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Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, candidatos a la presidencia del gobierno, ante el presidente de la Academia de Televisión y moderador del debate, el lunes en la sede de la Academia, en Madrid. Foto: Juanjo Martín, Efe

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El panorama electoral en España o cómo los partidos tradicionales resisten para no ser desbancados del poder.

Cuando se lanzó en España la campaña electoral de cara a las elecciones del domingo, de las que saldrá un nuevo gobierno, dos cosas quedaron inmediatamente claras. Una era que todos los candidatos iban a dedicarse casi exclusivamente a atraer indecisos, que representan un gran porcentaje según las encuestas -alrededor de 40%-. La otra, que los españoles tenían que empezar a acostumbrarse a ver a sus candidatos pasear por los canales de televisión.

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Según los últimos sondeos, el conservador Partido Popular (PP) -liderado por el presidente del gobierno, Mariano Rajoy- es el favorito, seguido por el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con Pedro Sánchez como candidato. Estos dos partidos, que se alternan en el poder desde hace 30 años, están apenas unos puntos arriba de otras dos organizaciones políticas nuevas.

El lunes fue el último día que estaba permitido difundir sondeos de intención de voto antes de las elecciones, y los medios de comunicación españoles aprovecharon para dar a conocer múltiples encuestas. Todas coincidieron en que el PP triunfaría, aunque con un margen ajustado. Según el sondeo que publicó el diario El Mundo, el partido de Rajoy sigue a la cabeza con 27% de intención de voto. Atrás vienen el PSOE con 20%; el partido de derecha Ciudadanos, liderado por Albert Rivera, con 19%; y el izquierdista Podemos, de Pablo Iglesias, con 18%. Las minúsculas diferencias entre los últimos tres revelan un fenómeno nuevo.

Ciudadanos y Podemos, que emergieron con fuerza, aumentaron rápidamente su popularidad y hoy amenazan con romper el bipartidismo. Los dos tienen habilidad en el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación, y sus líderes, jóvenes, se desenvuelven de manera natural en las redes sociales y ante las cámaras, desafiando las destrezas mediáticas del resto de los candidatos, que estudiaron en la escuela del panfleto.

Esta vez la campaña oficial española apostó a la pantalla chica -en formato de talk show- y no sólo a la prensa. Además de la difusión de los planes de gobierno, se enfocó en mostrar la faceta más “humana” de los candidatos, en un constante intento por generar empatía en los españoles. La campaña perdió así, en cierto punto, formalidad.

Este fenómeno es particularmente notorio en el caso de Rajoy, que reconoció varias veces su rechazo a aparecer en los medios masivos de comunicación y que, además, no aceptó las invitaciones para participar en los dos primeros debates presidenciales -a uno mandó como reemplazo a su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría-, en una actitud muy criticada por sus opositores. La única invitación que aceptó fue la del debate del lunes, en el que se enfrentó sólo al líder del PSOE, a quien reconoció como “único contrincante”.

“Yo tengo cierta tendencia, que me reprocha todo el mundo, a no ir a ningún sitio. Mi esposa me animó a venir aquí”, le decía hace dos semanas al presentador español Bertín Osborne, en una entrevista un tanto incómoda. A un día de que iniciara de manera oficial la campaña, el presidente español mantuvo una entrevista informal para el programa En la tuya o en la mía, de Televisión Española. Osborne habló “con Mariano, y no con el presidente Rajoy” -según sus propias palabras- sobre su infancia, su familia, su matrimonio, los accidentes a los que sobrevivió, entre otras cuestiones de su vida cotidiana, y los dos terminaron comiendo mejillones, tomando vino blanco y jugando al futbolito.

De política, hablaron a grandes rasgos: de sus primeros pasos y de sus buenos momentos; del “problema” catalán y de la amenaza jihadista. En el medio, hubo tiempo para alguna patada a la oposición. Interrogado sobre la corrupción, Rajoy se limitó a decir que le hizo “mucho daño” al PP y prometió que hará su “máximo esfuerzo para que no vuelva a repetirse nunca más”. El presidente sostuvo que quiere volver a gobernar porque tiene “la sensación de que todavía quedan algunas cosas pendientes”, y agregó entre risas: “Porque tengo ganas”. Fue un intento desesperado por crear a un Rajoy mediático y “humano” que salió algo forzado.

El partido que mejor conoce el poder de la televisión es Podemos. De hecho su líder, Pablo Iglesias, consiguió incrementar la popularidad del partido -nula en aquel momento- mediante sus intervenciones televisivas, primero en programas de poco rating y más tarde ocupando el horario central de los canales nacionales, recordó la agencia de noticias Efe.

Rivera, el líder de Ciudadanos, se presentó a sus primeras elecciones -en Cataluña, en 2006- con un cartel en el que aparecía totalmente desnudo, tapándose los genitales con las dos manos. La imagen valió más que sus palabras, y el político consiguió poco después, con tan sólo cuatro meses de existencia en la arena política, tres escaños en el Parlamento regional catalán. Actualmente, es uno de los candidatos que más interacciones atrae en Twitter. Tanto es así, que el jueves la empresa lo eligió para que lanzara una nueva herramienta de respuestas por medio de videos.

