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Mitch McConnell, líder republicano del Senado estadounidense (centro). Foto: Jim Lo Scalzo, Efe

Cara torcida

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El líder de la mayoría republicana en el Senado es aplaudido y cuestionado entre sus correligionarios.

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“Ahora hay adultos serios a cargo y tenemos la intención de avanzar”, dijo recientemente Mitch McConnell a la agencia de noticias AP. Este republicano de 72 años, que llegó a identificarse con Darth Vader, alcanzó el que, según sus más cercanos, es su sueño: ser el líder de la mayoría republicana en el Senado. “La mayoría de los políticos sueñan con ser presidentes, McConnell soñaba con ser líder de la mayoría”, dijo quien fue el jefe de equipo del republicano durante varios años, Billy Piper.

McConnell nació en Atenas, Alabama, y cuando él tenía ocho años su familia se mudó al estado de Georgia. Recién en su adolescencia llegó a Louisville, la ciudad en la que comenzó su carrera como dirigente estudiantil. De allí pasó a ser asistente de varios senadores republicanos hasta que en 1984 fue electo senador por Kentucky, un estado que es considerado conservador. Desde entonces no abandonó la cámara alta.

En un perfil publicado en el periódico digital Salon se señala que al comienzo de su carrera política McConnell se inclinó por políticas progresistas: participó en marchas por los derechos civiles cuando era estudiante y buscó activamente que las personas “negras y de otros grupos minoritarios” se afiliaran al Partido Republicano. Además, rechazó una invitación de una asociación pro armas y se opuso a la presentación de propuestas contrarias al aborto mientras ocupó cargos en Louisville y a la candidatura presidencial de Ronald Reagan en las primarias de 1976 y 1980.

Entre las propuestas de su juventud se destaca una que restringía muchísimo el financiamiento de las campañas políticas. La iniciativa que presentó como presidente del Partido Republicano en Louisville, en 1973, consistía en bajar el límite de las donaciones individuales de 2.500 a 300 dólares, establecer un tope de gastos de campaña y hacer públicas las identidades de los donantes.

El autor de una de las biografías de McConnell, Alec MacGillis, dijo en una entrevista en el canal Bloomberg que en su opinión, McConnell se dio cuenta después de lo importante que sería para su campaña contar con grandes donaciones para contrarrestar su falta de carisma. En 2010 se opuso a un proyecto de ley con iniciativas muy similares a las que él había propuesto 30 años antes.

Su firme negativa ante las reformas del financiamiento de campaña fue, según MacGillis, el principal factor por el cual sus correligionarios lo han respaldado para ocupar distintos cargos de liderazgo dentro del partido. “Se ganó su eterna gratitud”, aseguró.

Desde 2006 es el líder de los republicanos del Senado, que eran minoría allí hasta que hace una semana asumió el nuevo Congreso, que cuenta con mayoría opositora en ambas cámaras. Como jefe de bancada, ha sido el autor de 442 normas que usualmente se utilizan en Estados Unidos para bloquear la gestión legislativa del gobierno o para frenar el avance de los proyectos que se presentan. Este recuento, que hizo The New York Times, fue cuestionado por la oficina de McConnell, que lo reduce a la mitad.

Al igual que John Boehner, que es el líder de la mayoría republicana en Diputados, McConnell ha sido cuestionado por los dirigentes más conservadores del Partido Republicano, en especial por el Tea Party. Le critican que haya alcanzado dos acuerdos fundamentales con los demócratas desde 2006: el que permitió terminar con el cierre de la administración pública en 2010 y el que hizo posible aumentar el techo de la deuda pública. Pero también es cuestionado desde las alas más centristas, que le recriminan que en las épocas en las que el Tea Party fue más fuerte, él se ausentó de algunas negociaciones internas de los republicanos, dejando al resto del partido sin un claro negociador.

Analistas políticos estadounidenses señalan que la principal estrategia de McConnell es demorar el abordaje de los temas. En el Senado demoró la gestión de distintas iniciativas republicanas, en la interna de su partido demoró las negociaciones y los debates entre el Tea Party y el resto. Este enfoque ha generado aplausos y críticas en los dos ámbitos.

Algunos, como el senador republicano Chuck Grassley, han respaldado la gestión de McConnell en el Senado en cuanto a la relación con el gobierno, y aseguran que fueron los demócratas los que cerraron la puerta a eventuales negociaciones. Respecto a su actitud dentro del partido, el senador Bob Bennett consideró que es muy difícil valorar la gestión de McConnell, que ha tenido que equilibrar entre el Tea Party y los demás sectores. Sin embargo, Bennett ha manifestado que McConnell cedió más de lo que debía ante ese sector conservador.

