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Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Foto: Sandro Pereyra

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Entrevista con la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto.

Llegó el sábado junto a su hija Claudia a Montevideo para asistir al Concierto por la memoria en el Auditorio Nacional Adela Reta del SODRE, en el que su nieto restituido y músico Ignacio Guido Montoya Carlotto interpretó algunas de sus composiciones. Ese día, 21 de febrero, su hija Laura, asesinada por la dictadura argentina luego de dar a luz, hubiera cumplido 60 años. “Le dije: ‘Hoy fue el día en que nació tu mamá, en que fui madre por primera vez’, y me dijo: ‘Todo el tiempo que canté estuve pensando en ella’”, relató a la diaria Estela de Carlotto, de 84 años.

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-¿Cómo recibiste la música de tu nieto?

-Hoy [domingo 22 de febrero] me desperté más joven que nunca. Pasé un momento maravilloso. Vine a Montevideo, a Uruguay, país hermano, al que hemos cruzado tantas veces para una lucha -y la seguimos haciendo con reciprocidad, porque Latinoamérica en esto está unida-, pero esta vez vine exclusivamente para un concierto en el que hacía su presentación mi nieto Guido. El recibimiento, la música maravillosa [en referencia a la Orquesta Sinfónica del SODRE] y -esto lo digo con mucha humildad- el aplauso de pie a teatro lleno cuando la gente me vio el pelo blanco. Fue muy lindo, porque fue el disfrute del encuentro del nieto buscado por 36 años. Es una vida, una vida llena de tristezas y dolores; transformar una lucha en la convicción de saber que si uno sigue y no cambia su rectitud en el camino, a la larga llega, consigue.

-Me decías que hubo un ingrediente particular.

-Fui mamá el 21 de febrero de 1955. Ese día nació Laura, la mamá de mi nieto Guido. Venía cargada con esa emoción desde que me desperté a la mañana y llegué al mediodía -Laura nació a las 13.15- y acá con este tema, verlo tocar. Me buscó haciendo como el marinero, parecía Colón mirando si llegaba a tierra, y era que quería saber si yo estaba. Cuando le entregaron las flores cruzó todo el teatro para venir a traérmelas. Eso fue un desborde de emoción enorme.

-Además de la abuela Estela, estaba presente la mamá Estela.

-Por supuesto. Él existe porque existió Laura, y su papá, por supuesto. Realmente uno busca parecidos, gestos, rasgos. Se parece mucho a su papá pero tiene mucho también de Laura, de nuestra familia. Lo voy conociendo -porque nos estamos conociendo- y me sorprendo cada día. Le dije: “Hoy fue el día en que nació tu mamá, en que fui madre por primera vez”, y me dijo: “Todo el tiempo que canté estuve pensando en ella”.

-Te referís a tu nieto como Guido. Él pidió que lo llamen Ignacio.

-Desde que nos conocimos hablamos claro. Él no es cariñoso, no es afectivo, no es agarrero. No lo agarro porque yo soy igual, y además le recomendé a los otros nietos que no lo amasijen, que no lo abracen, porque él es así. Desde el principio, cuando lo veo venir por primera vez, le doy mi primer abrazo contenido por 36 años y le digo cosas, él me dice: “Bueno, bueno, despacito”. Ésa fue la primera forma de entendernos. Después le dije: “Mirá, yo te voy a llamar Guido porque te busqué 36 años como Guido y tu mamá quiso que te pusiéramos Guido”. “Sí, sí, está bien. Vos, abuela, podés llamarme Guido”.

-¿Cómo avanzó el vínculo en los seis meses que transcurrieron desde la restitución?

-El tema son los tiempos. Es un hombre de 36 años, vive lejos, a 400 kilómetros, tiene sus ocupaciones laborales, su arte, se está construyendo su casa en ese lugar, Olavarría. Yo vivo viajando, vivo en Abuelas las 24 horas, si pudiera. Así que con mis nietos y mi familia tratamos de combinar todas las veces que podemos vernos. Los primeros encuentros fueron muy seguidos, fueron una serie de días muy alborotados porque incluso vio y conoció a la presidenta [Cristina Fernández], que lo llamó para verlo y hablarle del lugar donde vivían sus papás. Luego tratamos de hablar y de vernos lo más posible, compartir fechas. Por ejemplo, el 31 de diciembre fuimos como 20 a Olavarría a pasar el Año Nuevo con él, y también fue parte de la familia paterna. Nos vamos conociendo. Mi relación con él es lenta y muy respetuosa. No le voy a hablar nada de lo que no quiera saber; creo que sabe mucho más de lo que pienso. Estoy en una institución donde hemos restituido muchos nietos, a diferentes edades, y para cada tiempo, cada edad, hay que moverse de una manera. Tenemos psicólogos que aconsejan, pero, sobre todo, sentido común. Hay que acompañar los tiempos de ese cambio. Solamente pensarlo eriza, porque deja de ser quien era, se integra a quien no conoce, que tampoco está, porque es huérfano de papá y mamá, sus padres biológicos no están, aquéllos no lo eran, le mintieron, y ¿en qué lugar me pongo? Ese tiempo que primero puede ser muy eufórico y luego puede ser muy regulado; esa militancia que a veces no es comprendida es una militancia que hay que explicar en el tiempo que él quiera. Tengo otros tres hijos que son sus tíos. Él tiene mucha confianza con ellos y charlas mucho más profundas. Yo soy la abuela de la pastafrola.

