¿Cómo ha sido tu experiencia como filósofa en los medios de comunicación?
-Para mí, la gran potencia de la filosofía de nuestra época es la producción de diálogo, y si me he destacado en lo público, es porque siempre escribí mucho y porque me gusta la conversación. Hice televisión y escribo columnas de opinión, donde me he encontrado con la gente. En ese ámbito, soy diferente también porque soy mujer. Por otro lado, siempre me creí muy libre, pero, en realidad, luego me di cuenta de que una de las características de la vida de las mujeres es la invisibilidad.
Entonces, ¿cuán importante es la reflexión de una filósofa mujer en este ámbito?
-Brasil es provinciano, colonizado y endógeno. En mi caso, la unión de lo teórico y lo práctico tuvo que ser por medio de una entrada al debate público, vía feminismo. Existe una precariedad en relación con los derechos de las mujeres, sobre todo ahora. Los ministerios de este presidente interino, un personaje bisoño o bizarro, donde no hay ninguna mujer, son una prueba de la misoginia imperante. Soy feminista antes de ser mujer, por el programa y proyecto de sociedad que deseo.
Pensando en tu libro Como conversar com um fascista, ¿cuál es el sentido de la palabra género en el consumismo del Lenguaje?
-La palabra género ha sido expulsada del vocabulario neofundamentalista que toma cada vez más espacios de poder en Brasil. La sacaron del texto del Ministerio de las Mujeres, que ahora será disuelto, y del Plan Nacional de Educación. Curiosamente, es una palabra que el propio feminismo ha deconstruido. Este grupo de pastores y diputados, que hacen política en base a la prepotencia, atribuye al género una distorsión de sentido. Yo creía que era una palabra que debíamos superar, pero me doy cuenta de que debemos reintroducir su debate.
Por cierto, ¿cómo ha sido la recepción de Judith Butler en Brasil?
-Butler alcanzó el escenario académico brasileño para pensar la cuestión del género. Sin embargo, durante más de diez años su único libro traducido fue Gender Trouble [en español: El género en disputa]. Butler vino en 2015, y surgieron publicaciones asociadas. Hay un nicho muy avanzado que habla de igual a igual con ella, pero todavía es reducido. Con sinceridad, creo nos falta una educación que pase por Simone de Beauvoir. Hay una masa popular y una masa académica que no conoce ni siquiera la historia del feminismo en Brasil. Recordemos el examen de ingreso unificado a la universidad del año pasado, que traía una pregunta sobre la obra de Beauvoir y que fue duramente criticado. La Câmara Municipal de Campinas hizo hasta una moción de repudio en su contra.
¿Te parece que el feminismo en Brasil está potenciado por la onda conservadora del Congreso? ¿O la fuerza de la lucha por los derechos de las mujeres se expresa parcialmente en la reacción contra la misoginia?
-La reciente irrupción del feminismo con tanta fuerza tiene que ver con los caminos de la democracia de las últimas dos décadas, y con un vínculo menos endógeno de las mujeres con otros grupos y otros países. El feminismo brasileño es un lugar de engranajes maleables y dialógicos, donde hay interacción entre los diversos colectivos y relaciones simbólicas que pueden abrir nuestro país al continente. Claro que se expresa en momentos de tensión, como en los actos de las mujeres contra [Eduardo] Cunha, contra [Michel] Temer, o con Dilma, pero esto no es reciente.
En la misma línea de la pregunta anterior: ¿el odio generalizado estuvo siempre ahí?
-Necesitamos entender que no existen afectos naturales. Podríamos tratar el odio como afecto básico si pensamos en los procesos históricos que lo fundamentan y lo desarrollan; podríamos recurrir a [Baruch] Spinoza, a la teoría de las pasiones, y decir que el odio sería un afecto triste y el amor un afecto alegre. Ahora, es posible hablar de afectos producidos por procesos de lenguaje. El odio es un afecto construido, promovido, manipulado y útil en este momento. No fue inventado en 2013, sino que se inscribe en procesos como la historia de la esclavitud, de los golpes, de las dictaduras, y es promovido desde experiencias estéticas, como las que ofrecen los medios de comunicación. El Jornal Nacional [informativo central de Rede Globo] hace lo mismo con Dilma y con la izquierda. La demonización del otro indeseado tiene que ver con los procedimientos de odio, un odio que está en la historia, pero no en la naturaleza.
En ese contexto, ¿qué pasa con la discusión en las redes sociales?
-Las redes sociales, como trabajan en el campo del consumismo del lenguaje, hacen uso, abuso y repetición de ideas, por lo que también fomentan esta expresión de odio que se origina en el campo del discurso. La imagen es un capital, siguiendo a [Guy] Debord, pero ahora es también un capital verbal de la palabra cliché, donde el eslogan fascista está en alta. Cada vez que escribo un cliché, alguien me da un like, una moneda de bronce; si me da un share, es una de oro. Así, te transformás en un capitalista del lenguaje, de los procesos de aprobación y reprobación. El sujeto que no era nadie de repente conquista la expresión virtual, vacía, que luego se torna pensamiento, expresión, acción.
¿Podrías explicar la idea de que el exterminio del otro -el indio, la mujer, el favelado, el joven negro de la periferia- se liga a la destrucción de la política? ¿Qué cuerpo surge de esa operación?
-Hay un capítulo de Como conversar… que se titula “Tudo o que não presta” [todo lo que no sirve], expresión de un diputado ruralista de Rio Grande do Sul. Este sujeto dijo que las lesbianas, los quilombolos [esclavos que huyeron y formaron una comunidad lejos del cautiverio], los indígenas y otros sujetos de la diferencia serían “todo lo que no sirve”; con esta afirmación condensa la idea del sistema blanco, autoritario y eurocéntrico. La historia de Brasil no puede ser deslindada de la historia del capitalismo, que no es más que un rebajamiento del cuerpo: la mujer, a su sexualidad, útil para la dominación masculina; el esclavo, al trabajo físico. Así, la singularidad cae al suelo, pues no contamos como personas e individuos. Hoy tenemos una mafia del dinero que es dueña de los medios, la tierra, la política, una biopolítica. La perspectiva inmediata es una promesa de aniquilación.
¿Es posible conversar con un fascista?
-El título del libro es irónico, pues fascista es aquel con el cual no conversamos. Nuestros políticos más caricaturescos son vedettes, pues hablan para impresionar frente a las cámaras. Los homofóbicos son vedettes: saben que al decir incoherencias consiguen ser centro de atención. Temer es un ejemplo de eso: un personaje sin apoyo popular, conspirador, que no motiva a nadie, ni a la derecha. Quienes trabajamos en el campo de lo político estamos en un momento desafiante. Tenemos persecución ideológica, personas alejadas de sus cargos por manifestarse en contra del totalitarismo, como fue mi caso [Tiburi fue alejada del cargo de profesora en una universidad confesional en 2015 por participar en un debate público sobre el aborto].
Entonces, ¿cómo conciliar el proyecto de PartidA con la política que se hace hoy en Brasil?
-El movimiento empezó con una pregunta mía, que era: “¿vamos a crear un partido feminista en Brasil?”. Eso suscitó una discusión en varios estados sobre la pertinencia del partido. Decidimos, a la manera feminista, continuar con la cuestión, y hoy somos un partido horizontal, suprapartidario, que funciona ocupando partidos. Producimos un proyecto de formación política feminista, que pretendemos extender por el país, algo que sería bueno no solamente para nosotras. La diferencia del movimiento es que queremos que la ocupación se extienda al gobierno. Además, para 2018 buscamos tener un congreso feminista.