Éstos fueron algunos factores que llevaron a que el dirigente enfrentara una dura interna cuando buscaba su reelección en la banca, en las elecciones de 2014. Como rival tuvo a Matt Bevin, un multimillonario de Louisville reclutado por el Tea Party. Le ganó, pero ése fue sólo el comienzo de una dura campaña electoral.

Pese a la cantidad de competencias electorales que tiene en sus espaldas y a que hace tres décadas representa a Kentucky, las campañas de McConnell para sus reelecciones no han sido fáciles, y pocas veces ha comenzado como favorito. “Tuvo 30 años para construir una relación con sus votantes, pero no ha creado ninguna relación”, no ha desarrollado una base política fuerte que lo respalde en cada una de las elecciones, dijo su biógrafo, MacGillis. El escritor y periodista recordó que en 1984, cuando McConnell ganó su primera elección al Senado, uno de sus anteriores jefes, el entonces senador Gene Snyder, dijo que Kentucky había elegido para el cargo a una persona que tenía menos amigos en el estado que “cualquiera que haya sido electo para cualquier cargo”. Esta realidad, según MacGillis, no ha cambiado.

La campaña del republicano estuvo repleta de complicaciones. A comienzos de 2014 trascendió en los medios una conversación que mantuvo en su despacho con algunos de sus asesores de campaña. Allí se planeaba, entre otras cosas, atacar a la actriz Ashley Judd, que en ese entonces era una posible candidata del Partido Demócrata para el Senado por Kentucky. En esa conversación se manejó la posibilidad de utilizar en contra de la actriz algunos episodios de depresión que sufrió en su pasado.

La grabación no generó tanta polémica en la interna por su contenido, pero sí fue aprovechada por el Partido Republicano para acusar a los demócratas de utilizar “tácticas nixonianas”. El jefe de campaña de McConnell, Jesse Benton, dijo en un comunicado: “Siempre hemos dicho que la izquierda no se detendrá en sus ataques al senador McConnell, pero las tácticas nixonianas de poner micrófonos ocultos en los despachos de campaña es demasiado”.

El senador pidió al FBI que investigara el origen de esa grabación secreta, y lanzó una propaganda por internet en la que decía: “Liberales hacen escuchas a la oficina de McConnell” y a continuación pedía donaciones para la campaña.

Tras este primer escándalo salieron varias notas en diarios progresistas de Kentucky, en las que se responsabilizaba a su esposa, una inmigrante taiwanesa, Elaine Chao, de influenciar a McConnell para que el senador impulsara el cierre de fábricas en suelo estadounidense y su reapertura en países extranjeros, en particular en China. McConnell lo negó y aseguró que su esposa estaba siendo discriminada y que ella era “mucho más estadounidense” que cualquiera de los periodistas que habían escrito esas notas.

Finalmente, McConnell ganó las elecciones y pese a que el Tea Party jugó con la idea de ponerle un oponente para liderar a la mayoría republicana en el Senado, finalmente no lo hizo.

Desde entonces McConnell dio entrevistas y pronunció discursos con un tono conciliador, llamando a un Senado más abierto al debate y más dispuesto a avanzar para abandonar el estancamiento actual. En una columna publicada en la página web de CNN llamó a “trabajar ideas que tienen un fuerte apoyo bipartidario”, y mencionó varios ejemplos, como la simplificación del sistema de impuestos, la apertura de mercados para los productos de su país y la construcción de proyectos de infraestructura.

En su columna, McConnell señaló que históricamente, un gobierno en manos de un partido y un Congreso en manos del otro no han sido motivo para no alcanzar “grandes logros”. Recordó que Bill Clinton trabajó durante su mandato (1993-2001) con líderes republicanos para aprobar algunas reformas, y señaló: “Si el presidente Obama está interesado en un logro histórico, éste podría ser su momento”.

MacGillis dijo que esas declaraciones son uno de sus esfuerzos para responsabilizar a Harry Reid -líder de los demócratas en el Senado- de los malos resultados obtenidos en la cámara alta durante la anterior legislatura. Sin embargo, analistas consultados por The Washington Post han señalado que McConnell se ve a sí mismo como un defensor del Senado como principal institución del Congreso, por lo cual puede haber una genuina preocupación en salir del estancamiento y mejorar el funcionamiento de la cámara.

Seguidores, oponentes y hasta periodistas fueron consultados acerca de cuáles son las claves para que McConnell haya logrado mantenerse en la primera línea pese a su falta de carisma. Todos coinciden en que su cara de pocos amigos suele ser suficiente para disuadir a quienes difieren con él. “No te dice nada, se queda sentado ahí mirándote...”, dijo uno de los senadores republicanos al periódico Politico. “Mete un poco de miedo”, agregó. McConnell es consciente del temor que infunde ese estilo, e incluso llegó a decir, al entrar a una conferencia de prensa: “Aquí llegó Darth Vader”.

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