El día arrancó pesado. Cielo bajo y lluvia intermitente para los casi 600 trabajadores que se quedaron del lado de afuera de sus oficinas. El viernes 29 de enero se alcanzó la cifra de 26.000 despidos desde la asunción de Mauricio Macri. El dato meteorológico no es menor: el agua amenazaba con empañar también las manifestaciones y los festivales convocados para el #29Ñ (de ñoqui) en distintos puntos de la capital porteña para protestar contra las políticas de vaciamiento estatal. Pero el clima no detuvo ni la “Ñoquiada” frente al Congreso de la Nación, ni el festival organizado por los trabajadores del Centro Cultural Néstor Kirchner, inaugurado en mayo del año pasado y que no funcionan desde diciembre, ni los reclamos frente al Ministerio de Cultura, que esa misma mañana cerró sus puertas -literalmente- a 494 trabajadores, muchos de ellos con más de diez años de antigüedad, pero también con contratos muy precarios. Otros que se quedaron en la calle fueron 50 empleados de la Casa Rosada, algunos de ellos celebrados y abrazados por el propio Macri en un brindis de Navidad. Hace dos semanas el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, provocaba en una conferencia de prensa al anunciar un Estado desprovisto de “la grasa de la militancia y [los] ñoquis”. Ya fueron afectadas casi todas las dependencias, y los sindicatos calculan que la semana que viene llegarán miles de telegramas más -para los que tienen la suerte de ser notificados- y que las listas (porque hay listas) seguirán creciendo. Los despidos no son azarosos. Muchas de las áreas que el gobierno desmanteló completamente, o que están en vías de desaparición, se dedican a la defensa de los derechos humanos o a la implementación de programas sociales.
En el medio hay miedo: personas que cambian sus nombres en las redes sociales o que prefieren no revelar su identidad a los periodistas si todavía no fueron despedidas. Pero también hay resistencia. Así lo demostraron las movilizaciones del viernes, que transformaron la ciudad en un circuito de manifestaciones populares.
Cultura clausura
“Hoy llegamos a trabajar y los de seguridad no nos dejaron entrar. Las puertas estaban [cerradas] con candados. Sin embargo, nos pasaban papelitos por debajo de la puerta que decían: ‘Resistan, chicos; nosotros sabemos lo que laburan’”, cuenta a la diaria Valeria Escolar, una morocha de ojos clarísimos que habla con pasión en la esquina de Callao y Alvear, en pleno barrio de Recoleta, donde está el Ministerio de Cultura. Allí se juntaron cientos de trabajadores a las 15.00 para exigirle al ministro Pablo Avelluto que diera la cara. No la dio. Lo único que recibieron desde arriba fue huevos y hielo que tiraron algunos vecinos. Hasta el viernes, Escolar formaba parte de Ronda Cultural, un programa que brindaba paseos guiados gratuitos por la ciudad para adultos mayores y personas con discapacidad en minibuses. “Funcionábamos en la oficina del Centro de Investigación y Producción Audiovisual, que también fue totalmente desmantelado. En diciembre empezaron los despidos, y después de la primera semana de enero se llevaron todos los equipos. Hace un mes que hacíamos todo a pulmón. No es sólo una cuestión de puestos de trabajo, es una cuestión de derechos, de acceso a la cultura, de defender proyectos que tienen que ver con la sociedad toda”, explicó Escolar.
Entre paraguas, bombos y carteles, los guionistas, productores, comunicadores y demás trabajadores de la cultura conversan con los medios e intercambian experiencias. Muchos no se conocían por trabajar en diferentes anexos. Las preguntas se repiten: “¿cuánto hacía que estabas?”, “¿qué tipo de contrato tenías?”, “¿te habían adelantado algo?”. Hay una necesidad de encontrar un patrón, una lógica, una explicación. No la encuentran. Hasta el viernes, 4.000 personas trabajaban en el Ministerio de Cultura. Dicen que la cifra total de despidos será de 2.000. “Ese número se filtró desde Recursos Humanos”, cuenta Escolar, quien, como el resto de sus compañeros, ahora irá hasta el Centro Cultural Néstor Kirchner, donde ya hay cientos de personas reunidas. Allí, cortando la Avenida Alem, inauguró el escenario la cantante Liliana Herrero; seguirán diferentes músicos y artistas hasta las 22.00.
Otro lugar de reunión -las personas irán circulando entre uno y otro- es la Plaza del Congreso. Son las 17.00, los paraguas se cierran, y esto recién empieza.
Ser masa
Frente al Congreso de la Nación está instalada una mesa larga. Arriba de la mesa, paquetes de harina y botellas de agua. Detrás de la mesa, mujeres y varones con delantales que se preparan para convertir polvo y líquido en 100 kilos de ñoquis con pesto, que alimentarán a quien se acerque. Delante de las ollas gigantes se va armando la radio abierta que recibirá a decenas de trabajadores estatales para que cuenten sus experiencias.
Para que los números se transformen en vivencias y las vivencias tomen un carácter colectivo, la convocatoria al #29Ñ convergió desde diferentes espacios.