Por su parte, a Sánchez lo apodan “Pedro el guapo”, y al partido le sirve. El candidato socialista encarna la renovación del PSOE: es un dirigente más joven que su antecesor, Alfredo Pérez Rubalcaba, con un carisma particular, que apuesta a la línea más tradicional del partido.

De acuerdo con Efe, todos los partidos aumentaron la presencia de sus líderes en los distintos formatos audiovisuales desde que anunciaron sus candidaturas. Esta presencia constante en los medios configura escenarios nuevos. Un ejemplo es que todos los candidatos se hayan considerado ganadores tras el único debate que contó con la participación de los cuatro partidos principales -porque fue la vicepresidenta en lugar de Rajoy- y que fue emitido simultáneamente por los canales privados Antena 3 y La Sexta, y seguido por más de nueve millones de espectadores.

Lo que importa es lo de adentro

Más allá del uso que se les dé a los nuevos medios, formatos y plataformas de difusión masiva, todo termina reduciéndose al mensaje. Con el eslogan “España en serio”, Rajoy lidera una campaña que insiste en que la salida a la crisis sólo es posible con el PP en el gobierno. En el acto inaugural de su campaña, el candidato más viejo dijo: “Éste es un partido serio. No somos una coalición de coaliciones cada cual más alejada de la realidad, y, desde luego, no somos los que trajeron la peor crisis que ha sufrido España en décadas”, en referencia al PSOE.

El punto fuerte de su oferta es la creación de 20 millones de empleos para 2020. Además, propone reducir los impuestos y mejorar las pensiones y los servicios públicos. Sobre Cataluña, su postura es firme: “Con la unidad de la nación española no se juega, no es negociable, y mientras el PP gobierne en España, España seguirá siendo una gran nación”. Una de sus grandes tareas, de salir electo presidente nuevamente, es combatir la corrupción interna en el seno de su partido.

Para Sánchez, los 21 años de gobiernos del PSOE, con sus respectivas batallas ganadas y perdidas, son razón suficiente para que los españoles vuelvan a elegir a su partido cuando acudan a las urnas. En este sentido, su campaña se basa en resaltar los éxitos socialistas pasados -la entrada de España en la Unión Europea, las reformas democráticas, la universalización de los derechos, la igualdad de género, las leyes sociales, la implantación de las bases del “Estado de bienestar”- y la promesa de derogar todo lo que “no funcionó” durante el gobierno del PP. Sánchez considera que la solución para Cataluña no es ni la autodeterminación ni el rupturismo, y en cambio aboga por una reforma constitucional.

Su desafío será, en caso de llegar a la presidencia, enfrentar el protagonismo que se le da al PSOE en la agudización de la crisis económica y demostrar que su partido puede cumplir en el gobierno lo que promete como oposición -actitud que fue atacada por varios frentes durante la campaña-. A eso apuntan su eslogan, “Unidos por el cambio”, y su campaña, que lo planta como el hombre que renovará el partido.

Los candidatos de Ciudadanos y Podemos están en una posición que los obliga a esforzarse más, por la posibilidad que tienen de poder arrebatarle el segundo puesto a Sánchez. Rivera llegó a la política nacional dejando claro que su partido no tiene nada que ver con lo que denomina “la vieja política” del PP y el PSOE. En una columna de opinión que publicó El País de Madrid el jueves, el candidato de Ciudadanos afirma, categórico: “A mí me importa más España que mi partido”. Y enseguida enumera sus planes de gobierno: un Pacto Nacional por la Educación; un nuevo modelo económico “basado en el aumento de la productividad, en la innovación y en el conocimiento”; una Justicia “despolitizada, ágil y eficaz, en la que los jueces sean elegidos por mérito y capacidad y no por afinidad política”; una democracia más fuerte, con un nuevo sistema electoral y una reforma de la administración pública, que elimine “duplicidades, cargos de confianza y burocracia”. Finalmente, Rivera propone como solución a la cuestión de Cataluña una reforma de España en la que se aclare qué políticas competen a cada administración, mediante la cual “la mayoría catalana pueda sentirse incluida”, según dijo en el primer debate presidencial.

Iglesias, la opción más a la izquierda, se posicionó desde un principio como la alternativa a las otras tres propuestas. “Yo me comprometo a defender lo que pienso y no a defender lo que me haga subir en las encuestas; a no recordarte sólo de dónde venimos, sino a dónde vamos”, dijo el candidato el día que estrenó campaña. Lejos de pertenecer a un partido con un pasado al que apegarse -o del que despegarse-, Iglesias renueva el repertorio con propuestas concretas enfocadas más en los derechos que, por ejemplo, en la economía.

Propone democracia “real representativa, igualitaria y participativa” mediante una reforma del sistema electoral; Justicia independiente; garantías constitucionales contra la corrupción; “blindaje” constitucional de los derechos sociales y medioambientales, que deben tener el mismo reconocimiento que los derechos civiles y políticos; y reconocimiento de la plurinacionalidad del país y del derecho a decidir. En este último punto, propone el referéndum como la “fórmula democrática adecuada para que las catalanas y catalanes decidan su encaje en España”.

Este domingo los españoles decidirán entre una “vieja política”, que promete nuevos aires, y la “nueva”, encarnada en dos partidos que están muy cerca de derribar 30 años de bipartidismo.

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