-¿Conociste a su familia de crianza?

-No, ni quiero. No me corresponde. No los condeno ni los absuelvo; ahí está la Justicia interviniendo. Ahí hubo un delito gravísimo que es el robo de un bebé en tiempos de dictadura, es un delito de lesa humanidad. Uno puede interpretar que ignoraban, porque eran ignorantes, pero la visibilidad de la institución y la búsqueda fue visible: en un televisor aparecemos buscando chicos de esa época. El ocultamiento no es sano, no es bueno.

-¿Está conforme con cómo está llevando la causa la jueza María Servini de Cubría?

-La conocemos mucho. Restituyó muchos chicos. Es hiperdinámica, empecinada. Ella decía: “Estela, yo tengo que encontrar a tu nieto”. Pero siempre buscar, buscábamos las abuelas. La Justicia actúa cuando lo encontramos, no es que hace un servicio de inteligencia, rastreando. Eso lo hacemos nosotras. Me llama ese 5 de agosto, me dice que tenía que hablar conmigo. “Voy a ver si puedo estos días”, le dije. “No, ahora, por favor”, me contestó. Yo estaba con León Gieco y Raúl Porchetto, armando un lindo programa de Arte por la Paz. Pensé que tenía un problema personal, fui tan pancha, entré, recorrí, hablamos de bueyes perdidos cuando ella me recibió, y cuando me vio serena, oportunamente, me dijo: “Estela, te tengo que dar una buena noticia: hemos encontrado a tu nieto Guido”. Mi serenidad se fue a La Quiaca. Pegué unos saltos, pegué unos gritos… Nos abrazamos, lloramos juntas. “Tengo que avisar a Abuelas, a mis hijos”, y empecé a llamar. Cuando me retiro eufórica, flotando, Abuelas ya era una multitud. Fue fantástico. Pero la jueza, no sé por qué, cometió el error de hablar con un periodista. Ella pudo haber dicho que habíamos encontrado a un nieto, pero dio los datos de él. La prensa fue a Olavarría, lo invadió, invadió a la familia que lo crió. Si hubiera sido otro tipo de persona, no me habría querido ver más. Ella se equivocó, y a partir de ese momento empezó, por parte de ella, un empecinamiento en querer mantener la causa, porque la primera información que teníamos casi cierta era que mi nieto había nacido en el Hospital Militar, cuya jurisdicción es de ella, pero mi nieto nació en La Cacha, en La Plata. La sigo apreciando mucho, pienso que errores cometemos todos. Siempre fue una persona que ha trabajado muy bien, y si ella sigue considerándome su amiga lo sigo siendo.

-Luego de tu nieto anunciaste la recuperación de dos nietos más. ¿Sentiste que fue distinto?

-Lo distinto fue anunciar el nieto mío. Me confundió un poco el rol. Se me mezclaron los tantos, porque siempre en ese tono de directora de escuela: “Traigan acá, lleven allá”, para las conferencias... Me costó un poco y me sigue costando. Les pido paciencia a las otras abuelas y yo estoy perdiéndola, porque cuando [Ignacio Guido] me dice “hay tiempo” yo le digo que no tengo tiempo. Ya tengo una edad en la que el tiempo es cortito.

-¿Quién es Estela de Carlotto?

-Soy presidenta de Abuelas y soy la abuela de 14 nietos, madre de cuatro hijos, docente de vocación eterna. Soy una mujer común. Cuando a mí me idealizan y me tocan como si fuera la Virgen María les digo: “No, miren que yo soy una mujer común”. Los bajo a tierra: vivo en una casa sencillita en un barrio muy humilde de La Plata, soy la misma de siempre, salgo a barrer la vereda, cuando tengo ganas me pongo ruleros y también ando con pantuflas. Ésa soy yo. No soy otra. Tuve la suerte de tener una vida muy linda, la desgracia de que me asesinaran a una hija, que martirizaran a mi esposo, y también brindo por haber podido encarrilar todos estos años en una acción que sirva para que estas cosas no vuelvan a pasar. Entonces soy optimista. Soy una buena persona, no guardo rencor, no tengo odio, pero soy fuertísima cuando hay una injusticia, y qué más injusticia que te maten una hija y te roben un nieto.

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