donaldo Colosio el 6 de marzo de 1994.
El 23 de marzo de 1994 asesinaron a Luis Donaldo Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia de México. Se dice fácil, pero este domingo se cumplen 20 años desde aquel día en Lomas Taurinas. Veinte años de continuidades: de neoliberalismo, de pobreza, de violencia sistemática, de impunidad, exclusión social y desesperanza.Ése fue el tercer mes de un año dramático en la historia de México, que amaneció el 1 de enero con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el levantamiento del ejército zapatista (EZLN), que prosiguió con tres atentados mortales en el escenario político y culminó en diciembre con la crisis económica más profunda en la historia contemporánea del país.
Diecisiete días antes de su asesinato, Colosio pronunció un discurso que desafió a las estructuras del poder de su propio partido, en un clima político enrarecido.
Después de años de investigaciones se formó uno de los expedientes más abultados y tortuosos en la historia del sistema judicial mexicano: 27 líneas de investigación, más de mil declaraciones, 300 sospechas, miles y miles de fojas. En palabras de Héctor de Mauleón, en ese expediente “yace la novela no escrita sobre una clase política que arrojó al país a una de sus crisis más serias: un retrato completo de los usos y costumbres del priismo, realizado por él mismo”.
Sin embargo, a partir de las investigaciones se concluyó que el autor intelectual y material del magnicidio fue Mario Aburto Martínez, un michoacano de 23 años. Aunque todos los elementos apuntaban a un crimen de Estado, fueron desechados y triunfó la tesis del asesino solitario.
El pueblo de México es poseedor de una intensa y vertiginosa historia que ha sido contada de sesgada forma. Los medios de comunicación como maquinaria narrativa han jugado un rol fundamental en la legitimación de ciertos procesos políticos. Recientemente, en un clima de indignación por el regreso del PRI al gobierno con 22% del electorado, la revista Time colocó en su portada una fotografía del presidente Peña Nieto con la consigna “Saving Mexico”. Luego, a propósito de los 20 años del TLCAN, los “grandes medios” reconocían el liderazgo de los países del Norte, mientras bombardeaban con imágenes del presidente de México agitando el brazo al lado del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, al tiempo que el presidente Barack Obama condenaba los actos de violencia en Venezuela y en Ucrania. Luego, la intachable captura del Chapo Guzmán también acaparó las pantallas -un montaje mediático y que se presume fue pactado-.
Hoy más que nunca sabemos que uno de los instrumentos fundamentales de la geopolítica son precisamente los medios de comunicación. Pese al proceso de democratización en la difusión de contenidos, y de las movilizaciones de indignados a través de las redes sociales, un puñado de agencias de países ricos distribuyen casi todas las noticias en el mundo.
Los mismos medios que cuentan “la verdad” de un México democrático, que sale adelante gracias al liderazgo de Peña Nieto, son los que cuentan la situación de Venezuela como un país en emergencia.
Esta comparación no tiene por objeto extrapolar la situación de México y Venezuela, sino hacer notar los mecanismos de ciertos proyectos políticos que buscan imponerse a través de la construcción de subjetividades.
¿Qué abordaje mediático se haría de la situación de México si no fuera el “patio trasero de Estados Unidos” y hoy líder continental para la Alianza del Pacífico; si no siguiera de forma estricta las orientaciones del FMI y del Banco Mundial? La valoración mediática que se hace de la situación de Venezuela ¿da cuenta del intento de desestabilización de un proyecto contra hegemónico? ¿Cuál es el cristal con el que se miran las llamadas democracias latinoamericanas?
Ernesto Martinchuk afirma que “los países empobrecidos o del Tercer Mundo sufrimos una evidente paradoja: la información que nos sirve para entender el mundo es fabricada en los mismos centros de poder económico y político responsables del saqueo y la dependencia”. Salir de esa paradoja es para mí todavía una trama sinuosa e indescifrable.
Lo cierto es, que en el caso mexicano, las principales plataformas de comunicación no dan cuenta de la emergencia que vive el país, con miles de estudiantes, periodistas y defensores de los derechos humanos desaparecidos, perseguidos y asesinados, el impacto del trasiego de armas desde Estados Unidos, los feminicidios que trascienden Ciudad Juárez, el tráfico de migrantes, la narcopolítica, la vigencia dolorosa de los reclamos zapatistas.
La indignación sobrevuela los ánimos de una sociedad que no cuenta con los medios suficientes para amplificar sus voces y que está demasiado cerca de Estados Unidos. El sur empieza en los cauces del río Bravo y es indispensable la solidaridad de los coterráneos sudamericanos: el México que vio Colosio todavía exige justicia.