El primer grito fue desde El Despidómetro, una iniciativa de profesionales de la comunicación que surgió a principio de este año como respuesta a la ola de despidos estatales y a la falta de visibilización de los datos. En Facebook y Twitter (@eldespidometro) publican una cuantificación en tiempo real de los despidos -y no renovaciones de contratos- en todo el país, y mediante gráficos detallan la procedencia. La información la recolectan gracias a los propios trabajadores y mediante los observatorios de los sindicatos. Luego es chequeada y compartida. A El Despidómetro se sumó el colectivo de comunicadores, artistas y militantes por la diversidad Acción Emergente, que organizó la “Ñoquiada”, bajo el lema “La masa es poder”.
“Lo de hoy surge de la necesidad y la urgencia. Sentíamos que veníamos atrás de una agenda que nos impone el gobierno, con una violencia institucional impresionante, a través de los despidos masivos, las persecuciones, el encarcelamiento de Milagro Sala, y salimos a la calle siguiendo los tiempos de ellos. Entonces planeamos una acción que se va a repetir el mes que viene. Sobre todo para desestigmatizar a trabajadores y trabajadoras del Estado a quienes [el gobierno] acusa de ñoquis, y desestima trayectorias laborales muy valiosas. Su ausencia es la ausencia del Estado y eso nos desprotege a todos y a todas. Y además sabemos que estos despidos derraman, eso que no hace el neoliberalismo con el capital, hacia el sector privado”, cuenta a la diaria la periodista y escritora Marta Dillon, una de las integrantes de Acción Emergente, el colectivo que lanzó la proclama “Amor sí, Macri no” y llenó las plazas durante el periodo electoral.
Los platos de ñoquis circulan, los grupos de personas se multiplican y escuchan con atención las historias que salen de la carpa de la radio abierta. Allí nos enteramos de cómo el gobierno tiene paralizado el Programa Salud Integral en la Adolescencia y de cómo el Programa Verdad y Justicia, que asiste al Ministerio Público Fiscal y al Poder Judicial en los juicios de lesa humanidad, ya despidió a 11 de 53 trabajadores. Una ex trabajadora del Banco Central contó que los despidos se produjeron justamente en las áreas de supervisión de delitos financieros y cambiarios, de derechos humanos y de protección al usuario. Estas dos últimas quedaron completamente desmanteladas. Allí también estuvieron periodistas de Infojus Noticias (Agencia Nacional de Noticias Jurídicas), que empezó a ser vaciada en diciembre, cuando echaron a los jefes de la redacción, y siguió la semana pasada con diez despidos más. El medio depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos; tenía una agenda en la que predominaban temas de lesa humanidad, violencia institucional y género, y sigue los juicios más importantes del país. La agencia fue intervenida por la nueva dirección el mismo día de la asunción de Macri, y hoy está prácticamente paralizada.
Operación desgaste
¿Dónde están los sindicatos? ¿Dónde está la oposición? Ésas son algunas de las preguntas que se repiten en las conversaciones. El secretario general de la Asociación de Trabajadores Estatales, Hugo Godoy, anunció en una entrevista a Página 12 publicada el sábado que, si la cosa sigue así, irán a un paro general antes de marzo. Pero la sensación de los trabajadores es de desamparo.
“Nos piden abrir nuestras cuentas de Facebook”, cuenta a la diaria un empleado de la Secretaría de Comercio que prefiere no dar su nombre. “A mí el otro día me hicieron una entrevista de tres minutos con preguntas del tipo: ‘¿cumplís con los objetivos?’, ‘¿estás conforme con tu trabajo?’, ‘¿qué opinás del gobierno anterior?’. Preguntas absurdas que no tienen en cuenta nuestras actividades. Yo trabajo en defensa del consumidor. Mi objetivo es hacer cumplir la ley. A veces no se logra. ¿Eso es no cumplir mi objetivo? Además, están generando un clima horrible entre los compañeros, porque te piden también que des información sobre su trabajo. Algunos nos negamos, otros piensan que así pueden salvarse”, contó.
Con una remera del Centro Cultural Néstor Kirchner, Bárbara Pistoia, trabajadora de prensa de ese organismo, fue a darse una vuelta por la “Ñoquiada”. “La idea es estar un rato en todos lados”, dice a la diaria. “Nosotros nos enteramos por Twitter de que no teníamos más trabajo. Somos 150 en esta situación. Ellos pueden no querer tenerte en su grupo, pero nos tratan como ñoquis. Yo creo en el Estado, y estoy muy triste. Éstos son despidos pensados, con mucha saña. Además, si vos me echás y me decís que soy una ñoqui, quién me va a contratar después. Hay una decisión de expulsarnos del mercado y del sistema”, cuenta, y se le llenan los ojos de lágrimas.
Las movilizaciones se extienden hasta la noche. Entre el Congreso y el Centro Cultural Néstor Kirchner, la Plaza de Mayo. Allí, desde hace días persiste un campamento por la liberación de Milagro Sala, la dirigente de la organización popular Túpac Amaru (y diputada electa del Parlamento del Mercosur), encarcelada desde el 16 de enero por protestar contra el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Ahora también fue imputada por asociación ilícita y fraude.
A los despidos estatales, se suman la devaluación, los tarifazos de servicios energéticos, el cepo a las paritarias, la apertura importadora, la suba de tasas de interés, la reducción del financiamiento a las pequeñas y medianas empresas, la represión de las protestas, el perro en el sillón presidencial, las frases provocadoras. Todavía no pasaron dos meses desde la asunción de un gobierno que -según las últimas encuestas- tiene una aprobación de 60%. Por ahora, la única respuesta del presidente a las personas que se quedaron en la calle fue: “Espero que puedan encontrar un lugar donde sean felices”.